Pablo Neruda



Soneto I. Matilde, nombre de planta o piedra o vino


Matilde, nombre de planta o piedra o vino,
De lo que nace de la tierra y dura,
Palabra en cuyo crecimiento amanece,
En cuyo estío estalla la luz de los limones.

En ese nombre corren navíos de madera
Rodeados por enjambres de fuego azul marino,
Y esas letras son el agua de un río
Que desemboca en mi corazón calcinado.

Oh nombre descubierto bajo una enredadera
Como la puerta de un túnel desconocido
Que comunica con la fragancia del mundo!

Oh invádeme con tu boca abrasadora,
Indágame, si quieres, con tus ojos nocturnos,
Pero en tu nombre déjame navegar y dormir.




Soneto II. Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso


Amor, ¡cuántos caminos hasta llegar a un beso,
Qué soledad errante hasta tu compañía!
Siguen los trenes solos rodando con la lluvia.
En Taltal no amanece aún la primavera.

Pero tú y yo, amor mío, estamos juntos,
Juntos desde la ropa a las raíces,
Juntos de otoño, de agua, de caderas,
Hasta ser sólo tú, sólo yo juntos.

Pensar que costó tantas piedras que lleva el río,
La desembocadura del agua de Boroa,
Pensar que separados por trenes y naciones

Tú y yo teníamos que simplemente amarnos,
Con todos confundidos, con hombres y mujeres,
Con la tierra que implanta y educa los claveles.




Soneto III. Áspero amor, violeta coronada de espinas


Áspero amor, violeta coronada de espinas,
Matorral entre tantas pasiones erizado,
Lanza de los dolores, corola de la cólera,
¿Por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?

¿Por qué precipitaste tu fuego doloroso,
De pronto, entre las hojas frías de mi camino?
¿Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?
¿Qué flor, qué piedra, qué humo mostraron mi morada?

Lo cierto es que tembló la noche pavorosa,
El alba llenó todas las copas con su vino
Y el sol estableció su presencia celeste,

Mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua
Hasta que lacerándome con espadas y espinas
Abrió en mi corazón un camino quemante.




Soneto IV. Recordarás aquella quebrada caprichosa


Recordarás aquella quebrada caprichosa
A donde los aromas palpitantes treparon,
De cuando en cuando un pájaro vestido
Con agua y lentitud: traje de invierno.

Recordarás los dones de la tierra:
Irascible fragancia, barro de oro,
Hierbas del matorral, locas raíces,
Sortílegas espinas como espadas.

Recordarás el ramo que trajiste,
Ramo de sombra y agua con silencio,
Ramo como una piedra con espuma.

Y aquella vez fue como nunca y siempre:
Vamos allí donde no espera nada
Y hallamos todo lo que está esperando.




Soneto V. No te toque la noche ni el aire ni la aurora


No te toque la noche ni el aire ni la aurora,
Sólo la tierra, la virtud de los racimos,
Las manzanas que crecen oyendo el agua pura,
El barro y las resinas de tu país fragante.

Desde Quinchamalí donde hicieron tus ojos
Hasta tus pies creados para mí en la Frontera
Eres la greda oscura que conozco:
En tus caderas toco de nuevo todo el trigo.

Tal vez tú no sabías, araucana,
Que cuando antes de amarte me olvidé de tus besos
Mi corazón quedó recordando tu boca,

Y fui como un herido por las calles
Hasta que comprendí que había encontrado,
Amor, mi territorio de besos y volcanes.




Soneto VI. En los bosques, perdido, corté una rama oscura


En los bosques, perdido, corté una rama oscura
Y a los labios, sediento, levanté su susurro:
Era tal vez la voz de la lluvia llorando,
Una campana rota o un corazón cortado.

Algo que desde tan lejos me parecía
Oculto gravemente, cubierto por la tierra,
Un grito ensordecido por inmensos otoños,
Por la entreabierta y húmeda tiniebla de las hojas.

Pero allí, despertando de los sueños del bosque,
La rama de avellano cantó bajo mi boca
Y su errabundo olor trepó por mi criterio

Como si me buscaran de pronto las raíces
Que abandoné, la tierra perdida con mi infancia,
Y me detuve herido por el aroma errante.




Soneto VII. "Vendrás conmigo" —dije— sin que nadie supiera


"Vendrás conmigo" —dije— sin que nadie supiera
Dónde y cómo latía mi estado doloroso,
Y para mí no había clavel ni barcarola,
Nada sino una herida por el amor abierta.

Repetí: ven conmigo, como si me muriera,
Y nadie vio en mi boca la luna que sangraba,
Nadie vio aquella sangre que subía al silencio.
¡Oh amor ahora olvidemos la estrella con espinas!

Por eso cuando oí que tu voz repetía
"Vendrás conmigo" —fue como si desataras
Dolor, amor, la furia del vino encarcelado

Que desde su bodega sumergida subiera
Y otra vez en mi boca sentí un sabor de llama,
De sangre y de claveles, de piedra y quemadura.




Soneto VIII. Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna


Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna,
De día con arcilla, con trabajo, con fuego,
Y aprisionada tienes la agilidad del aire,
Si no fuera porque eres una semana de ámbar,

Si no fuera porque eres el momento amarillo
En que el otoño sube por las enredaderas
Y eres aún el pan que la luna fragante
Elabora paseando su harina por el cielo,

¡Oh, bienamada, yo no te amaría!
En tu abrazo yo abrazo lo que existe,
La arena, el tiempo, el árbol de la lluvia,

Y todo vive para que yo viva:
Sin ir tan lejos puedo verlo todo:
Veo en tu vida todo lo viviente.




Soneto IX. Al golpe de la ola contra la piedra indócil


Al golpe de la ola contra la piedra indócil
La claridad estalla y establece su rosa
Y el círculo del mar se reduce a un racimo,
A una sola gota de sal azul que cae.

Oh radiante magnolia desatada en la espuma,
Magnética viajera cuya muerte florece
Y eternamente vuelve a ser y a no ser nada:
Sal rota, deslumbrante movimiento marino.

Juntos tú y yo, amor mío, sellamos el silencio,
Mientras destruye el mar sus constantes estatuas
Y derrumba sus torres de arrebato y blancura,

Porque en la trama de estos tejidos invisibles
Del agua desbocada, de la incesante arena,
Sostenemos la única y acosada ternura.




Soneto X. Suave es la bella


Suave es la bella como si música y madera,
Ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,
Hubieran erigido la fugitiva estatua.
Hacia la ola dirige su contraria frescura.

El mar moja bruñidos pies copiados
A la forma recién trabajada en la arena
Y es ahora su fuego femenino de rosa
Una sola burbuja que el sol y el mar combaten.

¡Ay, que nada te toque sino la sal del frío!
Que ni el amor destruya la primavera intacta.
Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,

Deja que tus caderas impongan en el agua
Una medida nueva de cisne o de nenúfar
Y navegue tu estatua por el cristal eterno.




Soneto XI. Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo


Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo
Y por las calles voy sin nutrirme, callado,
No me sostiene el pan, el alba me desquicia,
Busco el sonido líquido de tus pies en el día.

Estoy hambriento de tu risa resbalada,
De tus manos color de furioso granero,
Tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas,
Quiero comer tu piel como una intacta almendra.

Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura,
La nariz soberana del arrogante rostro,
Quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas

Y hambriento vengo y voy olfateando el crepúsculo
Buscándote, buscando tu corazón caliente
Como un puma en la soledad de Quitratúe.




Soneto XII. Plena mujer, manzana carnal, luna caliente


Plena mujer, manzana carnal, luna caliente,
Espeso aroma de algas, lodo y luz machacados,
¿Qué oscura claridad se abre entre tus columnas?
¿Qué antigua noche el hombre toca con sus sentidos?

Ay, amar es un viaje con agua y con estrellas,
Con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:
Amar es un combate de relámpagos
Y dos cuerpos por una sola miel derrotados.

Beso a beso recorro tu pequeño infinito,
Tus márgenes, tus ríos, tus pueblos diminutos,
Y el fuego genital transformado en delicia

Corre por los delgados caminos de la sangre
Hasta precipitarse como un clavel nocturno,
Hasta ser y no ser sino un rayo en la sombra.




Soneto XIII. La luz que de tus pies sube a tu cabellera


La luz que de tus pies sube a tu cabellera,
La turgencia que envuelve tu forma delicada,
No es de nácar marino, nunca de plata fría:
Eres de pan, de pan amado por el fuego.

La harina levantó su granero contigo
Y creció incrementada por la edad venturosa,
Cuando los cereales duplicaron tu pecho
Mi amor era el carbón trabajando en la tierra.

Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,
Pan que devoro y nace con luz cada mañana,
Bienamada, bandera de las panaderías,

Una lección de sangre te dio el fuego,
De la harina aprendiste a ser sagrada,
Y del pan el idioma y el aroma.




Soneto XIV. Me falta tiempo para celebrar tus cabellos


Me falta tiempo para celebrar tus cabellos.
Uno por uno debo contarlos y alabarlos:
Otros amantes quieren vivir con ciertos ojos,
Yo sólo quiero ser tu peluquero.

En Italia te bautizaron Medusa
Por la encrespada y alta luz de tu cabellera.
Yo te llamo chascona mía y enmarañada:
Mi corazón conoce las puertas de tu pelo.

Cuando tú te extravíes en tus propios cabellos,
No me olvides, acuérdate que te amo,
No me dejes perdido ir sin tu cabellera

Por el mundo sombrío de todos los caminos
Que sólo tiene sombra, transitorios dolores,
Hasta que el sol sube a la torre de tu pelo.




Soneto XV. Desde hace mucho tiempo la tierra te conoce


Desde hace mucho tiempo la tierra te conoce:
Eres compacta como el pan o la madera,
Eres cuerpo, racimo de segura sustancia,
Tienes peso de acacia, de legumbre dorada.

Sé que existes no sólo porque tus ojos vuelan
Y dan luz a las cosas como ventana abierta,
Sino porque de barro te hicieron y cocieron
En Chillán, en un horno de adobe estupefacto.

Los seres se derraman como aire o agua o frío
Y vagos son, se borran al contacto del tiempo,
Como si antes de muertos fueran desmenuzados.

Tú caerás conmigo como piedra en la tumba
Y así por nuestro amor que no fue consumido
Continuará viviendo con nosotros la tierra.




Soneto XVI. Amo el trozo de tierra que tú eres


Amo el trozo de tierra que tú eres,
Porque de las praderas planetarias
Otra estrella no tengo. Tú repites
La multiplicación del universo.

Tus anchos ojos son la luz que tengo
De las constelaciones derrotadas,
Tu piel palpita como los caminos
Que recorre en la lluvia el meteoro.

De tanta luna fueron para mí tus caderas,
De todo el sol tu boca profunda y su delicia,
De tanta luz ardiente como miel en la sombra

Tu corazón quemado por largos rayos rojos,
Y así recorro el fuego de tu forma besándote,
Pequeña y planetaria, paloma y geografía.




Soneto XVII. No te amo como si fueras rosa de sal


No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
O flecha de claveles que propagan el fuego:
Te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
Secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva
Dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
Y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
El apretado aroma que ascendió de la tierra.

Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
Te amo directamente sin problemas ni orgullo:
Así te amo porque no sé amar de otra manera,

Sino así de este modo en que no soy ni eres,
Tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
Tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.




Soneto XVIII. Por las montañas vas como viene la brisa


Por las montañas vas como viene la brisa
O la corriente brusca que baja de la nieve
O bien tu cabellera palpitante confirma
Los altos ornamentos del sol en la espesura.

Toda la luz del Cáucaso cae sobre tu cuerpo
Como en una pequeña vasija interminable
En que el agua se cambia de vestido y de canto
A cada movimiento transparente del río.

Por los montes el viejo camino de guerreros
Y abajo enfurecida brilla como una espada
El agua entre murallas de manos minerales,

Hasta que tú recibes de los bosques de pronto
El ramo o el relámpago de unas flores azules
Y la insólita flecha de un aroma salvaje.




Soneto XIX. Mientras la magna espuma de Isla Negra


Mientras la magna espuma de Isla Negra,
La sal azul, el sol en las olas te mojan,
Yo miro los trabajos de la avispa,
Empeñada en la miel de su universo.

Va y viene equilibrando su recto y rubio vuelo
Como si deslizara de un alambre invisible
La elegancia del baile, la sed de su cintura,
Y los asesinatos del aguijón maligno.

De petróleo y naranja es su arco iris,
Busca como un avión entre la hierba,
Con un rumor de espiga vuela, desaparece,

Mientras que tú sales del mar, desnuda,
Y regresas al mundo llena de sal y sol,
Reverberante estatua y espada de la arena.




Soneto XX. Mi fea, eres una castaña despeinada


Mi fea, eres una castaña despeinada,
Mi bella, eres hermosa como el viento,
Mi fea, de tu boca se pueden hacer dos,
Mi bella, son tus besos frescos como sandías.

Mi fea, ¿dónde están escondidos tus senos?
Son mínimos como dos copas de trigo.
Me gustaría verte dos lunas en el pecho:
Las gigantescas torres de tu soberanía.

Mi fea, el mar no tiene tus uñas en su tienda,
Mi bella, flor a flor, estrella por estrella,
Ola por ola, amor, he contado tu cuerpo:

Mi fea, te amo por tu cintura de oro,
Mi bella, te amo por una arruga en tu frente,
Amor, te amo por clara y por oscura.




Soneto XXI. Oh que todo el amor propague en mí su boca


Oh que todo el amor propague en mí su boca,
Que no sufra un momento más sin primavera,
Yo no vendí sino mis manos al dolor,
Ahora, bienamada, déjame con tus besos.

Cubre la luz del mes abierto con tu aroma,
Cierra las puertas con tu cabellera,
Y en cuanto a mí no olvides que si despierto y lloro
Es porque en sueños sólo soy un niño perdido

Que busca entre las hojas de la noche tus manos,
El contacto del trigo que tú me comunicas,
Un rapto centelleante de sombra y energía.

Oh, bienamada, y nada más que sombra
Por donde me acompañes en tus sueños
Y me digas la hora de la luz.




Soneto XXII. Cuántas veces, amor, te amé sin verte


Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
Sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
En regiones contrarias, en un mediodía quemante:
Eras sólo el aroma de los cereales que amo.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
En Angol, a la luz de la luna de junio,
O eras tú la cintura de aquella guitarra
Que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto

Mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
Frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.




Soneto XXIII. Fue luz el fuego y pan la luna rencorosa


Fue luz el fuego y pan la luna rencorosa,
El jazmín duplicó su estrellado secreto,
Y del terrible amor las suaves manos puras
Dieron paz a mis ojos y sol a mis sentidos.

Oh amor, cómo de pronto, de las desgarraduras
Hiciste el edificio de la dulce firmeza,
Derrotaste las uñas malignas y celosas
Y hoy frente al mundo somos como una sola vida.

Así fue, así es y así será hasta cuando,
Salvaje y dulce amor, bienamada Matilde,
El tiempo nos señale la flor final del día.

Sin ti, sin mí, sin luz ya no seremos:
Entonces más allá del la tierra y la sombra
El resplandor de nuestro amor seguirá vivo.




Soneto XXIV. Amor, amor, las nubes a la torre del cielo


Amor, amor, las nubes a la torre del cielo
Subieron como triunfantes lavanderas,
Y todo ardió en azul, todo fue estrella:
El mar, la nave, el día se desterraron juntos.

Ven a ver los cerezos del agua constelada
Y la clave redonda del rápido universo,
Ven a tocar el fuego del azul instantáneo,
Ven antes de que sus pétalos se consuman.

No hay aquí sino luz, cantidades, racimos,
Espacio abierto por las virtudes del viento
Hasta entregar los últimos secretos de la espuma.

Y entre tantos azules celestes, sumergidos,
Se pierden nuestros ojos adivinando apenas
Los poderes del aire, las llaves submarinas.




Soneto XXV. Antes de amarte, amor, nada era mío


Antes de amarte, amor, nada era mío:
Vacilé por las calles y las cosas:
Nada contaba ni tenía nombre:
El mundo era del aire que esperaba.

Yo conocí salones cenicientos,
Túneles habitados por la luna,
Hangares crueles que se despedían,
Preguntas que insistían en la arena.

Todo estaba vacío, muerto y mudo,
Caído, abandonado y decaído,
Todo era inalienablemente ajeno,

Todo era de los otros y de nadie,
Hasta que tu belleza y tu pobreza
Llenaron el otoño de regalos.




Soneto XXVI. Ni el color de las dunas terribles en Iquique


Ni el color de las dunas terribles en Iquique,
Ni el estuario del Río Dulce de Guatemala,
Cambiaron tu perfil conquistado en el trigo,
Tu estilo de uva grande, tu boca de guitarra.

Oh corazón, oh mía desde todo el silencio,
Desde las cumbres donde reinó la enredadera
Hasta las desoladas planicies del platino,
En toda patria pura te repitió la tierra.

Pero ni huraña mano de montes minerales,
Ni nieve tibetana, ni piedra de Polonia,
Nada alteró tu forma de cereal viajero,

Como si greda o trigo, guitarras o racimos
De Chillán defendieran en ti su territorio
Imponiendo el mandato de la luna silvestre.




Soneto XXVII. Desnuda eres tan simple como una de tus manos


Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
Lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente,
Tienes líneas de luna, caminos de manzana,
Desnuda eres delgada como el trigo desnudo.

Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
Tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
Desnuda eres enorme y amarilla
Como el verano en una iglesia de oro.

Desnuda eres pequeña como una de tus uñas,
Curva, sutil, rosada hasta que nace el día
Y te metes en el subterráneo del mundo

Como en un largo túnel de trajes y trabajos:
Tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
Y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.




Soneto XXVIII. Amor, de grano a grano, de planeta a planeta


Amor, de grano a grano, de planeta a planeta,
La red del viento con sus países sombríos,
La guerra con sus zapatos de sangre,
O bien el día y la noche de la espiga.

Por donde fuimos, islas o puentes o banderas,
Violines del fugaz otoño acribillado,
Repitió la alegría los labios de la copa,
El dolor nos detuvo con su lección de llanto.

En todas las repúblicas desarrollaba el viento
Su pabellón impune, su glacial cabellera
Y luego regresaba la flor a sus trabajos.

Pero en nosotros nunca se calcinó el otoño.
Y en nuestra patria inmóvil germinaba y crecía
El amor con los derechos del rocío.




Soneto XXIX. Vienes de la pobreza de las casas del sur


Vienes de la pobreza de las casas del sur,
De las regiones duras con frío y terremoto
Que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte
Nos dieron la lección de la vida en la greda.

Eres un caballito de greda negra, un beso
De barro oscuro, amor, amapola de greda,
Paloma del crepúsculo que voló en los caminos,
Alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia.

Muchacha, has conservado tu corazón de pobre,
Tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,
Tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.

Eres del pobre sur, de donde viene mi alma:
En su cielo tu madre sigue lavando ropa
Con mi madre. Por eso te escogí, compañera.




Soneto XXX. Tienes del archipiélago las hebras del alerce


Tienes del archipiélago las hebras del alerce,
La carne trabajada por los siglos del tiempo,
Venas que conocieron el mar de las maderas,
Sangre verde caída de cielo a la memoria.

Nadie recogerá mi corazón perdido
Entre tantas raíces, en la amarga frescura
Del sol multiplicado por la furia del agua,
Allí vive la sombra que no viaja conmigo.

Por eso tú saliste del sur como una isla
Poblada y coronada por plumas y maderas
Y yo sentí el aroma de los bosques errantes,

Hallé la miel oscura que conocí en la selva,
Y toqué en tus caderas los pétalos sombríos
Que nacieron conmigo y construyeron mi alma.




Soneto XXXI. Con laureles del sur y orégano de Lota


Con laureles del sur y orégano de Lota
Te corono, pequeña monarca de mis huesos,
Y no puede faltarte esa corona
Que elabora la tierra con bálsamo y follaje.

Eres, como el que te ama, de las provincias verdes:
De allá trajimos barro que nos corre en la sangre,
En la ciudad andamos, como tantos, perdidos,
Temerosos de que cierren el mercado.

Bienamada, tu sombra tiene olor a ciruela,
Tus ojos escondieron en el sur sus raíces,
Tu corazón es una paloma de alcancía,

Tu cuerpo es liso como las piedras en el agua,
Tus besos son racimos con rocío,
Y yo a tu lado vivo con la tierra.




Soneto XXXII. La casa en la mañana con la verdad revuelta


La casa en la mañana con la verdad revuelta
De sábanas y plumas, el origen del día
Sin dirección, errante como una pobre barca,
Entre los horizontes del orden y del sueño.

Las cosas quieren arrastrar vestigios,
Adherencias sin rumbo, herencias frías,
Los papeles esconden vocales arrugadas
Y en la botella el vino quiere seguir su ayer.

Ordenadora, pasas vibrando como abeja
Tocando las regiones perdidas por la sombra
Conquistando la luz con tu blanca energía.

Y se construye entonces la claridad de nuevo:
Obedecen las cosas al viento de la vida
Y el orden establece su pan y su paloma.




Soneto XXXIII. Amor, ahora nos vamos a la casa


Amor, ahora nos vamos a la casa
Donde la enredadera sube por las escalas:
Antes que llegues tú llegó a tu dormitorio
El verano desnudo con pies de madreselva.

Nuestros besos errantes recorrieron el mundo:
Armenia, espesa gota de miel desenterrada,
Ceylán, paloma verde, y el Yang Tsé separando
Con antigua paciencia los días de las noches.

Y ahora, bienamada, por el mar crepitante
Volvemos como dos aves ciegas al muro,
Al nido de la lejana primavera,

Porque el amor no puede volar sin detenerse:
Al muro o a las piedras del mar van nuestras vidas,
A nuestro territorio regresaron los besos.




