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Quise

Quise aletargar tu letanía
a fuerza de mezquinas conjeturas.
Te miraba como miran los que saben
pero nunca supe, pero no nunca pude.
Te vestía de dogmas, te presté mi conciencia
y te fui desmayando con mi dura inocencia.
Quise amortiguar tu desventura
con máximas locuaces y sinceras.
Te extasié de impenetrables argumentos
pero nunca supe, pero nunca estuve.
Te enredé en mis doctrinas, te vacié de poemas
y me fui hundiendo solo, en mis huecos dilemas.
Y al fin cuando cociste tus heridas,
y mudaste tu lamento en alabanza;
era yo el mendigo ciego de penumbras
y eras tú mi bocanada de esperanza.

Viento peregrino


         Pensé en el viento peregrino,
condenado a pasar entre las nubes,
postergado a girar como la tierra.
Viento arcano, viento antiguo,
       Sin hermanos, sin amigos.
Pobre viento gitano;
no tiene a quien contarle sus hazañas,
       besó la noche pálida del Ganges,
        dejó su huella tibia en el Sahara.
Sopló en las torpes ciudadelas
de los incas, del azteca.
Movió las pléyades voraces
  de los godos, de los celtas.
                             Viento sonámbulo,
de noche merodeando entre las horas.
Su caricia es de pena.
Quiere quedarse y no puede.
        Quisiera ser penitente
andar con pies, no con alas.
        Viento vagabundo.
Pobre, no tiene sombra.
  No quiere ser golondrina.
Su canción que es quimera,
su canción busca una rama;
      quisiera ser como el árbol
              y echar raíces un día.

Entonces

                  
            Entonces
no preciso el mar
para encontrar la playa.
No hace falta el sol
para esconder la noche.
¡Entonces no hay silencio
ni prisión tan grande
donde quepa el alma!

Tenía el alma como un pozo


Tenía un pozo en el alma
negro, bañado de hormigas.
Se ahogaba en su garganta
y del reverso la piel.
Su canción ya no dormía de costado
ni sujetaba la almohada entre sus ramas;
tenía el alma boca abajo
y la fatiga de la historia.
Humeaba un pábilo en su alcoba
y en su vapor de agonía
vio un sin embargo,
vio un no obstante;
vio latir el suelo gris en sus rodillas.
Con el pecho inclinado
deshojó las baldosas,
lastimó el hormigón
enterrando las manos.
Hasta el fondo la noche,
brazo ciego de sombras
perforó la corteza
con las uñas gastadas.
Con el puño desgarrado,
los nudillos hambrientos;
encontró un corazón
húmedo de plasma,
temblaba con el pulso de la tierra
y gritaba abandonado.
Lo arrancó en sus raíces,
lo tomó entre las penas,
lo sembró en sus costillas;
se juró contra el pecho
no perderlo de nuevo.

Para que tú no vuelvas

    
                   Volví,
para enmendar las páginas abiertas
de la historia que dejamos boca abajo;
            en los cajones húmedos,
entre los libros muertos;
       para cerrar los lados que quedaron destapados.
      Tantas cosas que las cosas nos quitaron,
Podría hacer un mundo de mares y de estrellas
de todas las maneras que nos fueron robadas,
         hubiéramos sido sin cadenas,
     Nos hubieran bastado dos notas
para abrir las canciones más bellas,
si toda esa fuerza divina
       no se hubiera vertido en afrentas.
                 Pero Volví,
Para firmar las cartas, que se quedaron huérfanas,
para enhebrar el hilo angosto de la vida
entre los ojos transparentes del olvido,
pero un olvido limpio de reproches;
           volví, para sellar las puertas.
     Por derramar el fuego blanco en los panteones,
donde el desprecio se vestía de impotencia,
volví donde nació el hastió,
       volví para enterrar las penas.
     Vamos a engendrar nuevos poemas,
vamos y sembremos golondrinas;
volví para que nada nos destruya.
      Volví, para que tú no vuelvas.

Desde el destierro

    De tantas nimiedades que me anclaban,
de tanto evadir los arrebatos de impericia;
Altivo anduve sobrio de milagros,
por complacer a la insaciable burguesía.
    De tanto perdonar al dogmatismo,
de tanto apaciguar el desenfreno;
me fui enterrando vivo en los temores
del soso lodazal del ego centro. 

