Amado Nervo









A Felipe II


Ignoro qué corriente de ascetismo,
Qué relación, qué afinidad impura
Enlazó tu tristura y mi tristura
Y adunó tu idealismo y mi idealismo.

Más sé por intuición que un astro mismo
Ha presidido nuestra noche oscura,
Y que en mí como en ti libra la altura
Un combate fatal con el abismo.

¡Oh, rey; eres mi rey! Hosco y sañudo
También soy; en un mar de arcano duelo
Mi luminoso espíritu se pierde,

Y escondo como tú, soberbio y mudo,
Bajo el negro jubón de terciopelo,
El cáncer implacable que me muerde.




A Kempis


Ha muchos años que busco el yermo,
Ha muchos años que vivo triste,
Ha muchos años que estoy enfermo,
¡Y es por el libro que tú escribiste!


¡Oh Kempis, antes de leerte amaba
La luz, las vegas, el mar océano;
Mas tú dijiste que todo acaba,
Que todo muere, que todo es vano!


Antes, llevado de mis antojos,
Besé los labios que al beso invitan,
Las rubias trenzas, los grandes ojos,
¡Sin acordarme que se marchitan!


Mas como afirman doctores graves,
Que tú, maestro, citas y nombras,
Que el hombre pasa como las naves,
Como las nubes, como las sombras,


Huyo de todo terreno lazo,
Ningún cariño mi mente alegra,
Y con tu libro bajo del brazo
Voy recorriendo la noche negra.


¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
Pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
Y es por el libro que tú escribiste!




A la católica majestad de Paul Verlaine


Padre viejo y triste, rey de las divinas canciones:
Son en mi camino focos de una luz enigmática
Tus pupilas mustias, vagas de pensar y abstracciones,
Y el límpido y noble marfil de tu testa socrática.

Flota, como el tuyo, mi afán entre dos aguijones:
Alma y carne; y brega con doble corriente simpática
Para hallar la ubicua beldad con nefandas uniones,
Y después expía y gime con lira hierática.

Padre, tú que hallaste por fin el sendero, que, arcano,
A Jesús nos lleva, dame que mi numen doliente
Virgen sea, y sabio, a la vez que radioso y humano.

Tu virtud lo libre del mal de la antigua serpiente,
Para que, ya salvos al fin de la dura pelea,
Laudemos a Cristo en vida perenne. Así sea.




A Leonor


Tu cabellera es negra como el ala
Del misterio; tan negra como un lóbrego
Jamás, como un adiós, como un "¡quién sabe!"
Pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos!

Tus ojos son dos magos pensativos,
Dos esfinges que duermen en la sombra,
Dos enigmas muy bellos... Pero hay algo,
Pero hay algo más bello aún: tu boca.

Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente
Para el amor, para la cálida
Comunión del amor, tu boca joven;
Pero hay algo mejor aún: ¡tu alma!

Tu alma recogida, silenciosa,
De piedades tan hondas como el piélago,
De ternuras tan hondas...
Pero hay algo,
Pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!




A Némesis


Tu brazo en el pesar me precipita,
Me robas cuanto el alma me recrea,
Y casi nada tengo: flor que orea
Tu aliento de simún, se me marchita.

Pero crece mi fe junto a mi cuita,
Y digo como el Justo de Idumea:
Así lo quiere Dios, ¡bendito sea!
El Señor me lo da, Él me lo quita.

Que medre tu furor, nada me importa:
Puedo todo en Aquel que me conforta,
Y me resigno al duelo que me mata;

Porque, roja visión en noche oscura,
Cristo va por mi vía de amargura
Agitando su túnica escarlata.




A Rancé, reformador de la Trapa


Es preciso que tornes de la esfera sombría
Con los flavos destellos de la Luna, que escapa,
Cual la momia de un mundo, de la azul lejanía;
Es preciso que tornes y te vuelvas mi guía
Y me des un refugio, ¡por piedad!, en la Trapa.

Si lo mandas, ¡oh padre!, si tu regla lo ordena,
Cavaré por mi mano mi sepulcro en el huerto,
Y al amparo infinito de la noche serena
Vagaré por sus bordes como el ánima en pena,
Mientras lloran los bronces con un toque de muerto...

La leyenda refiere que tu triste mirada
Extinguía los duelos y las ansias secretas,
Y yo guardo aquí dentro, como en urna cerrada,
Desconsuelos muy hondos, mucha hiel concentrada,
Y la fiera nostalgia que tocó a los poetas...

Viviré de silencio —el silencio es la plática
Con Jesús, escribiste: tal mi plática sea—,
Y mezclado a tus frailes, con su turba hierática
Gemirá De profundis la voz seca y asmática
Que fue verbo: ese verbo que subyuga y flamea.

Ven, abad incurable, gran asceta, yo quiero
Anegar mis pupilas en las tuyas de acero,
Aspirar el efluvio misterioso que escapa
De tus miembros exangües, de tu rostro severo,
Y sufrir el contagio de la paz de tu Trapa.




A Sor Quimera


Para Luis G. Urbina.

I
En nombre de tu rostro de lirio enfermo,
En nombre de tu seno, frágil abrigo
Donde en noches pobladas de espanto duermo,
¡Yo te bendigo!

En nombre de tus ojos de adormideras,
Doliente y solitario fanal que sigo;
En nombre de lo inmenso de tus ojeras,
¡Yo te bendigo!

II
Yo te dedico
El ímpetu orgulloso con que en las cimas
De todos los calvarios, me crucifico
Iluso, ¡pretendiendo que te redimas!

Yo te consagro
Un cuerpo que martirio sólo atesora
Y un alma siempre oscura, que por milagro,
Del cáliz de ese cuerpo no se evapora...

III
Mujer, tu sangre yela mi sangre cálida;
Mujer, tus besos fingen besos de estrella;
Mujer, todos me dicen que eres muy pálida,
Pero muy bella...

Te hizo el Dios tremendo mi desposada;
Ven, te aguardo en un lecho nupcial de espinas;
No puedes alejarte de mi jornada,
Porque une nuestras vidas ensangrentada
Cadena de cilicios y disciplinas.




A una francesa


El mal, que en sus recursos es proficuo,
Jamás en vil parodia tuvo empachos:
Mefistófeles es un cristo oblicuo
Que lleva retorcidos los mostachos.

Y tú, que eres unciosa como un ruego
Y sin mácula y simple como un nardo,
Tienes trágica crin dorada a fuego
Y amarillas pupilas de leopardo.




Al Cristo


Señor, entre la sombra voy sin tino;
La fe de mis mayores ya no vierte
Su apacible fulgor en mi camino:
¡Mi espíritu está triste hasta la muerte!

Busco en vano una estrella que me alumbre;
Busco en vano un amor que me redima;
Mi divino ideal está en la cumbre,
Y yo, ¡pobre de mí!, yazgo en la sima...

La lira que me diste, entre las mofas
De los mundanos, vibra sin concierto;
¡Se pierden en la noche mis estrofas,
Como el grito de Agar en el desierto!

Y paria de la dicha y solitario,
Siento hastío de todo cuanto existe...
Yo, Maestro, cual tú, subo al Calvario,
Y no tuve Tabor, cual lo tuviste...

Ten piedad de mi mal; dura es mi pena;
Numerosas las lides en que lucho;
Fija en mi tu mirada que serena,
Y dame, como un tiempo a Magdalena,
La calma: ¡yo también he amado mucho!




Al encontrar unos frascos de esencia


¡Hasta sus perfumes duran más que ella!
Ved aquí los frascos, que apenas usó,
Y que reconstruyen para mí la huella
Sutil que en la casa dejó...

Herméticamente encerrada,
La esencia en sus pomos no se escapará.
Mientras que el espíritu de mi bien amada,
Más imponderable, más tenue quizá,
Voló de sus labios, redoma encantada,
¡Y en dónde estará!




Alquimia


Bien sé que para verte
He menester la alquimia de la muerte
Que me transmute en alma, y delirante
De amor y de ansiedad, a cada instante
Que llega, lo requiero
Diciéndole: "Ah, si fueses tú el postrero!"

Es tan desmesurado, tan divino
Y tan hondo el futuro que adivino
A través de las rutas estelares,
Y de uno en otro de los avatares,
Siempre contigo, noble compañera,
Que por poder morir, ¡ay, qué no diera!




Andrógino


Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste,
Infernal arquetipo, del hondo Erebo,
Con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
Tus senos pectorales, y a mí viniste.

Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
Despertando en las almas el crimen nuevo,
Ya con virilidades de dios mancebo,
Ya con mustios halagos de mujer triste.

Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
Tenías las supremas aristocracias:
Sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;

Porque sabías mucho y amabas poco,
Y eras síntesis rara de un siglo loco
Y floración malsana de un viejo mundo.




Apocalíptica


I

Y vi las sombras de los que fueron,
En sus sepulcros, y así clamaron:
"¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!"

II

"La noche asperja los cielos de oro;
Mas cada estrella del negro manto
Es una gota de nuestro lloro...
¿Verdad que hay muchas? ¡Lloramos tanto...!"

III

"¡Ay, de los seres que se quisieron
Y en mala hora nos engendraron!
¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!"

IV

Huí angustiado, lleno de horrores;
Pero la turba conmigo huía,
Y con sollozos desgarradores
Su ritornello feroz seguía.

V

"¡Ay, de los seres que se quisieron
Y en mala hora nos engendraron!
¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!"

VI

Y he aquí los astros —¡chispas de fraguas
Del viejo Cosmos! —que descendían
Y, al apagarse sobre las aguas,
En hiel y absintio las convertían.

VII

Y a los fantasmas su voz unieron
Los Siete Truenos; estremecieron
El Infinito y así clamaron:
"¡Ay, de los vientres que concibieron!
¡Ay, de los senos que amamantaron!"




Aquel olor


¿En qué cuento te leí?
¿En qué sueño te soñé?
¿En qué planeta te vi
Antes de mirarte aquí?
¡Ah! ¡No lo sé... no lo sé!

Pero brotó nuestro amor
Con un antiguo fervor,
Y hubo, al tendernos la mano,
Cierta emoción anterior,
Venido de lo lejano.
Tenía nuestra amistad
Desde el comienzo un cariz
De otro sitio, de otra edad,
Y una familiaridad
De indefinible matiz...

Explique alguien (si lo osa)
El hecho, y por qué, además,
De tus caricias de diosa
Me queda una misteriosa
Esencia sutil de rosa
Que vienen de un siglo atrás...




Azrael


Azrael, abre tu ala negra y honda,
Cobíjeme su palio sin medida,
Y que a su abrigo bienhechor se esconda
La incurable tristeza de mi vida.


Azrael, ángel bíblico, ángel fuerte,
Ángel de redención, ángel sombrío,
Ya es tiempo que consagres a la muerte
Mi cerebro sin luz: altar vacío.


Azrael, mi esperanza es una enferma;
Ya tramonta mi fe; llegó el ocaso,
Ven, ahora es preciso que yo duerma
¿Morir, dormir, dormir? ¡Soñar acaso!




Bendición a Francia


¡Bendita seas, Francia, porque me diste amor!
En tu París inmenso y cordial, encontré
Para mi cuerpo abrigo, para mi alma fulgor,
Para mis ideales el ambiente mejor
... ¡Y, además, una dulce francesa que adoré!

Por esa mujer noble, tuyo es, Francia querida,
Mi reconocimiento; pues que, merced a ella,
Tuve todos los bienes: ¡el gusto por la vida,
La intimidad celeste, la ternura escondida,
Y la luz de la lámpara y la luz de la estrella!

Yo no sé qué demiurgo la substrajo a mi anhelo
Tras una amputación repentina y cruel,
Y ya tú sola, Francia, puedes darme consuelo:
Con un refugio amigo para llorar mi duelo,
Tu maternal regazo para verter mi hiel,
La sombra de algún árbol en tu florido suelo
... ¡Y acaso, en tus colmenas, una gota de miel!




Bendita


Bendita seas, por que me hiciste
Amar la muerte, que antes temía.
Desde que de mi lado te fuiste,
Amo la muerte cuando estoy triste;
Si estoy alegre, más todavía.

En otro tiempo, su hoz glacial
Me dio terrores; hoy, es amiga.
¡Y la presiento tan maternal!...
Tú realizaste prodigio tal.
¡Dios te bendiga! ¡Dios te bendiga!




Benedicta


No sé adónde llevóse la marea
De la muerte tu ser, pero yo exclamo,
Con el inmenso amor con que te amo:
"¡Dondequiera que esté, bendita sea!"




Bienaventurados


¡Bienaventurados,
Los dignificados
Por la dignidad glacial de la muerte;
Los invulnerables ya para los hados,
Una y misma cosa ya con el Dios fuerte!

¡Bienaventurados!

Bienaventurados los que destruyeron
El muro ilusorio de espacio y guarismos;
Los que a lo absoluto ya por fin volvieron;
Los que ya midieron todos los abismos.

Bienaventurada, dulce muerta mía,
A quien he rezado como letanía
De fe, poesía
Y amor, estas páginas... que nunca leerás.
Por quien he vertido, de noche y de día,
Todas estas lágrimas... que no secarás.




Bonsoir


¡Buenas noches, mi amor, y hasta mañana!
Hasta mañana, sí, cuando amanezca,
Y yo, después de más de cuarenta años
De incoherente soñar, abra y estriegue
Los ojos del espíritu,
Como quien ha dormido mucho, mucho,
Y vaya lentamente despertando,
Y, en una progresiva lucidez,
Ate los cabos del ayer de mi alma
(Antes de que la carne la ligara)
Y de hoy prodigioso
En que habré de encontrarme, en ese plano
En que ya nada es ilusión y todo
Es verdad...

¡Buenas noches, amor mío,
Buenas noches! Yo quedo en las tinieblas
Y tú volaste hacia el amanecer...
¡Hasta mañana, amor, hasta mañana!
Porque, aun en cuando el destino
Acumulara lustro sobre lustro
De mi prisión por vida, son fugaces
Esos lustros; sucédense los días
Como rosarios, cuyas cuentas magnas
Son los domingos...
Son los domingos, en que, con mis flores,
Voy invariablemente al cementerio
Donde yacen tus formas adoradas.
¿Cuántos ramos de flores
He llevado a tu tumba? No lo sé.
¿Cuántos he de llevar? Tal vez ya pocos.
¡Tal vez ya pocos! ¡Oh, qué perspectiva
Deliciosa!

¡Quizá el carcelero
Se acerca con sus llaves resonantes
A abrir mi calabozo para siempre!
¿Es por ventura el eco de sus pasos
El que se oye, a través de la ventana,
Avanzar por los quietos corredores?
¡Buenas noches, amor de mis amores!
Hasta luego, tal vez... o hasta mañana.




Brahma no piensa


Ego sum quo sum.


Brahma no piensa: pensar limita.
Brahma no es bueno ni malo, pues
Las cualidades en su infinita
Substancia huelgan. Brahma es lo que es.


Brahma, en un éxtasis perenne, frío,
Su propia esencia mirando está.
Si duerme, el Cosmos torna al vacío:
Mas si despierta renacerá.




Buscando


Entre el dudoso cortejo
De sombras, peregrinando
Voy una sombra buscando.

En el místico reflejo
De la noche constelada
Quiero hallar una mirada.

Asir anhela mi oído
Una voz que se ha extinguido
Entre los ecos lejanos.

Al pasar por un jardín
Finge el roce de un jazmín
La caricia de sus manos.

¡Oh sombra, mirada, voz,
Manos!; el vórtice atroz
De la eternidad callada
Os sorbió. ¡Triste de mí,
Que no tengo nada, nada;
Que ya todo lo perdí!




Cobardía


Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza!
¡Qué rubios cabellos de trigo garzul!
¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza
De porte! ¡Qué formas bajo el fino tul...!

Pasó con su madre. Volvió la cabeza:
¡Me clavó muy hondo su mirada azul!

Quedé como en éxtasis...
Con febril premura,
"¡Síguela!", gritaron cuerpo y alma al par.

... Pero tuve miedo de amar con locura,
De abrir mis heridas, que suelen sangrar,
¡Y no obstante toda mi sed de ternura,
Cerrando los ojos, la dejé pasar!




Cómo callan los muertos


¡Qué despiadados son
En su callar los muertos!

Con razón
Todo mutismo trágico y glacial,
Todo silencio sin apelación
Se llaman: un silencio sepulcral.




Cómo será


Si en el mundo fue tan bella,
¿Cómo será en esa estrella
Donde está?
¡Cómo será!

Si en esta prisión obscura,
En que más bien se adivina
Que se palpa la hermosura,
Fue tan peregrina,
¡Cuán peregrina será
En el más allá!

Si de tal suerte me quiso
Aquí, cómo me querrá
En el azul paraíso
En donde mora quizá?
¡Cómo me querrá!

Si sus besos eran tales
En vida, ¡cómo serán
Sus besos espirituales!
¡Qué delicias inmortales
No darán!
Sus labios inmateriales,
¡Cómo besarán!

Siempre que medito en esa
Dicha que alcanzar espero,
Clamo, cual Santa Teresa,
Que muero porque no muero:
Hallo la vida muy tarda
Y digo: ¿cómo será
La ventura que me aguarda
Donde ella está?
¡Cómo será!




Cuántos desiertos interiores


¡Cuántos desiertos interiores!
Heme aquí joven, fuerte aún,
Y con mi heredad ya sin flores.
Némesis sopló en mis alcores
Con bocanadas de simún.

De un gran querer, noble y fecundo,
Sólo una trenza me quedó...
¡Y un hueco más grande que el mundo!
Obra fue todo de un segundo.
¿Volveré a amar? ¡Pienso que no!

Sólo una vez se ama en la vida
A una mujer como yo amé;
Y si la lloramos perdida
Queda el alma tan malherida
Que dice a todo: "¡Para qué!"

Su muerte fue mi premoriencia,
Pues que su vida era razón
De ser de toda mi existencia.
Pensarla es ya mi sola ciencia...
¡Resignación! ¡Resignación!