Soneto XXXIV. Eres hija del mar y prima del orégano


Eres hija del mar y prima del orégano,
Nadadora, tu cuerpo es de agua pura,
Cocinera, tu sangre es tierra viva
Y tus costumbres son floridas y terrestres.

Al agua van tus ojos y levantan las olas,
A la tierra tus manos y saltan las semillas,
En agua y tierra tienes propiedades profundas
Que en ti se juntan como las leyes de la greda.

Náyade, corta tu cuerpo la turquesa
Y luego resurrecto florece en la cocina
De tal modo que asumes cuanto existe

Y al fin duermes rodeada por mis brazos que apartan
De la sombra sombría, para que tú descanses,
Legumbres, algas, hierbas: la espuma de tus sueños.




Soneto XXXV. Tu mano fue volando de mis ojos al día


Tu mano fue volando de mis ojos al día.
Entró la luz como un rosal abierto.
Arena y cielo palpitaban como una
Culminante colmena cortada en las turquesas.

Tu mano tocó sílabas que tintineaban, copas,
Alcuzas con aceites amarillos,
Corolas, manantiales y, sobre todo, amor,
Amor: tu mano pura preservó las cucharas.

La tarde fue. La noche deslizó sigilosa
Sobre el sueño del hombre su cápsula celeste.
Un triste olor salvaje soltó la madreselva.

Y tu mano volvió de su vuelo volando
A cerrar su plumaje que yo creí perdido
Sobre mis ojos devorados por la sombra.




Soneto XXXVI. Corazón mío, reina del apio y de la artesa


Corazón mío, reina del apio y de la artesa:
Pequeña leoparda del hilo y la cebolla:
Me gusta ver brillar tu imperio diminuto,
Las armas de la cera, del vino, del aceite,

Del ajo, de la tierra por tus manos abierta
De la sustancia azul encendida en tus manos,
De la transmigración del sueño a la ensalada,
Del reptil enrollado en la manguera.

Tú con tu podadora levantando el perfume,
Tú, con la dirección del jabón en la espuma,
Tú, subiendo mis locas escalas y escaleras,

Tú, manejando el síntoma de mi caligrafía
Y encontrando en la arena del cuaderno
Las letras extraviadas que buscaban tu boca.




Soneto XXXVII. Oh amor, oh rayo loco y amenaza purpúrea


Oh amor, oh rayo loco y amenaza purpúrea,
Me visitas y subes por tu fresca escalera
El castillo que el tiempo coronó de neblinas,
Las pálidas paredes del corazón cerrado.

Nadie sabrá que sólo fue la delicadeza
Construyendo cristales duros como ciudades
Y que la sangre abría túneles desdichados
Sin que su monarquía derribara el invierno.

Por eso, amor, tu boca, tu piel, tu luz, tus penas,
Fueron el patrimonio de la vida, los dones
Sagrados de la lluvia, de la naturaleza

Que recibe y levanta la gravidez del grano,
La tempestad secreta del vino en las bodegas,
La llamarada del cereal en el suelo.




Soneto XXXVIII. Tu casa suena como un tren a mediodía


Tu casa suena como un tren a mediodía,
Zumban las avispas, cantan las cacerolas,
La cascada enumera los hechos del rocío,
Tu risa desarrolla su trino de palmera.

La luz azul del muro conversa con la piedra,
Llega como un pastor silbando un telegrama
Y entre las dos higueras de voz verde
Homero sube con zapatos sigilosos.

Sólo aquí la ciudad no tiene voz ni llanto,
Ni sin fin, ni sonatas, ni labios, ni bocina
Sino un discurso de cascada y de leones,

Y tú que subes, cantas, corres, caminas, bajas,
Plantas, coses, cocinas, clavas, escribes, vuelves,
O te has ido y se sabe que comenzó el invierno.




Soneto XXXIX. Pero olvidé que tus manos satisfacían


Pero olvidé que tus manos satisfacían
Las raíces, regando rosas enmarañadas,
Hasta que florecieron tus huellas digitales
En la plenaria paz de la naturaleza.

El azadón y el agua como animales tuyos
Te acompañan, mordiendo y lamiendo la tierra,
Y es así cómo, trabajando, desprendes
Fecundidad, fogosa frescura de claveles.

Amor y honor de abejas pido para tus manos
Que en la tierra confunden su estirpe transparente,
Y hasta en mi corazón abren su agricultura,

De tal modo que soy como piedra quemada
Que de pronto, contigo, canta, porque recibe
El agua de los bosques por tu voz conducida.




Soneto XL. Era verde el silencio, mojada era la luz


Era verde el silencio, mojada era la luz,
Temblaba el mes de junio como una mariposa
Y en el austral dominio, desde el mar y las piedras,
Matilde, atravesaste el mediodía.

Ibas cargada de flores ferruginosas,
Algas que el viento sur atormenta y olvida,
Aún blancas, agrietadas por la sal devorante,
Tus manos levantaban las espigas de arena.

Amo tus dones puros, tu piel de piedra intacta,
Tus uñas ofrecidas en el sol de tus dedos,
Tu boca derramada por toda la alegría,

Pero, para mi casa vecina del abismo,
Dame el atormentado sistema del silencio,
El pabellón del mar olvidado en la arena.




Soneto XLI. Desdichas del mes de enero


Desdichas del mes de enero cuando el indiferente
Mediodía establece su ecuación en el cielo,
Un oro duro como el vino de una copa colmada
Llena la tierra hasta sus límites azules.

Desdichas de este tiempo parecidas a uvas
Pequeñas que agruparon verde amargo,
Confusas, escondidas lágrimas de los días
Hasta que la intemperie publicó sus racimos.

Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpita
Aterrado, a la luz crepitante de enero,
Madurará, arderá como ardieron los frutos.

Divididos serán los pesares: el alma
Dará un golpe de viento, y la morada
Quedará limpia con el pan fresco en la mesa.




Soneto XLII. Radiantes días balanceados por el agua marina


Radiantes días balanceados por el agua marina,
Concentrados como el interior de una piedra amarilla
Cuyo esplendor de miel no derribó el desorden:
Preservó su pureza de rectángulo.

Crepita, sí, la hora como fuego o abejas
Y es verde la tarea de sumergirse en hojas,
Hasta que hacia la altura es el follaje
Un mundo centelleante que se apaga y susurra.

Sed del fuego, abrasadora multitud del estío
Que construye un Edén con unas cuantas hojas,
Porque la tierra de rostro oscuro no quiere sufrimientos

Sino frescura o fuego, agua o pan para todos,
Y nada debería dividir a los hombres
Sino el sol o la noche, la luna o las espigas.




Soneto XLIII. Un signo tuyo busco en todas las otras


Un signo tuyo busco en todas las otras,
En el brusco, ondulante río de las mujeres,
Trenzas, ojos apenas sumergidos,
Pies claros que resbalan navegando en la espuma.

De pronto me parece que diviso tus uñas
Oblongas, fugitivas, sobrinas de un cerezo,
Y otra vez es tu pelo que pasa y me parece
Ver arder en el agua tu retrato de hoguera.

Miré, pero ninguna llevaba tu latido,
Tu luz, la greda oscura que trajiste del bosque,
Ninguna tuvo tus diminutas orejas.

Tú eres total y breve, de todas eres una,
Y así contigo voy recorriendo y amando
Un ancho Mississippi de estuario femenino.




Soneto XLIV. Sabrás que no te amo y que te amo


Sabrás que no te amo y que te amo
Puesto que de dos modos es la vida,
La palabra es un ala del silencio,
El fuego tiene una mitad de frío.

Yo te amo para comenzar a amarte,
Para recomenzar el infinito
Y para no dejar de amarte nunca:
Por eso no te amo todavía.

Te amo y no te amo como si tuviera
En mis manos las llaves de la dicha
Y un incierto destino desdichado.

Mi amor tiene dos vidas para armarte.
Por eso te amo cuando no te amo
Y por eso te amo cuando te amo.




Soneto XLV. No estés lejos de mí un solo día


No estés lejos de mí un solo día, porque cómo,
Porque, no sé decirlo, es largo el día,
Y te estaré esperando como en las estaciones
Cuando en alguna parte se durmieron los trenes.

No te vayas por una hora porque entonces
En esa hora se juntan las gotas del desvelo
Y tal vez todo el humo que anda buscando casa
Venga a matar aún mi corazón perdido.

Ay que no se quebrante tu silueta en la arena,
Ay que no vuelen tus párpados en la ausencia:
No te vayas por un minuto, bienamada,

Porque en ese minuto te habrás ido tan lejos
Que yo cruzaré toda la tierra preguntando
Si volverás o si me dejarás muriendo.




Soneto XLVI. De las estrellas que admiré


De las estrellas que admiré, mojadas
Por ríos y rocíos diferentes,
Yo no escogí sino la que yo amaba
Y desde entonces duermo con la noche.

De la ola, una ola y otra ola,
Verde mar, verde frío, rama verde,
Yo no escogí sino una sola ola:
La ola indivisible de tu cuerpo.

Todas las gotas, todas las raíces,
Todos los hilos de la luz vinieron,
Me vinieron a ver tarde o temprano.

Yo quise para mí tu cabellera.
Y de todos los dones de mi patria
Sólo escogí tu corazón salvaje.




Soneto XLVII. Detrás de mí en la rama quiero verte


Detrás de mí en la rama quiero verte.
Poco a poco te convertiste en fruto.
No te costó subir de las raíces
Cantando con tu sílaba de savia.

Y aquí estarás primero en flor fragante,
En la estatua de un beso convertida,
Hasta que sol y tierra, sangre y cielo,
Te otorguen la delicia y la dulzura.

En la rama veré tu cabellera,
Tu signo madurando en el follaje,
Acercando las hojas a mi sed,

Y llenará mi boca tu sustancia,
El beso que subió desde la tierra
Con tu sangre de fruta enamorada.




Soneto XLVIII. Dos amantes dichosos hacen un solo pan


Dos amantes dichosos hacen un solo pan,
Una sola gota de luna en la hierba,
Dejan andando dos sombras que se reúnen,
Dejan un solo sol vacío en una cama.

De todas las verdades escogieron el día:
No se ataron con hilos sino con un aroma,
Y no despedazaron la paz ni las palabras.
La dicha es una torre transparente.

El aire, el vino van con los dos amantes,
La noche les regala sus pétalos dichosos,
Tienen derecho a todos los claveles.

Dos amantes dichosos no tienen fin ni muerte,
Nacen y mueren muchas veces mientras viven,
Tienen la eternidad de la naturaleza.




Soneto XLIX. Es hoy: todo el ayer se fue cayendo


Es hoy: todo el ayer se fue cayendo
Entre dedos de luz y ojos de sueño,
Mañana llegará con pasos verdes:
Nadie detiene el río de la aurora.

Nadie detiene el río de tus manos,
Los ojos de tu sueño, bienamada,
Eres temblor del tiempo que transcurre
Entre luz vertical y sol sombrío,

Y el cielo cierra sobre ti sus alas
Llevándote y trayéndote a mis brazos
Con puntual, misteriosa cortesía:

Por eso canto al día y a la luna,
Al mar, al tiempo, a todos los planetas,
A tu voz diurna y a tu piel nocturna.




Soneto L. Cotapos dice que tu risa cae


Cotapos dice que tu risa cae
Como un halcón desde una brusca torre
Y, es verdad, atraviesas el follaje del mundo
Con un solo relámpago de tu estirpe celeste

Que cae, y corta, y saltan las lenguas del rocío,
Las aguas del diamante, la luz con sus abejas
Y allí donde vivía con su barba el silencio
Estallan las granadas del sol y las estrellas,

Se viene abajo el cielo con la noche sombría,
Arden a plena luna campanas y claveles,
Y corren los caballos de los talabarteros:

Porque tú siendo tan pequeñita como eres
Dejas caer la risa desde tu meteoro
Electrizando el nombre de la naturaleza.




Soneto LI. Tu risa pertenece a un árbol entreabierto


Tu risa pertenece a un árbol entreabierto
Por un rayo, por un relámpago plateado
Que desde el cielo cae quebrándose en la copa,
Partiendo en dos el árbol con una sola espada.

Sólo en las tierras altas del follaje con nieve
Nace una risa como la tuya, bienamante,
Es la risa del aire desatado en la altura,
Costumbres de araucaria, bienamada.

Cordillerana mía, chillaneja evidente,
Corta con los cuchillos de tu risa la sombra,
La noche, la mañana, la miel del mediodía,

Y que salten al cielo las aves del follaje
Cuando como una luz derrochadora
Rompe tu risa el árbol de la vida.




Soneto LII. Cantas y a sol y a cielo con tu canto


Cantas y a sol y a cielo con tu canto
Tu voz desgrana el cereal del día,
Hablan los pinos con su lengua verde:
Trinan todas las aves del invierno.

El mar llena sus sótanos de pasos,
De campanas, cadenas y gemidos,
Tintinean metales y utensilios,
Suenan las ruedas de la caravana.

Pero sólo tu voz escucho y sube
Tu voz con vuelo y precisión de flecha,
Baja tu voz con gravedad de lluvia,

Tu voz esparce altísimas espadas,
Vuelve tu voz cargada de violetas
Y luego me acompaña por el cielo.




Soneto LIII.Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada


Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada:
El menester del hombre, la mujer y la vida:
A este sitio corría la paz vertiginosa,
Por esta luz ardió la común quemadura.

Honor a tus dos manos que vuelan preparando
Los blancos resultados del canto y la cocina,
¡Salve La integridad de tus pies corredores!,
¡Viva la bailarina que baila con la escoba!

Aquellos bruscos ríos con aguas y amenazas,
Aquel atormentado pabellón de la espuma,
Aquellos incendiaron panales y arrecifes

Son hoy este reposo de tu sangre en la mía,
Este cauce estrellado y azul como la noche,
Esta simplicidad sin fin de la ternura.




Soneto LIV. Espléndida razón, demonio claro


Espléndida razón, demonio claro
Del racimo absoluto, del recto mediodía,
Aquí estamos al fin, sin soledad y solos,
Lejos del desvarío de la ciudad salvaje.

Cuando la línea pura rodea su paloma
Y el fuego condecora la paz con su alimento
Tú y yo erigimos este celeste resultado!
Razón y amor desnudos viven en esta casa.

Sueños furiosos, ríos de amarga certidumbre
Decisiones más duras que el sueño de un martillo
Cayeron en la doble copa de los amantes.

Hasta que en la balanza se elevaron, gemelos,
La razón y el amor como dos alas.
Así se construyó la transparencia.




Soneto LV. Espinas, vidrios rotos, enfermedades, llanto


Espinas, vidrios rotos, enfermedades, llanto
Asedian día y noche la miel de los felices
Y no sirve la torre, ni el viaje, ni los muros:
La desdicha atraviesa la paz de los dormidos,

El dolor sube y baja y acerca sus cucharas
Y no hay hombre sin este movimiento,
No hay natalicio, no hay techo ni cercado:
Hay que tomar en cuenta este atributo.

Y en el amor no valen tampoco ojos cerrados,
Profundos lechos lejos del pestilente herido,
O del que paso a paso conquista su bandera.

Porque la vida pega como cólera o río
Y abre un túnel sangriento por donde nos vigilan
Los ojos de una inmensa familia de dolores.




Soneto LVI. Acostúmbrate a ver detrás de mí la sombra


Acostúmbrate a ver detrás de mí la sombra
Y que tus manos salgan del rencor, transparentes,
Como si en la mañana del mar fueran creadas:
La sal te dio, amor mío, proporción cristalina.

La envidia sufre, muere, se agota con mi canto.
Uno a uno agonizan sus tristes capitanes.
Yo digo amor, y el mundo se puebla de palomas.
Cada sílaba mía trae la primavera.

Entonces tú, florida, corazón, bienamada,
Sobre mis ojos como los follajes del cielo
Eres, y yo te miro recostada en la tierra.

Veo el sol trasmigrar racimos a tu rostro,
Mirando hacia la altura reconozco tus pasos.
¡Matilde, bienamada, diadema, bienvenida!




Soneto LVII. Mienten los que dijeron que yo perdí la luna


Mienten los que dijeron que yo perdí la luna,
Los que profetizaron mi porvenir de arena,
Aseveraron tantas cosas con lenguas frías:
Quisieron prohibir la flor del universo.

"Ya no cantará más el ámbar insurgente
De la sirena, no tiene sino pueblo".
Y masticaban sus incesantes papeles
Patrocinando para mi guitarra el olvido.

Yo les lancé a los ojos las lanzas deslumbrantes
De nuestro amor clavando tu corazón y el mío,
Yo reclamé el jazmín que dejaban tus huellas,

Yo me perdí de noche sin luz bajo tus párpados
Y cuando me envolvió la claridad
Nací de nuevo, dueño de mi propia tiniebla.




Soneto LVIII. Entre los espadones de fierro literario


Entre los espadones de fierro literario
Paso yo como un marinero remoto
Que no conoce las esquinas y que canta
Porque sí, porque cómo si no fuera por eso.

De los atormentados archipiélagos traje
Mi acordeón con borrascas, rachas de lluvia loca,
Y una costumbre lenta de cosas naturales:
Ellas determinaron mi corazón silvestre.

Así cuando los dientes de la literatura
Trataron de morder mis honrados talones,
Yo pasé, sin saber, cantando con el viento

Hacia los almacenes lluviosos de mi infancia,
Hacia los bosques fríos del Sur indefinible,
Hacia donde mi vida se llenó con tu aroma.




Soneto LIX. Pobres poetas a quienes la vida y la muerte


Pobres poetas a quienes la vida y la muerte
Persiguieron con la misma tenacidad sombría
Y luego son cubiertos por impasible pompa
Entregados al rito y al diente funerario.

Ellos —oscuros como piedrecitas— ahora
Detrás de los caballos arrogantes, tendidos
Van, gobernados al fin por los intrusos,
Entre los edecanes, a dormir sin silencio.

Antes y ya seguros de que está muerto el muerto
Hacen de las exequias un festín miserable
Con pavos, puercos y otros oradores.

Acecharon su muerte y entonces la ofendieron:
Sólo porque su boca está cerrada
Y ya no puede contestar su canto.




Soneto LX. A ti te hiere aquel que quiso hacerme daño


A ti te hiere aquel que quiso hacerme daño,
Y el golpe del veneno contra mí dirigido
Como por una red pasa entre mis trabajos
Y en ti deja una mancha de óxido y desvelo.

No quiero ver, amor, en la luna florida
De tu frente cruzar el odio que me acecha.
No quiero que en tu sueño deje el rencor ajeno
Olvidada su inútil corona de cuchillos.

Donde voy van detrás de mí pasos amargos,
Donde río una mueca de horror copia mi cara,
Donde canto la envidia maldice, ríe y roe.

Y es ésa, amor, la sombra que la vida me ha dado:
Es un traje vacío que me sigue cojeando
Como un espantapájaros de sonrisa sangrienta.




Soneto LXI. Trajo el amor su cola de dolores


Trajo el amor su cola de dolores,
Su largo rayo estático de espinas
Y cerramos los ojos porque nada,
Porque ninguna herida nos separe.

No es culpa de tus ojos este llanto:
Tus manos no clavaron esta espada:
No buscaron tus pies este camino:
Llegó a tu corazón la miel sombría.

Cuando el amor como una inmensa ola
Nos estrelló contra la piedra dura,
Nos amasó con una sola harina,

Cayó el dolor sobre otro dulce rostro
Y así en la luz de la estación abierta
Se consagró la primavera herida.




Soneto LXII. Ay de mí, ay de nosotros, bienamada


Ay de mí, ay de nosotros, bienamada,
Sólo quisimos sólo amor, amarnos,
Y entre tantos dolores se dispuso
Sólo nosotros dos ser malheridos.

Quisimos el tú y yo para nosotros,
El tú del beso, el yo del pan secreto,
Y así era todo, eternamente simple,
Hasta que el odio entró por la ventana.

Odian los que no amaron nuestro amor,
Ni ningún otro amor, desventurados
Como las sillas de un salón perdido,

Hasta que se enredaron en ceniza
Y el rostro amenazante que tuvieron
Se apagó en el crepúsculo apagado.




Soneto LXIII. No sólo por las tierras desiertas...


No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina
Es como la única rosa, la flor por el mar enterrada,
Anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve.
Las amargas alturas de las cordilleras conocen mis pasos.

Enmarañada, silbante región de mi patria salvaje,
Lianas cuyo beso mortal se encadena en la selva,
Lamento mojado del ave que surge lanzando sus escalofríos,
¡Oh región de perdidos dolores y llanto inclemente!

No sólo son míos la piel venenosa del cobre
O el salitre extendido como estatua yacente y nevada,
Sino la viña, el cerezo premiado por la primavera,

Son míos, y yo pertenezco como átomo negro
A las áridas tierras y a la luz del otoño en las uvas,
A esta patria metálica elevada por torres de nieve.




Soneto LXIV. De tanto amor mi vida se tiñó de violeta


De tanto amor mi vida se tiñó de violeta
Y fui de rumbo en rumbo como las aves ciegas
Hasta llegar a tu ventana, amiga mía:
Tú sentiste un rumor de corazón quebrado

Y allí de las tinieblas me levanté a tu pecho,
Sin ser y sin saber fui a la torre del trigo,
Surgí para vivir entre tus manos,
Me levanté del mar a tu alegría.

Nadie puede contar lo que te debo, es lúcido
Lo que te debo, amor, y es como una raíz
Natal de Araucanía, lo que te debo, amada.

