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Pobre piano

 ¡Pobre piano! agonizó la noche entera.
Todo seco lo encontró la madrugada,
      una brisa lo llamó por la ventana
  y exhaló un silencio frío de madera.
  No corría más la vida por sus cuerdas
   ni latía el bastidor como otros años;
era mudo en el compás de su teclado,
   sobre el pálido marfil de su osamenta.
    No logré escuchar su música postrera
      ni le pude dar mis últimos acordes,
se llevó en el aire todas mis canciones
   a la noche donde duermen las quimeras.
   Abracé su cuerpo negro y deshojado,
le besé su piel marchita de madero,
      le cerré su largo párpado de abeto
  y me fui con el silencio entre las manos.

Y yo no lo sabía

Se marchitaba en tus párpados
la rosa gris de los que duelen,
  entre las cuencas gastadas
de tus ojos de arena.
Se te estaba cayendo el invierno
    entre los dedos del alma,
   tenías la sonrisa nacarada
de los que abdican su anestesia
     en el olvido.
Yo una vez te pensé invulnerable
yo, de la mezquina incertidumbre,
tú, de las llanuras vaciadas
        del nunca, del jamás,
        de los tampoco.
Te quise dar un nombre
        que no era el tuyo,
derramé en tus oídos cansados
   un número incomprensible;
no vi que tu pecho de cera,
no vi que tu frente de tiza
se quebrantaba de noche
         y se apagaba de día;
es que te estabas muriendo,
          para nacer de nuevo
          y yo no lo sabía.

Me gusta la escuela si llueve.

Me gusta la escuela si llueve,
           y no se lo dije a nadie.
Me quejo, me hago el dormido
pero en el patio del alma
chapotean los minutos
y cuento las gotas del tiempo
       para correr bajo el alba.
Es de los brazos de otoño,
es su bufanda dorada,
me acaricia la mañana,
me destapa las rodillas,
          me va secando la cara.
Como un soldado de botas,
de guantes, de uniforme,
gorro blindado de lana
     y un paraguas afilado
para luchar bajo el agua.
Tan temprana la alborada,
la calle esta negra...
Es como salir de noche
           y ser grande por un día.
Mientras las luces se empañan,
me deja el viento en la entrada.
Suelto el barro en los cartones
y ese olor a tierra fresca...
  A bandera mojada,
a mochila empapada;
a su pelo enjuagado de espumas,
           y sus ojos que amanecen
por el pálido horizonte
del cuaderno que la abraza
      tal como yo lo haría...
El patio es un mar callado,
  y  nos dejan jugar adentro
y amontonamos los bancos
              y todo es más cerca
y si llueve me gusta la escuela;
y no se lo digo a nadie.
y pego nubes de algodones,
     y corto retazos de tela.
y yo le presto mis colores
y ella sus ojos de lluvia.

Cuando seamos grandes


 Cuando los dos seamos grandes y esté sola, 
  sabrá que la quise una tarde de Mayo.
Mientras tanto mientras,
iré sembrando mi cara de trigo
          en el huerto de sus ojos
para que nunca me olvide
y me piense los domingos
y me sueñe en vacaciones;
aunque hoy nos sentemos tan lejos
                      y yo la quiera tanto,
       tanto que me duele la cabeza;
         y no pueda evitar que un día
                la lastimen, que la reten,
que le dejen plantada en la puerta,
que se vuelva caminando
sola y hermosa su frente.
    Puedo ser una sombra
    cocida en sus trenzas,
    salir al patio y dejar
    que me brille su brillo,
    pero me muerdo la lengua,
    mastico todos mis lápices,
   y rayo todos los bancos.
¡Ya sé! voy a decirle una tarde
          que yo gusto de su letra,
      y de todas sus mayúsculas,
         de sus dientes de semilla,
            de su loción de frutilla,
de su pelo enredado en su pelo,
su nostalgia de recreo;
que gusto de sus zapatillas,
      de la forma en que dice mi nombre,
que quiero que siempre seamos amigos,
que quiero que un día me quiera
y que tengamos diez hijos.

La espera


No deja de llover nostalgias
                sobre la avenida.
En mi balcón las madreselvas huelen
                a melancolía.
Adentro el corazón se empaña,
afuera la humedad lastima;
                el gato en el sofá
                me mira sin piedad
y el piano en un rincón
                que espera...
                Espera igual que yo,
                sentado en un sillón
que el viento gris se lleve esta ansiedad. 
No deja de caer tu otoño
                sobre mi vereda.
Por mi ventana pasa un frío triste
                borrando huellas.
Afuera un nubarrón se desvanece,
adentro tus recuerdos se sublevan;
                se enfría en mi mantel
                tu taza de café
disipa en su vapor
                la espera...
                igual que espero yo
                tu lenta compasión
que está llegando tarde como ayer.

Esa noche


      Esa noche tuve el cielo
para mirarlo de cerca,
para unir constelaciones
con la punta de mis yemas.
       Se dilataba el espacio
derramado en mis retinas;
palpitaban las estrellas
como letras encendidas. 
     Esa noche tuve su alma,
pude medirla y saberla,
contemplé el amanecer
sobre el mar de sus ideas,
   me perdí entre los pasillos
  de sus bífidas pasiones;
me asomé al pozo inaudito
donde enterró sus temores. 
     Esa noche fui celeste,
fui dorado y verde absenta,
tuve todo el universo
naufragando entre mis venas.
   Por mitigar mi desdén
y sosegar la impaciencia;
resbalé en los laberintos
de la sorda indiferencia.

Callejón

La guarida indulgente
se agazapa en las sombras
tras la negra silueta
del callejón indigente,
con sus pálidas paredes
de mampuestos miserables,
redundan ciegos techos
en sinuosas humedades.
Se atragantan en un fuelle,
mil cadencias olvidadas,
que renacen vaporosas
en un ritmo complaciente.
Es que solo son del cielo,
los fantasmas recurrentes;
son las lágrimas de un tango
las que vuelven de la muerte.