    Salí a vender mis horas de inocencia
a cambio de amnistías pasajeras,
de amargas deserciones paulatinas
En franca procesión sobre la tierra.
     Cargando el corazón que en otras noches
sacaba a presumirle a las estrellas.
El mismo corazón que entre las sombras
se vuelve a despertar empoderado.

   Por ver como se abrogan mis prisiones,
invocaré la mano abierta del Altísimo
Me abrazaré a las llamas de su gloria;
Me arrancaré las pieles del hastío. 
   Amarraré los miedos en la orilla
para cruzar a pie los siete mares,
me rendiré a la sujeción de lo imposible
y volveré a encender la luz de la esperanza.

Los recuerdos míos


           Yo acomodaba los recuerdos.
Los apilaba en anaqueles de nostalgia.
Clasificaba las memorias más remotas
y encasillaba sensaciones encontradas.
Los domingos soleados, con la ansiedad del día.
            La insaciable alevosía
de correr de forma absurda por el patio.
            Las siestas amarillas.
Un atlas desplegado por la  alfombra.
Mi cruel piromanía con los grillos.
Las noches salpicadas de historietas.
             La luz en la mesita,
las sombras en el techo.
La fiel contradicción de ir a la escuela
los naranjos custodiando su vereda,
             las aulas apretadas
sabor de los crayones en la boca,
la tímida obsesión de hincar los codos;
el juego interminable de ser grande.
El piso repitiéndose hasta el patio,
el sol de penitencia en la ventana;
los aliados transitorios del colegio
           los dueños del pasillo,
           los huérfanos de ideas;
           los otros...
Proceso inevitable de entregarse,
de abrir los mecanismos no forzados;
de dar y compartir lo prescindible;
las penas y victorias de la infancia
           Todas enfiladas,
           ordenadas por color,
           por fecha, y relevancia;
Hasta que un día,
en los armarios de la mente
no quedo ya más lugar
            para el acopio,
saturados los depósitos del alma;
se acabaron las carpetas
se agotaron las caratulas
entonces conocí el olvido
           y aprendí a olvidar;
luego la brutal distancia
           y aprendí a dejar.
Hoy se arrojan al vacío,
se confunden y se abrazan,
en el mismo cuarto oscuro
que alguna vez fue añoranza.

Vuelven los sueños

     
   Hoy se agolpan en los atrios de mi esencia
los mismos sueños que se fueron como extraños,
se aglomeran saturados de impaciencia
a merced de la inclemencia de mis años.

    Hoy acampan inminetes a mi vera,
son la intrepida legión de lo invisible;
les complace recostarse en la frontera
que separa lo real de lo imposible.

    Son los hijos de mis noches de oscitancia,
de mi crédula e insipiente libertad,
de las ciencias infalibles de la infancia;
de mi errática noción de adversidad.

¿Qué fue lo que nos pasó?



¿Qué fue lo que nos pasó?
            si eramos tan grises...
¡Cuántas veces como insanos
nos enjuagamos las manos
        en los ríos del hastío! 
¿Qué fue de nuestro dolor?
    Y todo lo que destruimos...
Atrás quedaron los años,
se evaporaron los daños
    que nos dejara el exilio. 
¿Qué fue lo que nos pasó?
  El temor se fue apagando,
se desplomó nuestra ausencia,
brilla el rencor por su ausencia;
         y nos persigue el destino.

Lo que perdí en la mirada


      Lo que perdí en la mirada
cada tropiezo y escarnio,
las noches lejos de casa,
los desgarrantes naufragios;
todos los sueños frustrados,
lo que tenía algún precio,
las cartas que no llegaron,
 la soledad y el silencio…
       Las semillas mal plantadas,
los errores no forzados,
las cenizas en el alma,
la desgracia y el rechazo;
los pseudo-amigos ingratos,
y los rincones más lúgubres,
los pasillos trasnochados
 de la negra incertidumbre…
        Los secretos mal guardados,
y el no ser correspondido,
los esfuerzos mal pagados,
la vergüenza y el hastío.
Son del cielo las razones
de quien que ordena las letras
sin heridas y pasiones,
  ¡no tendríamos poemas!