Es sin duda estrellado todo lo que te debo,
Lo que te debo es como el pozo de una zona silvestre
En donde guardó el tiempo relámpagos errantes.




Soneto LXV. Matilde, ¿dónde estás? Noté, hacia abajo


Matilde, ¿dónde estás? Noté, hacia abajo,
Entre corbata y corazón, arriba,
Cierta melancolía intercostal:
Era que tú de pronto eras ausente.

Me hizo falta la luz de tu energía
Y miré devorando la esperanza,
Miré el vacío que es sin ti una casa,
No quedan sino trágicas ventanas.

De puro taciturno el techo escucha
Caer antiguas lluvias deshojadas,
Plumas, lo que la noche aprisionó:

Y así te espero como casa sola
Y volverás a verme y habitarme.
De otro modo me duelen las ventanas.




Soneto LXVI. No te quiero sino porque te quiero


No te quiero sino porque te quiero
Y de quererte a no quererte llego
Y de esperarte cuando no te espero
Pasa mi corazón del frío al fuego.

Te quiero sólo porque a ti te quiero,
Te odio sin fin, y odiándote te ruego,
Y la medida de mi amor viajero
Es no verte y amarte como un ciego.

Tal vez consumirá la luz de enero,
Su rayo cruel, mi corazón entero,
Robándome la llave del sosiego.

En esta historia sólo yo me muero
Y moriré de amor porque te quiero,
Porque te quiero, amor, a sangre y fuego.




Soneto LXVII. La gran lluvia del sur cae sobre Isla Negra


La gran lluvia del sur cae sobre Isla Negra
Como una sola gota transparente y pesada,
El mar abre sus hojas frías y la recibe,
La tierra aprende el húmedo destino de una copa.

¡Alma mía, dame en tus besos el agua
Salobre de estos mares, la miel del territorio,
La fragancia mojada por mil labios del cielo,
La paciencia sagrada del mar en el invierno!

¡Algo nos llama, todas las puertas se abren solas!,
Relata el agua un largo rumor a las ventanas,
Crece el cielo hacia abajo tocando las raíces,

Y así teje y desteje su red celeste el día
Con tiempo, sal, susurros, crecimientos, caminos,
Una mujer, un hombre, y el invierno en la tierra.




Soneto LXVIII. La niña de madera no llegó caminando


La niña de madera no llegó caminando:
Allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos,
Viejas flores del mar cubrían su cabeza,
Su mirada tenía tristeza de raíces.

Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas,
El ir y ser y andar y volver por la tierra,
El día destiñendo sus pétalos graduales.
Vigilaba sin vernos la niña de madera.

La niña coronada por las antiguas olas,
Allí miraba con sus ojos derrotados:
Sabía que vivimos en una red remota

De tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia,
Sin saber si existimos o si somos su sueño.
Ésta es la historia de la muchacha de madera.




Soneto LXIX. Tal vez no ser es ser sin que tú seas


Tal vez no ser es ser sin que tú seas,
Sin que vayas cortando el mediodía
Como una flor azul, sin que camines
Más tarde por la niebla y los ladrillos,

Sin esa luz que llevas en la mano
Que tal vez otros no verán dorada,
Que tal vez nadie supo que crecía
Como el origen rojo de la rosa,

Sin que seas, en fin, sin que vinieras
Brusca, incitante, a conocer mi vida,
Ráfaga de rosal, trigo del viento,

Y desde entonces soy porque tú eres,
Y desde entonces eres, soy y somos,
Y por amor seré, serás, seremos.




Soneto LXX. Tal vez herido voy sin ir sangriento


Tal vez herido voy sin ir sangriento
Por uno de los rayos de tu vida
Y a media selva me detiene el agua:
La lluvia que se cae con su cielo.

Entonces toco el corazón llovido:
Allí sé que tus ojos penetraron
Por la región extensa de mi duelo
Y un susurro de sombra surge solo:

¿Quién es? ¿Quién es? Pero no tuvo nombre
La hoja o el agua oscura que palpita
A media selva, sorda, en el camino,

Y así, amor mío, supe que fui herido
Y nadie hablaba allí sino la sombra,
La noche errante, el beso de la lluvia.




Soneto LXXI. De pena en pena cruza sus islas el amor


De pena en pena cruza sus islas el amor
Y establece raíces que luego riega el llanto,
Y nadie puede, nadie puede evadir los pasos
Del corazón que corre callado y carnicero.

Así tú y yo buscamos un hueco, otro planeta
En donde no tocara la sal tu cabellera,
En donde no crecieran dolores por mi culpa,
En donde viva el pan sin agonía.

Un planeta enredado por distancia y follajes,
Un páramo, una piedra cruel y deshabitada,
Con nuestras propias manos hacer un nido duro,

Queríamos, sin daño ni herida ni palabra,
Y no fue así el amor, sino una ciudad loca
Donde la gente palidece en los balcones.




Soneto LXXII. Amor mío, el invierno regresa a sus cuarteles


Amor mío, el invierno regresa a sus cuarteles,
Establece la tierra sus dones amarillos
Y pasamos la mano sobre un país remoto,
Sobre la cabellera de la geografía.

¡Irnos! ¡Hoy! ¡Adelante, ruedas, naves, campanas,
Aviones acerados por el diurno infinito
Hacia el olor nupcial del archipiélago,
Por longitudinales harinas de usufructo!

Vamos, levántate, y endiadémate y sube
Y baja y corre y trina con el aire y conmigo
Vámonos a los trenes de Arabia o Tocopilla,

Sin más que trasmigrar hacia el polen lejano,
A pueblos lancinantes de harapos y gardenias
Gobernados por pobres monarcas sin zapatos.




Soneto LXXIII. Recordarás tal vez aquel hombre afilado


Recordarás tal vez aquel hombre afilado
Que de la oscuridad salió como un cuchillo
Y antes de que supiéramos, sabía:
Vio el humo y decidió que venía del fuego.

La pálida mujer de cabellera negra
Surgió como un pescado del abismo
Y entre los dos alzaron en contra del amor
Una máquina armada de dientes numerosos.

Hombre y mujer talaron montañas y jardines,
Bajaron a los ríos, treparon por los muros,
Subieron por los montes su atroz artillería.

El amor supo entonces que se llamaba amor.
Y cuando levanté mis ojos a tu nombre
Tu corazón de pronto dispuso mi camino.




Soneto LXXIV. El camino mojado por el agua de agosto


El camino mojado por el agua de agosto
Brilla como si fuera cortado en plena luna,
En plena claridad de la manzana,
En mitad de la fruta del otoño.

Neblina, espacio o cielo, la vaga red del día
Crece con fríos sueños, sonidos y pescados,
El vapor de las islas combate la comarca,
Palpita el mar sobre la luz de Chile.

Todo se reconcentra como el metal, se esconden
Las hojas, el invierno enmascara su estirpe
Y sólo ciegos somos, sin cesar, solamente.

Solamente sujetos al cauce sigiloso
Del movimiento, adiós, del viaje, del camino:
Adiós, caen las lágrimas de la naturaleza.




Soneto LXXV. Ésta es la casa, el mar y la bandera


Ésta es la casa, el mar y la bandera.
Errábamos por otros largos muros.
No hallábamos la puerta ni el sonido
Desde la ausencia, como desde muertos.

Y al fin la casa abre su silencio,
Entramos a pisar el abandono,
Las ratas muertas, el adiós vacío,
El agua que lloró en las cañerías.

Lloró, lloró la casa noche y día,
Gimió con las arañas, entreabierta,
Se desgranó desde sus ojos negros,

Y ahora de pronto la volvemos viva,
La poblamos y no nos reconoce:
Tiene que florecer, y no se acuerda.




Soneto LXXVI. Diego Rivera con la paciencia del oso


Diego Rivera con la paciencia del oso
Buscaba la esmeralda del bosque en la pintura
O el bermellón, la flor súbita de la sangre
Recogía la luz del mundo en tu retrato.

Pintaba el imperioso traje de tu nariz,
La centella de tus pupilas desbocadas,
Tus uñas que alimentan la envidia de la luna,
Y en tu piel estival, tu boca de sandía.

Te puso dos cabezas de volcán encendidas
Por fuego, por amor, por estirpe araucana,
Y sobre los dos rostros dorados de la greda

Te cubrió con el casco de un incendio bravío
Y allí secretamente quedaron enredados
Mis ojos en su torre total: tu cabellera.




Soneto LXXVII. Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido


Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido,
Con las alas de todo lo que será mañana,
Hoy es el sur del mar, la vieja edad del agua
Y la composición de un nuevo día.

A tu boca elevada a la luz o a la luna
Se agregaron los pétalos de un día consumido,
Y ayer viene trotando por su calle sombría
Para que recordemos su rostro que se ha muerto.

Hoy, ayer y mañana se comen caminando,
Consumimos un día como una vaca ardiente,
Nuestro ganado espera con sus días contados,

Pero en tu corazón el tiempo echó su harina,
Mi amor construyó un horno con barro de Temuco:
Tú eres el pan de cada día para mi alma.




Soneto LXXVIII. No tengo nunca más, no tengo siempre


No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena
La victoria dejó sus pies perdidos.
Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.
No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas.

Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas
Sangrientas, que combatí la burla,
Y que en verdad llené la pleamar de mi alma.
Yo pagué la vileza con palomas.

Yo no tengo jamás porque distinto
Fui, soy, seré. Y en nombre
De mi cambiante amor proclamo la pureza.

La muerte es sólo piedra del olvido.
Te amo, beso en tu boca la alegría.
Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.




Soneto LXXIX. De noche, amada, amarra tu corazón al mío


De noche, amada, amarra tu corazón al mío
Y que ellos en el sueño derroten las tinieblas
Como un doble tambor combatiendo en el bosque
Contra el espeso muro de las hojas mojadas.

Nocturna travesía, brasa negra del sueño
Interceptando el hilo de las uvas terrestres
Con la puntualidad de un tren descabellado
Que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara.

Por eso, amor, amárrame el movimiento puro,
A la tenacidad que en tu pecho golpea
Con las alas de un cisne sumergido,

Para que a las preguntas estrelladas del cielo
Responda nuestro sueño con una sola llave,
Con una sola puerta cerrada por la sombra.




Soneto LXXX. De viajes y dolores yo regresé, amor mío


De viajes y dolores yo regresé, amor mío,
A tu voz, a tu mano volando en la guitarra,
Al fuego que interrumpe con besos el otoño,
A la circulación de la noche en el cielo.

Para todos los hombres pido pan y reinado,
Pido tierra para el labrador sin ventura,
Que nadie espere tregua de mi sangre o mi canto.
Pero a tu amor no puedo renunciar sin morirme.

Por eso toca el vals de la serena luna,
La barcarola en el agua de la guitarra
Hasta que se doblegue mi cabeza soñando:

Que todos los desvelos de mi vida tejieron
Esta enramada en donde tu mano vive y vuela
Custodiando la noche del viajero dormido.




Soneto LXXXI. Ya eres mía. Reposa con tu sueño en mi sueño


Ya eres mía. Reposa con tu sueño en mi sueño.
Amor, dolor, trabajos, deben dormir ahora.
Gira la noche sobre sus invisibles ruedas
Y junto a mí eres pura como el ámbar dormido.

Ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.
Irás, iremos juntos por las aguas del tiempo.
Ninguna viajará por la sombra conmigo,
Sólo tú, siempreviva, siempre sol, siempre luna.

Ya tus manos abrieron los puños delicados
Y dejaron caer suaves signos sin rumbo,
Tus ojos se cerraron como dos alas grises,

Mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:
La noche, el mundo, el viento devanan su destino,
Y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.




Soneto LXXXII. Amor mío, al cerrar esta puerta nocturna


Amor mío, al cerrar esta puerta nocturna
Te pido, amor, un viaje por oscuro recinto:
Cierra tus sueños, entra con tu cielo en mis ojos,
Extiéndete en mi sangre como en un ancho río.

Adiós, adiós, cruel claridad que fue cayendo
En el saco de cada día del pasado,
Adiós a cada rayo de reloj o naranja,
¡Salud oh sombra, intermitente compañera!

En esta nave o agua o muerte o nueva vida,
Una vez más unidos, dormidos, resurrectos,
Somos el matrimonio de la noche en la sangre.

No sé quién vive o muere, quién reposa o despierta,
Pero es tu corazón el que reparte
En mi pecho los dones de la aurora.




Soneto LXXXIII. Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche


Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche,
Invisible en tu sueño, seriamente nocturna,
Mientras yo desenredo mis preocupaciones
Como si fueran redes confundidas.

Ausente, por los sueños tu corazón navega,
Pero tu cuerpo así abandonado respira
Buscándome sin verme, completando mi sueño
Como una planta que se duplica en la sombra.

Erguida, serás otra que vivirá mañana,
Pero de las fronteras perdidas en la noche,
De este ser y no ser en que nos encontramos

Algo queda acercándonos en la luz de la vida
Como si el sello de la sombra señalara
Con fuego sus secretas criaturas.




Soneto LXXXIV. Una vez más, amor, la red del día extingue


Una vez más, amor, la red del día extingue
Trabajos, ruedas, fuegos, estertores, adioses,
Y a la noche entregamos el trigo vacilante
Que el mediodía obtuvo de la luz y la tierra.

Sólo la luna en medio de su página pura
Sostiene las columnas del estuario del cielo,
La habitación adopta la lentitud del oro
Y van y van tus manos preparando la noche.

Oh amor, oh noche, oh cúpula cerrada por un río
De impenetrables aguas en la sombra del cielo
Que destaca y sumerge sus uvas tempestuosas,

Hasta que sólo somos un solo espacio oscuro,
Una copa en que cae la ceniza celeste,
Una gota en el pulso de un lento y largo río.




Soneto LXXXV. Del mar hacia las calles corre la vaga niebla


Del mar hacia las calles corre la vaga niebla
Como el vapor de un buey enterrado en el frío,
Y largas lenguas de agua se acumulan cubriendo
El mes que a nuestras vidas prometió ser celeste.

Adelantado otoño, panal silbante de hojas,
Cuando sobre los pueblos palpita tu estandarte
Cantan mujeres locas despidiendo a los ríos,
Los caballos relinchan hacia la Patagonia.

Hay una enredadera vespertina en tu rostro
Que crece silenciosa por el amor llevada
Hasta las herraduras crepitantes del cielo.

Me inclino sobre el fuego de tu cuerpo nocturno
Y no sólo tus senos amo sino el otoño
Que esparce por la niebla su sangre ultramarina.




Soneto LXXXVI. Oh cruz del sur, oh trébol de fósforo fragante


Oh cruz del sur, oh trébol de fósforo fragante,
Con cuatro besos hoy penetró tu hermosura
Y atravesó la sombra y mi sombrero:
La luna iba redonda por el frío.

Entonces con mi amor, con mi amada, oh diamantes
De escarcha azul, serenidad del cielo,
Espejo, apareciste y se llenó la noche
Con tus cuatro bodegas temblorosas de vino.

Oh palpitante plata de pez pulido y puro,
Cruz verde, perejil de la sombra radiante,
Luciérnaga a la unidad del cielo condenada,

Descansa en mí, cerremos tus ojos y los míos.
Por un minuto duerme con la noche del hombre.
Enciende en mí tus cuatro números constelados.




Soneto LXXXVII. Las tres aves del mar, tres rayos, tres tijeras


Las tres aves del mar, tres rayos, tres tijeras
Cruzaron por el cielo frío hacia Antofagasta,
Por eso quedó el aire tembloroso,
Todo tembló como bandera herida.

Soledad, dame el signo de tu incesante origen,
El apenas camino de los pájaros crueles,
Y la palpitación que sin duda precede
A la miel, a la música, al mar, al nacimiento.

(Soledad sostenida por un constante rostro
Como una grave flor sin cesar extendida
Hasta abarcar la pura muchedumbre del cielo).

Volaban alas frías del mar, del Archipiélago,
Hacia la arena del Noroeste de Chile.
Y la noche cerró su celeste cerrojo.




Soneto LXXXVIII. El mes de marzo vuelve con su luz escondida


El mes de marzo vuelve con su luz escondida
Y se deslizan peces inmensos por el cielo,
Vago vapor terrestre progresa sigiloso,
Una por una caen al silencio las cosas.

Por suerte en esta crisis de atmósfera errabunda
Reuniste las vidas del mar con las del fuego,
El movimiento gris de la nave de invierno,
La forma que el amor imprimió a la guitarra.

Oh amor, rosa mojada por sirenas y espumas,
Fuego que baila y sube la invisible escalera
Y despierta en el túnel del insomnio a la sangre

Para que se consuman las olas en el cielo,
Olvide el mar sus bienes y leones
Y caiga el mundo adentro de las redes oscuras.




Soneto LXXXIX. Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos


Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos:
Quiero la luz y el trigo de tus manos amadas
Pasar una vez más sobre mí su frescura:
Sentir la suavidad que cambió mi destino.

Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero,
Quiero que tus oídos sigan oyendo el viento,
Que huelas el aroma del mar que amamos juntos
Y que sigas pisando la arena que pisamos.

Quiero que lo que amo siga vivo
Y a ti te amé y canté sobre todas las cosas,
Por eso sigue tú floreciendo, florida,

Para que alcances todo lo que mi amor te ordena,
Para que se pasee mi sombra por tu pelo,
Para que así conozcan la razón de mi canto.




Soneto XC. Pensé morir, sentí de cerca el frío


Pensé morir, sentí de cerca el frío,
Y de cuanto viví sólo a ti te dejaba:
Tu boca eran mi día y mi noche terrestres
Y tu piel la república fundada por mis besos.

En ese instante se terminaron los libros,
La amistad, los tesoros sin tregua acumulados,
La casa transparente que tú y yo construimos:
Todo dejó de ser, menos tus ojos.

Porque el amor, mientras la vida nos acosa,
Es simplemente una ola alta sobre las olas,
Pero ay cuando la muerte viene a tocar a la puerta

Hay sólo tu mirada para tanto vacío,
Sólo tu claridad para no seguir siendo,
Sólo tu amor para cerrar la sombra.




Soneto XCI. La edad nos cubre como la llovizna


La edad nos cubre como la llovizna,
Interminable y árido es el tiempo,
Una pluma de sal toca tu rostro,
Una gotera carcomió mi traje:

El tiempo no distingue entre mis manos
O un vuelo de naranjas en las tuyas:
Pica con nieve y azadón la vida:
La vida tuya que es la vida mía.

La vida mía que te di se llena
De años, como el volumen de un racimo.
Regresarán las uvas a la tierra.

Y aún allá abajo el tiempo sigue siendo,
Esperando, lloviendo sobre el polvo,
Ávido de borrar hasta la ausencia.




Soneto XCII. Amor mío, si muero y tú no mueres


Amor mío, si muero y tú no mueres,
No demos al dolor más territorio:
Amor mío, si mueres y no muero,
No hay extensión como la que vivimos.

Polvo en el trigo, arena en las arenas
El tiempo, el agua errante, el viento vago
Nos llevó como grano navegante.
Pudimos no encontrarnos en el tiempo.

Esta pradera en que nos encontramos,
¡Oh pequeño infinito devolvemos!
Pero este amor, amor, no ha terminado,

Y así como no tuvo nacimiento
No tiene muerte, es como un largo río,
Sólo cambia de tierras y de labios.




Soneto XCIII. Si alguna vez tu pecho se detiene


Si alguna vez tu pecho se detiene,
Si algo deja de andar ardiendo por tus venas,
Si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
Si tus manos se olvidan de volar y se duermen,

Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos
Porque ese último beso debe durar conmigo,
Debe quedar inmóvil para siempre en tu boca
Para que así también me acompañe en mi muerte.

Me moriré besando tu loca boca fría,
Abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,
Y buscando la luz de tus ojos cerrados.

Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
Iremos confundidos en una sola muerte
A vivir para siempre la eternidad de un beso.




Soneto XCIV. Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura


Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura
Que despiertes la furia del pálido y del frío,
De sur a sur levanta tus ojos indelebles,
De sol a sol que suene tu boca de guitarra.

No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos,
No quiero que se muera mi herencia de alegría,
No llames a mi pecho, estoy ausente.
Vive en mi ausencia como en una casa.

Es una casa tan grande la ausencia
Que pasarás en ella a través de los muros
Y colgarás los cuadros en el aire.

Es una casa tan transparente la ausencia
Que yo sin vida te veré vivir
Y si sufres, mi amor, me moriré otra vez.




Soneto XCV. ¿Quiénes se amaron como nosotros?


¿Quiénes se amaron como nosotros? Busquemos
Las antiguas cenizas del corazón quemado
Y allí que caigan uno por uno nuestros besos
Hasta que resucite la flor deshabitada.

Amemos el amor que consumió su fruto
Y descendió a la tierra con rostro y poderío:
Tú y yo somos la luz que continúa,
Su inquebrantable espiga delicada.

Al amor sepultado por tanto tiempo frío,
Por nieve y primavera, por olvido y otoño,
Acerquemos la luz de una nueva manzana,

De la frescura abierta por una nueva herida,
Como el amor antiguo que camina en silencio
Por una eternidad de bocas enterradas.




Soneto XCVI. Pienso, esta época en que tú me amaste


Pienso, esta época en que tú me amaste
Se irá por otra azul sustituida,
Será otra piel sobre los mismos huesos,
Otros ojos verán la primavera.

Nadie de los que ataron esta hora,
De los que conversaron con el humo,
Gobiernos, traficantes, transeúntes,
Continuarán moviéndose en sus hilos.

Se irán los crueles dioses con anteojos,
Los peludos carnívoros con libro,
Los pulgones y los pipipasseyros.

Y cuando esté recién lavado el mundo
Nacerán otros ojos en el agua
Y crecerá sin lágrimas el trigo.