Deidad


Como duerme la chispa en el guijarro
Y la estatua en el barro,
En ti duerme la divinidad.
Tan solo en un dolor constante y fuerte
Al choque, brota de la piedra inerte
El relámpago de la deidad.
No te quejes, por tanto, del destino,
Pues lo que en tu interior hay de divino
Sólo surge merced a él.
Soporta, si es posible, sonriendo,
La vida que el artista va esculpiendo,
El duro choque del cincel.


¿Qué importan para ti las horas malas,
Si cada hora en tus nacientes alas
Pone una pluma bella más?
Ya verás al cóndor en plena altura,
Ya verás concluida la escultura,
Ya verás, alma, ya verás.




Delicta carnis


Carne, carne maldita que me apartas del cielo;
Carne tibia y rosada que me impeles al vicio;
Ya rasgué mis espaldas con cilicio y flagelo
Por vencer tus impulsos, y es en vano, ¡te anhelo
A pesar del flagelo y a pesar del cilicio!

Crucifico mi cuerpo con sagrados enojos,
Y se abraza a mis plantas Afrodita la impura;
Me sumerjo en la nieve, mas la templan sus ojos;
Me revuelco en un tálamo de punzantes abrojos,
Y sus labios lo truecan en deleite y ventura.

Y no encuentro esperanza, ni refugio ni asilo,
Y en mis noches, pobladas de febriles quimeras,
Me persigue la imagen de la Venus de Milo,
Con sus lácteos muñones, con su rostro tranquilo
Y las combas triunfales de sus amplias caderas.

¡Oh Señor Jesucristo, guíame por los rectos
Derroteros del justo; ya no turben con locas
Avideces la calma de mis puros afectos
Ni el caliente alabastro de los senos erectos,
Ni el marfil de los hombros, ni el coral de las bocas!




Después II


Te odio con el odio de la ilusión marchita:
¡Retírate! He bebido tu cáliz, y por eso
Mis labios ya no saben dónde poner su beso;
Mi carne, atormentada de goces, muere ahíta.

Safo, Crisis, Aspasia, Magdalena, Afrodita,
Cuanto he querido fuiste para mi afán avieso.
¿En dónde hallar espasmos, en dónde hallar exceso
Que al punto no me brinde tu perversión maldita?

¡Aléjate! Me invaden vergüenzas dolorosas,
Sonrojos indecibles del mal, rencores francos,
Al ver temblar la fiebre sobre tus senos rosas.

No quiero más que vibre la lira de tus flancos:
Déjame solo y triste llorar por mis gloriosas
Virginidades muertas entre tus muslos blancos.




Después IV


Después de aquella brava agonía,
Ya me resigno..., ¡sereno estoy!
Yo, que con ella nada pedía,
Hoy, ya sin ella, sólo querría
Ser noble y bueno... ¡mientras me voy!

Es un bendito nombre, que adoro,
Ser noble y bueno, y al expirar,
Poder decirme: "¡Nada atesoro:
Di toda mi alma, di todo mi oro,
Di todo aquello que pude dar!"

Desnudo torno como he venido;
Cuanto era mío, mío no es ya:
Como un aroma me he difundido
Como una esencia me he diluido,
Y, pues que nada tengo ni pido,
¡Señor, al menos vuélvemela!




Diálogo. El desaliento


¡Por qué empeñarse en buscar
A quién se quiere esconder!
Si Dios no se deja ver,
Alma, ¿cómo les has de hallar?

Y aún pretendes lograr
Que esa esfinge que se esconde
Y calla, te diga dónde
Recobrarás a tu muerta.

¡Ilusa, llama a otra puerta,
Que en ésta nadie responde!

La esperanza

—Hay que empeñarse en buscar
A quien se quiere esconder.
Si Dios no se deja ver,
Alma, le tienes que hallar
Por fuerza.

Y has de lograr
Que esa esfinge que se esconde
Y calla, te diga dónde
Recobrarás a tu muerta.

¡Si la Fe llama a una puerta,
El Amor siempre responde!




Dilema


O no hay alma, y mi muerta ya no existe
(Conforme el duro y cruel "polvo serás")...
O no puede venir, y está muy triste;
Pero olvidarse de mi amor, ¡jamás!

Si de lo que ella fue sólo viviese
Un átomo consciente, tras la fría
Transmutación de los sepulcros, ¡ese
Átomo de conciencia me amaría!




Dormir


¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
Deseo de dormir!... ¿Sabes?: el sueño
Es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios... Yo lo que tengo,
Amigo, es gran deseo de dormir.

El sueño es en la vida el solo mundo
Nuestro, pues la vigilia nos sumerge
En la ilusión común, en el océano
De la llamada "Realidad". Despiertos
Vemos todos lo mismo:
Vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
Las criaturas efímeras... Dormidos
Cada uno está en su mundo,
En su exclusivo mundo:
Hermético, cerrado a ajenos ojos,
A ajenas almas; cada mente hila
Su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!)

Ni el ser más adorado
Puede entrar con nosotros por la puerta
De nuestro sueño. Ni la esposa misma
Que comparte tu lecho
Y te oye dialogar con los fantasmas
Que surcan por tu espíritu
Mientras duermes, podría,
Aun cuando lo ansiara,
Traspasar los umbrales de ese mundo,
De tu mundo mirífico de sombras.
¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
Con todo su dolor el universo
Que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos.

El castigo mayor es la vigilia:
El insomnio es destierro
Del mejor paraíso...

Nadie, ni el más feliz, restar querría
Horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
Vale lo que un dormir manso y sereno
En los brazos de Aquel que nos sugiere
Santas inspiraciones...
"El día es de los hombres; mas la noche,
De los dioses", decían los antiguos.

No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
Amigo: mucho sabes;
Pero mi sueño sabe más... ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
Deseo de dormir...




Ed: ella ov'e? De subito dissi'io


Dante: Paraíso.

Si tras el negro muro de granito
De la muerte hay un mundo, un más allá,
Al cruzar el dintel del infinito
Mi pregunta primer, mi primer grito,
Ha de ser: "Y ella, y ella, ¿dónde está?"

Y una vez que te encuentre, penetrado
De una inmensa y sublime gratitud
Para quien quiso fuera de ti amado
Y me permite haberte recobrado,
¡A qué pedir más beatitud!




El agua multiforme


"El agua toma siempre la forma de los vasos
Que la contienen", dicen las ciencias que mis pasos
Atisban y pretenden analizarme en vano;
Yo soy la resignada por excelencia, hermano.
¿No ves que a cada instante mi forma se aniquila?
Hoy soy torrente inquieto y ayer fui agua tranquila;
Hoy soy, en vaso esférico, redonda; ayer, apenas,
Me mostraba cilíndrica en las ánforas plenas,
Y así pitagorizo mi ser, hora tras hora;
Hielo, corriente, niebla, vapor que el día dora,
Todo lo soy, y a todo me pliego en cuanto cabe.
¡Los hombres no lo saben, pero Dios si lo sabe!

¿Por qué tú te rebelas? ¿Por qué tú ánimo agitas?
¡Tonto! ¡Si comprendieras las dichas infinitas
De plegarse a los fines del Señor que nos rige!
¿Qué quieres? ¿Por qué sufres? ¿Qué sueñas? ¿Qué te aflige?
¡Imaginaciones que se extinguen en cuanto
Aparecen...! ¡En cambio, yo canto, canto, canto!
Canto, mientras tu penas, la voluntad ignota;
Canto cuando soy chorro, canto cuando soy gota,
Y al ir, Proteo extraño, de mi destino en pos,
Murmuro: —¡Que se cumpla la santa ley de Dios!

¿Por qué tantos anhelos sin rumbo tu alma fragua?
¿Pretendes ser dichoso? Pues bien: sé como el agua;
Sé como el agua, llena de oblación y heroísmo,
Sangre en el cáliz, gracia de Dios en el bautismo;
Sé como el agua, dócil a la ley infinita,
Que reza en las iglesias en donde está bendita,
Y en el estanque arrulla meciendo la piragua.
¿Pretendes ser dichoso? Pues bien: sé como el agua;
Lleva cantando el traje de que el Señor te viste,
Y no estés triste nunca, que es pecado estar triste.
Deja que en ti se cumplan los fines de la vida:
Sé declive, no roca; transfórmate y anida
Donde al Señor le plazca, y al ir del fin en pos,
Murmura: ¡Que se cumpla la santa ley de Dios!

Lograrás, si lo hicieres así, magno tesoro
De bienes: si eres bruma, serás bruma de oro;
Si eres nube, la tarde te dará su arrebol;
Si eres fuente, en tu seno verás temblando al sol;
Tendrán filetes de ámbar tus ondas, si laguna
Eres, y si océano, te plateará la luna.
Si eres torrente, espuma tendrás tornasolada,
Y una crencha de arco-iris en flor, si eres cascada.

Así me dijo el Agua con místico reproche,
Y yo, rendido al santo consejo de la Maga,
Sabiendo que es el Padre quien habla entre la noche,
Clamé con el Apóstol: —Señor, ¿qué quieres que haga?




El agua que corre bajo la tierra


Yo canto al cielo porque mis linfas ignoradas
Hacen que fructifiquen las savias; las llanadas,
Los sotos y las lomas por mí tienen frescura.
Nadie me mira, nadie; más mi corriente obscura
Se regocija luego que viene primavera,
Porque si dentro hay sombras, hay muchos tallos fuera.

Los gérmenes conocen mi beso cuando anidan
Bajo la tierra, y luego que son flores me olvidan.
Lejos de sus raíces las corolas felices
No se acuerdan del agua que regó sus raíces...
¡Qué importa! Yo alabanzas digo a Dios con voz suave.
La flor no sabe nada, ¡pero el Señor sí sabe!

Yo canto a Dios corriendo por mi ignoto sendero,
Dichosa de antemano; porqué seré venero
Ante la vara mágica de Moisés; porque un día
Vendrán las caravanas hacia la linfa mía;
Porque mis aguas dulces, mientras que la sed matan,
El rostro beatífico del sediento retratan
Sobre el fondo del cielo que los cristales yerra;
Porque copiando el cielo lo traslado a la tierra,
Y así el creyente triste, que el él su dicha fragua,
Bebe, al beberme, el cielo que palpita en mi agua,
Y como en ese cielo brillan estrellas bellas,
El hombre que me bebe comulga con estrellas.

Yo alabo al Señor bueno porque, con la infinita
Pedrería que encuentro de fuegos polícromos,
Forjó en las misteriosas grutas la estalactita,
Pórtico del alcázar de ensueño de los gnomos;
Porque en oculto seno de la caverna umbría
Doy de beber al monstruo que tiene miedo al día.
¡Qué importa que mi vida bajo la tierra acabe!
Los hombres no lo saben, pero Dios si lo sabe.

Así me dijo el Agua que discurre por los
Antros, y yo: —¡Agua hermana, bendigamos a Dios!




El agua que corre sobre la tierra


Yo alabo al cielo porque me brindó en sus amores,
Para mi fondo gemas, para mi margen flores;
Porque cuando la roca me muerde y me maltrata
Hay en mi sangre (espuma) filigrana de palta;
Porque cuando al abismo ruedo en un cataclismo,
Adorno de arco-iris triunfales el abismo,
Y el rocío que salta de mis espumas blancas
Riega las florecitas que esmaltan las barrancas;
Porque a través del cauce llevando mi caudal,
Soy un camino que anda, como dijo Pascal;
Porque en mi gran llanura donde la brisa vuela;
Deslízanse los élitros nevados de la vela;
Porque en mi azul espalda que la quilla acuchilla
Mezo, aduermo y soporto la audacia de la quilla,
Mientras que no conturba mis ondas el Dios fuerte,
A fin de que originen catástrofes de muerte,
Y la onda que arrulla sea la onda que hiere...
¡Quién sabe los designios de Dios que así lo quiere!

Yo alabo al cielo porque en mi vida errabunda
Soy Niágara que truena, soy Nilo que fecunda,
Maelstrom de remolino fatal, o golfo amigo;
Porque, mar di la vida, y, diluvio, el castigo.

Docilidad inmensa tengo para mi dueño:
El me dice: "Anda", y ando; "Despéñate", y despeño
Mis aguas en la sima de roca que da espanto;
Y canto cuando corro, y al despeñarme canto,
Y cantando, mi linfa tormentas o iris fragua,
Fiel al Señor...
—¡Loemos a Dios, hermana Agua!




El amor nuevo


Todo amor nuevo que aparece
Nos ilumina la existencia,
Nos la perfuma y enflorece.

En la más densa oscuridad
Toda mujer es refulgencia
Y todo amor es claridad.
Para curar la pertinaz
Pena, en las almas escondida,
Un nuevo amor es eficaz;
Porque se posa en nuestro mal
Sin lastimar nunca la herida,
Como un destello en un cristal.

Como un ensueño en una cuna,
Como se posa en la ruina
La piedad del rayo de la luna.
Como un encanto en un hastío,
Como en la punta de una espina
Una gotita de rocío...
¿Que también sabe hacer sufrir?
¿Que también sabe hacer llorar?
¿Que también sabe hacer morir?
—Es que tú no supiste amar...




El celaje


A dónde fuiste, amor; ¿a dónde fuiste?
Se extinguió en el poniente el manso fuego,
Y tú que me decías: "Hasta luego,
Volveré por la noche". ¡No volviste!


¿En qué zarzas tu pie divino heriste?
¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego?
¿Qué nieve supo congelar tu apego
Y a tu memoria hurtar mi imagen triste?


¡Amor, ya no vendrás! En vano, ansioso,
De mi balcón atalayando vivo
El campo verde y el confín brumoso.


Y me finge un celaje fugitivo
Nave de luz en que, al final reposo,
Va tu dulce fantasma pensativo.




El encuentro


¿Por qué permaneciste siempre sorda a mi grito?
¡Dios sabe cuántas veces, con amor infinito,
Te busqué en las tinieblas, sin poderte encontrar!
Hoy —¡por fin!— te recobro: todo, pues, era
Cierto...

¡Hay un alma! ¡Qué dicha! No es que sueñe despierto...
¡Te recobro! ¡Me miras y te vuelvo a mirar!

—Me recobras, amigo, porque ya eras un muerto:
De fantasma a fantasma nos podemos amar.




El fantasma soy yo


Mi alma es una princesa en su torre metida,
Con cinco ventanitas para mirar la vida.
Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó.
Y tu alma, que desde antes de morirte volaba,
Es un ala magnífica, libre de toda traba...
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!

¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen,
No como son de suyo, sino como aparecen
A los cinco sentidos con que Dios limitó
Mi sensorio grosero, mi percepción menguada.
Tú lo sabes hoy todo...; ¡yo, en cambio, no sé nada!
Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!




El hielo


Para cubrir los peces del fondo, que agonizan
De frío, mis piadosas ondas se cristalizan,
Y yo, la inquietuela, cuyo perenne móvil
Es variar, enmudezco, me aduermo, quedo inmóvil.
¡Ah! Tú no sabes como padezco nostalgia
De sol bajo esa sábana siempre fría.
Tú no sabes la angustia de la ola que inmola
Sus ritmos ondulantes de mujer —su sonrisa—
Al frío, y que se vuelve —mujer de Loth— banquisa:
Ser banquisa es ser como la estatua de la ola.

Tú ignoras esa angustia: mas yo no me rebelo,
Y ansiosa de que todo en mi Dios sea loado,
Desprendo radiaciones al bloque de mi hielo,
Y en vez de azul oleaje soy témpano azulado.

Mis crestas en la noche del polo con fanales,
Reflejo el rosa de las auroras boreales,
La luz convaleciente del sol, y con deleites
De Seraphita, yergo mi cristalina roca
Por donde trepan lentas las morsas y la foca,
Seguidas de lapones hambrientos de su aceite...

¿Ya ves como se acata la voluntad del cielo?
Y yo recé: —¡Loemos a Dios, hermano hielo!




El que más ama


Si no te supe yo comprender,
Si una lágrima te hice verter,
Bien sé que al cabo perdonarás
Con toda tu alma... ¡Qué vas a hacer!
¡El que más ama perdona más!




El resto, ¿qué es?


Tú eras la sola verdad de mi vida,
El resto, ¿qué es?
Humo... palabras, palabras, palabras...
¡Mientras la tumba me hace enmudecer!

Tú eras la mano cordial y segura
Que siempre estreché
Con sentimiento de plena confianza
En tu celeste lealtad de mujer.

Tú eras el pecho donde mi cabeza
Se reposó bien,
Oyendo el firme latir de la entraña
Que noblemente mía sólo fue.

Tú lo eras todo: ley, verdad y vida...
El resto, ¿qué es?




El retorno


"Vivir sin tus caricias es mucho desamparo;
Vivir sin tus palabras es mucha soledad;
Vivir sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro,
Es mucha oscuridad..."

Vuelvo pálida novia, que solías
Mi retorno esperar tan de mañana,
Con la misma canción que preferías
Y la misma ternura de otros días
Y el mismo amor de siempre, a tu ventana.

Y elijo para verte, en delicada
Complicidad con la Naturaleza,
Una tarde como ésta: desmayada
En un lecho de lilas, e impregnada
De cierta aristocrática tristeza.

¡Vuelvo a ti con los dedos enlazados
En actitud de súplica y anhelo
-Como siempre-, y mis labios no cansados
De alabarte, y mis ojos obstinados
En ver los tuyos a través del cielo!

Recíbeme tranquila, sin encono,
Mostrando el deje suave de una hermana;
Murmura un apacible: "Te perdono",
Y déjame dormir con abandono,
En tu noble regazo, hasta mañana...




El torbellino


Espíritu que naufraga
En medio de un torbellino,
Porque manda mi destino
Que lo que no quiero haga;


Frente al empuje brutal
De mi terrible pasión,
Le pregunto a mi razón
Dónde están el bien y el mal;


Quién se equivoca, quién yerra;
La conciencia, que me grita:
¡Resiste!, llena de cuita,
O el titán que me echa en tierra.


Si no es mío el movimiento
Gigante que me ha vencido,
¿Por qué, después de caído,
Me acosa el remordimiento?


