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Pobre piano

 ¡Pobre piano! agonizó la noche entera.
Todo seco lo encontró la madrugada,
      una brisa lo llamó por la ventana
  y exhaló un silencio frío de madera.
  No corría más la vida por sus cuerdas
   ni latía el bastidor como otros años;
era mudo en el compás de su teclado,
   sobre el pálido marfil de su osamenta.
    No logré escuchar su música postrera
      ni le pude dar mis últimos acordes,
se llevó en el aire todas mis canciones
   a la noche donde duermen las quimeras.
   Abracé su cuerpo negro y deshojado,
le besé su piel marchita de madero,
      le cerré su largo párpado de abeto
  y me fui con el silencio entre las manos.