Soneto XCVII. Hay que volar en este tiempo


Hay que volar en este tiempo, ¿a dónde?
Sin alas, sin avión, volar sin duda:
Ya los pasos pasaron sin remedio,
No elevaron los pies del pasajero.

Hay que volar a cada instante como
Las águilas, las moscas y los días,
Hay que vencer los ojos de Saturno
Y establecer allí nuevas campanas.

Ya no bastan zapatos ni caminos,
Ya no sirve la tierra a los errantes,
Ya cruzaron la noche las raíces,

Y tú aparecerás en otra estrella
Determinadamente transitoria
Convertida por fin en amapola.




Soneto XCVIII. Y esta palabra, este papel escrito


Y esta palabra, este papel escrito
Por las mil manos de una sola mano,
No queda en ti, no sirve para sueños,
Cae a la tierra: allí se continúa.

No importa que la luz o la alabanza
Se derramen y salgan de la copa
Si fueron un tenaz temblor del vino,
Si se tiñó tu boca de amaranto.

No quiere más la sílaba tardía,
Lo que trae y retrae el arrecife
De mis recuerdos, la irritada espuma,

No quiere más sino escribir tu nombre.
Y aunque lo calle mi sombrío amor
Más tarde lo dirá la primavera.




Soneto XCIX. Otros días vendrán


Otros días vendrán, será entendido
El silencio de plantas y planetas
¡Y cuántas cosas puras pasarán!
¡Tendrán olor a luna los violines!

El pan será tal vez como tú eres:
Tendrá tu voz, tu condición de trigo,
Y hablarán otras cosas con tu voz:
Los caballos perdidos del otoño.

Aunque no sea como está dispuesto
El amor llenará grandes barricas
Como la antigua miel de los pastores,

Y tú en el polvo de mi corazón
(En donde habrá inmensos almacenes)
Irás y volverás entre sandías.




Soneto C. En medio de la tierra apartaré


En medio de la tierra apartaré
Las esmeraldas para divisarte
Y tú estarás copiando las espigas
Con una pluma de agua mensajera.

¡Qué mundo! ¡Qué profundo perejil!
¡Qué nave navegando en la dulzura!
¡Y tú tal vez y yo tal vez topacio!
Ya no habrá división en las campanas.

Ya no habrá sino todo el aire libre,
Las manzanas llevadas por el viento,
El suculento libro en la enramada,

Y allí donde respiran los claveles
Fundaremos un traje que resista
La eternidad de un beso victorioso.


Poema I: Cuerpo de mujer


Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
Te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
Y hace saltar al hijo del fondo de la tierra.


Fui sólo como un túnel. De mí huían los pájaros,
Y en mí la noche entraba en su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
Como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.


Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
¡Ah los vasos del pecho! ¡Ah los ojos de ausencia!
¡Ah las rosas del pubis! ¡ Ah tu voz lenta y triste!


Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
Y la fatiga sigue y el dolor infinito.




Poema II: En su llama mortal la luz te envuelve


En su llama mortal la luz te envuelve.
Absorta, pálida, doliente, así situada
Contra las viejas hélices del crepúsculo
Que en torno a ti da vueltas.


Muda, mi amiga,
Sola en lo solitario de esta hora de muertes
Y llena de las vidas del fuego,
Pura heredera del día destruido.


Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro.
De la noche las grandes raíces
Crecen de súbito desde tu alma,
Y a lo exterior regresan las cosas en ti ocultas,
De modo que un pueblo pálido y azul
De ti recién nacido se alimenta.


Oh grandiosa y fecunda y magnética esclava
Del círculo que en negro y dorado sucede,
Erguida, trata y logra una creación tan viva
Que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.




Poema III: Ah, vastedad de pinos


Ah, vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose,
Lento juego de luces, campana solitaria,
Crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca,
Caracola terrestre, en ti la tierra canta.


En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye
Como tú lo desees y hacia donde tú quieras.
Márcame mi camino en tu arco de esperanza
Y soltaré en delirio mi bandada de flechas.


En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla
Y tu silencio acosa mis horas perseguidas,
Y eres tú con tus brazos de piedra transparente
Donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.


Ah tu voz misteriosa que el amor tiñe y dobla
En el atardecer resonante y muriendo
Así en horas profundas sobre los campos
He visto doblarse las espigas en la boca del viento.




Poema IV: Es la mañana llena de tempestad


Es la mañana llena de tempestad
En el corazón del verano.


Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes,
El viento las sacude con sus viajeras manos.


Innumerable corazón del viento
Latiendo sobre nuestro silencio enamorado.


Zumbando entre los árboles, orquestal y divino,
Como una lengua llena de guerras y de cantos.


Viento que lleva en rápido robo la hojarasca
Y desvía las flechas latientes de los pájaros.


Viento que la derriba en ola sin espuma
Y sustancia sin peso, y fuegos inclinado.


Se rompe y se sumerge su volumen de besos
Combatido en la puerta del viento del verano.


Arriba

Poema V: Para que tú me oigas


Para que tú me oigas
Mis palabras
Se adelgazan a veces
Como las huellas de las gaviotas en las playas.


Collar, cascabel ebrio
Para tus manos suaves como las uvas.


Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.


Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.


Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.


Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
Y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.


Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
Para que tú las oigas como quiero que me oigas.


El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.


Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.


Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.


Voy haciendo de todas un collar infinito
Para tus blancas manos, suaves como las uvas.




Poema VI: Te recuerdo como eras en el último otoño


Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.


Apegada a mis brazos como una enredadera,
Las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.


Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
Boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
Hacia donde emigraban mis profundos anhelos
Y caían mis besos alegres como brasas.


Cielo desde un navío. Campo desde los cerros.
Tu recuerdo es de luz, de humo, de estanque en calma,
Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos.
Hojas secas de otoño giraban en tu alma.




Poema VII: Inclinado en las tardes


Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes
A tus ojos oceánicos.


Allí se estira y arde en la más alta hoguera
Mi soledad, que da vueltas los brazos como un
Náufrago.


Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes
Que olean como el mar a la orilla de un faro.


Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía,
De tu mirada emerge a veces la costa del espanto.


Inclinado en las tardes echo mis tristes redes
A ese mar que sacude tus ojos oceánicos.


Los pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas
Que centellean como mi alma cuando te amo.


Galopa la noche en su yegua sombría
Desparramando espigas azules sobre el campo.




Poema VIII: Abeja blanca zumbas


Abeja blanca zumbas -ebria de miel- en mi alma
Y te tuerces en lentas espirales de humo.


Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
El que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.


Ultima amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra desierta eres la última rosa.


¡Ah silenciosa!


Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche.
Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.


Tienes ojos profundos donde la noche alea.
Frescos brazos de flor y regazo de rosa.


Se parecen tus senos a los caracoles blancos.
Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.


¡Ah silenciosa!


He aquí la soledad de donde estás ausente.
Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.


El agua anda descalza por las calles mojadas.
De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.


Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.


¡Ah silenciosa!




Poema IX: Ebrio de trementina


Ebrio de trementina y largos besos,
Estival, el velero de las rosas dirijo,
Torcido hacia la muerte del delgado día,
Cimentado en el sólido frenesí marino.


Pálido y amarrado a mi agua devorante
Cruzo en el agrio olor del clima descubierto,
Aún vestido de gris y sonidos amargos,
Y una cimera triste de abandonada espuma.


Voy, duro de pasiones, montado en mi ola única,
Lunar, solar, ardiente y frío, repentino,
Dormido en la garganta de las afortunadas
Islas blancas y dulces como caderas frescas.


Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos
Locamente cargado de eléctricas gestiones,
De modo heroico dividido en sueños
Y embriagadoras rosas practicándose en mí.


Aguas arriba, en medio de las olas externas,
Tu paralelo cuerpo se sujeta en mis brazos
Como un pez infinitamente pegado a mi alma
Rápido y lento en la energía subceleste.




Poema X: Hemos perdido aún este crepúsculo


Hemos perdido aún este crepúsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
Mientras la noche azul caía sobre el mundo.


He visto desde mi ventana
La fiesta del poniente en los cerros lejanos.


A veces como una moneda
Se encendía un pedazo de sol entre mis manos.


Yo te recordaba con el alma apretada
De esa tristeza que tú me conoces.


Entonces, ¿dónde estabas?
¿Entre qué gentes?
¿Diciendo qué palabras?
¿Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
Cuando me siento triste, y te siento lejana?


Cayó el libro que siempre se toma en el crepúsculo,
Y como un perro herido rodó a mis pies mi capa.


Siempre, siempre te alejas en las tardes
Hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas.




Poema XI: Casi fuera del cielo


Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas
La mitad de la luna.
Girante, errante noche, la cavadora de ojos.
A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.


Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye.
Fragua de metales azules, noches de las calladas luchas,
Mi corazón da vueltas como un volante loco.
Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos,
A veces fulgurece su mirada debajo del cielo.
Quejumbre, tempestad, remolino de furia,
Cruza encima de mi corazón, sin detenerte.
Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta.


Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella.
Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas.
Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio,
¡Ah nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.


Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos,
Es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría.
Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas
Para qué tocarla ahora, para qué entristecerla.


Ay, seguir el camino que se aleja de todo,
Donde no esté atajando la angustia, la muerte, el invierno,
Con sus ojos abiertos entre el rocío.




Poema XII: Para mi corazón basta tu pecho


Para mi corazón basta tu pecho,
Para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
Lo que estaba dormido sobre tu alma.


Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia,
Eternamente en fuga como la ola.


He dicho que cantabas en el viento
Como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.


Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
Pájaros que dormían en tu alma.




Poema XIII: He ido marcando con cruces de fuego


He ido marcando con cruces de fuego
El atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.


Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
Muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.


Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.


Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.


Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
Oh, poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un Loco.


Triste ternura mía, ¿qué te haces de repente?
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
Mi corazón se cierra como una flor nocturna.




Poema XIV: Juegas todos los días


Juegas todos los días con la luz del universo.
Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.
Eres más que esta blanca cabecita que aprieto
Como un racimo entre mis manos cada día.


A nadie te pareces desde que yo te amo.
Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.
Quién escribe tu nombre con letras de humo
Entre las estrellas del sur?
Ah déjame recordarte cómo eras entonces,
Cuando aún no existías.


De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.
El cielo es una red cuajada de peces sombríos.
Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.
Se desviste la lluvia.


Pasan huyendo los pájaros.
El viento. El viento.
Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.
El temporal arremolina hojas oscuras
Y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.


Tú estás aquí. Ah tú no huyes.
Tú me responderás hasta el último grito.
Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.
Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.


Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,
Y tienes hasta los senos perfumados.
Mientras el viento triste galopa matando mariposas
Yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.


Cuánto te habrá dolido acostumbrarte a mí,
A mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.
Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos
Y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.


Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.
Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.
Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
Avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.


Quiero hacer contigo
Lo que la primavera hace con los cerezos.




Poema XV: Me gusta cuando callas


Me gusta cuando callas porque estás como ausente,
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
Y parece que un beso te cerrara la boca.


Como todas las cosas están llenas de mi alma
Emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
Y te pareces a la palabra melancolía.


Me gusta cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa de arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza,
Déjame que me calle con el silencio tuyo.


Déjame que te hable también con tu silencio
Claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.


Me gusta cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.




Poema XVI: En mi cielo al crepúsculo


En mi cielo al crepúsculo eres como una nube
Y tu color y forma son como yo los quiero.
Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces,
Y viven en tu vida mis infinitos sueños.


La lámpara de mi alma te sonrosa los pies,
El agrio vino mío es más dulce en tus labios:
Oh, segadora de mi canción de atardecer,
Cómo te sienten mía mis sueños solitarios.


Eres mía, eres mía, voy gritando en la brisa
De la tarde, y el viento arrastra mi voz viuda.
Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
Estanca como el agua tu mirada nocturna.


En la red de mi música estás presa, amor mío,
Y mis redes de música son anchas como el cielo.
Mi alma nace a la orilla de tus ojos de luto.
En tus ojos de luto comienza el país del sueño.




Poema XVII: Pensando, enredando sombras


Pensando, enredando sombras en la profunda soledad.
Tú también estás lejos, ah, más lejos que nadie.
Pensando, soltando pájaros, desvaneciendo imágenes,
Enterrando lámparas.
Campanario de brumas, ¡qué lejos, allá arriba!
Ahogando lamentos, moliendo esperanzas sombrías,
Molinero taciturno,
Se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.


Tu presencia es ajena, extraña a mí como una cosa.
Pienso, camino largamente mi vida antes de ti.
Mi vida antes de nadie, mi áspera vida.
El grito frente al mar, entre las piedras,
Corriendo libre, loco, en el vaho del mar.
La furia triste, el grito, la soledad del mar.
Desbocado, violento, estirado hacia el cielo.


Tú, mujer, ¿qué eras allí, qué raya, qué varilla
De ese abanico inmenso? Estabas lejos como ahora.
Incendio en el bosque, arde en cruces azules.
Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.
Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.


Y mi alma baila herida de virutas de fuego.
¿Quién llama? ¿Qué silencio poblado de ecos?
Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora de la soledad,
¡Hora mía entre todas!
Bocina en que el viento pasa cantando.
Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.


¡Sacudida de todas las raíces,
Asalto de todas las olas!
Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.


Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad.
¿Quién eres tú, quién eres?




Poema XVIII: Aquí te amo


Aquí te amo.
En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
Andan días iguales persiguiéndose.


Se desciñe la niebla en danzantes figuras.
Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
A veces una vela. Altas, altas estrellas.


O la cruz negra de un barco. Solo.
A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.
Suena, resuena el mar lejano.
Este es un puerto.
Aquí te amo.


Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
A veces van mis besos en esos barcos graves,
Que corren por el mar hacia donde no llegan.


Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
Son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.


Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
Pero la noche llega y comienza a cantarme.
La luna hace girar su rodaje de sueño.


Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
Y, como yo te amo, los pinos en el viento
Quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.




Poema XIX: Niña morena y ágil


Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
El que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
Hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
Y tu boca que tiene la sonrisa del agua.


Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras
De la negra melena, cuando estiras los brazos.
Tú juegas con el sol como con un estero
Y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.


Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Todo de ti me aleja, como del mediodía.
Eres la delirante juventud de la abeja,
La embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.


Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,
Y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.
Mariposa morena dulce y definitiva
Como el trigal y el sol, la amapola y el agua.




Poema XX: Puedo escribir los versos más tristes


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo "La noche está estrellada,
Y titilan, azules, los astros, a lo lejos".


El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso no es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Aunque este sea el último dolor que ella me causa,
Y estos sean los últimos versos que yo le escribo.




Una canción desesperada


Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.


Abandonado como los muelles en el alba.
Es la hora de partir, ¡oh abandonado!


Sobre mi corazón llueven frías corolas.
¡Oh, sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!


En ti se acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.


Todo te lo tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. ¡Todo en ti fue naufragio!


Era la alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.


Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
Turbia embriaguez de amor, ¡todo en ti fue naufragio!


En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!


Te ceñiste al dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, ¡todo en ti fue naufragio!


Hice retroceder la muralla de sombra,
Anduve más allá del deseo y del acto.


Oh, carne, carne mía, mujer que amé y perdí,
A ti en esta hora húmeda evoco y hago canto.


Como un vaso albergaste la infinita ternura,
Y el infinito olvido te trizó como a un vaso.


Era la negra, negra soledad de las islas,
Y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.


Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.


¡Ah mujer, no sé cómo pudiste contenerme
En la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!


Mi deseo de ti fue el más terrible y corto,
El más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.


Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas,
Aún los racimos arden picoteados de pájaros.


Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
Oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.


Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
En que nos anudamos y nos desesperamos.


Y la ternura, leve como el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.


Ese fue mi destino y en él viajó mi anhelo,
Y en él cayó mi anhelo, ¡todo en ti fue naufragio!


Oh sentina de escombros, en ti todo caía,
Qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron.


De tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste
De pie como un marino en la proa de un barco.


Aún floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.


Pálido buzo ciego, desventurado hondero,
Descubridor perdido, ¡todo en ti fue naufragio!


Es la hora de partir, la dura y fría hora
Que la noche sujeta a todo horario.


El cinturón ruidoso del mar ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.


Abandonado como los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.


Ah más allá de todo. Ah más allá de todo.


Es la hora de partir. ¡Oh abandonado!




A callarse


Ahora contaremos doce
Y nos quedamos todos quietos.

Por una vez sobre la tierra
No hablemos en ningún idioma,
Por un segundo detengámonos,
No movamos tanto los brazos.

Sería un minuto fragante,
Sin prisa, sin locomotoras,
Todos estaríamos juntos
En un inquietud instantánea.

Los pescadores del mar frío
No harían daño a las ballenas
Y el trabajador de la sal
Miraría sus manos rotas.

Los que preparan guerras verdes,
Guerras de gas, guerras de fuego,
Victorias sin sobrevivientes,
Se pondrían un traje puro
Y andarían con sus hermanos
Por la sombra, sin hacer nada.

No se confunda lo que quiero
Con la inacción definitiva:
La vida es sólo lo que se hace,
No quiero nada con la muerte.

Si no pudimos ser unánimes
Moviendo tanto nuestras vidas,
Tal vez no hacer nada una vez,
Tal vez un gran silencio pueda
Interrumpir esta tristeza,
Este no entendernos jamás
Y amenazarnos con la muerte,
Tal vez la tierra nos enseñe
Cuando todo parece muerto
Y luego todo estaba vivo.

Ahora contaré hasta doce
Y tú te callas y me voy.




A Miguel Hernández


A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España.

Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías,
Pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
La escolástica de viejas páginas, un olor
A Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
Sobre los montes, y en tu máscara
La aspereza cereal de la avena segada
Y una miel que medía la tierra con tus ojos.

También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
De incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
Y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
Bajo la luna y bajo el sol de la batalla.

Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
Que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
Te escucho, sangre, música, panal agonizante.

No he visto deslumbradora raza como la tuya,
Ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
Ni he visto nada vivo como tu corazón
Quemándose en la púrpura de mi propia bandera.

Joven eterno, vives, comunero de antaño,
Inundado por gérmenes de trigo y primavera,
Arrugado y oscuro, como el metal innato,
Esperando el minuto que eleve tu armadura.

No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
Que se despeñarán sobre el pecho de España
Aplastando a Caín para que nos devuelva
Los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
En sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
De perra, silenciosos cómplices del verdugo,
Que no será borrado tu martirio, y tu muerte
Caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
En tierra americana, el espacio que cubres
Con tu fluvial corona de rayo desangrado,
Déjame darles yo el desdeñoso olvido
Porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.

Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
De la crueldad, Mao Tse-tung dirige
Tu poesía despedazada en el combate
Hacia nuestra victoria.
Y Praga rumorosa
Construyendo la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
Y baila junto al río que despertó del sueño.

Y de Varsovia sube la sirena desnuda
Que edifica mostrando su cristalina espada.

Y más allá la tierra se agiganta,
La tierra
Que visitó tu canto, y el acero
Que defendió tu patria están seguros,
Acrecentados sobre la firmeza
De Stalin y sus hijos.
Ya se acerca
La luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
De tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
¡No te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida
Con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
Y encontré en mí no el llanto,
Sino las armas
Inexorables
¡Espéralas! ¡Espérame!




A Rafael Alberti


Rafael, antes de llegar a España me salió al camino
Tu poesía, rosa literal, racimo biselado,
Y ella hasta ahora ha sido no para mí un recuerdo,
Sino luz olorosa, emanación de un mundo.

A tu tierra reseca por la crueldad trajiste
El rocío que el tiempo había olvidado,
Y España despertó contigo en la cintura,
Otra vez coronada de aljófar matutino.

Recordarás lo que yo traía: sueños despedazados
Por implacables ácidos, permanencias
En aguas desterradas, en silencios
De donde las raíces amargas emergían
Como palos quemados en el bosque.
¿Cómo puedo olvidar, Rafael, aquel tiempo?

A tu país llegué como quien cae
A una luna de piedra, hallando en todas partes
Águilas del erial, secas espinas,
Pero tu voz allí, marinero, esperaba
Para darme la bienvenida y la fragancia
Del alhelí, la miel de los frutos marinos.

Y tu poesía estaba en la mesa, desnuda.

Los pinares del Sur, las razas de la uva
Dieron a tu diamante cortado sus resinas,
Y al tocar tan hermosa claridad, mucha sombra
De la que traje al mundo, se deshizo.

Arquitectura hecha en la luz, como los pétalos,
A través de tus versos de embriagador aroma
Yo vi el agua de antaño, la nieve hereditaria,
Y a ti más que a ninguno debo España.
Con tus dedos toqué panal y páramo,
Conocí las orillas gastadas por el pueblo
Como por un océano, y las gradas
En que la poesía fue estrellando
Toda su vestidura de zafiros.

Tú sabes que no enseña sino el hermano. Y en esa
Hora no sólo aquello me enseñaste,
No sólo la apagada pompa de nuestra estirpe,
Sino la rectitud de tu destino,
Y cuando una vez más llegó la sangre a España
Defendí el patrimonio del pueblo que era mío.

Ya sabes tú, ya sabe todo el mundo estas cosas.
Yo quiero solamente estar contigo,
Y hoy que te falta la mitad de la vida,
Tu tierra, a la que tienes más derecho que un árbol,
Hoy que de las desdichas de la patria no sólo
El luto del que amamos, sino tu ausencia cubren
La herencia del olivo que devoran los lobos,
Te quiero dar, ¡ay!, si pudiera, hermano grande,
La estrellada alegría que tú me diste entonces.

Entre nosotros dos la poesía
Se toca como piel celeste,
Y contigo me gusta recoger un racimo,
Este pámpano, aquella raíz de las tinieblas.