La peña que fue de cuajo
Arrancada y que se abisma,
No se pregunta a sí misma
Por qué cayó tan abajo;


Mientras que yo, ¡miserable!,
Si combato, soy vencido,
Y si caigo, ya caído
Aún me encuentro culpable,


¡Y en el fondo de mi mal,
Ni el triste consuelo siento
De que mi derrumbamiento
Fue necesario y fatal!


Así, lleno de ansiedad
Un hermano me decía,
Y yo le oí con piedad,
Pensando en la vanidad
De toda filosofía,
Y clamé, después de oír.


¡Oh mi sabio no saber,
Mi elocuente no argüir,
Mi regalado sufrir,
Mi ganancioso perder!




El vapor


El vapor es el alma del agua, hermano mío,
Así como sonrisa del agua es el rocío,
Y el lago sus miradas y su pensar la fuente;
Sus lágrimas la lluvia; su impaciencia el torrente,
Y los ríos sus brazos; su cuerpo, la llanada
Sin coto de los mares, y las olas, sus senos;
Su frente, las neveras de los montes serenos,
Y sus cabellos de oro líquido, la cascada.

Yo soy alma del agua, y el agua siempre sube:
Las transfiguraciones de esa alma son la nube,
Su Tabor es la tarde real que la empurpura:
Como el agua fue buena, su Dios la transfigura...
Y ya es el albo copo que el azul riela,
Ya la zona de fuego, que parece una estela,
Ya el divino castillo de nácar, ya el plumaje
De un pavo hecho de piedras preciosas, ya el encaje
De un abanico inmenso, ya el cráter que fulgura...
Como el agua fue buena, su Dios la transfigura...

—¡Dios! Dios siempre en tus labios está como en un templo.
Dios, siempre Dios... ¡en cambio, yo nunca le contemplo!
¿Por qué si dios existe no deja ver sus huellas
Por qué taimadamente se esconde a nuestro anhelo,
Por qué no se halla escrito su nombre con estrellas
En medio del esmalte magnífico del cielo?

—Poeta, es que lo buscas con la ensoberbecida
Ciencia, que exige pruebas y cifras al Abismo...
Asómate a las fuentes oscuras de tu vida,
Y allí verás su rostro: tu dios está en ti mismo.
Busca el silencio y ora: tu Dios execra el grito;
Busca la sombra y oye: tu Dios habla en lo arcano;
Depón tu gran penacho de orgullo y de delito...
—Ya está
—¿Qué ves ahora?
—La faz del infinito.
—¿Y eres feliz?
—¡Loemos a Dios, Vapor hermano!




El viaje


Para calmar a veces un poco el soberano,
El invencible anhelo de volverte a mirar,
Me imagino que viajas por un país lejano
De donde es muy difícil, ¡muy difícil!, tornar.

Así mi desconsuelo, tan hondo, se divierte;
Doy largas a mi espera, distraigo mi hosco esplín,
Y, pensando en que tornas, en que ya voy a verte,
Un día, en cualquier parte, me cogerá la muerte
Y me echará en tus brazos, ¡por fin, por fin, por fin!




En el camino


En el camino
Me levantaré e iré a mi padre.
Para Leopoldo Lugones.

I. Resuelve tornar al padre

No temas, Cristo rey, si descarriado
Tras locos ideales he partido:
Ni en mis días de lágrimas te olvido,
Ni en mis horas de dicha te he olvidado.

En la llaga cruel de tu costado
Quiere formar el ánima su nido,
Olvidando los sueños que ha vivido
Y las tristes mentiras que ha soñado.

A la luz del dolor, que ya me muestra
Mi mundo de fantasmas vuelto escombros,
De tu místico monte iré a la falda,

Con un báculo: el tedio, en la siniestra;
Con andrajos de púrpura en los hombros,
Con el haz de quimeras a la espalda.

II. De cómo se congratularán del retorno

Tornaré como el Pródigo doliente
A tu heredad tranquila; ya no puedo
La piara cultivar, y al inclemente
Resplandor de los soles tengo miedo.

Tú saldrás a encontrarme diligente;
De mi mal te hablaré, quedo, muy quedo...
Y dejarás un ósculo en mi frente
Y un anillo de nupcias en mi dedo;

Y congregando del hogar en torno
A los viejos amigos del contorno,
Mientras yantan risueños a tu mesa,

Clamarás con profundo regocijo:
"¡Gozad con mi ventura, porque el hijo
Que perdido llorábamos, regresa!"

III. Pondera lo intenso de la futura vida

¡Oh sí!, yo tornaré; tu amor estruja
Con invencible afán al pensamiento,
Que tiene hambre de paz y de aislamiento
En la mansa quietud de la cartuja.

¡Oh sí!, yo tornaré; ya se dibuja
En el fondo del alma, ya presiento
La plácida silueta del convento
Con su albo domo y su gentil aguja...

Ahí, solo por fin conmigo mismo,
Escuchando en las voces de Isaías
Tu clamor insinuante que me nombra,

¡Cómo voy a anegarme en el mutismo,
Cómo voy a perderme en las crujías,
Cómo voy a fundirme con la sombra!




En Panne


Atiborrado de filosofía,
Por culpa del afán que me devora,
Yo, que ya me sabía
Dos gramos del vivir, nada sé ahora.

De tanto preguntar
El camino a los sabios que pasaban,
Me quedé sin llegar,
Mientras tantos imbéciles llegaban...




En paz


Artifex vitae artifex sui.


Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
Porque nunca me diste ni esperanza fallida,
Ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
Porque veo al final de mi rudo camino
Que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
Que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
Fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
Cuando planté rosales coseché siempre rosas.


Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡Mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
Mas no me prometiste tan solo noches buenas;
Y en cambio tuve algunas santamente serenas
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!




Envío


La canción que me pediste
La compuse y aquí está:
Cántala bajito y triste;
Ella duerme (para siempre);
La canción la arrullará
Cántala bajito y triste;
Cántala.




Escamoteo


Con tu desaparición
Es tal mi estupefacción,
Mi pasmo, que a veces creo
Que ha sido un escamoteo,
Una burla, una ilusión;

Que tal vez sueño despierto,
Que muy pronto te veré,
Y que me dirás: "¡No es cierto,
Vida mía, no me he muerto;
Ya no llores... bésame!"




Eso me basta


Este libro tiene muchos precedentes,
Tantos como gentes
Habrán sollozado
Por un bien amado,
Desaparecido,
Por un gran amor extinguido.

Tal vez muchos otros lloraron mejor
Su dolor que yo mi inmenso dolor,
Quizá (como eran poetas mayores)
Había en sus lágrimas muchos más fulgores...

Yo en mis tristes rimas no pretendo nada:
Para mí es bastante
Con que mi adorada
Para siempre ida,
Detrás de mi hombro las lea anhelante
Y diga: "Este sí que es un buen amante
Que nunca me olvida".




Espacio y tiempo


Esta cárcel, estos hierros
En que el alma está metida.
Santa Teresa.

Espacio y tiempo, barrotes
De la jaula
En que el ánima, princesa
Encantada,
Está hilando, hilando cerca
De las ventanas
De los ojos (las únicas
Aberturas por donde
Suele asomarse, lánguida).

Espacio y tiempo, barrotes
De la jaula;
Ya os romperéis, y acaso
Muy pronto, porque cada
Mes, hora, instante, os mellan,
¡Y el pájaro de oro
Acecha una rendija para tender las alas!

La princesa, ladina,
Finge hilar; pero aguarda
Que se rompa una reja...
En tanto, a las lejanas
Estrellas dice: "Amigas
Tendedme vuestra escala
De la luz sobre el abismo."

Y las estrellas pálidas
Le responden: "¡Espera,
Espera, hermana,
Y prevén tus esfuerzos:
Ya tendemos la escala!"




Esperanza


¿Y por qué no ha de ser verdad el alma?
¿Qué trabajo le cuesta al Dios que hila
El tul fosfóreo de las nebulosas
Y que traza las tenues pinceladas
De luz de los cometas incansables
Dar al espíritu inmortalidad?

¿Es más incomprensible por ventura
Renacer que nacer? ¿Es más absurdo
Seguir viviendo que el haber vivido,
Ser invisible y subsistir, tal como
En redor nuestro laten y subsisten
Innumerables formas, que la ciencia
Sorprende a cada instante
Con sus ojos de lince?

Esperanza, pan nuestro cotidiano;
Esperanza nodriza de los tristes;
Murmúrame esas íntimas palabras
Que en el silencio de la noche fingen,
En lo más escondido de mi mente,
Cuchicheo de blancos serafines...
¿Verdad que he de encontrarme con mi muerta?
Si lo sabes, ¿por qué no me lo dices?




Esquiva


¡No te amaré! Muriera de sonrojos
Antes bien, yo que fui cantar maldito
De blancas hostias y de nimbos rojos;
Yo que sólo he alentado los antojos
De un connubio inmortal con lo infinito.

¡No te amaré! Mi espíritu atesora
El perfume sutil de otras edades
De realeza y de fe consoladora,
Y ese noble perfume se evapora
Al beso de mezquinas liviandades.

Mi mundo no eres tú: fueron los priores
Militantes, caudillos de sus greyes;
El mundo en que, magníficos señores,
Fulminaron los Papas triunfadores
Su anatema fatal contra los reyes.

Fue la etapa viril en que se cruza,
Con Bayardo que esgrime su tizona,
Escot que sus dialécticas aguza:
La edad en que la negra caperuza
Forjaba el silogismo en la Sorbona.

Y no sé de pasión, y me contrista
Vibrar la lira del amor precario.
¡Sólo brotan mis versos de amatista
Al beso de Daniel, el simbolista,
Y al ósculo de Juan, el visionario!




Está bien


Porque contemplo aún albas radiosas
Y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
En que tiembla el lucero de Belén,
Y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
Gracias, ¡está bien!

Porque en las tardes, con sutil desmayo,
Piadosamente besa el sol mi sien,
Y aún la transfigura con su rayo:
Gracias, ¡está bien!

Porque en las noches una voz me nombra
(¡Voz de quien yo me sé!), y hay un edén
Escondido en los pliegues de mi sombra:
Gracias, ¡está bien!

Porque hasta el mal en mí don es del cielo,
Pues que, al minarme va, con rudo celo,
Desmoronando mi prisión también;
Porque se acerca ya mi primer vuelo:
Gracias, ¡está bien!




Este libro


Un rimador obscuro
Que no proyecta sombra,
Un poeta maduro
A quien ya nadie nombra,
Hizo este libro, amada,
Para vaciar en él
Como turbia oleada
De lágrimas y hiel.

Humilde florilegio,
Pobre ramo de rimas,
Su solo privilegio
Es que acaso lo animas
Tú, con tu santo soplo
De amor y de ternura,
Desde el astro en que estás.

¡Un dolor infinito
Labró en él con su escoplo
Tu divina escultura,
Como un recio granito,
Para siempre jamás!




Eternidad


¡La muerte! Allí se agota todo esfuerzo,
Allí sucumbe toda voluntad.

¡La Muerte! ¡Lo que ayer fue nuestro Todo
Hoy sólo es nuestra Nada!... ¡Eternidad!
¡Silencio!... El máximo silencio
Que es posible encontrar.
¡Silencio!... ¡Ultrasilencio,
Y no más! ¡Oh, no más!
¡Ni una voz en la noche
Que nos pueda guiar!

Ana, razón suprema de mi vida,
¿Dónde estás, dónde estás, dónde estás?

Se abisma en el abismo el pensamiento,
Se enlobreguece, ¡al fin!, todo mirar
En esta lobreguez inexorable,
Y desespera, a fuerza de esperar,
La más potente de las esperanzas.
¡Eternidad, eternidad!




Expectación


Siento que algo solemne va a llegar a mi vida.
¿Es acaso la muerte? ¿Por ventura el amor?
Palidece mi rostro, mi alma está conmovida,
Y sacude mis miembros un sagrado temblor.

Siento que algo sublime va a encarnar en mi barro
En el mísero barro de mi pobre existir.
Una chispa celeste brotará del guijarro,
Y la púrpura augusta va el harapo a teñir.

Siento que algo solemne se aproxima, y me hallo
Todo trémulo; mi alma de pavor llena está.
Que se cumpla el destino, que Dios dicte su fallo,
Para oír la palabra que el abismo dirá.




Éxtasis


Cada rosa gentil ayer nacida,
Cada aurora que apunta entre sonrojos,
Dejan mi alma en el éxtasis sumida
Nunca se cansan de mirar mis ojos
El perpetuo milagro de la vida.


Años ha que contemplo las estrellas
En las diáfanas noches españolas
Y las encuentro cada vez más bellas.
Años ha que en el mar conmigo a solas,
Y aún me pasma el prodigio de las olas.


Cada vez hallo la naturaleza
Más sobrenatural, más pura y santa,
Para mí, en rededor, todo es belleza:
Y con la misma plenitud me encanta
La boca de la madre cuando reza
Que la boca del niño cuando canta.


Quiero ser inmortal con sed intensa,
Porque es maravilloso el panorama
Con que nos brinda la creación inmensa;
Porque cada lucero me reclama,
Diciéndome al brillar: "Aquí se piensa,
También aquí se lucha, aquí se ama".




Gótica


Solitario recinto de la abadía;
Tristes patios, arcadas de recias claves,
Desmanteladas celdas, capilla fría
De historiados altares, de sillería
De roble, domo excelso y obscuras naves;

Solitario recinto: ¡cuántas pavesas
De amores que ascendieron hasta el pináculo
Donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Heme aquí con vosotras, las abadesas
De cruces pectorales y de áureo báculo...

Enfermo de la vida, busco la plática
Con Dios, en el misterio de su santuario:
Tengo sed de idealismo... Legión extática,
De monjas demacradas de faz hierática,
Decid: ¿aún vive Cristo tras el sagrario?

Levantaos del polvo, llenad el coro;
Los breviarios aguardan en los sitiales,
Que vibre vuestro salmo limpio y sonoro,
En tanto que el Poniente nimba de oro
Las testas de los santos en los vitrales...

¡Oh claustro silencioso, cuántas pavesas
De amores que ascendieron hasta el pináculo
Donde mora el Cordero, guardan tus huesas...!
Oraré mientras duermen las abadesas
De cruces pectorales y de áureo báculo...




Gratia plena


Todo en ella encantaba, todo en ella atraía
Su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar...
El ingenio de Francia de su boca fluía.
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Ingenua como el agua, diáfana como el día,
Rubia y nevada como Margarita sin par,
El influjo de su alma celeste amanecía...
Era llena de gracia, como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Cierta dulce y amable dignidad la investía
De no sé qué prestigio lejano y singular.
Más que muchas princesas, princesa parecía:
Era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

Yo gocé del privilegio de encontrarla en mi vía
Dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar
Y cadencias arcanas halló mi poesía.
Era llena de gracia como el Avemaría.
¡Quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!

¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;
Pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría,
Y a la Fuente de gracia, de donde procedía,
Se volvió... como gota que se vuelve a la mar!




Hay que


Hay que andar por el camino
Posando apenas los pies;
Hay que ir por este mundo
Como quien no va por él.

La alforja ha de ser ligera,
Firme el báculo ha de ser,
Y más firme la esperanza
Y más firme aún la fe.

A veces la noche es lóbrega;
Mas para el que mira bien
Siempre desgarra una estrella
La ceñuda lobreguez.

Por último, hay que morir
Al deseo y al placer,
Para que al llegar la muerte
A buscarnos, halle que

Ya estamos muertos del todo,
No tenga nada que hacer
Y se limite a llevarnos
De la mano por aquel

Sendero maravilloso
Que habremos de recorrer,
Libertados para siempre
De tiempo y espacio. ¡Amén!




Homenaje


Ha muerto Rubén Darío,
¡El de las piedras preciosas!

Hermano, ¡cuántas noches tu espíritu y el mío,
Unidos para el vuelo, cual dos alas ansiosas,
Sondar quisieron ávidas el Enigma sombrío,
Más allá de los astros y de las nebulosas!

Ha muerto Rubén Darío,
¡El de las piedras preciosas!

¡Cuántos años intensos junto al Sena vivimos,
Engarzando en el oro de un común ideal
Los versos juveniles que, a veces, brotar vimos
Como brotan dos rosas a un tiempo de un rosal!

Hoy tu vida, inquieta cual torrente bravío,
En el Mar de las Causas desembocó; ya posas
Las plantas errabundas en el islote frío
Que pintó Böckin... ¡ya sabes todas las cosas!

Ha muerto Rubén Darío,
¡El de las piedras preciosas!

Mis ondas rezagadas van de las tuyas; pero
Pronto en el insondable y eterno mar del todo
Se saciara mi espíritu de lo que saber quiero:
Del Cómo y del Porqué, de la Esencia y del Modo.

Y tú, como en Lutecia las tardes misteriosas
En que pensamos juntos a la orilla del Río
Lírico, habrás de guiarme... Yo iré donde tu osas,
Para robar entrambos al musical vacío
Y al coro de los orbes sus claves portentosas...

Ha muerto Rubén Darío
¡El de las piedras preciosas!




Huelga de células


Este concurso de células,
Unánimes en su intento
Misterioso de que dure
La intensa vida en mi cuerpo;
Esos miles de millones
De pequeñitos cerebros,
Que, con disciplina
Admirable en el esfuerzo,
Se dividen el trabajo
De mis órganos diversos,
Y mantienen el fenómeno
De mi existir en el tiempo,
Un día, quizá cercano
(Mañana, tal vez hoy mesmo),
Han de declararse en huelga,
Porque en el reloj eterno
Sonó el instante...
¡Qué júbilo
Entonces el del colegio
Aquel, más de cuarenta años
A mi espíritu sujeto!

¡Qué alegría en el cotarro
Innúmero y turbulento!

Cada grupo ha de tirar
Por su lado, con estruendo:

—¡Vuelvo a la rosa!, dirá
Uno; y otro: ¡Al aire vuelvo!
Y otro: ¡Al agua!; y otro: ¡Al barro!
Y otro: ¡Al carbón!; y otro: ¡Al hierro!;
Y otro: ¡Al la cal!; y otro: ¡Al fósforo!;
Y otro: ¡Al la mar!; y otro: ¡Al cielo!

