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Volver


    Volví una tarde nublada
después de muchos inviernos,
salté las rejas de acero
que custodiaban la casa;
por años deshabitada,
y su jardín marchitado,
de los pinos que plantamos;
solo unos cuantos quedaban 
y en la brisa susurraban
nuestra canción del verano. 
  Con tres candados de bronce
hallé la puerta sellada,
me asomé por la ventana
que alguna vez tuvo flores
y cortinas de colores;
la partí con un ladrillo,
entré sin pedir permiso
y en el zaguán de la entrada
dejé mi vieja nostalgia
esperando como un niño. 
    Para encontrar el pasillo
abrí todas las persianas,
la luz entró avergonzada
y se arrastró por el piso;
como un tesoro escondido
palidecia la sala,
por años deshabitada
con los revoques en ruina
parecían las heridas
que el rencor deja en el alma. 
   Como olvidados testigos
encontré nuestros retratos,
las ratas dentro del piano
y nuestros pálidos libros,
la arrogancia y el olvido
tirados sobre la alfombra;
el fuego arrojó su sombra
sobre el sofá tantas noches
frente al hogar donde entonces
degustábamos las horas. 
    En un cajón del armario
desempolvé un par de cartas
cuya existencia ignoraba
como ignoran los tiranos;
corrí temblando hacia el patio,
busqué la fuente que hicimos,
la que bañaba el rocío,
me vi en su pobre reflejo;
mi corazón tan enfermo
volvió a escuchar sus latidos.