La envidia que abre puertas en los seres
No pudo abrir tu puerta, ni la mía. Es hermoso
Como cuando la cólera del viento
Desencadena su vestido afuera
Y están el pan, el vino y el fuego con nosotros
Dejar que aúlle el vendedor de furia,
Dejar que silbe el que pasó entre tus pies,
Y levantar la copa llena de ámbar
Con todo el rito de la transparencia.
¿Alguien quiere olvidar que tú eres el primero?
Déjalo que navegue y encontrará tu rostro.
¿Alguien quiere enterrarnos precipitadamente?
Está bien, pero tiene la obligación del vuelo.

Vendrán pero, ¿quién puede sacudir la cosecha
Que con la mano del otoño fue elevada
Hasta teñir el mundo con el temblor del vino?

Dame esa copa, hermano, y escucha: estoy rodeado
De mi América húmeda y torrencial, a veces
Pierdo el silencio, pierdo la corola nocturna,
Y me rodea el odio, tal vez nada, el vacío
De un vacío, el crepúsculo
De un perro, de una rana,
Y entonces siento que tanta tierra mía nos separe,
Y quiero irme a mi casa en que, yo sé, me esperas,
Sólo para ser buenos como sólo nosotros
Podemos serlo. No debemos nada.

Y a ti sí que te deben, y es una patria: espera.

Volverás, volveremos. Quiero contigo un día
En tus riberas ir embriagados de oro
Hacia tus puertos, puertos del sur que entonces no alcancé.
Me mostrarás el mar donde sardinas
Y aceitunas disputan las arenas,
Y aquellos campos con los toros de ojos verdes
Que Villalón (amigo que tampoco
Me vino a ver, porque estaba enterrado)
Tenía, y los toneles del jerez, catedrales
En cuyos corazones gongorinos
Arde el topacio con pálido fuego.

Iremos, Rafael, adonde yace
Aquel que con sus manos y las tuyas
La cintura de España sostenía.
El muerto que no pudo morir, aquel a quien tú guardas,
Porque sólo tu existencia lo defiende.
Allí está Federico, pero hay muchos que, hundidos, enterrados,
Entre las cordilleras españolas, caídos
Injustamente, derramados,
Perdido cereal en las montañas,
Son nuestros, y nosotros estamos en su arcilla.

Tú vives porque siempre fuiste un dios milagroso.
A nadie más que a ti te buscaron, querían
Devorarte los lobos, romper tu poderío.
Cada uno quería ser gusano en tu muerte.

Pues bien, se equivocaron. Es tal vez la estructura
De tu canción, intacta transparencia,
Armada decisión de tu dulzura,
Dureza, fortaleza, delicada,
La que salvó tu amor para la tierra.

Yo iré contigo para probar el agua
Del Genil, del dominio que me diste,
A mirar en la plata que navega
Las efigies dormidas que fundaron
Las sílabas azules de tu canto.

Entraremos también en las herrerías; ahora
El metal de los pueblos allí espera
Nacer en los cuchillos: pasaremos cantando
Junto a las redes rojas que mueve el firmamento.
Cuchillos, redes, cantos borrarán los dolores.
Tu pueblo llevará con las manos quemadas
Por la pólvora, como laurel de las praderas,
Lo que tu amor fue desgranando en la desdicha.

Sí, de nuestros destierros nace la flor, la forma
De la patria que el pueblo reconquista con truenos,
Y no es un día solo el que elabora
La miel perdida, la verdad del sueño,
Sino cada raíz que se hace canto
Hasta poblar el mundo con sus hojas.
Tú estás allí, no hay nada que no mueva
La luna diamantina que dejaste:

La soledad, el viento en los rincones,
Todo toca tu puro territorio,
Y los últimos muertos, los que caen
En la prisión, leones fusilados,
Y los de las guerrillas, capitanes
Del corazón, están humedeciendo
Tu propia investidura cristalina,
Tu propio corazón con sus raíces.

Ha pasado el tiempo desde aquellos días en que compartimos
Dolores que dejaron una herida radiante,
El caballo de la guerra que con sus herraduras
Atropelló la aldea destrozando los vidrios.
Todo aquello nació bajo la pólvora,
Todo aquello te aguarda para elevar la espiga,
Y en ese nacimiento se envolverán de nuevo
El humo y la ternura de aquellos duros días.

Ancha es la piel de España y en ella tu acicate
Vive como una espada de ilustre empuñadura,
Y no hay olvido, no hay invierno que te borre,
Hermano fulgurante, de los labios del pueblo.
Así te hablo, olvidando tal vez una palabra,
Contestando al fin cartas que no recuerdas
Y que cuando los climas del este me cubrieron
Como aroma escarlata, llegaron
Hasta mi soledad.
Que tu frente dorada
Encuentre en esta carta un día de otro tiempo,
Y otro tiempo de un día que vendrá.
Me despido
Hoy, 1948, dieciséis de diciembre,
En algún punto de América en que canto.




Agua sexual


Rodando a goterones solos,
A gotas como dientes,
A espesos goterones de mermelada y sangre,
Rodando a goterones
Cae el agua,
Como una espada en gotas,
Como un desgarrador río de vidrio,
Cae mordiendo,
Golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del alma,
Rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.


Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,
Un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
Un movimiento agudo,
Haciéndose, espesándose,
Cae el agua,
A goterones lentos,
Hacia su mar, hacia su seco océano,
Hacia su ola sin agua.


Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,
Bodegas, cigarras,
Poblaciones, estímulos,
Habitaciones, niñas
Durmiendo con las manos en el corazón,
Soñando con bandidos, con incendios,
Veo barcos,
Veo árboles de médula
Erizados como gatos rabiosos,
Veo sangre, puñales y medias de mujer,
Y pelos de hombre,
Veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
Veo frazadas y órganos y hoteles.


Veo los sueños sigilosos,
Admito los postreros días,
Y también los orígenes, y también los recuerdos,
Como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
Estoy mirando.


Y entonces hay este sonido:
Un ruido rojo de huesos,
Un pegarse de carne,
Y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
Escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.


Estoy mirando, oyendo,
Con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma en la tierra,
Y con las dos mitades del alma miro el mundo.


Y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,
Veo caer agua sorda,
A goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
Como una catarata de espermas y medusas.
Veo correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos.




Al pie desde su niño


El pie del niño aún no sabe que es pie,
Y quiere ser mariposa o manzana.

Pero luego los vidrios y las piedras,
Las calles, las escaleras,
Y los caminos de la tierra dura
Van enseñando al pie que no puede volar,
Que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
Fue derrotado, cayó
En la batalla,
Fue prisionero,
Condenado a vivir en un zapato.

Poco a poco sin luz
Fue conociendo el mundo a su manera,
Sin conocer el otro pie, encerrado,
Explorando la vida como un ciego.

Aquellas suaves uñas
De cuarzo, de racimo,
Se endurecieron, se mudaron
En opaca substancia, en cuerno duro,
Y los pequeños pétalos del niño
Se aplastaron, se desequilibraron,
Tomaron formas de reptil sin ojos,
Cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
Se cubrieron
Con mínimos volcanes de la muerte,
Inaceptables endurecimientos.

Pero este ciego anduvo
Sin tregua, sin parar
Hora tras hora,
El pie y el otro pie,
Ahora de hombre
O de mujer,
Arriba,
Abajo,
Por los campos, las minas,
Los almacenes y tos ministerios,
Atrás,
Afuera, adentro,
Adelante,
Este pie trabajó con su zapato,
Apenas tuvo tiempo
De estar desnudo en el amor o el sueño,
Caminó, caminaron
Hasta que el hombre entero se detuvo.

Y entonces a la tierra
Bajó y no supo nada,
Porque allí todo y todo estaba oscuro
No supo que había dejado de ser pie,
Si lo enterraban para que volara
O para que pudiera
Ser manzana.




Algunas bestias


Era el crepúsculo de la iguana.

Desde la arcoirisada crestería
Su lengua como un dardo
Se hundía en la verdura,
El hormiguero monacal pisaba
Con melodioso pie la selva,
El guanaco fino como el oxígeno
En las anchas alturas pardas
Iba calzando botas de oro,
Mientras la llama abría cándidos
Ojos en la delicadeza
Del mundo lleno de rocío.
Los monos trenzaban un hilo
Interminablemente erótico
En las riberas de la aurora,
Derribando muros de polen
Y espantando el vuelo violeta
De las mariposas de Muzo.
Era la noche de los caimanes,
La noche pura y pululante
De hocicos saliendo del légamo,
Y de las ciénagas soñolientas
Un ruido opaco de armaduras
Volvía al origen terrestre.
El jaguar tocaba las hojas
Con su ausencia fosforescente,
El puma corre en el ramaje
Como el fuego devorador
Mientras arden en él los ojos
Alcohólicos de la selva.
Los tejones rascan los pies
Del río, husmean el nido
Cuya delicia palpitante
Atacarán con dientes rojos.

Y en el fondo del agua magna,
Como el círculo de la tierra,
Está la gigante anaconda
Cubierta de barros rituales,
Devoradora y religiosa.




Alianza (Sonata)


De miradas polvorientas caídas al suelo
O de hojas sin sonido y sepultándose.
De metales sin luz, con el vacío,
Con la ausencia del día muerto de golpe.
En lo alto de las manos el deslumbrar de mariposas,
El arrancar de mariposas cuya luz no tiene término.

Tú guardabas la estela de luz, de seres rotos
Que el sol abandonado, atardeciendo, arroja a las iglesias.
Teñida con miradas, con objeto de abejas,
Tu material de inesperada llama huyendo
Precede y sigue al día y a su familia de oro.

Los días acechando cruzan el sigilo
Pero caen adentro de tu voz de luz.
Oh dueña del amor, en tu descanso
Fundé mi sueño, mi actitud callada.

Con tu cuerpo de número tímido, extendido de pronto
Hasta cantidades que definen la tierra,
Detrás de la pelea de los días blancos de espacio
Y fríos de muertes lentas y estímulos marchitos,
Siento arder tu regazo y transitar tus besos
Haciendo golondrinas frescas en mi sueño.

A veces el destino de tus lágrimas asciende
Como la edad hasta mi frente, allí
Están golpeando las olas, destruyéndose de muerte:
Su movimiento es húmedo, decaído, final.




Alturas de Macchu Picchu


XII

Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda
Zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
Labrador, tejedor, pastor callado:
Domador de guanacos tutelares:
Albañil del andamio desafiado:
Aguador de las lágrimas andinas:
Joyero de los dedos machacados:
Agricultor temblando en la semilla:
Alfarero en tu greda derramado:
Traed a la copa de esta nueva vida
Vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
Decidme: aquí fui castigado,
Porque la joya no brilló o la tierra
No entregó a tiempo la piedra o el grano:
Señaladme la piedra en que caísteis
Y la madera en que os crucificaron,
Encendedme los viejos pedernales,
Las viejas lámparas, los látigos pegados
A través de los siglos en las llagas
Y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
Los silenciosos labios derramados
Y desde el fondo habladme toda esta larga noche
Como si yo estuviera con vosotros anclado,
Contadme todo, cadena a cadena,
Eslabón a eslabón, y paso a paso,
Afilad los cuchillos que guardasteis,
Ponedlos en mi pecho y en mi mano,
Como un río de rayos amarillos,
Como un río de tigres enterrados,
Y dejadme llorar, horas, días, años,
Edades ciegas, siglos estelares.

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Hablad por mis palabras y mi sangre.




Amor


Mujer, yo hubiera sido tu hijo por beberte
La leche de los senos como de un manantial,
Por mirarte y sentirte a mi lado, y tenerte
En la risa de oro y la voz de cristal.
Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos
Y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,
Porque tu ser pasara sin pena al lado mío
Y saliera en la estrofa -limpio de todo mal-.


¡Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría
Amarte, amarte como nadie supo jamás!
Morir y todavía
Amarte más.
Y todavía
Amarte más.




Amor, América


Antes de la peluca y la casaca
Fueron los ríos, ríos arteriales:
Fueron las cordilleras, en cuya onda raída
El cóndor o la nieve parecían inmóviles:
Fue la humedad y la espesura, el trueno
Sin nombre todavía, las pampas planetarias.


El hombre tierra fue, vasija, párpado
Del barro trémulo, forma de la arcilla,
Fue cántaro caribe, piedra chibcba,
Copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
De su arma de cristal humedecido,
Las iniciales de la tierra estaban
Escritas.
Nadie pudo
Recordarlas después: el viento
Las olvidó, el idioma del agua
Fue enterrado, las claves se perdieron
O se inundaron de silencio o sangre.


No se perdió la vida, hermanos pastorales.


Pero como una rosa salvaje
Cayó una gota roja en la espesura
Y se apagó una lámpara de tierra.


Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
Hasta las azotadas arenas
De la tierra final, en las espumas
Acumuladas de la luz antártica,
Y por las madrigueras despeñadas
De la sombría paz venezolana,
Te busqué, padre mío,
Joven guerrero de tiniebla y cobre,
Oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,
Madre caimán, metálica paloma.


Yo, incásico del légamo,
Toqué la piedra y dije:
¿Quién
Me espera? Y apreté la mano
Sobre un puñado de cristal vacío,
Pero anduve entre flores zapotecas
Y dulce era la luz como un venado,
Y era la sombra como un párpado verde.


Tierra mía sin nombre, sin América,
Estambre equinoccial, lanza de púrpura,
Tu aroma me trepó por las raíces
Hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
Palabra aún no nacida de mi boca.




Ángela adónica


Hoy me he tendido junto a una joven pura
Como a la orilla de un océano blanco,
Como en el centro de una ardiente estrella
De lento espacio.


De su mirada largamente verde
La luz caía como un agua seca,
En transparentes y profundos círculos
De fresca fuerza.


Su pecho como un fuego de dos llamas
Ardía en dos regiones levantado,
Y en doble río llegaba a sus pies,
Grandes y claros.


Un clima de oro maduraba apenas
Las diurnas longitudes de su cuerpo
Llenándolo de frutas extendidas
Y oculto fuego.




Apogeo del apio


Del centro puro que los ruidos nunca
Atravesaron, de la intacta cera,
Salen claros relámpagos lineales,
Palomas con destino de volutas,
Hacia tardías calles con olor
A sombra y a pescado.

¡Son las venas del apio! Son la espuma, la risa,
¡Los sombreros del apio!
Son los signos del apio, su sabor
De luciérnaga, sus mapas
De color inundado,
Y cae su cabeza de ángel verde,
Y sus delgados rizos se acongojan,
Y entran los pies del apio en los mercados
De la mañana herida, entre sollozos,
Y se cierran las puertas a su paso.
Y los dulces caballos se arrodillan.

Sus pies cortados van, sus ojos verdes
Van derramados, para siempre hundidos
En ellos los secretos y las gotas:
Los túneles del mar de donde emergen,
Las escaleras que el apio aconseja,
Las desdichadas sombras sumergidas,
Las determinaciones en el centro del aire,
Los besos en el fondo de las piedras.

A medianoche, con manos mojadas,
Alguien golpea mi puerta en la niebla,
Y oigo la voz del apio, voz profunda,
Áspera voz de viento encarcelado,
Se queja herido de aguas y raíces,
Hunde en mi cama sus amargos rayos,
Y sus desordenadas tijeras me pegan en el pecho
Buscándome la boca del corazón ahogado.

¿Qué quieres, huésped de corsé quebradizo,
En mis habitaciones funerales?
¿Qué ámbito destrozado te rodea?

Fibras de oscuridad y luz llorando,
Ribetes ciegos, energías crespas,
Río de vida y hebras esenciales,
Verdes ramas de sol acariciado,
Aquí estoy, en la noche, escuchando secretos,
Desvelos, soledades,
Y entráis, en medio de la niebla hundida,
Hasta crecer en mí, hasta comunicarme
La luz oscura y la rosa de la tierra.




Ausencia


Apenas te he dejado
Vas en mí, cristalina
O temblorosa,
O inquieta, herida por mí mismo
O colmada de amor, como cuando tus ojos
Se cierran sobre el don de la vida
Que sin cesar te entrego.


Amor mío,
Nos hemos encontrado
Sedientos y nos hemos
Bebido toda el agua y la sangre,
Nos encontramos
Con hambre
Y nos mordimos
Como el fuego muerde,
Dejándonos heridas.


Pero espérame,
Guárdame tu dulzura.
Yo te daré también
Una rosa.




Ausencia de Joaquín


Desde ahora, como una partida verificada lejos,
En funerales estaciones de humo o solitarios malecones,
Desde ahora lo veo precipitándose en su muerte,
Y detrás de él siento cerrarse los días del tiempo.

Desde ahora, bruscamente, siento que parte,
Precipitándose en las aguas, en ciertas aguas, en cierto océano,
Y luego, al golpe suyo, gotas se levantan, y un ruido,
Un determinado, sordo ruido siento producirse,
Un golpe de agua azotada por su peso,
Y de alguna parte, de alguna parte siento que saltan y salpican estas aguas,
Sobre mí salpican estas aguas, y viven como ácidos.

Su costumbre de sueños y desmedidas noches,
Su alma desobediente, su preparada palidez,
Duermen con él por último, y él duerme,
Porque al mar de los muertos su pasión desplómase,
Violentamente hundiéndose, fríamente asociándose.




Aromos rubios en los campos de Loncoche


La pata gris del Malo pisó estas pardas tierras,
Hirió estos dulces surcos, movió estos curvos montes,
Rasguñó las llanuras guardadas por la hilera
Rural de las derechas alamedas bifrontes.

El terraplén yacente removió su cansancio,
Se abrió como una mano desesperada el cerro,
En cabalgatas ebrias galopaban las nubes
Arrancando de Dios, de la tierra y del cielo.

El agua entró en la tierra mientras la tierra huía
Abiertas las entrañas y anegada la frente:
Hacia los cuatro vientos, en las tardes malditas,
Rodaban —ululando como tigres— los trenes.

Yo soy una palabra de este paisaje muerto,
Yo soy el corazón de este cielo vacío:
Cuando voy por los campos, con el alma en el viento,
Mis venas continúan el rumor de los ríos.

¿A dónde vas ahora? —Sobre el cielo la greda
Del crepúsculo, para los dedos de la noche.
No alumbrarán estrellas... A mis ojos se enredan
Aromos rubios en los campos de Loncoche.




Arte poética


Entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,
Dotado de corazón singular y sueños funestos,
Precipitadamente pálido, marchito en la frente,
Y con luto de viudo furioso por cada día de vida,
Ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente,
Y de todo sonido que acojo temblando,
Tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría,
Un oído que nace, una angustia indirecta,
Como si llegaran ladrones o fantasmas,
Y en una cáscara de extensión fija y profunda,
Como un camarero humillado, como una campana un poco ronca,
Como un espejo viejo, como un olor de casa sola
En la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,
Y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores,
Posiblemente de otro modo aún menos melancólico,
Pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,
Las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,
El ruido de un día que arde con sacrificio,
Me piden lo profético que hay en mí, con melancolía,
Y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
Hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.




Barcarola


Si solamente me tocaras el corazón,
Si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
Tu fina boca, tus dientes,
Si pusieras tu lengua como una flecha roja
Allí donde mi corazón polvoriento golpea,
Si soplaras en mi corazón, cerca del mar, llorando,
Sonaría con un ruido oscuro,
Con sonido de ruedas de tren con sueño,
Como aguas vacilantes,
Como el otoño en hojas,
Como sangre,
Con un ruido de llamas húmedas quemando el cielo,
Sonando como sueños o ramas o lluvias,
O bocinas de puerto triste,
Si tú soplaras en mi corazón cerca del mar,
Como un fantasma blanco,
Al borde de la espuma,
En mitad del viento,
Como un fantasma desencadenado,
A la orilla del mar, llorando.


Como ausencia extendida, como campana súbita,
El mar reparte el sonido del corazón,
Lloviendo, atardeciendo, en una costa sola:
La noche cae sin duda,
Y su lúgubre azul de estandarte en naufragio
Se puebla de planetas de plata enronquecida.


Y suena el corazón como un caracol agrio,
Llama, oh mar, oh lamento, oh derretido espanto
Esparcido en desgracias y olas desvencijadas:
De lo sonoro el mar acusa
Sus sombras recostadas, sus amapolas verdes.


Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
Rodeada por el día muerto,
Frente a una nueva noche,
Llena de olas,
Y soplaras en mi corazón de miedo frío,
Soplaras en la sangre sola de mi corazón,
Soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
Sonarían sus negras sílabas de sangre,
Crecerían sus incesantes aguas rojas,
Y sonaría, sonaría a sombras,
Sonaría como la muerte,
Llamaría como un tubo lleno de viento o llanto,
O una botella echando espanto a borbotones.


Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
Y la lluvia entraría por tus ojos abiertos
A preparar el llanto que sordamente encierras,
Y las alas negras del mar girarían en torno
De ti, con grandes garras, y graznidos, y vuelos.


¿Quieres ser el fantasma que sople, solitario,
Cerca del mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
Su prolongado son, su maléfico pito,
Su orden de olas heridas,
Alguien vendría acaso,
Alguien vendría,
Desde las cimas de las islas,
Desde el fondo rojo del mar,
Alguien vendría, alguien vendría.


Alguien vendría, sopla con furia,
Que suene como sirena de barco roto,
Como lamento,
Como un relincho
En medio de la espuma y la sangre,
Como un agua feroz mordiéndose y sonando.


En la estación marina
Su caracol de sombra circula como un grito,
Los pájaros del mar lo desestiman y huyen,
Sus listas de sonido, sus lúgubres barrotes
Se levantan a orillas del océano solo.




Barrio sin luz


¿Se va la poesía de las cosas
O no la puede condensar mi vida?
Ayer —mirando el último crepúsculo—
Yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.