Y mi espíritu entretanto,
Verá feliz, sonriendo,
La disociación bendita
Que restituye al Acervo
Lo prestado...
Mas de pronto,
Movido por el recuerdo
Más hondo, más persuasivo,
Más amante, más inmenso,
Se preguntará a sí mismo:
—Bien, y yo, ¿adónde me vuelvo?
—¡A mis brazos!—gritará
En la eternidad tu acento...

Y cuando los dos, fundidos
En una sola alma estemos,
El océano infinito
Nos absorberá en silencio...




Hugueana


¡Ay de mí! Cuantas veces, arrobado
En la contemplación de una quimera,
Me olvidé de la noble compañera
Que Dios puso a mi lado.

—¡Siempre estás distraído! —me decía;
Y yo, tras mis fantasmas estelares,
Por escrutar lejanos luminares
El íntimo lucero no veía.

Qué insensatos antojos
Los de mirar, como en tus versos, Hugo,
Las estrellas en vez de ver sus ojos,
Desdeñando, en mi triste desatino,
La cordial lucecita que a Dios plugo
Encenderme en la sombra del camino...

Hoy que partió por siempre del amor mío,
No me importan los astros, pues sin ella
Para mí el universo está vacío.
Antes, era remota cada estrella:
Hoy, su alma es la remota, porque en vano
Lo buscan mi mirada y mi deseo.

Ella, que iba conmigo de la mano,
Es hoy lo más lejano:
Los astros están cerca, pues los veo.




Identidad


Tat tuam asi.
(Tú eres esto: es decir, tú eres uno
Y lo mismo que cuanto te rodea;
Tú eres la cosa en sí).


El que sabe que es uno con Dios, logra el Nirvana:
Un Nirvana en que toda tiniebla se ilumina;
Vertiginoso ensanche de la conciencia humana,
Que es sólo proyección de la Idea Divina
En el Tiempo.


El fenómeno, lo exterior, vano fruto
De la ilusión, se extingue: ya no hay pluralidad,
Y el yo, extasiado, abísmase por fin en lo absoluto,
Y tiene como herencia toda la eternidad.




Impaciencia


Soy un viajero que tiene prisa
De partir.
Soy un alma impaciente e insumisa
Que se quiere ir.
Soy un ala que trémula verbero...
¿Cuándo vas, oh Destino, a quitar
De mi pie tu grillete de acero
Y —¡por fin!— a dejarme volar?




Impotencia


Señor, piedad de mí porque no puedo
Consolarme... Lo intento, mas en vano.
Me sometí a tu ley porque eras fuerte:
¡El fuerte de los fuertes!... Pero acaso
Es mi resignación sólo impotencia
De vencer a la Muerte, cuyo ácido
Ósculo corrosivo,
Royendo el corazón que me amó tanto,
Royó también mi voluntad de acero...
¡La Muerte era titánica; yo, átomo!

Señor, no puedo resignarme, no!
¡Si te digo que ya estoy resignado,
Y si murmuro fiat voluntas tua,
Miento, y mentir a Dios es insensato!

¡Ten piedad de mi absurda rebeldía!
¡Que te venza, Señor, mi viril llanto!
¡Que conculque tu ley tu piedad misma!...
Y revive a mi muerta como a Lázaro
O vuélveme fantasma como a ella,
Para entrar por las puertas del Arcano
Y buscar en el mundo de las sombras
El deleite invisible de sus brazos.




Incoherencias


Para José I. Bandera.


Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla?
Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido?
Fui templado, ¿dó está mi recia malla?
¿En qué campo sangriento de batalla
Me dejaron así, triste y vencido?


¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena
Tu fulgor mi conciencia? Tengo miedo
A la duda terrible que envenena,
Y que miras rodar sobre la arena
¡Y, cual hosca vestal, bajas el dedo!


¡Oh, siglo decadente, que te jactas
De poseer la verdad!, tú que haces gala
De que con Dios y con la muerte pactas,
Devuélveme mi fe, yo soy un Chactas
Que acaricia el cadáver de su Atala.


Amaba y me decías: "analiza",
Y murió mi pasión; luchaba fiero
Con Jesús por coraza, triza a triza,
El filo penetrante de tu acero.


¡Tengo sed de saber y no me enseñas;
Tengo sed de avanzar y no me ayudas;
Tengo sed de creer y me despeñas
En el mar de teorías en que sueñas
Hallar las soluciones de tus dudas!


Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo
Batallar sin amor, sin fe serena
Que ilumine mi ruta, y tengo miedo
¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo,
Vestal, ¡que no me maten en la arena!




Indestructible


Bien ves, si me estás mirando,
Que desde que te perdí,
Mi vida se va pasando
Piadosamente pensando
En ti;

Que incólume, sin desgaste,
¡Oh Ideal!, has de vivir
En el alma en que anidaste,
Y que lo que edificaste
Ni Dios lo querrá destruir.




Ingenuas


Homenaje a Espronceda
Leído en la velada que el Ateneo de Madrid le consagró con motivo de su centenario.

Al admirable poeta de "Las Ingenuas", Luis G. Urbina

I

Yo tuve una prima
Como un lirio bella,
Como un mirlo alegre,
Como un alba fresca,
Rubia como una
Mañana abrileña.

Amaba los versos aquella rapaza
Con predilecciones a su edad ajenas.
La música augusta del ritmo cantaba
Dentro de su espíritu como ignota orquesta;
Todo lo que un astro le dice a otro astro,
Todo lo que el cielo le dice a la tierra,
Todo lo que el alma pregunta a la Esfinge,
Todo lo que al alma la Esfinge contesta.

Pobre prima rubia,
Pobre prima buena;
Hace muchos años que duerme ese sueño
Del que ni los pájaros, alegres como ella,
Ni el viento que pasa, ni el agua que corre,
Ni el sol que derrocha vida, la recuerdan.

Yo suelo, en los días
De la primavera,
Llevar a su tumba
Versos y violetas;
Versos y violetas, ¡lo que más amaba!

En torno a su losa riego las primeras,
Luego las estrofas recito que antaño
Su deleite eran:
Las más pensativas, las más misteriosas,
Las más insinuantes, las que son más tiernas;
Las que en sus pestañas, como en blonda de oro,
Ponían las joyas de lágrimas, trémulas,
Con diafanidades de beril hialino
Y oriente de perlas.

Se las digo bajo, bajito, inclinándome
Hacia donde yace, por que las entienda.
Pobre prima rubia, ¡pero no responde!
Pobre prima rubia, ¡pero no despierta!

II

Cierto día, una joven condiscípula,
Con mucho sigilo le prestó en la escuela
Un libro de versos musicales, hondos.
¡Eran los divinos versos de Espronceda!

Se los llevó a casa bajo el chal ocultos,
Y los escondimos, con sutil cautela,
Del padre y la madre, y hasta de su sombra;
De la anciana tía, devota e ingenua,
Que sólo gustaba de jaculatorias
Y sólo entendía los versos de Trueba.

En aquellas tardes embermejecidas
Por conflagraciones de luz, en que bregan
Gigánticamente monstruos imprecisos
Del Apocalipsis o de las leyendas;
De aquellas tardes que fingen catástrofes;
En aquellas tardes en que el iris vuelca
Todos sus colores, en que el sol vacía
Toda su escarcela;
En aquellas tardes del trópico, juntos
Los dos, en discreto rincón de la huerta,
Bajo de la trémula hospitalidad
De nuestras palmeras,
A furto de extraños, vibrantes leíamos
El Canto a Teresa.

¡Qué revelaciones nos hizo ese canto!
Todas las angustias, todas las tristezas,
Todo lo insondable del amor, y todo
Lo desesperante de las infidencias:
Todo el doloroso mundo que gravita
Sobre el alma esclava que amó quimeras,
Del que puso estrellas en la frente amada,
Y al tornar a casa ya no encontró estrellas.

Todo el ansia loca de adorar en vano
Tan sólo a una sombra, tan sólo a una muerta;
Todos los despechos y las ironías
Del que se revuelca
En zarzal de dudas y de escepticismos;
Todos los sarcasmos y las impotencias.

III

Y después, aquellas ágiles canciones
De prosodia alada, de gracia ligera,
Que apenas si tocan el polvo del mundo
Con la orla de oro del brial de seda;
Que, como el albatros, se duermen volando
Que, como el albatros, volando despiertan:

La ideal canción del bravo Pirata
Que iba viento en popa, que iba a toda vela,
Y a quien por los mares nuestros pensamientos,
Como dos gaviotas, seguían de cerca;

Y la del Mendigo, cínico y osado,
Y la del Cosaco del Desierto, bélica,
Bárbara, erizada de ferrados hurras,
Que al oído suenan
Como los tropeles de potros indómitos
Con jinetes rubios, sobre las estepas...

Pasaba don Félix, el de Montemar,
Con una aureola roja en su cabeza,
Satánico, altivo; luego, doña Elvira,
"Que murió de amor", en lirios envuelta.
¡Con cuántos prestigios de la fantasía
Ante nuestros ojos se alejaba tétrica!

Y el Reo de muerte que el fatal instante,
Frente a un crucifijo, silencioso espera;
Y aquella Jarifa, cuya mano pálida
La frente ardorosa del bardo refresca.

Poco de su Diablo Mundo comprendíamos;
Pero adivinábamos, como entre una niebla,
Símbolos enormes y filosofías
Que su Adán desnudo se llevaba a cuestas

IV

¡Oh mi gran poeta de los ojos negros!,
¡Oh mi gran poeta de la gran melena!,
¡Oh mi gran poeta de la frente vasta
Cual limpio horizonte!, ¡oh mi gran poeta!

Te debo las horas más inolvidables;
Y un día leyendo tu Canto a Teresa.,
Muy juntos los ojos, muy juntos los labios,
Te debí también, cual Paolo a Francesca,
Un beso, el más grande que he dado en mi vida;
Un beso, más dulce que miel sobre hojuelas;
¡Un beso florido que envolvió en perfumes
Toda mi existencia!

Un beso que, siento, eternizaría
Del duro Gianciotti la daga violenta,
Para que en la turba de almas infernales,
Como en la terrible página dantesca,
Fuera resonando por los anchos limbos,
Fuera restallando por la noche inmensa,
Y uniendo por siempre mi boca golosa
Con la boca de ella!

V

¡Oh, mi gran poeta de los ojos negros!
¡Quién hubiera dicho que yo te trajera,
Como pobre pago de los inefables
Éxtasis de entonces, esta humilde ofrenda!...
¡Oh, gallardo príncipe de la poesía!
Pero tú recíbela con la gentileza
De un Midas que en oro todo lo transmuta;
En claros diamantes mi abalorio trueca,
Y en los viles cobres de mis estrofillas,
Para acaudalarlos, engasta tus gemas.
Así tu memoria por los siglos dure,
¡Oh, mi gran poeta de la gran melena!,
¡Oh, mi gran poeta de los ojos negros!
¡Oh, mi gran poeta!




Inmortalidad


No, no fue tan efímera la historia
De nuestro amor: entre los folios tersos
Del libro virginal de tu memoria,
Como pétalo azul está la gloria
Doliente, noble y casta de mis versos.

No puedes olvidarme: te condeno
A un recuerdo tenaz. Mi amor ha sido
Lo más alto en tu vida, lo más bueno;
Y sólo entre los légamos y el cieno
Surge el pálido loto del olvido.

Me verás dondequiera: en el incierto
Anochecer, en la alborada rubia,
Y cuando hagas labor en el desierto
Corredor, mientras tiemblan en tu huerto
Los monótonos hilos de la lluvia.

¡Y habrás de recordar! Esa es la herencia
Que te da mi dolor, que nada ensalma.
¡Seré cumbre de luz en tu existencia,
Y un reproche inefable en tu conciencia
Y una estela inmortal dentro de tu alma!




Introito


¡Oh, las rojas iniciales
Que ornáis las salmos triunfales
En breviarios y misales!

¡Oh, casullas que al reflejo
De los cirios, en cortejo
Vais mostrando el oro viejo!

¡Oh, vitrales polícromos
Fileteados de plomos,
Que brilláis bajo los domos!

¡Oh, custodias rutilantes,
Con topacios y diamantes!
¡Oh, copones rebosantes!

¡Oh, Dies irae tenebroso!
¡Oh, Miserere lloroso!
¡Oh, Tedeum glorioso!

Me perseguís cuando duermo,
Merodeáis si despierto...
Tenéis mi espíritu yermo,
Muy enfermo... muy enfermo...
Casi muerto... casi muerto...




Jaculatoria en la nieve


¡Qué milagrosa es la Naturaleza!
Pues, ¿no da luz la nieve? Inmaculada
Y misteriosa, trémula y callada,
Paréceme que mudamente reza
Al caer... ¡Oh nevada!:
Tu ingrávida y glacial eucaristía
Hoy del pecado de vivir me absuelva
Y haga que, como tú, mi alma se vuelva
Fúlgida, blanca, silenciosa y fría.




Jesús


Jesús no vino al mundo de los cielos.
Vino del propio fondo de las almas;
De donde anida el yo: de las regiones
Internas del Espíritu.


¿Por qué buscarle encima de las nubes?
Las nubes no son el trono de los dioses.
¿Por qué buscarle en los candentes astros?
Llamas son como el sol que nos alumbra,
Orbes, de gases inflamados llamas
No más. ¿Por qué buscarle en los planetas?
Globos son como el nuestro, iluminados
Por una estrella en cuyo torno giran.


Jesús vino de donde
Vienen los pensamientos más profundos
Y el más remoto instinto.
No descendió: emergió del océano
Sin fin del subconsciente;
Volvió a él, y ahí está, sereno y puro.
Era y es un eón. El que se adentra
Osado en el abismo
Sin playas de sí mismo,
Con la luz del amor, ese le encuentra.




Kalpa


-¿Queréis que todo esto vuelva a empezar?
-Sí -responden a coro.
Also Sprach Zarathustra.


En todas las eternidades
Que a nuestro mundo precedieron,
¿Cómo negar que ya existieron
Planetas con humanidades?


Y hubo Homeros que describieron
Las primeras heroicidades,
Y hubo Shakespeares que ahondar supieron
Del alma en las profundidades.


Serpiente que muerdes tu cola,
Inflexible círculo, bola
Negra, que giras sin cesar,


Refrán monótono del mismo
Canto, marea del abismo,
¿Sois cuento de nunca acabar?




La bella del bosque durmiente


Tu amada muerta es como una princesa que duerme.

Su alma, en un total olvido de sí misma, flota en la noche.

Mas si tú persistes en quererla,

Un día esta persistencia de tu amor la recordará.

Su espíritu tornará a la conciencia de su ser, y sentirás en lo íntimo de tu cerebro el suave latido de su despertar y el influjo inconfundible de su vieja ternura que vuelve...

Comprenderás entonces, merced a estos signos misteriosos, que una vez más el amor ha vencido a la muerte.




La bruma


La bruma es el ensueño del agua, que se esfuma
En leve gris. ¡Tú ignoras la esencia de la Bruma!
La Bruma es el ensueño del agua, y en su empeño
De inmaterializarse lo vuelve todo ensueño.
A través de su velo mirífico, parece
Como que la materia brutal se desvanece:
La torre es un fantasma de vaguedad que pasma,
Todo, en su blonda envuelto, se convierte en fantasma,
Y el mismo hombre que cruza por su zona quieta
Se convierte en fantasma, es decir, en silueta.
La Bruma es el ensueño del agua, que se esfuma
En leve gris. ¡Tú ignoras la esencia de la Bruma,
De la Bruma que sueña con la aurora lejana!
Y yo dije: —¡Ensalcemos a Dios, oh Bruma hermana!




La canción de la flor de mayo


Flor de mayo como un rayo
De la tarde se moría
Yo te quise, flor de mayo,
Tú lo sabes; ¡pero Dios no lo quería!


Las olas vienen, las olas van,
Cantando vienen, cantando irán.


Flor de mayo ni se viste
Ni se alahaja ni atavía;
¡Flor de Mayo está muy triste!
¡Pobrecita, pobrecita vida mía!


Cada estrella que palpita,
Desde el cielo le habla así:
"Ven conmigo, Florecita,
Brillarás en la extensión igual a mí".


Flor de mayo, con desmayo,
Le responde: "¡Pronto iré!".


Se nos muere flor de mayo,
¡Flor de Mayo, la elegida, se nos fue!


Las olas vienen, las olas van,
Cantando vienen, llorando irán


"¡No me dejes!" yo le grito:
"¡No te vayas, dueño mío,
El espacio es infinito
Y es muy negro y hace frío, mucho frío!"


Sin curarse de mi empeño,
Flor de mayo se alejó,
Y en la noche, como un sueño
Misteriosamente triste se perdió.


Las olas vienen, las olas van,
Cantando vienen, ¡ay, cómo irán!


Al amparo de mi huerto
Una sola flor crecía:
Flor de mayo, y se me ha muerto
Yo la quise, ¡pero Dios no lo quería!




La cita


Llamaron quedo, muy quedo,
A la puerta de tu casa...
Villaespesa

¿Has escuchado?
Tocan la puerta...
—La fiebre te hace
Desvariar.
—Estoy citado
Con una muerta,
Y un día de estos ha de llamar...
Llevarme pronto me ha prometido;
A su promesa no ha de faltar...
Tocan la puerta. Qué, ¿no has oído?
—La fiebre te hace desvariar.




La nieve


Yo soy la movediza perenne; nunca dura
En mi una forma; pronto mi ser se transfigura,
Y ya entre guijas de ónix cantando peregrino,
Ya en témpanos helados detengo mi camino,
Ya vuelo por los aires trocándome en vapores,
Ya soy iris en polvo de todos los colores,
O rocío que asciende, o aguacero que llueve...
Mas Dios también me ha dado la albura de la nieve,
La albura de la nieve enigmática y fría
Que cae de los cielos como una eucaristía,
Que por los puntiagudos techos resbala leda
Y que cuando la pisan cruje como la seda.

Cayendo silenciosa, de blanco al mundo arropo.
Subí, vapor, a lo alto, desciendo al suelo, copo;
Subí gris de los lagos que la quietud estanca,
Y bajo blanca al mundo... ¡Oh qué bello es ser blanca!

