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Callejón

La guarida indulgente
se agazapa en las sombras
tras la negra silueta
del callejón indigente,
con sus pálidas paredes
de mampuestos miserables,
redundan ciegos techos
en sinuosas humedades.
Se atragantan en un fuelle,
mil cadencias olvidadas,
que renacen vaporosas
en un ritmo complaciente.
Es que solo son del cielo,
los fantasmas recurrentes;
son las lágrimas de un tango
las que vuelven de la muerte.