Las ciudades —hollines y venganzas—,
La cochinada gris de los suburbios,
La oficina que encorva las espaldas,
El jefe de ojos turbios.

Sangre de un arrebol sobre los cerros,
Sangre sobre las calles y las plazas,
Dolor de corazones rotos,
Podre de hastíos y de lágrimas.

Un río abraza el arrabal
Como una mano helada que tienta en las tinieblas:
Sobre sus aguas se avergüenzan
De verse las estrellas.

Y las casas que esconden los deseos
Detrás de las ventanas luminosas,
Mientras afuera el viento
Lleva un poco de barro a cada rosa.

Lejos... la bruma de las olvidanzas
—Humos espesos, tajamares rotos—,
Y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean
Los bueyes y los hombres sudorosos.

Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas,
Mordiendo solo todas las tristezas,
Como si el llanto fuera una semilla
Y yo el único surco de la tierra.




Bella


Bella,
Como en la piedra fresca
Del manantial, el agua
Abre un ancho relámpago de espuma,
Así es la sonrisa en tu rostro,
Bella.

Bella,
De finas manos y delgados pies
Como un caballito de plata,
Andando, flor del mundo,
Así te veo,
Bella.

Bella,
Con un nido de cobre enmarañado
En tu cabeza, un nido
Color de miel sombría
Donde mi corazón arde y reposa,
Bella.

Bella,
No te caben los ojos en la cara,
No te caben los ojos en la tierra.
Hay países, hay ríos
En tus ojos,
Mi patria está en tus ojos,
Yo camino por ellos,
Ellos dan luz al mundo
Por donde yo camino,
Bella.

Bella,
Tus senos son como dos panes hechos
De tierra cereal y luna de oro,
Bella.

Bella,
Tu cintura
La hizo mi brazo como un río cuando
Pasó mil años por tu dulce cuerpo,
Bella.

Bella,
No hay nada como tus caderas,
Tal vez la tierra tiene
En algún sitio oculto
La curva y el aroma de tu cuerpo,
Tal vez en algún sitio,
Bella.

Bella, mi bella,
Tu voz, tu piel, tus uñas,
Bella, mi bella,
Tu ser, tu luz, tu sombra,
Bella,
Todo eso es mío, bella,
Todo eso es mío, mía,
Cuando andas o reposas,
Cuando cantas o duermes,
Cuando sufres o sueñas,
Siempre,
Cuando estás cerca o lejos,
Siempre,
Eres mía, mi bella,
Siempre.




Caballero sólo


Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas,
Y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,
Y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas,
Y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas,
Como un collar de palpitantes ostras sexuales
Rodean mi residencia solitaria,
Como enemigos establecidos contra mi alma,
Como conspiradores en traje de dormitorio
Que cambiaran largos besos espesos por consigna.

El radiante verano conduce a los enamorados
En uniformes regimientos melancólicos,
Hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas:
Bajo los elegantes cocoteros, junto al océano y la luna
Hay una continua vida de pantalones y polleras,
Un rumor de medias de seda acariciadas,
Y senos femeninos que brillan como ojos.

El pequeño empleado, después de mucho,
Después del tedio semanal, y las novelas leídas de noche, en cama,
Ha definitivamente seducido a su vecina,
Y la lleva a los miserables cinematógrafos
Donde los héroes son potros o príncipes apasionados,
Y acaricia sus piernas llenas de dulce vello
Con sus ardientes y húmedas manos que huelen a cigarrillo.

Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos
Se unen como dos sábanas sepultándome,
Y las horas después del almuerzo en que los jóvenes estudiantes,
Y las jóvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban,
Y los animales fornican directamente,
Y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban coléricas,
Y los primos juegan extrañamente con sus primas,
Y los médicos miran con furia al marido de la joven paciente,
Y las horas de la mañana en que el profesor, como por descuido,
Cumple con su deber conyugal, y desayuna,
Y, más aún, los adúlteros, que se aman con verdadero amor
Sobre lechos altos y largos como embarcaciones:
Seguramente, eternamente me rodea
Este gran bosque respiratorio y enredado
Con grandes flores como bocas y dentaduras
Y negras raíces en forma de uñas y zapatos.




Caballo de los sueños


Innecesario, viéndome en los espejos,
Con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
Arranco de mi corazón al capitán del infierno,
Establezco cláusulas indefinidamente tristes.

Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,
Converso con los sastres en sus nidos:
Ellos, a menudo, con voz fatal y fría,
Cantan y hacen huir los maleficios.

Hay un país extenso en el cielo
Con las supersticiosas alfombras del arco-iris
Y con vegetaciones vesperales:
Hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
Pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
Yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.

Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,
Vestido como un ser original y abatido:
Amo la miel gastada del respeto,
El dulce catecismo entre cuyas hojas
Duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
Y las escobas, conmovedoras de auxilio,
En su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
Yo rompo extremos queridos: y aún mas,
Aguardo el tiempo uniforme, sin medida:
Un sabor que tengo en el alma me deprime.

¡Qué día ha sobrevenido! ¡Qué espesa luz de leche,
Compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
Desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
Galopo los cuarteles desiertos de soldados
Y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptus roban sombra,
Su cuerpo de campana galopa y golpea.

Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,
Un deudo festival que asuma mis herencias.




Canción del macho y de la hembra


¡Canción del macho y de la hembra!
La fruta de los siglos
Exprimiendo su jugo
En nuestras venas.


Mi alma derramándose en tu carne extendida
Para salir de ti más buena,
El corazón desparramándose
Estirándose como una pantera,
Y mi vida, hecha astillas, anudándose
A ti como la luz a las estrellas.


Me recibes
Como al viento la vela.


Te recibo
Como el surco a la siembra.


Duérmete sobre mis dolores
Si mis dolores no te queman,
Amárrate a mis alas
Acaso mis alas te llevan,
Endereza mis deseos
Acaso te lastima su pelea.


¡Tú eres lo único que tengo
Desde que perdí mi tristeza!
¡Desgárrame como una espada
O táctame como una antena!
Bésame
Muérdeme,
Incéndiame,
¡Que yo vengo a la tierra
Sólo por el naufragio de mis ojos de macho
En el agua infinita de tus ojos de hembra!




Cantares


La parracial rosa devora
Y sube a la cima del santo:
Con espesas garras sujeta
El tiempo al fatigado ser:
Hincha y sopla en las venas duras,
Ata el cordel, pulmonar, entonces
Largamente escucha y respira.

Morir deseo, vivir quiero,
Herramienta, perro infinito,
Movimiento de océano espeso
Con vieja y negra superficie.

¿Para quién y a quién en la sombra
Mi gradual guitarra resuena
Naciendo en la sal de mi ser
Como el pez en la sal del mar?

Ay, qué continuo país cerrado,
Neutral, en la zona del fuego,
Inmóvil, en el giro terrible,
Seco, en la humedad de las cosas.

Entonces, entre mis rodillas,
Bajo la raíz de mis ojos,
Prosigue cosiendo mi alma:
Su aterradora aguja trabaja.

Sobrevivo en medio del mar,
Solo y tan locamente herido,
Tan solamente persistiendo,
Heridamente abandonado.




Casa


Tal vez ésta es la casa en que viví
Cuando yo no existí ni había tierra,
Cuando todo era luna o piedra o sombra,
Cuando la luz inmóvil no nacía.
Tal vez entonces esta piedra era
Mi casa, mis ventanas o mis ojos.
Me recuerda esta rosa de granito
Algo que me habitaba o que habité,
Cueva o cabeza cósmica de sueños,
Copa o castillo o nave o nacimiento.
Toco el tenaz esfuerzo de la roca,
Su baluarte golpeado en la salmuera,
Y sé que aquí quedaron grietas mías,
Arrugadas sustancias que subieron
Desde profundidades hasta mi alma,
Y piedra fui, piedra seré, por eso
Toco esta piedra y para mí no ha muerto:
Es lo que fui, lo que seré reposo
De tu combate tan largo como el tiempo.




Ciudad


Ciudad desde los cerros entre la noche de hojas
Mancha amarilla su rostro abre la sombra
Mientras tendido sobre el pasto deletreo
Ahí pasan ardiendo sólo yo vivo

Tendido sobre el pasto mi corazón está triste
La luna azul araña trepa inunda

Emisario ibas alegre en la tarde que caía
El crepúsculo rodaba apagando flores

Tendido sobre el pasto hecho de tréboles negros
Y tambalea sólo su pasión delirante

Recoge una mariposa húmeda como un collar
Anúdame tu cinturón de estrellas esforzadas.




Colección nocturna


He vencido al ángel del sueño, el funesto alegórico:
Su gestión insistía, su denso paso llega
Envuelto en caracoles y cigarras,
Marino, perfumado de frutos agudos.

Es el viento que agita los meses, el silbido de un tren,
El paso de la temperatura sobre el lecho,
Un opaco sonido de sombra
Que cae como trapo en lo interminable,
Una repetición de distancias, un vino de color confundido,
Un paso polvoriento de vacas bramando.

A veces su canasto negro cae en mi pecho,
Sus sacos de dominio hieren mi hombro,
Su multitud de sal, su ejército entreabierto
Recorren y revuelven las cosas del cielo:
Él galopa en la respiración y su paso es de beso:
Su salitre seguro planta en los párpados
Con vigor esencial y solemne propósito:
Entra en lo preparado como un dueño:
Su substancia sin ruido equipa de pronto,
Su alimento profético propaga tenazmente.

Reconozco a menudo sus guerreros,
Sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones,
Y su necesidad de espacio es tan violenta
Que baja hasta mi corazón a buscarlo:
Él es el propietario de las mesetas inaccesibles,
Él baila con personajes trágicos y cotidianos:
De noche rompe mi piel su ácido aéreo
Y escucho en mi interior temblar su instrumento.

Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas,
Sueños cuyos latidos me quebrantan:
Su material de alfombra piso en silencio,
Su luz de amapola muerdo con delirio.

Cadáveres dormidos que a menudo
Danzan asidos al peso de mi corazón,
¡Qué ciudades opacas recorremos!
Mi pardo corcel de sombra se agiganta,
Y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras gastadas,
Sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de football,
Del viento ceñidos pasamos:
Y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,
Los pájaros, las campanas conventuales, los cometas:
Aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento,
Ése tal vez nos vio pasar centelleando.

Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles,
En un desmantelado buque prófugo, lejos,
Amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel:
La medianoche ha llegado, y un gong de muerte
Golpea en torno mío como el mar.
Hay en la boca el sabor, la sal del dormido.
Fiel como una condena a cada cuerpo
La palidez del distrito letárgico acude:
Una sonrisa fría, sumergida,
Unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores,
Una respiración que sordamente devora fantasmas.

En esa humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa,
Cerrada como una bodega, el aire es criminal:
Las paredes tienen un triste color de cocodrilo,
Una contextura de araña siniestra:
Se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto:
Las uvas negras inmensas, repletas,
Cuelgan de entre las ruinas como odres:
Oh Capitán, en nuestra hora de reparto
Abre los mudos cerrojos y espérame:
Allí debemos cenar vestidos de luto:
El enfermo de malaria guardará las puertas.

Mi corazón, es tarde y sin orillas,
El día como un pobre mantel puesto a secar
Oscila rodeado de seres y extensión:
De cada ser viviente hay algo en la atmósfera:
Mirando mucho el aire aparecerían mendigos,
Abogados, bandidos, carteros, costureras,
Y un poco de cada oficio, un resto humillado
Quiere trabajar su parte en nuestro interior.
Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia,
Conquistado, sin duda, por lo vespertino.




Con Quevedo, en primavera


Todo ha florecido en
Estos campos, manzanos,
Azules titubeantes, malezas amarillas,
Y entre la hierba verde viven las amapolas.
El cielo inextinguible, el aire nuevo
De cada día, el tácito fulgor,
Regalo de una extensa primavera.
Sólo no hay primavera en mi recinto.
Enfermedades, besos desquiciados,
Como yedras de iglesia se pegaron
A las ventanas negras de mi vida
Y el sólo amor no basta, ni el salvaje
Y extenso aroma de la primavera.

Y para ti, ¿qué son en este ahora
La luz desenfrenada, el desarrollo
Floral de la evidencia, el canto verde
De las verdes hojas, la presencia
Del cielo con su copa de frescura?
Primavera exterior, no me atormentes,
Desatando en mis brazos vino y nieve,
Corola y ramo roto de pesares,
Dame por hoy el sueño de las hojas
Nocturnas, la noche en que se encuentran
Los muertos, los metales, las raíces,
Y tantas primaveras extinguidas
Que despiertan en cada primavera.




Débil del alba


El día de los desventurados, el día pálido se asoma
Con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,
Sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:
Es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.

Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,
De tantas cavilaciones en vano, de tantos parajes terrestres
En donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,
De tanta forma aguda que se defendía.

Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso,
Entre el sabor creciente, poniendo el oído
En la pura circulación, en el aumento,
Cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba,
A lo que surge vestido de cadenas y claveles,
Yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.

Nada hay de precipitado ni de alegre, ni de forma orgullosa,
Todo aparece haciéndose con evidente pobreza,
La luz de la tierra sale de sus párpados
No como la campanada, sino más bien como las lágrimas:
El tejido del día, su lienzo débil,
Sirve para una venda de enfermos, sirve para hacer señas
En una despedida, detrás de la ausencia:
Es el color que sólo quiere reemplazar,
Cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.

Estoy solo entre materias desvencijadas,
La lluvia cae sobre mí, y se me parece,
Se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,
Rechazada al caer, y sin forma obstinada.




Diurno doliente


De pasión sobrante y sueños de ceniza
Un pálido palio llevo, un cortejo evidente,
Un viento de metal que vive solo,
Un sirviente mortal vestido de hambre,
Y en lo fresco que baja del árbol, en la esencia del sol
Que su salud de astro implanta en las flores,
Cuando a mi piel parecida al oro llega el placer,
Tú, fantasma coral con pies de tigre,
Tú, ocasión funeral, reunión ígnea,
Acechando la patria en que sobrevivo
Con tus lanzas lunares que tiemblan un poco.

Porque la ventana que el mediodía vacío atraviesa
Tiene un día cualquiera mayor aire en sus alas,
El frenesí hincha el traje y el sueño al sombrero,
Una abeja extremada arde sin tregua.
Ahora, ¿qué imprevisto paso hace crujir los caminos?
Qué vapor de estación lúgubre, qué rostro de cristal,
Y aún más, ¿qué sonido de carro viejo con espigas?
Ay, una a una, la ola que llora y la sal que se triza,
Y el tiempo del amor celestial que pasa volando,
Han tenido voz de huéspedes y espacio en la espera.

De distancias llevadas a cabo, de resentimientos infieles,
De hereditarias esperanzas mezcladas con sombra,
De asistencias desgarradoramente dulces
Y días de transparente veta y estatua floral,
¿Qué subsiste en mi término escaso, en mi débil producto?
De mi lecho amarillo y de mi substancia estrellada,
¿Quién no es vecino y ausente a la vez?
Un esfuerzo que salta, una flecha de trigo
Tengo, y un arco en mi pecho manifiestamente espera,
Y un latido delgado, de agua y tenacidad,
Como algo que se quiebra perpetuamente,
Atraviesa hasta el fondo mis separaciones,
Apaga mi poder y propaga mi duelo.




El alfarero


Todo tu cuerpo tiene
Copa o dulzura destinada a mí.


Cuando subo la mano
Encuentro en cada sitio una paloma
Que me buscaba, como
Si te hubieran, amor, hecho de arcilla
Para mis propias manos de alfarero.


Tus rodillas, tus senos,
Tu cintura
Faltan en mí como en el hueco
De una tierra sedienta
De la que desprendieron
Una forma,
Y juntos
Somos completos, como un solo río,
Como una sola arena.




El amor


¿Qué tienes, qué tenemos,
Qué nos pasa?
Ay, nuestro amor es una cuerda dura
Que nos amarra hiriéndonos
Y si queremos
Salir de nuestra herida,
Separarnos,
Nos hace un nuevo nudo y nos condena
A desangramos y quemarnos juntos.

¿Qué tienes? Yo te miro
Y no hallo nada en ti sino dos ojos
Como todos los ojos, una boca
Perdida entre mil bocas que besé, más hermosas,
Un cuerpo igual a los que resbalaron
Bajo mi cuerpo sin dejar memoria.

Y qué vacía por el mundo ibas
Como una jarra de color de trigo
¡Sin aire, sin sonido, sin substancia!
Yo busqué en vano en ti
Profundidad para mis brazos
Que excavan, sin cesar, bajo la tierra:
Bajo tu piel, bajo tus ojos
Nada,
Bajo tu doble pecho levantado
Apenas
Una corriente de orden cristalino
Que no sabe por qué corre cantando.
Por qué, por qué, por qué,
amor mío, ¿por qué?




El amor del soldado


En plena guerra te llevó la vida
A ser el amor del soldado.

Con tu pobre vestido de seda,
Tus uñas de piedra falsa,
Te tocó caminar por el fuego.

Ven acá, vagabunda,
Ven a beber sobre mi pecho
Rojo rocío.

No querías saber dónde andabas,
Eras la compañera de baile,
No tenías partido ni patria.

Y ahora a mi lado caminando
Ves que conmigo va la vida
Y que detrás está la muerte.

Ya no puedes volver a bailar
Con tu traje de seda en la sala.

Te vas a romper los zapatos,
Pero vas a crecer en la marcha.

Tienes que andar sobre las espinas
Dejando gotitas de sangre.

Bésame de nuevo, querida.

Limpia ese fusil, camarada.




El barco


Pero si ya pagamos nuestros pasajes en este mundo
¿Por qué, por qué no nos dejan sentarnos y comer?
Queremos mirar las nubes,
Queremos tomar el sol y oler la sal,
Francamente no se trata de molestar a nadie,
Es tan sencillo: somos pasajeros.

Todos vamos pasando y el tiempo con nosotros:
Pasa el mar, se despide la rosa,
Pasa la tierra por la sombra y por la luz,
Y ustedes y nosotros pasamos, pasajeros.

Entonces, ¿qué les pasa?
¿Por qué andan tan furiosos?
¿A quién andan buscando con revólver?

Nosotros no sabíamos
Que todo lo tenían ocupado,
Las copas, los asientos,
Las camas, los espejos,
El mar, el vino, el cielo.

Ahora resulta
Que no tenemos mesa.
No puede ser, pensamos.
No pueden convencernos.
Estaba oscuro cuando llenamos al barco.

Estábamos desnudos.
Todos llegábamos del mismo sitio.
Todos veníamos de mujer y de hombre.
Todos tuvimos hambre y pronto dientes.
A todos nos crecieron las manos y los ojos
Para trabajar y desear lo que existe.

Y ahora nos salen con que no podemos,
Que no hay sitio en el barco,
No quieren saludarnos,
No quieren jugar con nosotros.

¿Por qué tantas ventajas para ustedes?
¿Quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?

Aquí no están contentos,
Así no andan las cosas.

No me gusta en el viaje
Hallar, en los rincones, la tristeza,
Los ojos sin amor y la boca con hambre.

No hay ropa para este creciente otoño
Y menos, menos, menos para el próximo invierno.
Y sin zapatos, ¿cómo vamos a dar la vuelta
Al mundo, a tanta piedra en los caminos?
Sin mesa dónde vamos a comer,
¿Dónde nos sentaremos si no tenemos silla?
Si es una broma triste, decídanse, señores,
A terminarla pronto,
A hablar en serio ahora.

Después el mar es duro.

Y llueve sangre.




El ciego de la pandereta


Ciego, ¿siempre será tu ayer mañana?
¿Siempre estará tu pandereta pobre
Estremeciendo tus manos crispadas?

Yo voy pasando y veo tu silueta
Y me parece que es tu corazón
El que se cimbra con tu pandereta.

Yo pasé ayer y supe tu dolor:
Dolor que siendo yo quien lo ha sabido
Es mucho mayor.

No volveré por no volverte a ver,
Pero mañana tu silueta negra
Estará como ayer:

La mano que recibe,
Los ojos que no ven,
La cara parda, lastimosa y triste,
Golpeando en cada salto la pared.

Ciego, ya voy pasando y ya te miro,
Y de rabia y dolor —¡qué sé yo qué!—
Algo me aprieta el corazón,
El corazón y la sien.

¡Por tus ojos que nunca han mirado
Cambiara yo los míos que te ven!




El cóndor


Yo soy el cóndor, vuelo
Sobre ti que caminas
Y de pronto en un ruedo
De viento, pluma, garras,
Te asalto y te levanto
En un ciclón silbante
De huracanado frío.

Y a mi torre de nieve,
A mi guarida negra
Te llevo y sola vives,
Y te llenas de plumas
Y vuelas sobre el mundo,
Inmóvil, en la altura.

Hembra cóndor, saltemos
Sobre esta presa roja,
Desgarremos la vida
Que pasa palpitando
Y levantemos juntos
Nuestro vuelo salvaje.




El daño


Te he hecho daño, alma mía
He desgarrado tu alma.


Entiéndeme.
Todos saben quién soy,
Pero ese soy
Es además un hombre
Para ti.


En ti vacilo, caigo
Y me levanto ardiendo.
Tú entre todos los seres
Tienes derecho
A verme débil.
Y tu pequeña mano
De pan y de guitarra
Debe tocar mi pecho
Cuando sale al combate.


Por eso busco en ti la firme piedra.
Ásperas manos en tu sangre clavo
Buscando tu firmeza
Y la profundidad que necesito,
Y si no encuentro
Sino tu risa de metal, si no hallo
Nada en qué sostener mis firmes pasos,
Adorada, recibe mi tristeza y mi cólera,
Mis manos enemigas
Destruyéndote un poco
Para que te levantes de la arcilla,
Hecha de nuevo para mis combates.