¿Por qué soy blanca? En premio al sacrificio mío,
Porque tirito para que nadie tenga frío,
Porque mi lino todos los fríos almacena
¡Y dios me torna blanca por haber sido buena!
¿Verdad que es llevadera la palma del martirio
Así? Yo caigo como los pétalos de un lirio
De lo alto, y no pudiendo cantar mi canción pura
Con murmurios de linfa, la canto con blancura.

La blancura es el himno más hermoso y más santo;
Ser blanca es orar; siendo yo, pues, blanca, oro y canto.
Ser luminosa es otro de los cantos mejores:
¿No ves que las estrellas salmodian con fulgores?
Por eso el rey poeta dijo en himno de amor:
"El firmamento narra la gloria del Señor".

Se tú como la Nieve que inmaculada llueve

Y yo clamé: —¡Alabemos a Dios, hermana Nieve!




La puerta


Por esa puerta huyo, diciendo: "¡Nunca!"
Por esa puerta ha de volver un día
Al cerrar esa puerta, dejo trunca
La hebra de oro de la esperanza mía.
Por esa puerta ha de volver un día.


Cada vez que el impulso de la brisa,
Como una mano débil, indecisa,
Levemente sacude la vidriera
Palpita más aprisa, más aprisa
Mi corazón cobarde que la espera.


Desde mi mesa de trabajo veo
La puerta con que sueñan mis antojos,
Y acecha agazapado mi deseo
En el trémulo fondo de sus ojos.


¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo
He de aguardar con la mirada incierta
A que Dios me devuelva compasivo
A la mujer que huyó por esa puerta?


¿Cuándo habrán de temblar esos cristales
Empujados por sus manos ducales
Y, con su beso ha de llegarme ella
Cual me llega en las noches invernales
El ósculo piadoso de una estrella?


¡Oh, Señor!, ya la pálida esta alerta:
¡Oh, Señor!, ¡cae la tarde ya en mi vía
Y se congela mi esperanza yerta!
¡Oh, Señor!, ¡haz que se abra al fin la puerta
Y entre por ella la adorada mía!
¡Por esa puerta ha de volver un día!




La raza de bronce


I

Señor, deja que diga la gloria de tu raza,
La gloria de los hombres de bronce, cuya maza
Melló de tantos yelmos y escudos la osadía:
¡Oh caballeros tigres!, ¡oh caballeros leones!,
¡Oh! caballeros águilas!, ¡os traigo mis canciones;
¡Oh enorme raza muerta!, te traigo mi elegía.

II

Aquella tarde, en el Poniente augusto,
El crepúsculo audaz era en una pira
Como de algún atrida o de algún justo;
Llamarada de luz o de mentira
Que incendiaba el espacio, y parecía
Que el sol al estrellar sobre la cumbre
Su mole vibradora de centellas,
Se trocaba en mil átomos de lumbre,
Y esos átomos eran las estrellas.

Yo estaba solo en la quietud divina
Del Valle. ¿Solo? ¡No! La estatua fiera
Del héroe Cuauhtémoc, la que culmina
Disparando su dardo a la pradera,
Bajo del palio de pompa vespertina
Era mi hermana y mi custodio era.

Cuando vino la noche misteriosa
—Jardín azul de margaritas de oro—
Y calló todo ser y toda cosa,
Cuatro sombras llegaron a mí en coro;
Cuando vino la noche misteriosa
—Jardín azul de margaritas de oro—.

Llevaban una túnica espledente,
Y eran tan luminosamente bellas
Sus carnes, y tan fúlgida su frente,
Que prolongaban para mí el Poniente
Y eclipsaban la luz de las estrellas.

Eran cuatro fantasmas, todos hechos
De firmeza, y los cuatro eran colosos
Y fingían estatuas, y sus pechos
Radiaban como bronces luminosos.

Y los cuatro entonaron almo coro...
Callaba todo ser y toda cosa;
Y arriba era la noche misteriosa
Jardín azul de margaritas de oro.

III

Ante aquella visión que asusta y pasma,
Yo, como Hamlet, mi doliente hermano,
Tuve valor e interrogué al fantasma;
Mas mi espada temblaba entre mi mano.

—¿Quién sois vosotros, exclamé, que en presto
Giro bajáis al Valle mexicano?
Tuve valor para decirles esto;
Mas mi espada temblaba entre mi mano.

—¿Qué abismo os engendró? ¿De qué funesto
Limbo surgís? ¿Sois seres, humo vano?
Tuve valor para decirles esto;
Mas mi espada temblaba entre mi mano.

—Responded, continué. Miradme enhiesto
Y altivo y burlador ante el arcano.
Tuve valor para decirles esto;
¡Mas mi espada temblaba entre mi mano...!

IV

Y un espectro de aquéllos, con asombros
Vi que vino hacia mí, lento y sin ira,
Y llevaba una piel sobre los hombros
Y en las pálidas manos una lira;
Y me dijo con voces resonantes
Y en una lengua rítmica que entonces
Comprendí: —"¿Que quiénes somos? Los gigantes
De una raza magnífica de bronces.

"Yo me llamé Netzahualcóyotl y era
Rey de Texcoco; tras de lid artera,
Fui despojado de mi reino un día,
Y en las selvas erré como alimaña,
Y el barranco y la cueva y la montaña
Me enseñaron su augusta poesía.

"Torné después a mi sitial de plumas,
Y fui sabio y fui bueno; entre las brumas
Del paganismo adiviné al Dios Santo;
Le erigí una pirámide, y en ella,
Siempre al fulgor de la primera estrella
T al son del Huéhuetl, le elevé mi canto."

V

Y otro espectro acercóse; en su derecha
Levaba una macana, y una fina
Saeta en su carcaje, de ónix hecha;
Coronaban su testa plumas bellas,
Y me dijo: —"Yo soy Ilhuicamina,
Sagitario del éter, y mi flecha
Traspasa el corazón de las estrellas.

"Yo hice grande la raza de los lagos,
Yo llevé la conquista y los estragos
A vastas tierras de la patria andina,
Y al tornar de mis bélicas porfías
Traje pieles de tigre, pedrerías
Y oro en polvo... ¡Yo soy Ilhuicamina!"

VI

Y otro espectro me dijo: —"En nuestros cielos
Las águilas y yo fuimos gemelos:
¡Soy Cuauhtémoc! Luchando sin desmayo
Caí... ¡porque Dios quiso que cayera!
Mas caí como águila altanera:
Viendo al sol, y apedreada por el rayo.

"El español martirizó mi planta
Sin lograr arrancar de mi garganta
Ni un grito, y cuando el rey mi compañero
Temblaba entre las llamas del brasero:
—¿Estoy yo, por ventura, en un deleite?,
Le dije, y continué, sañudo y fiero,
Mirando hervir mis pies en el aceite..."

VII

Y el fantasma postrer llegó a mi lado:
No venía del fondo del pasado
Como los otros; mas del bronce mismo
Era su pecho, y en sus negros ojos
Fulguraba, en vez de ímpetus y arrojos,
La tranquila frialdad del heroísmo.

Y parecióme que aquel hombre era
Sereno como el cielo en primavera
Y glacial como cima que acoraza
La nieve, y que su sino fue, en la Historia,
Tender puentes de bronce entre la gloria
De la raza de ayer y nuestra raza.

Miróme con su límpida mirada,
Y yo le vi sin preguntarle nada.
Todo estaba en su enorme frente escrito:
La hermosa obstinación de los castores,
La paciencia divina de las flores
Y la heroica dureza del granito...

¡Eras tú, mi Señor; tú que soñando
Estás en el panteón de San Fernando
Bajo el dórico abrigo en que reposas;
Eras tú, que en tu sueño peregrino,
Ves marchar a la Patria en su camino
Rimando risas y regando rosas!

Eras tú, y a tus pies cayendo al verte:
—Padre, te murmuré, quiero ser fuerte:
Dame tu fe, tu obstinación extraña;
Quiero ser como tú, firme y sereno;
Quiero ser como tú, paciente y bueno;
Quiero ser como tú, nieve y montaña.
Soy una chispa; ¡enséñame a ser lumbre!
Soy un guijarro; ¡enséñame a ser cumbre!
Soy una linfa: ¡enséñame a ser río!
Soy un harapo: ¡enséñame a ser gala!
Soy una pluma: ¡enséñame a ser ala,
Y que Dios te bendiga, padre mío!.

VIII

Y hablaron tus labios, tus labios benditos,
Y así respondieron a todos mis gritos,
A todas mis ansias: —"No hay nada pequeño,
Ni el mar ni el guijarro, ni el sol ni la rosa,
Con tal de que el sueño, visión misteriosa,
Le preste sus nimbos, ¡y tú eres el sueño!

"Amar, ¡eso es todo!; querer, ¡todo es eso!
Los mundos brotaron el eco de un beso,
Y un beso es el astro, y un beso es el rayo,
Y un beso la tarde, y un beso la aurora,
Y un beso los trinos del ave canora
Que glosa las fiestas divinas de Mayo.

"Yo quise a la Patria por débil y mustia,
La Patria me quiso con toda su angustia,
Y entonces nos dimos los dos un gran beso;
Los besos de amores son siempre fecundos;
Un beso de amores ha creado los mundos;
Amar... ¡eso es todo!; querer... ¡todo es eso!"

Así me dijeron tus labios benditos,
Así respondieron a todos mis gritos,
A todas mis ansias y eternos anhelos.
Después, los fantasmas volaron en coro,
Y arriba los astros —poetas de oro—
Pulsaban la lira de azur de los cielos.

IX

Mas al irte, Señor, hacia el ribazo
Donde moran las sombras, un gran lazo
Dejabas, que te unía con los tuyos,
Un lazo entre la tierra y el arcano,
Y ese lazo era otro indio: Altamirano;
Bronce también, mas bronce con arrullos.

Nos le diste en herencia, y luego, Juárez,
Te arropaste en las noches tutelares
Con tus amigos pálidos; entonces,
Comprendiendo lo eterno de tu ausencia,
Repitieron mi labio y mi conciencia:
—Señor, alma de luz, cuerpo de bronce.
Soy una chispa; ¡enséñame a ser lumbre!
Soy un guijarro; ¡enséñame a ser cumbre!
Soy una linfa: ¡enséñame a ser río!
Soy un harapo: ¡enséñame a ser gala!
Soy una pluma: ¡enséñame a ser ala,
Y que Dios te bendiga, padre mío!.

Tú escuchaste mi grito, sonreíste
Y en la sombra infinita te perdiste
Cantando con los otros almo coro.

Callaba todo ser y toda cosa;
Y arriba era la noche misteriosa
Jardín azul de margaritas de oro...




La santidad de la muerte


La santidad de la muerte
Llenó de paz tu semblante,
Y yo no puedo ya verte
De mi memoria delante,
Sino en el sosiego inerte
Y glacial de aquel instante.

En el ataúd exiguo,
De ceras a la luz fatua,
Tenía tu rostro ambiguo
Quietud augusta de estatua
En un sarcófago antiguo.

Quietud con yo no sé qué
De dulce y meditativo;
Majestad de lo que fue;
Reposo definitivo
De quien ya sabe el porqué.

Placidez, honda, sumisa
A la ley; y en la gentil
Boca breve, una sonrisa
Enigmática, sutil,
Iluminando indecisa
La tez color de marfil.

A pesar de tanta pena
Como desde entonces siento,
Aquella visión me llena
De blando recogimiento
Y unción..., como cuando suena
La esquila de algún convento
En una tarde serena...




La sombra del ala


Tú que piensas que no creo
Cuando argüimos los dos,
No imaginas mi deseo,
Mi sed, mi hambre de Dios;


Ni has escuchado mi grito
Desesperante, que puebla
La entraña de la tiniebla
Invocando al Infinito;
Ni ves a mi pensamiento,
Que empañado en producir
Ideal, suele sufrir
Torturas de alumbramiento.


Si mi espíritu infecundo
Tu fertilidad tuviese,
Forjado ya un cielo hubiese
Para completar su mundo.


Pero di, qué esfuerzo cabe
En un alma sin bandera
Que lleva por dondequiera
Tu torturador quién sabe;


Que vive ayuna de fe
Y, con tenaz heroísmo,
Va pidiendo a cada abismo
Y a cada noche un porqué.


De todas suertes, me escuda
Mi sed de investigación,
Mi ansia de Dios, honda y muda;
Y hay más amor en mi duda
Que en tu tibia afirmación.




Las voces del agua


—Mi gota busca entrañas de roca y las perfora.
—En mi flota el aceite que en los santuarios vela.
—Por mi raya el milagro de la locomotora
La pauta de los rieles. —Yo pinto la acuarela.
—Mi bruma y tus recuerdos son por extraño modo
Gemelos; ¿no ves como lo divinizan todo?
—Yo presto vibraciones de flautas prodigiosas
Al cristal de los vasos. —Soy triaca y enfermera
En las modernas clínicas. —Y yo, sobre las rosas
Turiferario santo del alba en primavera.
—Soy pródiga de fuerza motriz en mi caída.
—Yo escarcho los ramajes. —Yo en tiempos muy remotos
Dí un canto a las sirenas. —Yo, cuando estoy dormida,
Sueño sueños azules, y esos sueños son lotos.
—Poeta, que por gracia del cielo nos conoces,
¿No cantas con nosotras?
—¡Sí canto, hermanas voces!




Le trou noir


Y todos los modernos sobreentienden,
Quienes más, quienes menos,
Esa inmortalidad del otro lado
Del agujero negro.
Flaubert: Correspondence

¡Para el que sufre como yo he sufrido,
Para el cansado corazón ya huérfano,
Para el triste ya inerme ante la vida,
Bendito agujero negro!

¡Para el que pierde lo que yo he perdido
(Luz de su luz y hueso de sus huesos),
Para el que ni recobra ya ni olvida,
Bendito agujero negro!

¡Agujero sin límites, gigante
Y medroso agujero,
Cómo intriga a los tontos y a los sabios
La insondabilidad de tu misterio!

¡Mas si hay alma, he de hallar la suya errante;
Si no, en la misma nada fundiremos
Nuestras áridas bocas, ya sin labios,
En tu regazo, fúnebre agujero!




Lejanía


¡Parece mentira que hayas existido!
Te veo tan lejos...
Tu mirada, tu voz, tu sonrisa,
Me llegan al fondo de un pasado inmenso...

Eras más sutil
Que mi propio ensueño;
Eres el fantasma de un fantasma,
Eres el espectro de un espectro...
Para reconstruir tu imagen remota
He menester ya de un enorme esfuerzo.

¿De veras me quisiste? ¿De veras me besabas?
¿De veras recorrías la casa, hoy en silencio?
¿De veras, en diez años, tu cabecita rubia
Reposó por las noches, confiada en mi pecho?

¡Ay qué perspectivas esas de la muerte!
¡Qué horizontes tan bellos!
¡Cuál os divinizan, oh difuntas jóvenes,
Con sus lejanías llenas de misterio!
¡Qué consagraciones tan definitivas
Las que da el Silencio!...
¡Cuál os vuelve míticas, casi fabulosas!
¡Qué tristes mujeres de carne y de hueso,
Con sus pobres encantos efímeros,
Podrían venceros?

Tenéis un augusto prestigio de estatua,
Y por un fenómeno de rareza lleno,
Mientras más distantes, más imperiosas
Vais agigantándoos en el pensamiento.




Libros


Libros, urnas de ideas;
Libros, arcas de ensueño;
Libros, flor de la vida
Consciente, cofres místicos
Que custodiáis el pensamiento humano;
Nidos trémulos de alas poderosas,
Audaces e invisibles;
Atmósferas del alma;
Intimidad celeste y escondida
De los altos espíritus.

Libros, hojas del árbol de la ciencia;
Libros, espigas de oro
Que fecundara el verbo desde el caos;
Libros en que ya empieza desde el tiempo,
Libros (los del poeta)
Que estáis, como los bosques,
Poblados de gorjeos, de perfumes,
Rumor de frondas y correr de agua;
Que estáis llenos, como las catedrales,
De símbolos, de dioses y de arcanos.

Libros, depositarios de la herencia
Misma del universo;
Antorchas en que arden
Las ideas eternas e inexhaustas;
Cajas sonoras donde custodiados
Están todos los ritmos
Que en la infancia del mundo
Las musas revelaron a los hombres.

Libros, que sois un ala (amor la otra)
De las dos que el anhelo necesita
Para llegar a la Verdad sin mancha.

Libros, ¡ay!, sin los cuales
No podemos vivir: sed siempre, siempre,
Los tácitos amigos de mis días.

Y vosotros, aquellos que me disteis
El consuelo y la luz de los filósofos,
Las excelsas doctrinas
Que son salud y vida y esperanzas,
Servidle de piadosos cabezales
A mi sueño en la noche que se acerca.




¿Llorar? ¿Por qué?


Este es el libro de mi dolor:
Lágrima a lágrima lo formé;
Una vez hecho, te juro, por
Cristo, que nunca más lloraré.
¿Llorar? ¿Por qué?

Serán mis rimas como el rielar
De una luz íntima, que dejaré
En cada verso; pero llorar,
¡Eso ya nunca! ¿Por quién? ¿Por qué?

Serán un plácido florilegio
Un haz de notas que regaré
Y habrá una risa por cada arpegio,
¿Pero una lágrima? ¡Qué sacrilegio!
Eso ya nunca. ¿Por quién? ¿Por qué?




Lo más inmaterial


Me dejaste —como ibas de pasada—
Lo más inmaterial que es tu mirada.

Yo te dejé —como iba tan de prisa—
Lo más inmaterial, que es mi sonrisa.

Pero entre tu mirada y mi risueño
Rostro quedó flotando el mismo sueño.




Los héroes niños de Chapultepec


—Como renuevos cuyos aliños
Un cierzo helado destruye en flor
Así cayeron los héroes niños
Ante las balas del invasor.

—Fugaz como un sueño, el plazo
Fue, de su infancia ideal;
Mas los durmió en su regazo
La Gloria, madre inmortal.

Pronto la patria querida
Sus vidas necesitó,
Y uno tras otro la vida
Sonriendo le entregó.

En la risueña colina
Del Bosque, uno de otro en pos
Cayeron, con la divina
Majestad de un joven dios.

