Tenía el alma como un pozo
Negro, cubierto de hormigas.
Se ahogaba en su garganta
y del reverso la piel.
Su canción ya no dormía de costado
ni sujetaba la almohada entre sus ramas;
tenía el alma boca abajo
y la fatiga de la historia.
Humeaba un pábilo en los pétalos
y en su vapor de agonía
vio un sin embargo,
vio un no obstante;
vio latir el suelo gris
en sus rodillas.
Con el pecho inclinado
deshojó las baldosas,
lastimó el hormigón
enterrando las manos.
Hasta el fondo la noche,
brazo ciego de sombras
perforó la corteza
con las uñas gastadas.
Con el puño desgarrado,
los nudillos hambrientos;
encontró un corazón
húmedo de plasma.
Temblaba con el pulso de la tierra
y gritaba abandonado.
Lo arrancó en las raíces,
lo tomó entre las penas,
lo sembró en sus costillas;
se juró contra el pecho
no perderlo de nuevo.
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