El firme amor


El firme amor, me diste con tus dones.
Vino a mí la ternura que esperaba
Y me acompaña la que lleva el beso
Más profundo a mi boca.


No pudieron
Apartarla de mí las tempestades
Ni las distancias agregaron tierra
Al espacio de amor que conquistamos.


Cuando antes del incendio, entre las mieses
De España apareció tu vestidura,
Yo fui doble nación, luz duplicada,
Y la amargura resbaló en tu rostro
Hasta caer sobre piedras perdidas.


De un gran dolor, de arpones erizados
Desemboqué en tus aguas, amor mío,
Como un caballo que galopa en medio
De la ira y la muerte, y lo recibe
De pronto una manzana matutina,
Una cascada de temblor silvestre.


Desde entonces, amor, te conocieron
Los páramos que hicieron mi conducta,
El océano oscuro que me sigue
Y los castaños del otoño inmenso.


¿Quién no te vio, amorosa, dulce mía,
En la lucha, a mi lado, como una
Aparición, con todas las señales
De la estrella? ¿Quién, si anduvo
Entre las multitudes a buscarme,
Porque soy grano del granero humano,
No te encontró, apretada a mis raíces,
Elevada en el canto de mi sangre?


No sé, mi amor, si tendré tiempo y sitio
De escribir otra vez tu sombra fina
Extendida en mis páginas, esposa:
Son duros estos días y radiantes,
Y recogemos de ellos la dulzura
Amasada con párpados y espinas.


Ya no sé recordar cuándo comienzas:
Estabas antes del amor,
Venías con todas las esencias del destino,
Y antes de ti, la soledad fue tuya,
Fue tal vez tu dormida cabellera.


Hoy, copa de mi amor, te nombro apenas,
Título de mis días, adorada,
Y en el espacio ocupas como el día
Toda la luz que tiene el universo.




El desenterrado


Homenaje al conde de Villamediana.

Cuando la tierra llena de párpados mojados
Se haga ceniza y duro aire cernido,
Y los terrones secos y las aguas,
Los pozos, los metales,
Por fin devuelvan sus gastados muertos,
Quiero una oreja, un ojo,
Un corazón herido dando tumbos,
Un hueco de puñal hace ya tiempo hundido
En un cuerpo hace tiempo exterminado y solo,
Quiero unas manos, una ciencia de uñas,
Una boca de espanto y amapolas muriendo,
Quiero ver levantarse del polvo inútil
Un ronco árbol de venas sacudidas,
Yo quiero de la tierra más amarga,
Entre azufre y turquesa y olas rojas
Y torbellinos de carbón callado,
Quiero una carne despertar sus huesos
Aullando llamas,
Y un especial olfato correr en busca de algo,
Y una vista cegada por la tierra
Correr detrás de dos ojos oscuros,
Y un oído, de pronto, como una ostra furiosa,
Rabiosa, desmedida,
Levantarse hacia el trueno,
Y un tacto puro, entre sales perdido,
Salir tocando pechos y azucenas, de pronto.

¡Oh día de los muertos! Oh distancia hacia donde
La espiga muerta yace con su olor a relámpago,
Oh galerías entregando un nido
Y un pez y una mejilla y una espada,
Todo molido entre las confusiones,
Todo sin esperanzas decaído,
Todo en la sima seca alimentado
Entre los dientes de la tierra dura.

Y la pluma a su pájaro suave,
Y la luna a su cinta, y el perfume a su forma,
Y, entre las rosas, el desenterrado,
El hombre lleno de algas minerales,
Y a sus dos agujeros sus ojos retornando.

Está desnudo,
Sus ropas no se encuentran en el polvo,
Y su armadura rota se ha deslizado al fondo del infierno,
Y su barba ha crecido como el aire en otoño,
Y hasta su corazón quiere morder manzanas.

Cuelgan de sus rodillas y sus hombros
Adherencias de olvido, hebras del suelo,
Zonas de vidrio roto y aluminio,
Cáscaras de cadáveres amargos,
Bolsillos de agua convertida en hierro:
Y reuniones de terribles bocas
Derramadas y azules,
Y ramas de coral acongojado
Hacen corona a su cabeza verde,
Y tristes vegetales fallecidos
Y maderas nocturnas le rodean,
Y en él aún duermen palomas entreabiertas
Con ojos de cemento subterráneo.

Conde dulce, en la niebla,
Oh recién despertado de las minas,
Oh recién seco del agua sin río,
Oh recién sin arañas.

Crujen minutos en tus pies naciendo,
Tu sexo asesinado se incorpora,
Y levantas la mano en donde vive
Todavía el secreto de la espuma.




El fantasma del buque de carga


Distancia refugiada sobre tubos de espuma,
Sal en rituales olas y órdenes definidos,
Y un olor y rumor de buque viejo,
De podridas maderas y hierros averiados,
Y fatigadas máquinas que aúllan y lloran
Empujando la proa, pateando los costados,
Mascando lamentos, tragando y tragando distancias,
Haciendo un ruido de agrias aguas sobre las agrias aguas,
Moviendo el viejo buque sobre las viejas aguas.

Bodegas interiores túneles crepusculares
Que el día intermitente de los puertos visita:
Sacos, sacos que un dios sombrío ha acumulado
Como animales grises, redondos y sin ojos,
Con dulces orejas grises,
Y vientres estimables llenos de trigo o copra,
Sensitivas barrigas de mujeres encinta,
Pobremente vestidas de gris, pacientemente
Esperando en la sombra de un doloroso cine.

Las aguas exteriores de repente
Se oyen pasar, corriendo como un caballo opaco,
Con un ruido de pies de caballo en el agua,
Rápidas, sumergiéndose otra vez en las aguas.
Nada más hay entonces que el tiempo en las cabinas:
El tiempo en el desventurado comedor solitario,
Inmóvil y visible como una gran desgracia.
Olor de cuero y tela densamente gastados,
Y cebollas, y aceite, y aún más,
Olor de alguien flotando en los rincones del buque,
Olor de alguien sin nombre
Que baja como una ola de aire las escalas,
Y cruza corredores con su cuerpo ausente,
Y observa con sus ojos que la muerte preserva.

Observa con sus ojos sin color, sin mirada,
Lento, y pasa temblando, sin presencia ni sombra:
Los sonidos lo arrugan, las cosas lo traspasan,
Su transparencia hace brillar las sillas sucias.

¿Quién es ese fantasma sin cuerpo de fantasma,
Con sus pasos livianos como harina nocturna
Y su voz que sólo las cosas patrocinan?

Los muebles viajan llenos de su ser silencioso
Como pequeños barcos dentro del viejo barco,
Cargados de su ser desvanecido y vago:
Los roperos, las verdes carpetas de las mesas,
El color de las cortinas y del suelo,
Todo ha sufrido el lento vacío de sus manos,
Y su respiración ha gastado las cosas.

Se desliza y resbala, desciende, transparente,
Aire en el aire frío que corre sobre el buque,
Con sus manos ocultas se apoya en las barandas
Y mira el mar amargo que huye detrás del buque.

Solamente las aguas rechazan su influencia,
Su color y su olor de olvidado fantasma,
Y frescas y profundas desarrollan su baile
Como vidas de fuego, como sangre o perfume,
Nuevas y fuertes surgen, unidas y reunidas.

Sin gastarse las aguas, sin costumbre ni tiempo,
Verdes de cantidad, eficaces y frías,
Tocan el negro estómago del buque y su materia
Lavan, sus costras rotas, sus arrugas de hierro:
Roen las aguas vivas la cáscara del buque,
Traficando sus largas banderas de espuma
Y sus dientes de sal volando en gotas.

Mira el mar el fantasma con su rostro sin ojos:
El círculo del día, la tos del buque, un pájaro
En la ecuación redonda y sola del espacio,
Y desciende de nuevo a la vida del buque
Cayendo sobre el tiempo muerto y la madera,
Resbalando en las negras cocinas y cabinas,
Lento de aire y atmósfera, y desolado espacio.




El hijo


Ay hijo, sabes, ¿sabes
De dónde vienes?


De un lago con gaviotas
Blancas y hambrientas.


Junto al agua de invierno
Ella y yo levantamos
Una fogata roja
Gastándonos los labios
De besarnos el alma,
Echando al fuego todo,
Quemándonos la vida.


Así llegaste al mundo.


Pero ella para verme
Y para verte un día
Atravesó los mares
Y yo para abrazar
Su pequeña cintura
Toda la tierra anduve,
Con guerras y montañas,
Con arenas y espinas.
Así llegaste al mundo.


De tantos sitios vienes,
Del agua y de la tierra,
Del fuego y de la nieve,
De tan lejos caminas
Hacia nosotros dos,
Desde el amor terrible
Que nos ha encadenado,
Que queremos saber
Cómo eres, qué nos dices,
Porque tú sabes más
Del mundo que te dimos.


Como una gran tormenta
Sacudimos nosotros
El árbol de la vida
Hasta las más ocultas
Fibras de las raíces
Y apareces ahora
Cantando en el follaje,
En la más alta rama
Que contigo alcanzamos.




El inconstante


Los ojos se me fueron
Tras de una morena que pasó.


Era de nácar negro,
Era de uvas moradas,
Y me azotó la sangre
Con su cola de fuego.


Detrás de todas
Me voy.


Pasó una clara rubia
Como una planta de oro
Balanceando sus dones.
Y mi boca se fue
Como con una ola
Descargando en su pecho
Relámpagos de sangre.


Detrás de todas
Me voy.


Pero a ti sin moverme,
Sin verte, tú distante,
Van mi sangre y mis besos,
Morena y clara mía,
Alta y pequeña mía,
Ancha y delgada mía,
Mi fea, mi hermosura,
Hecha de todo el oro,
Y de toda la plata,
Hecha de todo el trigo
Y de toda la tierra,
Hecha de toda el agua
De las olas marinas,
Hecha para mis brazos,
Hecha para mis besos,
Hecha para mi alma.




El insecto


De tus caderas a tus pies
Quiero hacer un largo viaje.


Soy más pequeño que un insecto.


Voy por estas colinas,
Son de color de avena,
Tienen delgadas huellas
Que sólo yo conozco,
Centímetros quemados,
Pálidas perspectivas.


Aquí hay una montaña.
No saldré nunca de ella.
¡Oh qué musgo gigante!
¡Y un cráter, una rosa
De fuego humedecido!


Por las piernas desciendo
Hilando una espiral
O durmiendo en el viaje
Y llego a tus rodillas
De redonda dureza
Como a las cimas duras
De un claro continente.


Hacia tus pies resbalo,
A las ocho aberturas,
De tus dedos agudos,
Lentos, peninsulares,
Y de ellos el vacío
De la sábana blanca
Caigo, buscando ciego
Y hambriento tu contorno
De vasija quemante.




El miedo


Todos me piden que dé saltos,
Que tonifique y que futbole,
Que corra, que nade y que vuele.
Muy bien.

Todos me aconsejan reposo,
Todos me destinan doctores,
Mirándome de cierta manera.
¿Qué pasa?

Todos me aconsejan que viaje,
Que entre y que salga, que no viaje,
Que me muera y que no me muera.
No importa.

Todos ven las dificultades
De mis vísceras sorprendidas
Por radioterribles retratos.
No estoy de acuerdo.

Todos pican mi poesía
Con invencibles tenedores
Buscando, sin duda, una mosca.
Tengo miedo.

Tengo miedo de todo el mundo,
Del agua fría, de la muerte.
Soy como todos los mortales,
Inaplazable.

Por eso en estos cortos días
No voy a tomarlos en cuenta,
Voy a abrirme y voy a encerrarme
Con mi más pérfido enemigo,
Pablo Neruda.




El monte y el río


En mi patria hay un monte.
En mi patria hay un río.

Ven conmigo.

La noche al monte sube.
El hambre baja al río.

Ven conmigo.

¿Quiénes son los que sufren?
No sé, pero son míos.

Ven conmigo.

No sé, pero me llaman
y me dicen "Sufrimos".

Ven conmigo.

Y me dicen: "Tu pueblo,
Tu pueblo desdichado,
Entre el monte y el río,

Con hambre y con dolores,
No quiere luchar solo,
Te está esperando, amigo".

Oh tú, la que yo amo,
Pequeña, grano rojo
De trigo,
Será dura la lucha,
La vida será dura,
Pero vendrás conmigo.




El olvido


Todo el amor en una copa
Ancha como la tierra, todo
El amor con estrellas y espinas
Te di, pero anduviste
Con pies pequeños, con tacones sucios
Sobre el fuego, apagándolo.

¡Ay gran amor, pequeña amada!

No me detuve en la lucha.
No dejé de marchar hacia la vida,
Hacia la paz, hacia el pan para todos,
Pero te alcé en mis brazos
Y te clavé a mis besos
Y te miré como jamás
Volverán a mirarte ojos humanos.

¡Ay gran amor, pequeña amada!

Entonces no mediste mi estatura,
Y al hombre que para ti apartó
La sangre, el trigo, el agua
Confundiste
Con el pequeño insecto que te cayó en la falda.

¡Ay gran amor, pequeña amada!

No esperes que te mire en la distancia
Hacia atrás, permanece
Con lo que te dejé, pasea
Con mi fotografía traicionada,
Yo seguiré marchando,
Abriendo anchos caminos contra la sombra, haciendo
Suave la tierra, repartiendo
La estrella para los que vienen.

Quédate en el camino.
Ha llegado la noche para ti.
Tal vez de madrugada
Nos veremos de nuevo.

¡Ay gran amor, pequeña amada!




El padre


Tierra de sembradura inculta y brava,
Tierra en que no hay esteros ni caminos,
Mi vida bajo el sol tiembla y se alarga.

Padre, tus ojos dulces nada pueden,
Como nada pudieron las estrellas
Que me abrasan los ojos y las sienes.

El mal de amor me encegueció la vista
Y en la fontana dulce de mi sueño
Se reflejó otra fuente estremecida.

Después... Pregunta a Dios por qué me dieron
Lo que me dieron y por qué después
Supe una soledad de tierra y cielo.

Mira, mi juventud fue un brote puro
Que se quedó sin estallar y pierde
Su dulzura de sangres y de jugos.

El sol que cae y cae eternamente
Se cansó de besarla... Y el otoño.
Padre, tus ojos dulces nada pueden.

Escucharé en la noche tus palabras:
... Niño, mi niño...
Y en la noche inmensa
Seguiré con mis llagas y tus llagas.




El pájaro y yo


Me llamo pájaro Pablo,
Ave de una sola pluma,
Volador de sombra clara
Y de claridad confusa,
Las alas no se me ven,
Los oídos me retumban
Cuando paso entre los árboles
O debajo de las tumbas
Cual un funesto paraguas
O como espada desnuda,
Estirado como un arco
O redondo como una uva,
Vuelo y vuelo sin saber,
Herido en la noche oscura,
Quiénes me van a esperar,
Quiénes no quieren mi canto,
Quiénes me quieren morir,
Quiénes no saben que llego
Y no vendrán a vencerme,
A sangrarme, a retorcerme
O a besar mi traje roto
Por el silbido del viento.

Por eso vuelvo y me voy,
Vuelo y no vuelo pero canto:
Soy el pájaro furioso
De la tempestad tranquila.




El pozo


A veces te hundes, caes
En tu agujero de silencio,
En tu abismo de cólera orgullosa,
Y apenas puedes
Volver, aún con jirones
De lo que hallaste
En la profundidad de tu existencia.

Amor mío, ¿qué encuentras
En tu pozo cerrado?
¿Algas, ciénagas, rocas?
Qué ves con ojos ciegos,
Rencorosa y herida?

Mi vida, no hallarás
En el pozo en que caes
Lo que yo guardo para ti en la altura:
Un ramo de jazmines con rocío,
Un beso más profundo que tu abismo.

No me temas, no caigas
En tu rencor de nuevo.
Sacude la palabra mía que vino a herirte
Y déjala que vuele por la ventana abierta.
Ella volverá a herirme
Sin que tú la dirijas
Puesto que fue cargada con un instante duro
Y ese instante será desarmado en mi pecho.

Sonríeme radiosa
Si mi boca te hiere.
No soy un pastor dulce
Como en los cuentos de hadas,
Sino un buen leñador que comparte contigo
Tierra, viento y espinas de los montes.

Ámame tú, sonríeme,
Ayúdame a ser bueno.
No te hieras en mí, que será inútil,
No me hieras a mí porque te hieres.




El sueño


Andando en las arenas
Yo decidí dejarte.

Pisaba un barro oscuro
Que temblaba,
Y hundiéndome y saliendo
Decidí que salieras
De mí, que me pesabas
Como piedra cortante,
Y elaboré tu pérdida
Paso a paso:
Cortarte las raíces,
Soltarte sola al viento.

Ay, en ese minuto,
Corazón mío, un sueño
Con sus alas terribles
Te cubría.

Te sentías tragada por el barro,
Y me llamabas y yo no acudía,
Te ibas, inmóvil,
Sin defenderte
Hasta ahogarte en la boca de arena.

Después
Mi decisión se encontró con tu sueño,
Y desde la ruptura
Que nos quebraba el alma,
Surgimos limpios otra vez, desnudos,
Amándonos
Sin sueño, sin arena,
Completos y radiantes,
Sellados por el fuego.




El tigre


Soy el tigre.
Te acecho entre las hojas
Anchas como lingotes
De mineral mojado.

El río blanco crece
Bajo la niebla. Llegas.

Desnuda te sumerges.
Espero.

Entonces en un salto
De fuego, sangre, dientes,
De un zarpazo derribo
Tu pecho, tus caderas.

Bebo tu sangre, rompo
Tus miembros uno a uno.

Y me quedo velando
Por años en la selva
Tus huesos, tu ceniza,
Inmóvil, lejos
Del odio y de la cólera,
Desarmado en tu muerte,
Cruzado por las lianas,
Inmóvil en la lluvia,
Centinela implacable
De mi amor asesino.




El toro


El más antiguo toro cruzó el día,
Sus patas escarbaban el planeta.
Siguió, siguió hasta donde vive el mar.
Llegó a la orilla el más antiguo toro
A la orilla del tiempo, del océano.
Cerró los ojos, lo cubrió la hierba.
Respiró toda la distancia verde.
Y lo demás lo construyó el silencio.




El viento en la isla


El viento es un caballo:
Óyelo cómo corre
Por el mar, por el cielo.


Quiere llevarme: escucha
Cómo recorre el mundo
Para llevarme lejos.


Escóndeme en tus brazos
Por esta noche sola,
Mientras la lluvia rompe
Contra el mar y la tierra
Su boca innumerable.


Escucha cómo el viento
Me llama galopando
Para llevarme lejos.


Con tu frente en mi frente,
Con tu boca en mi boca,
Atados nuestros cuerpos
Al amor que nos quema,
Deja que el viento pase
Sin que pueda llevarme.


Deja que el viento corra
Coronado de espuma,
Que me llame y me busque
Galopando en la sombra,
Mientras yo, sumergido
Bajo tus grandes ojos,
Por esta noche sola
Descansaré, amor mío.




En ti la tierra


Pequeña rosa, rosa pequeña,
A veces,
Diminuta y desnuda,
Parece que en una mano mía cabes,
Que así voy a cercarte y a llevarte a mi boca,
Pero de pronto
Mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios,
Has crecido
Suben tus hombros como dos colinas,
Tus pechos se pasean por mi pecho,
Mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada
Línea de luna nueva que tiene tu cintura:
En el amor como agua de mar te has desatado:
Mido apenas los ojos más extensos del cielo
Y me inclino a tu boca para besar la tierra.




En vano te buscamos


No, nadie reunirá tu firme forma,
Ni resucitará tu arena ardiente,
No volverá tu boca a abrir su doble pétalo,
Ni se hinchará en tus senos la blanca vestidura.


La soledad dispuso sal, silencio, sargazo,
Y tu silueta fue comida por la arena,
Se perdió en el espacio tu silvestre cintura,
Sola, sin el contacto del jinete imperioso
Que galopó en el fuego hasta la muerte.




Entierro en el este


Yo trabajo de noche, rodeado de ciudad,
De pescadores, de alfareros, de difuntos quemados
Con azafrán y frutas, envueltos en muselina escarlata:
Bajo mi balcón esos muertos terribles
Pasan sonando cadenas y flautas de cobre,
Estridentes y finas y lúgubres silban
Entre el color de las pesadas flores envenenadas
Y el grito de los cenicientos danzarines
Y el creciente monótono de los tam-tam
Y el humo de las maderas que arden y huelen.

Porque una vez doblado el camino, junto al turbio río,
Sus corazones, detenidos o iniciando un mayor movimiento,
Rodarán quemados, con la pierna y el pie hechos fuego,
Y la trémula ceniza caerá sobre el agua,
Flotará como ramo de flores calcinadas
O como extinto fuego dejado por tan poderosos viajeros
Que hicieron arder algo sobre las negras aguas, y devoraron
Un alimento desaparecido y un licor extremo.




Entrada a la madera


Con mi razón apenas, con mis dedos,
Con lentas aguas lentas inundadas,
Caigo al imperio de los nomeolvides,
A una tenaz atmósfera de luto,
A una olvidada sala decaída,
A un racimo de tréboles amargos.

Caigo en la sombra, en medio
De destruidas cosas,
Y miro arañas, y apaciento bosques
De secretas maderas inconclusas,
Y ando entre húmedas fibras arrancadas
Al vivo ser de substancia y silencio.

Dulce materia, oh rosa de alas secas,
En mi hundimiento tus pétalos
Subo con pies pesados de roja fatiga,
Y en tu catedral dura me arrodillo
Golpeándome los labios con un ángel.