¿Quién, después que de tan pía
Oblación contar oyó,
A la Patria negaría
La sangre que ella le dio?

Niñez que hallaste un calvario
De la vida en el albor:
Que te sirva de sudario
La bandera tricolor.

Y que canten tus hazañas
Cielo y tierra sin cesar,
El cóndor de las montañas
Y las ondas de la mar...




Los muertos


El paraíso existe;
Pero no es un lugar (cual la creencia
Común pretende) tras el hosco y triste
Bregar del mundo; el paraíso existe;
Pero es sólo un estado de conciencia.

Los muertos no se van a parte alguna,
No emprenden al azul remotos viajes,
Ni anidan en los cándidos celajes,
Ni tiemblan en los rayos de la luna...

Son voluntades lúcidas, atentos
Y alados pensamientos
Que flotan en redor, como diluidos
En la sombra; son límpidos intentos
De servirnos en todos los momentos;
Son amores custodios, escondidos.

Son númenes propicios que se escudan
En el arcano, mas que no se mudan
Para nosotros; que obran en las cosas
Por nuestro bien; son fuerzas misteriosas,
Que, si las invocamos, nos ayudan.

¡Feliz quien a su lado
Tiene el alma de un muerto idolatrado
Y en las angustias del camino siente
Sutil, mansa, impalpable, la delicia
De su santa caricia,
Como un soplo de paz sobre la frente!




Lux perpetua


Si ha de ser condición de mi dicha el olvido
De ti, quiero estar triste siempre (como he vivido).
Prefiero la existencia más árida y doliente
Al innoble consuelo de olvidar a mi ausente.

Por lo demás, ¡qué tengo sin ti de cosa propia,
Que me halague o sonría en esta clara inopia,
Ni qué luz en mis noches me quedará si pierdo
También la lamparita cordial de tu recuerdo!




Madrigal


Por tus ojos verdes yo me perdería,
Sirena de aquellas que Ulises, sagaz,
Amaba y temía.
Por tus ojos verdes yo me perdería.

Por tus ojos verdes en lo que, fugaz,
Brillar suele, a veces, la melancolía;
Por tus ojos verdes tan llenos de paz,
Misteriosos como la esperanza mía;
Por tus ojos verdes, conjuro eficaz,
Yo me salvaría.




Más yo que yo mismo


¡Oh, vida mía, vida mía!,
Agonicé con tu agonía
Y con tu muerte me morí.
¡De tal manera te quería,
Que estar sin ti es estar sin mí!

Faro de mi devoción,
Perenne cual mi aflicción
Es tu memoria bendita.
¡Dulce y santa lamparita
Dentro de mi corazón!

Luz que alumbra mi pesar
Desde que tú te partiste
Y hasta el fin lo ha de alumbrar,
Que si me dejaste triste,
Triste me habrás de encontrar.

Y al abatir mi cabeza,
Ya para siempre jamás,
El mal que a minarme empieza,
Pienso que por mi tristeza
Tú me reconocerás.

Merced al noble fulgor
Del recuerdo, mi dolor
Será espejo en que has de verte,
Y así vencerá a la muerte
La claridad del amor.

No habrá ni coche ni abismo
Que enflaquezca mi heroísmo
De buscarte sin cesar.
Si eras más que yo mismo,
¿Cómo no te he de encontrar?

¡Oh, vida mía, vida mía,
Agonicé con tu agonía
Y con tu muerte me morí!
De tal manera te quería,
Que estar sin ti es estar sin mí.


Mater alma


Que tus ojos radien sobre mi destino,
Que tu veste nívea, que la luz orló,
Ampare mis culpas del torvo Dios Trino:
¡Señora, te amo! ¡Ni el grande Agustino
Ni el tierno Bernardo te amaron cual yo!

Que la luna, octante de bruñida plata,
Escabel de plata de tu piel real,
Por mi noche bogue, por mi noche ingrata,
Y en su sombra sea místico fanal.

Que los albos lises de tu vestidura
El erial perfumen de mi senda dura,
Y por ti mi vida brillará tan pura
Cual los lises albos de tu vestidura.

Te daré mis versos: floración tardía;
Mi piedad de niño: floración de abril;
E irán a tu solio, dulce madre mía,
Mis castos amores en blanca theoría,
Con cirio en las manos y toca monjil.




Me besaba mucho


Me besaba mucho; como si temiera
Irse muy temprano... Su cariño era
Inquieto, nervioso.

Yo no comprendía
Tan febril premura. Mi intención grosera
Nunca vio muy lejos...
¡Ella presentía!

Ella presentía que era corto el plazo,
Que la vela herida por el latigazo
Del viento, aguardaba ya... y en su ansiedad
Quería dejarme su alma en cada abrazo,
Poner en sus besos una eternidad.




Metafisiqueos


¡De qué sirve al triste la filosofía!
Kant o Schopenhauer o Nietzche o Bergson...
¡Metafisiqueos!

En tanto, Ana mía,
Te me has muerto, y yo no sé todavía
Dónde ha de buscarte mi pobre razón.
¡Metafisiqueos, pura teoría!
¡Nadie sabe nada de nada: mejor
Que esa pobre ciencia confusa y vacía,
Nos alumbra el alma, como luz del día,
El secreto instinto del eterno amor!

No ha de haber abismo que ese amor no ahonde,
Y he de hallarte. ¿Dónde? ¡No me importa dónde!
¿Cuándo? No me importa... ¡pero te hallaré!
Si pregunto a un sabio, "¡Qué sé yo!", responde.
Si pregunto a mi alma, me dice: "¡Yo sé!"




Mi secreto


¿Mi secreto? ¡Es tan triste! ¿Estoy perdido
De amores por un ser desaparecido,
Por un alma liberta,
Que diez años fue mía, y que se ha ido...
¿ Mi secreto? Te lo diré al oído:
¡Estoy enamorado de una muerta!

¿Comprendes —tú que buscas los visibles
Transportes, las reales, las tangibles
Caricias de la hembra, que se plasma
A todos tus deseos invencibles—
Ese imposible de los imposibles
De adorar a un fantasma?

¡Pues tal mi vida es y tal ha sido
Y será!

Si por mí solo ha latido
Su noble corazón, hoy mundo y yerto,
¿He de mostrarme desagradecido
Y olvidarla, no más porque ha partido,
Y dejarla, no más porque se ha muerto?




Nadie conoce el bien


Había un ángel cerca de mí,
Mas no le vi...
Posó las plantas maravillosas
Entre las zarzas de mi erial, y
Yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.

Cuando, callado, tendió su vuelo
Y quedó al irse torvo mi cielo,
Mi vida huérfana, mi alma vacía,
Comprendí todo lo que perdía.

Alcé los ojos despavorido,
Llamé al ausente con un gemido,
Plegó mis labios convulso gesto...

Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
Con vuelo de ímpetu soberano,
Las lindes negras del mundo arcano,
Y todo vano fue... ¡todo vano!

¡Quién del espacio devuelve un ave!
¡Qué imán atrae a un dios ya ido!
Dice el proloquio que nadie sabe
El bien que tiene... ¡sino perdido!




Nihil novum


¡Cuántos, pues, habrán amado
Como mi alma triste amó...
Y cuántos habrán llorado
Como yo!

¡Cuántos habrán padecido
Lo que padecí,
Y cuántos habrán perdido
Lo que perdí!

Canté con el mismo canto,
Lloro con el mismo llanto
De los demás,
Y esta angustia y este tedio
Ya los tendrán sin remedio
Los que caminan detrás.

Mi libro sólo es, en suma,
Gotícula entre la bruma,
Molécula en el crisol
Del común sufrir, renuevo
Del Gran Dolor: ¡Nada nuevo
Bajo el sol!

Mas tiene cada berilo
Su manera de brillar,
Y cada llanto su estilo
Peculiar.




No lo sé


Crepitan ya las velas en la ría;
Tú, ¿por qué no te embarcas, alma mía?
—Porque Dios no lo quiere todavía.

—Mira: piadosamente las estrellas
Nos envían sus trémulas centellas...
—¡Bien quisiera vestirme toda de ellas!

—Tu amiga, la más tierna, ya se fue.
Los que te aman se van tras ella; ¿qué
Vas a hacer tú tan sola?

—No lo sé.




Obsesión


Hay un fantasma que siempre viste
Luctuosos paños, y con acento
Cruel de Hamlet a Ofelia triste,
Me dice: ¡Mira, vete a un convento!

Y me horroriza prestarle oídos,
Pues al conjuro de su palabra
Pueblan mi mente descoloridos
Y enjutos frailes de faz macabra;

Y dicen salmos penitenciales
Y se flagelan con cadenillas,
Y los repliegues de sus sayales
Semejan antros de pesadillas...

En vano aquella visión resiste
El alma, loca de sufrimiento;
Los frailes rondan, la voz persiste,
Y como Hamlet a Ofelia triste,
Me dice: ¡Mira, vete a un convento!




¡Oh Cristo!


Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor;
Ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia
Sin que yo me angustie y llore;
Ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias,
¡Oh Cristo!

En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser
Para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya
Sino de piedad y amor. Todos son yo, yo soy todos,
¡Oh Cristo!

¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes.
El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas.
¿Rosas de pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia,
Purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros,
¡Oh Cristo!




¡Oh muerte!


Muerte, ¡cómo te he deseado!,
¡Con qué fervores te he invocado!,
¡Con qué anhelares he pedido
A tu boca su beso helado!
¡Pero tú, ingrata, no has oído!

¡Vendrás, quizá, con paso quedo
Cuando de partir tenga miedo,
Cuando la tarde me sonría
Y algún ángel, con rostro ledo,
Serene mi melancolía!

Vendrás, quizá, cuando la vida
Me muestre una veta escondida
Y encienda para mí una estrella.

¡Qué importa! Llega, ¡oh Prometida!
¡Siempre has de ser la bien venida,
Pues que me juntarás con Ella!




Oremus


Para Bernardo Couto Castillo.

Oremos por las nuevas generaciones,
Abrumadas de tedios y decepciones;
Con ellas en la noche nos hundiremos.
Oremos por los seres desventurados,
De moral impotencia contaminados...
¡Oremos!

Oremos por la turba que a cruel prueba
Sometida, se abate sobre la gleba;
Galeote que agita siempre los remos
En el mar de la vida revuelto y hondo,
Danaide que sustenta tonel sin fondo...
¡Oremos!

Oremos por los místicos, por los neuróticos
Nostálgicos de sombra, de templos góticos
Y de cristos llagados, que con supremos
Desconsuelos recorren su ruta fiera,
Levantando sus cruces como bandera.
¡Oremos!

Oremos por los que odian los ideales,
Por los que van cegando los manantiales
De amor y de esperanza de que bebemos,
Y derrocan al Cristo con saña impía,
Y después lloran, viendo l'ara vacía.
¡Oremos!

Oremos por los sabios, por el enjambre
De artistas exquisitos que mueren de hambre.
¡Ay!, el pan del espíritu les debemos,
Aprendimos por ellos a alzar las frentes,
Y helos pobres, escuálidos, tristes, dolientes...
¡Oremos!

Oremos por las células de donde brotan
Ideas-resplandores, y que se agotan
Prodigando su savia: no las burlemos.
¿Qué fuera de nosotros sin su energía?
Oremos por el siglo, por su agonía
Del Suicidio en las negras fauces...
¡Oremos!




Pasas por el abismo de mis tristezas


Pasas por el abismo de mis tristezas
Como un rayo de luna sobre los mares,
Ungiendo lo infinito de mis pesares
Con el nardo y la mina de tus ternezas.

Ya tramonta mi vida; la tuya empiezas;
Mas, salvando del tiempo los valladares,
Como un rayo de luna sobre los mares
Pasas por el abismo de mis tristezas.

No más en la tersura de mis cantares
Dejará el desencanto sus asperezas;
Pues Dios, que dio a los cielos sus luminares,
Quiso que atravesaras por mis tristezas
Como un rayo de luna sobre los mares.




Perlas negras V


¿Ves el sol, apagando su luz pura
En las ondas del piélago ambarino?
Así hundió sus fulgores mi ventura
Para no renacer en mi camino.

Mira la luna: desgarrando el velo
De las tinieblas, a brillar empieza.
Así se levantó sobre mi cielo
El astro funeral de la tristeza.

¿Ves el faro en la peña carcomida
Que el mar inquieto con su espuma alfombra?
Así radia la fe sobre mi vida,
Solitaria, purísima, escondida:
¡Como el rostro de un ángel en la sombra!




Perlas negras VI


Rindióme al fin el batallar continuo
De la vida social; en la contienda,
Envidiaba la dicha del beduino
Que mora en libertad bajo su tienda.

Huí del mundo a mi dolor extraño,
Llevaba el corazón triste y enfermo,
Y busqué, como Pablo el Ermitaño,
La inalterable soledad del yermo. Allí moro, allí canto, de la vista
Del hombre huyendo, para el goce muerto,
Y bien puedo decir, como el Bautista:
¡Soy la voz del que clama en el desierto!




Perlas negras VIII


Al oír tu dulce acento
Me subyuga la emoción,
Y en un mudo arrobamiento
Se arrodilla el pensamiento
Y palpita el corazón
Al oír tu dulce acento.

Canta, virgen, yo lo imploro;
Que tu voz angelical
Semeja el rumor sonoro
De leve lluvia de oro
Sobre campo de cristal.
Canta, virgen, yo lo imploro:
Es de alondra tu garganta,
¡Canta!

¡Qué vagas melancolías
Hay en tu voz! Bien se ve
Que son amargos tus días.
Huyeron las alegrías,
Tu corazón presa fue
De vagas melancolías.

¡Por piedad! ¡No cantes ya,
Que tu voz al alma hiere!
Nuestro amor, ¿en dónde está?
Ya se fue, todo se va
Ya murió, todo se muere
Por piedad, no cantes ya,
Que la pena me avasalla
¡Calla!




Perlas negras XXII


Sol esplendente de primavera,
A cuyo beso, fresca y lozana,
La flor se yergue, la mariposa
Viola el capullo, la yema estalla;
Sol esplendente de primavera:
¡Yo te aborrezco! porque desgarras
Las brumas leves, que me circundan
Como rizado crespón de plata.

A mí me gustan las tardes grises,
Las melancolías, las heladas,
En que las rosas tiemblan de frío,
En que los cierzos gimiendo pasan,
En que las aves, entre las hojas,
El pico esconden bajo del ala.

A mí me gustan esas penumbras
Indefinibles de la enramada,
A cuyo amparo corren las fuentes,
Surgen los gnomos, las hojas charlan...
Sol esplendente de primavera,
Cede tu gloria, declina, pasa:
Deja las brumas que me rodean
Como rizado crespón de plata.

Bellas mujeres de ardientes ojos,
De vivos labios, de tez rosada,
¡Os aborrezco! Vuestros encantos
Ni me seducen ni me arrebatan.

A mí me gustan las niñas tristes,
A mí me gustan las niñas pálidas,
Las de apacibles ojos obscuros
Donde perenne misterio irradia;
Las de miradas que me acarician
Bajo el alero de las pestañas...

Más que las rosas, amo los lirios
Y las gardenias inmaculadas;
Más que claveles de sangre y fuego,
La sensitiva mi vista encanta...

Bellas mujeres de ardientes ojos,
De vivos labios, de tez rosada:
Pasad en ronda vertiginosa;
Vuestros encantos no me arrebatan...

Himnos vibrantes de las victorias,
Notas triunfales, bélicas marchas,
¡Os aborrezco! porque, al oíros,
Trémulas huyen mis musas blancas.

A mí me gustan las notas leves...
Las notas leves... las notas lánguidas,
Las que parecen suspiros hondos...
Suspiros hondos de almas que pasan...

Chopin: delirio por tus nocturnos;
Beethoven: sueño con tus sonatas:
Weber: adoro tu Pensamiento
Schubert: me arroba tu Serenata.

¡Oh! Cuántas veces, bajo el imperio
De vuestra música apasionada,
Ella me dice: ¿Me quieres mucho?
Y yo respondo: ¡Con toda el alma!

Himnos vibrantes de las victorias,
Notas triunfales, bélicas marchas:
¡Chit! porque huyen al escucharos,
Trémulas todas, mis musas blancas...

Sol esplendente de primavera,
Lindas mujeres de faz rosada,
Himnos triunfales... ¡dejadme a solas
Con mis ensueños y mis nostalgias!

Pálidas brumas que me rodean
Como rizado crespón de plata,
Vagas penumbras, niñas enfermas
De ojos obscuros y tez de nácar,
Notas dolientes: ¡venid, que os amo!
¡Venid, que os amo! ¡Tended las alas!




Perlas negras XXIX


Yo amaba lo azul con ardimiento:
Las montañas excelsas, los sutiles
Crespones de zafir del firmamento,
El piélago sin fin, cuyo lamento
Arrulló mis ensueños juveniles.

Callaba mi laúd cuando despliega
Cada estrella purísima su broche,
El universo en la quietud navega,
Y la luna, hoz de plata, surge y siega
El haz de espesas sombras de la noche.

Cantaba, si la aurora descorría
En el Oriente sus rosados velos,
Si el aljófar al campo descendía,
Y el sol, urna de oro que se abría,
Inundaba de luz todos los cielos.

Mas hoy amo la noche, la galana,
De dulce majestad, horas tranquilas
Y solemnes, la nubia soberana,
La de espléndida pompa americana:
¡La noche tropical de tus pupilas!

Hoy esquivo del alba los sonrojos,
Su saeta de oro me maltrata,
Y el corazón, sin pena y sin enojos,
Tan sólo ante lo negro de tus ojos
Como el iris del búho se dilata.

¿Qué encanto hubiera semejante al tuyo,
Oh, noche mía? ¡Tu beldad me asombra!
Yo, que esplendores matutinos huyo,
¡Dejo el alma que agite, cual cocuyo,
Sus alas coruscantes en tu sombra!

Si siempre he de sentir esa mirada
Fija en mi rostro, poderosa y tierna,
¡Adiós, por siempre adiós, rubia alborada!
Doncella de la veste sonrosada:
¡Que reine en mi rededor la noche eterna!

