Cuando los dos seamos grandes y esté sola,
sabrá que la quise una tarde de Mayo.
Mientras tanto mientras,
iré sembrando mi cara de trigo
en el huerto de sus ojos
para que nunca me olvide
y me piense los domingos
y me sueñe en vacaciones;
aunque hoy nos sentemos tan lejos
y yo la quiera tanto,
tanto que me duele la cabeza;
y no pueda evitar que un día
la lastimen, que la reten,
que le dejen plantada en la puerta,
que se vuelva caminando
sola y hermosa su frente.
Puedo ser una sombra
cocida en sus trenzas,
salir al patio y dejar
que me brille su brillo,
pero me muerdo la lengua,
mastico todos mis lápices,
y rayo todos los bancos.
¡Ya sé! voy a decirle una tarde
que yo gusto de su letra,
y de todas sus mayúsculas,
de sus dientes de semilla,
de su loción de frutilla,
de su pelo enredado en su pelo,
su nostalgia de recreo;
que gusto de sus zapatillas,
de la forma en que dice mi nombre,
que quiero que siempre seamos amigos,
que quiero que un día me quiera
y que tengamos diez hijos.
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