¡Oh, noche! Ven a mí llena de encanto;
Mientras con vuelo misterioso avanzas,
Nada más para ti será mi canto,
Y en los brunos repliegues de tu manto,
Su cáliz abrirán mis esperanzas.




Perlas negras XXXIII


Amiga, mi larario esta vacío:
Desde que el fuego del hogar no arde,
Nuestros dioses huyeron ante el frío;
Hoy preside en sus tronos el hastío
Las nupcias del silencio y de la tarde.

El tiempo destructor no en vano pasa;
Los aleros del patio están en ruinas;
Ya no forman allí su leve casa,
Con paredes convexas de argamasa
Y tapiz del plumón, las golondrinas.

¡Qué silencio el del piano! Su gemido
Ya no vibra en los ámbitos desiertos;
Los nocturnos y scherzos han huido
¡Pobre jaula sin aves! ¡Pobre nido!
¡Misterioso ataúd de trinos muertos!

¡Ah, si vieras tu huerto! Ya no hay rosas,
Ni lirios, ni libélulas de seda,
Ni cocuyos de luz, ni mariposas
Tiemblan las ramas del rosal, medrosas;
El viento sopla, la hojarasca rueda.

Amiga, tu mansión está desierta;
El musgo verdinegro que decora
Los dinteles ruinosos de la puerta,
Parece una inscripción que dice: ¡Muerta!
El cierzo pasa, y suspirando, ¡llora!




Perlas negras XLII


Yo también, cual los héroes medievales
Que viven con la vida de la fama,
Luché por tres divinos ideales:
¡Por mi Dios, por mi patria y por mi dama!

Hoy que Dios ante mí su faz esconde,
Que la patria me niega su ternura
De madre, y que a mi acento no responde
La voz angelical de la hermosura,

Rendido bajo el peso del destino
Esquivando el combate, siempre rudo,
Heme puesto a la vera del camino,
Resuelto a descansar sobre mi escudo.

Quizá mañana, con afán contrario,
Ajustándome el casco y la loriga,
De nuevo iré tras el combate diario,
Exclamando: ¡Quien me ame, que me siga!

Mas hoy dejadme, aunque a la gloria pese,
Dormir en paz sobre mi escudo roto;
Dejad que en mi redor el ruido cese,
Que la brisa noctívaga me bese
Y el olvido me dé su flor de loto.




Pero te amo


Yo no sé nada de la vida,
Yo no sé nada del destino,
Yo no sé nada de la muerte;
¡Pero te amo!

Según la buena lógica, tú eres luz extinguida;
Mi devoción es loca, mi culto, desatino,
Y hay una insensatez infinita en quererte;
¡Pero te amo!




Piedad


¡No porque está callada
Y ya no te responde, la motejes;
No porque yace helada,
Severa, inmóvil, rígida, la huyas;

No porque está tendida
Y no puede seguirte ya, la dejes;

No porque está perdida
Para siempre jamás, la sustituyas!




Pobrecita mía


Bien sé que no puedes,
Pobrecita mía,
Venir a buscarme.
¡Si pudieras, vendrías!

Acaso te causan
Dolor mis fatigas,
Mis ansias de verte,
Mis quejas baldías,
Mi tedio implacable,
Mi horror por la vida.
¡No puedes traerme consuelo!

¡Si pudieras, vendrías!

¿Qué honda, qué honda
Debe ser la sima
Donde caen los muertos,
Pobrecita mía!

¡Qué mares sin playas
Qué noche infinita
Qué pozos danaideos,
Qué fieras estigias
Deben separarnos de los que se mueren
Desgajando en dos
Almas una misma,
Para que no puedas venir a buscarme!

Si pudieras, vendrías...




Poetas místicos


Bardos de frente sombría
Y de perfil desprendido
De alguna vieja medalla;

Los de la gran señoría,
Los de mirar distraído,
Los de la voz que avasalla.

Teólogos graves e intensos,
Vasos de amor desprovistos,
Vasos henchidos de penas;

Los de los ojos inmensos,
Los de las caras de cristos,
Los de las grandes melenas:

Mi musa, la virgen fría
Que vuela en pos del olvido,
Tan sólo embelesos halla

En vuestra gran señoría,
Vuestro mirar distraído
Y vuestra voz que avasalla.

Mi alma que os busca entrevistos
Tras de los leves inciensos,
Bajo las naves serenas,

Ama esas caras de cristos,
Ama esos ojos inmensos
Ama esas grandes melenas.




Por miedo


La dejé marcharse sola...
Y, sin embargo, tenía
Para evitar mi agonía
La piedad de una pistola.
"¿Por qué no morir? —pensé—.
¿Por qué no librarme desta
Tortura? ¿Ya qué me resta
Despúés que ella se me fue?"

Pero el resabio cristiano
Me insinuó con voces graves:
"¡Pobre necio, tú que sabes!"
Y paralizó mi mano.

Tuve miedo... es la verdad;
Miedo, sí, de ya no verla,
Miedo inmenso de perderla
Por toda una eternidad.

Y preferí, no vivir,
Que no es vida la presente,
Sino acabar lentamente,
Lentamente, de morir.




Predestinación


Grabó sobre mi faz descolorida
Su Mane Thecel Phares el Dios fuerte,
Y me agobian dos penas sin medida:
Un disgusto infinito de la vida,
Y un temor infinito de la muerte.

¿Ves cómo tiendo en rededor los ojos?
¡Ay, busco abrigo con esfuerzos vanos...!
¡En medio de mi ruta, sólo abrojos!
¡Al final de mi ruta, sólo arcanos!

¿Qué hacer cuando la vida me repela
Si la pálida muerte me acobarda?
Digo a la vida: ¡sé piadosa, vuela...!
Digo a la muerte: ¡sé piadosa, tarda...!

¡Estaba escrito así! No más te afanes
Por borrar de mi faz el torvo estigma;
Impelenme furiosos huracanes,
Y voy, entre los brazos de Abrimanes,
A las fauces hambrientas del Enigma.




Puella mea


Muchachita mía,
Gloria y ufanía
De mi atardecer,
Yo sólo tenía
La santa alegría
De mi poesía
Y de tu querer.

¿Por qué te partiste?
¿Por qué te me fuiste?
Mira que estoy triste,
Triste, triste, triste,
Con tristeza tal
Que mi cara mustia
Deja ver mi angustia
Como si fuera de cristal.

Muchachita mía,
¡Qué sola, qué fría
Te fuiste aquel día!
¿En qué estrella estás?
¿En qué espacio vuelas?
¿En qué mar rielas?
¿Cuándo volverás?
—¡Nunca, nunca más.




Qué bien están los muertos


¡Qué bien están los muertos,
Ya sin calor ni frío,
Ya sin tedio ni hastío!

Por la tierra cubiertos,
En su caja extendidos,
Blandamente dormidos...

¡Qué bien están los muertos
Con las manos cruzadas,
Con las bocas cerradas!

¡Con los ojos abiertos,
Para ver el arcano
Que yo persigo en vano!

¡Qué bien estás, mi amor,
Ya por siempre exceptuada
De la vejez odiada,

Del verdugo dolor...
Inmortalmente joven,
Dejando que te troven

Su trova cotidiana
Los pájaros poetas
Que moran en las quietas

Tumbas, y en la mañana,
Donde la Muerte anida,
Saludan a la vida!




Qué importa


¡Qué importa que no sepas cómo te sigo amando
Más allá del sepulcro, si lo sé yo con creces!
¡Qué importa que no escuches cómo estoy sollozando
Si escucho mi sollozo yo, que soy tú dos veces!




Qué más me da


¡Con ella, todo; sin ella, nada!
Para qué viajes,
Cielos, paisajes,
¡Qué importan soles en la jornada!
Qué más me da
La ciudad loca, la mar rizada,
El valle plácido, la cima helada,
¡Si ya conmigo mi amor no está!
Que más me da...

Venecias, Romas, Vienas, Parises:
Bellos sin duda; pero copiados
En sus celestes pupilas grises,
¡En sus divinos ojos rasgados!
Venecias, Romas, Vienas, Parises,
Qué más me da
Vuestra balumba febril y vana,
Si de mi brazo no va mi Ana,
¡Si ya conmigo mi amor no está!
Qué más me da...

Un rinconcito que en cualquier parte me
Preste abrigo;
Un apartado refugio amigo
Donde pensar;
Un libro austero que me conforte;
Una esperanza que sea norte
De mi penar,
Y un apacible morir sereno,
Mientras más pronto más dulce y bueno:
¡Qué mejor cosa puedo anhelar!




Quedamente


Me la trajo quedo, muy quedo, el Destino,
Y un día, en silencio me la arrebató;
Llegó sonriendo; se fue sonriente;
Quedamente vino;
Vivió quedamente;
¡Queda... quedamente desapareció!




Quién sabe por qué


Perdí tu presencia,
Pero la hallaré;
Pues oculta ciencia
Dice a mi conciencia
Que en otra existencia
Te recobraré.

Tú fuiste en mi senda
La única prenda
Que nunca busqué;
Llegaste a mi tienda
Con tu noble ofrenda,
¡Quién sabe por qué!

¡Ay!, por cuánta y cuánta
Quimera he anhelado
Que jamás logré...
Y en cambio, a ti, santa,
Dulce bien amado,
Te encontré a mi lado,
¡Quién sabe por qué!

Viniste, me amaste;
Diez años me amaste;
Diez años llenaste
Mi vida de fe,
De luz y de aroma;
En mi alma arrullaste
Como una paloma,
¡Quién sabe por qué!

Y un día te fuiste:
¡Ay triste!, ¡ay triste!;
Pero te hallaré;
Pues oculta ciencia
Dice a mi conciencia
Que en otra existencia
Te recobraré.




Regnum tuum


Fuera, sonrisas y saludos,
Vals, esnobismo de los clubs,
Mundanidad oropelesca.
Pero al volver a casa, tú.

En el balcón, en la penumbra,
Vueltos a los ojos al azul,
Te voy buscando en cada estrella
Del misterioso cielo augur.
¿Desde qué mundo me contemplas?
¿De qué callada excelsitud
Baja tu espíritu a besarme?
¿Cuál el astro cuya luz
Viene a traerme tus miradas?

¡Oh qué divina es la virtud
Con que la noche penetra
Bajo su maternal capuz!

Hasta mañana, salas frívolas,
Trajín, ruidos, inquietud,
Mundanidad oropelesca,
Poligononales fracs, abur.
Y tú, mi muerta, ¡buenas noches!
¿Cómo te va? ¿Me amas aún?
Vuelvo al encanto misterioso,
A la inefable beatitud
De tus lejanos besos místicos.
¡Aquí no reinas más que tú!




Renunciación


¡Oh, Siddharta Gautama!, tú tenías razón:
Las angustias nos vienen del deseo; el edén
Consiste en no anhelar, en la renunciación
Completa, irrevocable, de toda posesión;
Quien no desea nada, dondequiera está bien.

El deseo es un vaso de infinita amargura,
Un pulpo de tentáculos insaciables, que al par
Que se cortan, renacen para nuestra tortura.
El deseo es el padre del esplín, de la hartura,
¡Y hay en él más perfidias que en las olas del mar!

Quien bebe como el Cínico el agua con la mano,
Quien de volver la espalda al dinero es capaz,
Quien ama sobre todas las cosas al Arcano,
¡Ése es el victorioso, el fuerte, el soberano...
Y no hay paz comparable con su perenne paz!




Reparación


¡En esta vida no la supe amar!
Dame otra vida para reparar,
¡Oh Dios!, mis omisiones,
Para amarla con tantos corazones
Como tuve en mis cuerpos anteriores;
Para colmar de flores,
De risas y de gloria sus instantes;
Para cuajar su pecho de diamantes
Y en la red de sus labios dejar presos
Los enjambres de besos
Que no le di en las horas ya perdidas...

Si es cierto que vivimos muchas vidas
(Conforme a la creencia
Teosófica), Señor, otra existencia
De limosna te pido
Para quererla más que la he querido,
Para que en ella nuestras almas sean
Tan una, que las gentes que nos vean
En éxtasis perenne ir hacia Dios
Digan: "¡Como se quieren esos dos!"

A la vez que nosotros murmuramos
Con un instinto lúcido y profundo
(Mientras que nos besamos
Como locos): "¡Quizá ya nos amamos
Con este mismo amor en otro mundo!"




Réquiem


Oh Señor, Dios de los ejércitos,
Eterno Padre, eterno Rey,
Por este mundo que creaste
Con la virtud de tu poder;
Porque dijiste: la luz sea,
Y a tu palabra la luz fue;
Porque coexistes con el Verbo,
Porque contigo el Verbo es
Desde los siglos de los siglos
Y sin mañana y sin ayer,
¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
El lux perpetua luceat eis!

Oh Jesucristo, por el frío
De tu pesebre de Belén,
Por tus angustias en el huerto,
Por el vinagre y por la hiel,
Por las espinas y las varas
Con que tus carnes desgarré,
Y por la cruz en que borraste
Todas las culpas de Israel;
Hijo del hombre, desolado,
Trágico Dios, tremendo juez:
¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
El lux perpetua luceat eis!

Divino Espíritu, Paráclito,
Aspiración del gran Iavéh,
Que unes al Padre con el Hijo,
Y siendo El Uno sois los Tres;
Por la paloma de alas níveas,
Por la inviolada doncellez
De aquella Virgen que en su vientre
Llevó al Mesías Emmanuel;
Por las ardientes lenguas rojas
Con que inspiraste ciencia y fe
A los discípulos amados
De Jesucristo, nuestro bien:
¡Requiem aeternam dona eis, Domine,
El lux perpetua luceat eis!




Restitución


¿Encontrará la ciencia las almas de los muertos
Un día, y a la angustia y el llanto que los van
Buscando, del Enigma por los limbos inciertos,
Responderá la boca del abismo: "Aquí están"?

¿Descubriremos ondas etéreas que transmitan
A los desaparecidos la voz de nuestro amor,
Y habrá para lo que ellos decirnos necesitan
Algún maravilloso y oculto receptor?

¡Oh milagro, tu sola perspectiva nos pasma!
Pero, ¿qué hay imposible para la voluntad
Del hombre, que a su antojo tenaz todo lo plasma?
¡Ante el imperativo del genio, mi fantasma
Tendrás que devolverme por fuerza, Eternidad!




Ródeuse


Si te toman pensativa los desastres de las hojas
Que revuelan crepitando por el amplio bulevar;
Si los cierzos te insinúan no sé qué vagas congojas
Y nostalgias imprecisas y deseos de llorar;

Si el latido luminoso de los astros te da frío;
Si incurablemente triste ves al Sena resbalar,
Y el reflejo de los focos escarlatas sobre el río
Se te antoja que es la estela de algún trágico navío
Donde llevan los ahogados de la Morgue a sepultar;

¡Pobrecita! Ven conmigo: deja ya las puentes yermas.
Hay un alma en estas noches a las tísicas hostil,
Y un vampiro disfrazado de galón que busca enfermas,
Que corteja a las que tosen y que, a poco que te duermas,
Chupará con trompa inmunda tus pezones de marfil.




Ruptura tardía


Ya no más en las noches, en las noches glaciales
Que agitaban los rizos de azabache en tu nuca,
Soñaremos unidos en los viejos sitiales;

Ya no más en las tardes frías, quietas y grises,
Pediremos mercedes a la Virgen caduca,
La de manto de plata salpicado de lises.

¡Ay!, es fuerza que ocultes ese rostro marmóreo:
Vida y luz, en un claustro de penumbras austeras
Donde pesa en las almas todo el hielo hiperbóreo.

Nos amábamos mucho; mas tu amor me perdía;
¡Nos queríamos tanto...! Mas así me perdieras,
Y rompimos el lazo que al placer nos unía.

¡Es preciso! Muramos a las dichas humanas;
¡Seguiré mi camino, muy penoso y muy tardo,
Sin besar tus pupilas, tus pupilas arcanas!

Plegue a Dios cuando menos que algún día, señora,
Muerto ya, te visite, como Pedro Abelardo
Visitó, ya cadáver, a Eloísa la Priora.




Seis meses


¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido
Un beso, una palabra, un hálito, un sonido...
Y, a pesar de mi fe, cada día evidencio
Que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...

Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos,
Qué vórtices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos
Burlaran mi deseo febril y omnipotente
De venir por las noches a besarte en la frente,
De bajar, con la luz de un astro zahorí,
A decirte al oído: "¡No te olvides de mí!"

Y tú, que me querías tal vez más que te amé,
Callas inexorable, de suerte que no sé
Sino dudar de todo, del alma, del destino,
¡Y ponerme a llorar en medio del camino!
Pues con desolación infinita evidencio
Que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...




Señuelo


La muerte nada quiere con los tristes.
Subrepticia y astuta,
Aguarda a que riamos
Para abrirnos la tumba
Y, con su dedo trágico, de pronto
Señalarnos la húmeda
Oquedad, y empujarnos brutalmente
Hacia su infecta hondura.

Mas yo tengo tal gana de que venga,
Que voy a ser feliz para que acuda,
Para que sea mi reír señuelo,
Y ella caiga en la trampa de venturas
Ruidosas, que en el fondo son tristezas...

¿La engañaré? ¡Quizá, si tú me ayudas
Desde la eternidad, oh inmarcesible
Amada, oh novia única,
Cuyos besos de sombra
He de reconquistar, pese a la Enjuta
Que te mató a mansalva hace once meses,
Dejando a un infeliz por siempre a obscuras!




Si tú me dices ven


Si tú me dices ven, lo dejo todo
No volveré siquiera la mirada
Para mirar a la mujer amada
Pero dímelo fuerte, de tal modo
Que tu voz como toque de llamada,
Vibre hasta el más íntimo recodo del ser,
Levante el alma de su lodo
Y hiera el corazón como una espada.

Si tú me dices ven, todo lo dejo
Llegaré a tu santuario casi viejo,
Y al fulgor de la luz crepuscular,
Mas he de compensarte mi retardo,
Difundiéndome, ¡oh Cristo!, como un nardo
De perfume sutil, ante tu altar.




Si una espina me hiere


Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
¡Pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
Envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
Esquívase en silencio mi planta, y se encamina hacia más puro
Ambiente de amor y caridad.

¿Rencores? ¡De qué sirven! ¿Qué logran los rencores?
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
Y no prodiga savias en pinchos punzadores:
Si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
Se llevará las rosas de más sutil esencia;
Y, si notare en ellas algún rojo vivaz,
Será el de aquella sangre que su malevolencia
De ayer vertió, al herirme con encono y violencia,
Y que el rosal devuelve, trocado en flor de paz.




Sin rumbo


Por diez años su diáfana existencia fue mía.
Diez años en mi mano su mano se apoyó,
¡Y en sólo unos instantes se me puso tan fría,
Que por siempre mis besos congeló!

¡A dónde iréis ahora, pobre nidada loca
De mis huérfanos besos, si sus labios están
Cerrados, si hay un sello glacial sobre su boca,
Si su frente divina se heló bajo su toca,
Si sus ojos ya nunca se abrirán!




Sólo tú


Cuando lloro con todos los que lloran,
Cuando ayudo a los tristes con su cruz,
Cuando parto mi pan con los que imploran,
Eres tú quien me inspira, sólo tú,

Cuando marcho sin brújula ni tino,
Perdiendo de mis alas el albor
En tantos barrizales del camino,
Soy yo el culpable, solamente yo.

Cuando miro al que sufre como hermano;
Cuando elevo mi espíritu al azul;
Cuando me acuerdo de que soy cristiano,
Eres tú quien me inspira, sólo tú.

Pobres a quienes haya socorrido,
Almas obscuras a las que di luz:
¡No me lo agradezcáis, que yo no he sido!
Fuiste tú, muerta mía, fuiste tú...




Soneto


¡Qué son diez años para la vida de una estrella!
Mas para el triste amante que encontró la mitad
De su alma en el camino, y se enamoró della,
Diez años de connubio son una eternidad.

Diez años, cuatro meses y siete días quiso
El Arcano, que encauza las vidas paralelas,
Juntarnos no en meloso y estulto paraíso,
Sino en la comunión de las almas gemelas.

Conducidos marchamos
Por un amor experto;
Del brazo siempre fuimos,

Y tal nos adoramos,
Que... ¡no sé quién ha muerto,
O si los dos morimos!




Sosiego


Más allá de la impaciencia
De los mares enojados la tranquila
Indiferencia de los limbos irisados
Y la plácida existencia
De los monstruos no soñados...

Más allá de la violencia
De ciclones y tornados,
La inmutable transparencia
De los cielos estrellados...

Más allá del río insano
De la vida, del bullir
Pasional, el Océano
Pacífico del morir,
Con su gris onda severa,
Con su inmensa espalda inerte
Que no azota volandera
Brisa alguna...

¡Y mi galera
De ébano y plata, se advierte
Sola, en el mar sin ribera
De la Muerte!




Su trenza


Bien venga, cuando viniere,
La Muerte: su helada mano
Bendeciré si hiere...
He de morir como muere
Un caballero cristiano.

Humilde, sin murmurar,
¡Oh Muerte!, me he de inclinar
Cuando tu golpe me venza;
¡Pero déjame besar,
Mientras expiro, su trenza!

¡La trenza que le corté
Y que piadoso guardé
(Impregnada todavía
Del sudor de su agonía)
La tarde en que se me fue!

Su noble trenza de oro:
Amuleto ante quien oro,
Ídolo de locas preces,
Empapado por mi lloro
Tantas veces... tantas veces...

Deja que, muriendo, pueda
Acariciar esa seda
En que vive aún su olor:
¡Es todo lo que me queda
De aquel infinito amor!

Cristo me ha de perdonar
Mi locura, al recordar
Otra trenza, en nardo llena,
Con que se dejó enjugar
Los pies por la Magdalena...




Tal vez


Tal vez ya no le importa mi gemido
En el indiferente edén callado
En que el espíritu desencarnado
Vive como dormido...
Tal vez ni sabe ya cómo he llorado
Ni cómo he padecido.

En profundo quietismo,
Su alma, que antes me amara de tal modo,
Se desliza glacial por ese abismo
Del eterno mutismo,
Olvidada de sí, de mí, de todo...




Tanatofilia


¡Oh muerte, en otros días, que recordar no puedo
Sin emoción profunda, te tenía yo miedo!
En medio de la noche, incapaz de dormir,
Clamaba congojado: "Yo tengo que morir...
¡Yo tengo que morir irremisiblemente!"
Y sudores glaciales empapaban mi frente.

¿A quién tender la mano ni de quién esperar?
Estaba solo, solo de la vida en el mar...
Tenía un formidable aislador: la pobreza,
Y ningún seno de hembra brindaba a mi cabeza
Febril una almohada.
Estaba solo, solo; ¿de quién esperar nada?

Mas pasaron los años, y un día, una chiquilla
Bondadosa me quiso. ¡Era noble, sencilla;
La fortuna la había tratado con rigor:
Nos unimos... y, juntos, nos hallamos mejor!

Entonces, si la muerte volvía , con su quedo
Andar, yo le tenía ya mucho menos miedo.
Buscaba, despertando, la diestra tan leal
De mi amiga, y con ímpetu resuelto, fraternal,
La estrechaba, pensando: "¡Con ella nada temo!
Con tal de marchar juntos, ¿qué importan tu supremo
Horror y tus supremos abismos, oh, callada
Eternidad? Con ella no temo nada, nada.

¿El infierno? —¡El infierno será donde ella falte!
¿Y el cielo? —Pues donde ella se encuentre... Que me exalte
O me deprima tanto como quiera mi estrella:
¿Qué importa, si desciendo y asciendo yo con ella?
¿Que más me dan las hondas negruras del Arcano,
Si voy por los abismos cogido de su mano?"

¡Pero tanta ventura enojó no sé a quién
En las tinieblas, y una hoz me segó mi bien!
Una garra de sombra solapando su dolo,
Me la mató... ¡y entonces me volví a quedar solo!
Solo, pero con una soledad más terrible
Que antes.

Sollozando, buscaba a la Invisible
Y pedía piedad a lo desconocido;
Abriendo bien los ojos y aguzando el oído,
En un mutismo trágico, pretendía escuchar
Siquiera una palabra que me hiciese esperar...

Mas no plugo a la Esfinge responder a mi grito,
Y ante el inexorable callar del Infinito
(Tal vez indiferente, tal vez hosco y fatal)
Escondí en lo más hondo del corazón mi mal,
Y apático y ayuno de deseo y de amor,
Entré resueltamente dentro de mi Dolor
Como dentro de una gran torre silenciosa...

Mis pobres rimas fieles me decían: "Reposa,
Y luego, con nosotras, canta el mal que sufriste;
Ven, duerme en nuestro dulce regazo, no estés triste.
¡Aún hay muchas cosas que cantar... cobra fe!"

Y yo les respondía: "¡Para qué! ¡Para qué!..."
Mas ellas insistían; en mi redor volaban,
Y como eran las únicas que no me abandonaban,
Acabé por oírlas...

Un libro, gota a gota,
Se rezumó, con lágrimas y sangre, de la rota
Entraña; un haz de rimas brotó para el Lucero
Inaccesible, un libro de tal suerte sincero,
Tan íntimo, tan hondo, que si desde su fría
Quietud ella lo viese... me lo agradecería.

Después de haber escrito, quede más resignado,
Como si en su fiel ánfora hubiese yo vaciado
Todo lo crespo y turbio de mi dolor presente,
Dejando en la alma sólo la linfa transparente,
El caudal cristalino, diáfano, de mi pena,
Profundo cual la noche, cual la noche serena.

Y aquel fantasma negro, que miraba temblando
Yo antes, blandamente se fue transfigurando...
En la pálida faz del espectro, indecisa
Como un albor naciente, brotaba una sonrisa;
Brotaba una sonrisa tan cordial, de tal suerte
Hospitalaria, que me pareció la Muerte
Más madre que las madres; su boca, ayer horrible,
Más que todas las bocas de hembra apetecible;
Sus brazos, más seguros que todos los regazos...
¡Y acabé por echarme, como un niño, en sus brazos!

Hoy, ella es la divina barquera en quien me fío;
Con ella, nada temo; con ella, nada ansío.
En su gran barca de ébano, llena de majestad,
Me embarcaré tranquilo para la Eternidad.




Tanto amor


Hay tanto amor en mi alma que no queda
Ni el rincón más estrecho para el odio.
¿Dónde quieres que ponga los rencores
Que tus vilezas engendrar podrían?

Impasible no soy: todo lo siento,
Lo sufro todo... Pero como el niño
A quien hacen llorar, en cuanto mira
Un juguete delante de sus ojos
Se consuela, sonríe,
Y las ávidas manos
Tiende hacia él sin recordar la pena,
Así yo, ante el divino panorama
De mi idea, ante lo inenarrable
De mi amor infinito,
No siento ni el maligno alfilerazo
Ni la cruel afilada
Ironía, ni escucho la sarcástica
Risa. Todo lo olvido,
Porque soy sólo corazón, soy ojos
No más, para asomarme a la ventana
Y ver pasar el inefable Ensueño,
Vestido de violeta,
Y con toda la luz de la mañana,
De sus ojos divinos en la quieta
Limpidez de la fontana...




Todo inútil


Inútil es tu gemido:
No la mueve tu dolor.
La muerte cerró su oído
A todo vano rumor.

En balde tu boca loca,
La suya quiere buscar:
Dios ha sellado su boca:
¡Ya no te puede besar!

Nunca volverás a ver
Sus amorosas pupilas
En tus veladas arder
Como lámparas tranquilas.

Ya sus miradas tan bellas
En ti no se posarán:
Dios puso la noche en ellas
Y llenas de noche están...

Las manos inmaculadas
Le cruzaste en su ataúd,
Y estarán siempre cruzadas:
¡Ya es eterna su actitud!

Al noble corazón tierno
Que sólo por ti latió,
Como a pájaro en invierno
La noche lo congeló.

—¿Y su alma? ¿Por qué no viene?
¡Fue tan mía...! ¿Dónde está?
—Dios la tiene, Dios la tiene:
¡Él te la devolverá
Quizá!




Tres meses


Mi amada se fue a la Muerte,
Partió al Misterio mi amada;
Se fue una tarde de invierno;
Iba pálida, muy pálida.

Ella que, por su color,
Gloriosamente rosada,
Parecía un ser translúcido
Iluminado por llama
Interna...

¡Qué lividez
Aquella, la de mi Ana,
Y qué frialdad! ¡Si tenía
Hasta las trenzas heladas!

¡Se fue a la Muerte, que es
Nuestra Madre, nuestra Patria
Y nuestra sola heredad
Tras este valle de lágrimas!

Hoy hace tres meses justos
Que se la llevaron trágicamente
Inmóvil, y recuerdo
Con qué expresión desolada
Se plañía entre los árboles
El viento del Guadarrama.

¡Tres meses de viaje! ¡Nunca
Fue nuestra ausencia tan larga!
Noventa días sin verla,
Y sin una sola carta...

Abismo de los abismos,
Distancias de las distancias,
Hondura de las honduras,
Muralla de las murallas,
¿Dónde tienes a mi muerta?
¡Dámela! ¡Dámela! ¡Dámela!

¡En vano en la noche lóbrega
Suena y resuena la aldaba
Con que llamo a la gran puerta
Del castillo que se alza
En la cima misteriosa
De la fúnebre montaña!

Cierto, detrás de esa hostil
Fortaleza, alguien se halla...
Se adivina no sé qué,
Un confuso rumor de almas...

De fijo nos oyen, pero
Nadie nos responde nada,
Y resuena solamente,
Con vibraciones metálicas,
En los ámbitos inmensos
El golpazo de la aldaba.

Hoy hace tres meses justos
Que se la llevaron, trágicamente
Inmóvil, y recuerdo
Con qué expresión desolada
Se plañía entre los árboles
El viento del Guadarrama;

Y recuerdo también que
Al cruzar por las barriadas
De Madrid me sollozó
Una tétrica gitana:
"Señorito, una limosna
Por la difunta de su arma!"




Una flor en el camino


La muerta resucita cuando a tu amor me asomo,
La encuentro en tus miradas inmensas y tranquilas,
Y en toda tú... Sois ambas tan parecidas como
Tu rostro, que dos veces se copia en mis pupilas.

Es cierto: aquélla amaba la noche radiosa,
Y tú siempre en las albas tu ensueño complaciste.
(Por eso era más lirio, por eso eres más rosa).
Es cierto, aquélla hablaba; tú vives silenciosa,
Y aquélla era más pálida; pero tú eres más triste...




Unidad


No, madre, no te olvido;
Mas apenas ayer ella se ha ido,
Y es natural que mi dolor presente
Cubra tu dulce imagen en mi mente
Con la imagen del otro bien perdido.

Ya juntas viviréis en mi memoria
Como oriente y ocaso de mi historia,
Como principio y fin de mi sendero,
Como nido y sepulcro de mi gloria;
¡Pues contigo nací, con ella muero!

Ya viviréis las dos en mis amores
Sin jamás separaros;
Pues, como en un matiz hay dos colores
Y en un tallo dos flores,
¡En una misma pena he de juntaros!




Uno con Él


Eres uno con Dios, porque le amas,
Tu pequeñez qué importa, y tu miseria;
Eres uno con Dios, porque le amas.

Le buscaste en los libros,
Le buscaste en los templos,
Le buscaste en los astros,
Y un día el corazón te dijo, trémulo:
"Aquí está", y desde entonces ya sois uno,
Ya sois uno los dos, porque le amas.

No podrán separaros
Ni el placer de la vida
Ni el dolor de la muerte.

En el placer has de mirar su rostro,
En el valor has de mirar su rostro
En vida y muerte has de mirar su rostro.

"¡Dios!" dirás en los besos,
Dirás "Dios" en los cantos,
Dirás "Dios" en los ayes.

Y comprendiendo al fin que es ilusorio
Todo pecado (como toda vida),
Y que nada de Él puede separarte,
Uno con Dios te sentirás por siempre:
Uno solo con Dios porque le amas.




Via, veritas et vita


Ver en todas las cosas
Del Espíritu incógnito las huellas;
Contemplar
Sin cesar,
En las diáfanas noches misteriosas,
La santa desnudez de las estrellas
¡Esperar!
¡Esperar!
¿Qué? ¡Quién sabe! Tal vez una futura
Y no soñada paz serena y fuerte,
Correr esa aventura
Sublime y portentosa de la muerte.

Mientras, amarlo todo y no amar nada,
Sonreír cuando hay sol y cuando hay brumas;
Cuidar de que en la áspera jornada
No se atrofien las alas, ni oleada
De cieno vil ensucie nuestras plumas.

Alma: tal es la orientación mejor,
Tal es el instintivo derrotero
Que nos muestra un lucero
Interior.

Aunque nada sepamos del destino,
La noche a no temerlo nos convida.
Su alfabeto de luz, claro y divino,
Nos dice: "Ven a mí: soy el Camino,
La Verdad y la Vida".




Viejo estribillo


¿Quién es esa sirena de la voz tan doliente,
De las carnes tan blancas, de la trenza tan bruna?
-Es un rayo de luna que se baña en la fuente,
Es un rayo de luna.

¿Quién, gritando mi nombre, la morada recorre?
¿Quién me llama en las noches con tan trémulo acento?
-Es un soplo de viento que solloza en la torre,
Es un soplo de viento.

Di, ¿quién eres, arcángel cuyas alas se abrazan
En el fuego divino de la tarde y que subes
Por la gloria del éter? -Son las nubes que pasan;
Mira bien, son las nubes.

¿Quién regó sus collares en el agua, Dios mío?
Lluvia son de diamantes en azul terciopelo
-Es la imagen del cielo que palpita en el río,
Es la imagen del cielo.

¡Oh Señor! La belleza sólo es, pues, espejismo;
Nada más Tú eres cierto: ¡Se Tú mi último dueño!
¿Dónde hallarte, en el éter, en la tierra, en mí mismo?
-Un poquito de ensueño te guiará en cada abismo,
Un poquito de ensueño.




Y el Buda de basalto sonreía


Aquella tarde, en la Alameda, loca
De amor, la dulce idolatrada mía
Me ofreció la eglantina de su boca.

Y el Buda de basalto sonreía...

Otro vino después, y sus hechizos
Me robó; dile cita, y en la umbría
Nos trocamos epístolas y rizos.

Y el Buda de basalto sonreía...

Hoy hace un año del amor perdido.
Al sitio vuelvo y, como estoy rendido
Tras largo caminar, trepo a lo alto
Del zócalo en que el símbolo reposa.
Derrotado y sangriento muere el día,
Y en los brazos del Buda de basalto
Me sorprende la luna misteriosa.

Y el Buda de basalto sonreía...




Ya todo es imposible


¡Dios no ha de devolvértela porque llores!
Mientras tú vas y vienes por la casa
Vacía; mientras gimes,
La pobre está pudriéndose en su agujero.
¡Ya todo es imposible!

Así llenaras veinte lacrimatorias
Con la sal de tus ojos; así suspires
Hasta luchar en ímpetu
Con el viento que pasa, destrozando
Las flores de tus jardines;
Así solloces hasta herir la entraña
De la noche sublime,
Nada obtendrás: la Muerte no devuelve
Sino cenizas a los tristes...
La pobre está pudriéndose en su agujero,
¡Ya todo es imposible!

Dios lo ha querido... Inclina la cabeza,
Humíllate, humíllate
Y aguarda, recogido, en las tinieblas,
¡El beso de la Esfinge!




Yo vengo de un brumoso país lejano


Yo vengo de un brumoso país lejano
Regido por un viejo monarca triste
Mi numen sólo busca lo que es arcano,
Mi numen sólo adora lo que no existe;

Tú lloras por un sueño que está lejano,
Tú aguardas un cariño que ya no existe,
Se pierden tus pupilas en el arcano
Como dos alas negras, y estás muy triste.

Eres mía: nacimos de un mismo arcano
Y vamos, desdeñosos de cuanto existe,
En pos de ese brumoso país lejano,
Regido por un viejo monarca triste.