Es que soy yo ante tu color de mundo,
Ante tus pálidas espadas muertas,
Ante tus corazones reunidos,
Ante tu silenciosa multitud.

Soy yo ante tu ola de olores muriendo,
Envueltos en otoño y resistencia:
Soy yo emprendiendo un viaje funerario
Entre sus cicatrices amarillas:

Soy yo con mis lamentos sin origen,
Sin alimentos, desvelado, solo,
Entrando oscurecidos corredores,
Llegando a tu materia misteriosa.

Veo moverse tus corrientes secas,
Veo crecer manos interrumpidas,
Oigo tus vegetales oceánicos
Crujir de noche y furia sacudidos,
Y siento morir hojas hacia adentro,
Incorporando materiales verdes
A tu inmovilidad desamparada.

Poros, vetas, círculos de dulzura,
Peso, temperatura silenciosa,
Flechas pegadas a tu alma caída,
Seres dormidos en tu boca espesa,
Polvo de dulce pulpa consumida,
Ceniza llena de apagadas almas,
Venid a mí, a mi sueño sin medida,
Caed en mi alcoba en que la noche cae
Y cae sin cesar como agua rota,
Y a vuestra vida, a vuestra muerte asidme,
A vuestros materiales sometidos,
A vuestras muertas palomas neutrales,
Y hagamos fuego, y silencio, y sonido,
Y ardamos, y callemos, y campanas.




Epitalamio


¿Recuerdas cuando
En invierno
Llegamos a la isla?
El mar hacia nosotros levantaba
Una copa de frío.
En las paredes las enredaderas
Susurraban dejando
Caer hojas oscuras
A nuestro paso.
Tú eras también una pequeña hoja
Que temblaba en mi pecho.
El viento de la vida allí te puso.
En un principio no te vi: no supe
Que ibas andando conmigo,
Hasta que tus raíces
Horadaron mi pecho,
Se unieron a los hilos de mi sangre,
Hablaron por mi boca,
Florecieron conmigo.
Así fue tu presencia inadvertida,
Hoja o rama invisible
Y se pobló de pronto
Mi corazón de frutos y sonidos.
Habitaste la casa
Que te esperaba oscura
Y encendiste las lámparas entonces.
Recuerdas, amor mío,
Nuestros primeros pasos en la isla:
Las piedras grises nos reconocieron,
Las rachas de la lluvia,
Los gritos del viento en la sombra.
Pero fue el fuego
Nuestro único amigo,
Junto a él apretamos
El dulce amor de invierno
A cuatro brazos.
El fuego vio crecer nuestro beso desnudo
Hasta tocar estrellas escondidas,
Y vio nacer y morir el dolor
Como una espada rota
Contra el amor invencible.
Recuerdas,
Oh dormida en mi sombra,
Cómo de ti crecía
El sueño,
De tu pecho desnudo
Abierto con sus cúpulas gemelas
Hacia el mar, hacia el viento de la isla
Y cómo yo en tu sueño navegaba
Libre, en el mar y en el viento
Atado y sumergido sin embargo
Al volumen azul de tu dulzura.
Oh dulce, dulce mía,
Cambió la primavera
Los muros de la isla.
Apareció una flor como una gota
De sangre anaranjada,
Y luego descargaron los colores
Todo su peso puro.
El mar reconquistó su transparencia,
La noche en el cielo
Destacó sus racimos
Y ya todas las cosas susurraron
Nuestro nombre de amor, piedra por piedra
Dijeron nuestro nombre y nuestro beso.
La isla de piedra y musgo
Resonó en el secreto de sus grutas
Como en tu boca el canto,
Y la flor que nacía
Entre los intersticios de la piedra
Con su secreta sílaba
Dijo al pasar tu nombre
De planta abrasadora,
Y la escarpada roca levantada
Como el muro del mundo
Reconoció mi canto, bienamada,
Y todas las cosas dijeron
Tu amor, mi amor, amada,
Porque la tierra, el tiempo, el mar, la isla,
La vida, la marea,
El germen que entreabre
Sus labios en la tierra,
La flor devoradora,
El movimiento de la primavera,
Todo nos reconoce.
Nuestro amor ha nacido
Fuera de las paredes,
En el viento,
En la noche,
En la tierra,
Y por eso la arcilla y la corola,
El barro y las raíces
Saben cómo te llamas,
Y saben que mi boca
Se juntó con la tuya
Porque en la tierra nos sembraron juntos
Sin que sólo nosotros lo supiéramos
Y que crecemos juntos
Y florecemos juntos
Y por eso
Cuando pasamos,
Tu nombre está en los pétalos
De la rosa que crece en la piedra,
Mi nombre está en las grutas.
Ellos todo lo saben,
No tenemos secretos,
Hemos crecido juntos
Pero no lo sabíamos.
El mar conoce nuestro amor, las piedras
De la altura rocosa
Saben que nuestros besos florecieron
Con pureza infinita,
Como en sus intersticios una boca
Escarlata amanece:
Así conocen nuestro amor y el beso
Que reúnen tu boca y la mía
En una flor eterna.
Amor mío,
La primavera dulce,
Flor y mar, nos rodean.
No la cambiamos
Por nuestro invierno,
Cuando el viento
Comenzó a descifrar tu nombre
Que hoy en todas las horas repite,
Cuando
Las hojas no sabían
Que tú eras una hoja,
Cuando
Las raíces
No sabían que tú me buscabas
En mi pecho.
Amor, amor,
La primavera
Nos ofrece el cielo,
Pero la tierra oscura
Es nuestro nombre,
Nuestro amor pertenece
A todo el tiempo y la tierra.
Amándonos, mi brazo
Bajo tu cuello de arena,
Esperaremos
Cómo cambia la tierra y el tiempo
En la isla,
Cómo caen las hojas
De las enredaderas taciturnas,
Cómo se va el otoño
Por la ventana rota.
Pero nosotros
Vamos a esperar
A nuestro amigo,
A nuestro amigo de ojos rojos,
El fuego,
Cuando de nuevo el viento
Sacuda las fronteras de la isla
Y desconozca el nombre
De todos,
El invierno
Nos buscará, amor mío,
Siempre,
Nos buscará, porque lo conocemos,
Porque no lo tememos,
Porque tenemos
Con nosotros
El fuego
Para siempre.
Tenemos
La tierra con nosotros
Para siempre,
La primavera con nosotros
Para siempre,
Y cuando se desprenda
De las enredaderas
Una hoja
Tú sabes, amor mío,
Qué nombre viene escrito
En esa hoja,
Un nombre que es el tuyo y es el mío,
Nuestro nombre de amor, un solo
Ser, la flecha
Que atravesó el invierno,
El amor invencible,
El fuego de los días,
Una hoja
Que me cayó en el pecho,
Una hoja del árbol
De la vida
Que hizo nido y cantó,
Que echó raíces,
Que dio flores y frutos.
Y así ves, amor mío,
Cómo marcho
Por la isla,
Por el mundo,
Seguro en medio de la primavera,
Loco de luz en el frío,
Andando tranquilo en el fuego,
Levantando tu peso
De pétalo en mis brazos,
Como si nunca hubiera caminado
Sino contigo, alma mía,
Como si no supiera caminar
Sino contigo,
Como si no supiera cantar
Sino cuando tú cantas.




Estatuto del vino


Cuando a regiones, cuando a sacrificios
Manchas moradas como lluvias caen,
El vino abre las puertas con asombro,
Y en el refugio de los meses vuela
Su cuerpo de empapadas alas rojas.

Sus pies tocan los muros y las tejas
Con humedad de lenguas anegadas,
Y sobre el filo del día desnudo
Sus abejas en gotas van cayendo.

Yo sé que el vino no huye dando gritos
A la llegada del invierno,
Ni se esconde en iglesias tenebrosas
A buscar fuego en trapos derrumbados,
Sino que vuela sobre la estación,
Sobre el invierno que ha llegado ahora
Con un puñal entre las cejas duras.

Yo veo vagos sueños,
Yo reconozco lejos,
Y miro frente a mí, detrás de los cristales,
Reuniones de ropas desdichadas.

A ellas la bala del vino no llega,
Su amapola eficaz, su rayo rojo
Mueren ahogados en tristes tejidos,
Y se derrama por canales solos,
Por calles húmedas, por ríos sin nombre,
El vino amargamente sumergido,
El vino ciego y subterráneo y solo.

Yo estoy de pie en su espuma y sus raíces,
Yo lloro en su follaje y en sus muertos,
Acompañado de sastres caídos
En medio del invierno deshonrado,
Yo subo escalas de humedad y sangre
Tanteando las paredes,
Y en la congoja del tiempo que llega
Sobre una piedra me arrodillo y lloro.

Y hacia túneles acres me encamino
Vestido de metales transitorios,
Hacia bodegas solas, hacia sueños,
Hacia betunes verdes que palpitan,
Hacia herrerías desinteresadas,
Hacia sabores de lodo y garganta,
Hacia imperecederas mariposas.

Entonces surgen los hombres del vino
Vestidos de morados cinturones
Y sombreros de abejas derrotadas,
Y traen copas llenas de ojos muertos,
Y terribles espadas de salmuera,
Y con roncas bocinas se saludan
Cantando cantos de intención nupcial.

Me gusta el canto ronco de los hombres del vino,
Y el ruido de mojadas monedas en la mesa,
Y el olor de zapatos y de uvas
Y de vómitos verdes:
Me gusta el canto ciego de los hombres,
Y ese sonido de sal que golpea
Las paredes del alba moribunda.

Hablo de cosas que existen, ¡Dios me libre
De inventar cosas cuando estoy cantando!
Hablo de la saliva derramada en los muros,
Hablo de lentas medias de ramera,
Hablo del coro de los hombres del vino
Golpeando el ataúd con un hueso de pájaro.

Estoy en medio de ese canto, en medio
Del invierno que rueda por las calles,
Estoy en medio de los bebedores,
Con los ojos abiertos hacia olvidados sitios,
O recordando en delirante luto,
O durmiendo en cenizas derribado.

Recordando noches, navíos, sementeras,
Amigos fallecidos, circunstancias,
Amargos hospitales y niñas entreabiertas:
Recordando un golpe de ola en cierta roca
Con un adorno de harina y espuma,
Y la vida que hace uno en ciertos países,
En ciertas costas solas,
Un sonido de estrellas en las palmeras,
Un golpe del corazón en los vidrios,
Un tren que cruza oscuro de ruedas malditas
Y muchas cosas tristes de esta especie.

A la humedad del vino, en las mañanas,
En las paredes a menudo mordidas por los días de invierno
Que caen en bodegas sin duda solitarias,
A esa virtud del vino llegan luchas,
Y cansados metales y sordas dentaduras,
Y hay un tumulto de objeciones rotas,
Hay un furioso llanto de botellas,
Y un crimen, como un látigo caído.

El vino clava sus espinas negras,
Y sus erizos lúgubres pasea,
Entre puñales, entre mediasnoches,
Entre roncas gargantas arrastradas,
Entre cigarros y torcidos pelos,
Y como ola de mar su voz aumenta
Aullando llanto y manos de cadáver.

Y entonces corre el vino perseguido
Y sus tenaces odres se destrozan
Contra las herraduras, y va el vino en silencio,
Y sus toneles, en heridos buques en donde el aire muerde
Rostros, tripulaciones de silencio,
Y el vino huye por las carreteras,
Por las iglesias, entre los carbones,
Y se caen sus plumas de amaranto,
Y se disfraza de azufre su boca,
Y el vino ardiendo entre calles usadas,
Buscando pozos, túneles, hormigas,
Bocas de tristes muertos,
Por donde ir al azul de la tierra
En donde se confunden la lluvia y los ausentes.




Era mi corazón un ala viva y turbia


Era mi corazón un ala viva y turbia...
Un ala pavorosa llena de luz y anhelo.
Era la primavera sobre los campos verdes.
Azul era la altura y era esmeralda el suelo.


Ella -la que me amaba- se murió en primavera.
Recuerdo aún sus ojos de paloma en desvelo.
Ella -la que me amaba- cerro sus ojos... tarde.
Tarde de campo, azul. Tarde de alas y vuelos.
Ella -la que me amaba- se murió en primavera...
Y se llevó la primavera al cielo.




Eres toda de espumas


Eres toda de espumas delgadas y ligeras
Y te cruzan los besos y te riegan los días.
Mi gesto, mi ansiedad cuelgan de tu mirada.
Vaso de resonancias y de estrellas cautivas.
Estoy cansado, todas las hojas caen, mueren.
Caen, mueren los pájaros. Caen, mueren las vidas.


Cansado, estoy cansado. Ven, anhélame, víbrame.
¡Oh, mi pobre ilusión, mi guirnalda encendida!
El ansia cae, muere. Cae, muere el deseo.
Caen, mueren las llamas en la noche infinita.


Fogonazo de luces, paloma de gredas rubias,
Líbrame de esta noche que acosa y aniquila.


Sumérgeme en tu nido de vértigo y caricia.
Anhélame, retiéneme.
La embriaguez a la sombra florida de tus ojos,
Las caídas, los triunfos, los saltos de la fiebre.
Ámame, ámame, ámame.
De pie te grito, ¡quiéreme!
Rompo mi voz gritándote y hago horarios de fuego
En la noche preñada de estrellas y lebreles.
Rompo mi voz y grito. Mujer, ámame, anhélame.
Mi voz arde en los vientos, mi voz que cae y muere.


Cansado. Estoy cansado. Huye. Aléjate. Extínguete.
No aprisiones mi estéril cabeza entre tus manos.
Que me crucen la frente los látigos del hielo.
Que mi inquietud se azote con los vientos atlánticos.
Huye, aléjate. Extínguete. Mi alma debe estar sola.
Debe crucificarse, hacerse astillas, rodar,
Verterse, contaminarse sola,
Abierta a la marea de los llantos,
Ardiendo en el ciclón de las furias,
Erguida entre los cerros y los pájaros,
Aniquilarse, exterminarse sola,
Abandonada y única como un faro de espanto.




Fantasma


Cómo surges de antaño, llegando,
Encandilada, pálida estudiante,
A cuya voz aún piden consuelo
Los meses dilatados y fijos.

Sus ojos luchaban como remeros
En el infinito muerto
Con esperanza de sueño y materia
De seres saliendo del mar.

De la lejanía en donde
El olor de la tierra es otro
Y lo vespertino llega llorando
En forma de oscuras amapolas.

En la altura de los días inmóviles
El insensible joven diurno
En tu rayo de luz se dormía
Afirmado como en una espada.

Mientras tanto crece a la sombra
Del largo transcurso en olvido
La flor de la soledad, húmeda, extensa,
Como la tierra en un largo invierno.




Farewell


Desde el fondo de ti, y arrodillado,
Un niño triste, como yo, nos mira.
Por esa vida que arderá en sus venas
Tendrían que amarrarse nuestras vidas.
Por esas manos, hijas de tus manos,
Tendrían que matar las manos mías.
Por sus ojos abiertos en la tierra
Veré en los tuyos lágrimas un día.


Yo no lo quiero, amada.
Para que nada nos amarre
Que no nos una nada.
Ni la palabra que asomó tu boca,
Ni lo que no dijeron las palabras.
Ni la fiesta de amor que no tuvimos,
Ni tus sollozos junto a la ventana.


Amo el amor de los marineros
Que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera:
Los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte
En el lecho del mar.


Amo el amor que se reparte
En besos, lecho y pan.
Amor que puede ser eterno
Y puede ser fugaz.
Amor que quiere libertarse
Para volver a amar.
Amor divinizado que se acerca
Amor divinizado que se va.


Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos,
Ya no se endulzará junto a ti mi dolor.
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
Y hacia donde camines llevarás mi dolor.
Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
Un recodo en la ruta donde el amor pasó.
Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,
Del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy.
Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós.




Galope muerto


Como cenizas, como mares poblándose,
En la sumergida lentitud, en lo informe,
O como se oyen desde el alto de los caminos
Cruzar las campanadas en cruz,
Teniendo ese sonido ya aparte del metal,
Confuso, pesando, haciéndose polvo
En el mismo molino de las formas demasiado lejos,
O recordadas o no vistas,
Y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
Se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.

Aquello todo tan rápido, tan viviente,
Inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
Esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol,
Callado, por alrededor, de tal modo,
Mezclando todos los limbos sus colas.
Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?
El rodeo constante, incierto, tan mudo,
Como las lilas alrededor del convento,
O la llegada de la muerte a la lengua del buey
Que cae a tumbos, guardabajo y cuyos cuernos quieren sonar.

Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
Entonces, como aleteo inmenso, encima,
Como abejas muertas o números,
Ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
En multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
Y esfuerzos humanos, tormentas,
Acciones negras descubiertas de repente
Como hielos, desorden vasto,
Oceánico, para mí que entro cantando
Como con una espada entre indefensos.

Ahora bien, ¿de qué está hecho ese surgir de palomas
Que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
Ese sonido ya tan largo
Que cae listando de piedras los caminos,
Más bien, cuando sólo una hora
Crece de improviso, extendiéndose sin tregua.

Adentro del anillo del verano
Una vez los grandes zapallos escuchan,
Estirando sus plantas conmovedoras,
De eso, de lo que solicitándose mucho,
De lo lleno, obscuros de pesadas gotas.




Grita


Amor, llegado que hayas a mi fuente lejana,
Cuida de no morderme con tu voz de ilusión:
Que mi dolor oscuro no se muera en tus alas,
Que en tu garganta de oro no se ahogue mi voz.

Amor —llegado que hayas
A mi fuente lejana,
Sé turbión que desuella,
Sé rompiente que clava.

Amor, deshace el ritmo
De mis aguas tranquilas:
Sabe ser el dolor que retiembla y que sufre,
Sábeme ser la angustia que se retuerce y grita.

No me des el olvido.
No me des la ilusión.
Porque todas las hojas que a la tierra han caído
Me tienen amarillo de oro el corazón.

Amor —llegado que hayas
A mi fuente lejana,
Tuérceme las vertientes,
Críspame las entrañas.

Y así una tarde —amor de manos crueles—,
Arrodillado, te daré las gracias.




Hogueras


Hogueras pálidas revolviéndose al borde de las noches
Corren humos difuntos polvaredas invisibles

Fraguas negras durmiendo detrás de los cerros anochecidos
La tristeza del hombre tirada entre los brazos del sueño

Ciudad desde los cerros en la noche los segadores duermen
Debatida a las últimas hogueras
Pero estás allí pegada a tu horizonte
Como una lancha al muelle lista para zarpar lo creo
Antes del alba

Árbol de estertor candelabro de llamas viejas
Distante incendio mi corazón está triste

Sólo una estrella inmóvil su fósforo azul
Los movimientos de la noche aturden hacia el cielo.




Jardín de invierno


Llega el invierno. Espléndido dictado
Me dan las lentas hojas
Vestidas de silencio y amarillo.

Soy un libro de nieve,
Una espaciosa mano, una pradera,
Un círculo que espera,
Pertenezco a la tierra y a su invierno.

Creció el rumor del mundo en el follaje,
Ardió después el trigo constelado
Por flores rojas como quemaduras,
Luego llegó el otoño a establecer
La escritura del vino:
Todo pasó, fue cielo pasajero
La copa del estío,
Y se apagó la nube navegante.

Yo esperé en el balcón tan enlutado,
Como ayer con las yedras de mi infancia,
Que la tierra extendiera
Sus alas en mi amor deshabitado.

Yo supe que la rosa caería
Y el hueso del durazno transitorio
Volvería a dormir y a germinar:
Y me embriagué con la copa del aire
Hasta que todo el mar se hizo nocturno
Y el arrebol se convirtió en ceniza.

La tierra vive ahora
Tranquilizando su interrogatorio,
Extendida la piel de su silencio.

Yo vuelvo a ser ahora
El taciturno que llegó de lejos
Envuelto en lluvia fría y en campanas:
Debo a la muerte pura de la tierra
La voluntad de mis germinaciones.




Juntos nosotros


Qué pura eres de sol o de noche caída,
Qué triunfal desmedida tu órbita de blanco,
Y tu pecho de pan, alto de clima,
Tu corona de árboles negros, bien amada,
Y tu nariz de animal solitario, de oveja salvaje
Que huele a sombra y a precipitada fuga tiránica.
Ahora, qué armas espléndidas mis manos,
Digna su pala de hueso y su lirio de uñas.
Y el puesto de mi rostro, y el arriendo de mi alma
Están situados en lo justo de la fuerza terrestre.


Qué pura mi mirada de nocturna influencia,
Caída de ojos oscuros y feroz acicate,
Mi simétrica estatua de piernas gemelas
Sube hacia estrellas húmedas cada mañana,
Y mi boca de exilio muerde la carne y la uva,
Mis brazos de varón, mi pecho tatuado
En que penetra el vello como ala de estaño,
Mi cara blanca hecha para la profundidad del sol,
Mi pelo hecho de ritos, de minerales negros,
Mi frente, penetrante como golpe o camino,
Mi piel de hijo maduro, destinado al arado,
Mis ojos de sal ávida, de matrimonio rápido,
Mi lengua amiga blanda del dique y del buque,
Mis dientes de horario blanco, de equidad sistemática,
La piel que hace a mi frente un vacío de hielos
Y en mi espalda se torna, y vuela en mis párpados,
Y se repliega sobre mi más profundo estímulo,
Y crece hacia las rosas en mis dedos,
En mi mentón de hueso y en mis pies de riqueza.


Y tú como un mes de estrellas, como un beso fijo,
Como estructura de ala, o comienzos de otoño,
Niña, mi partidaria, mi amorosa,
La luz hace su lecho bajo tus grandes párpados,
Dorados como bueyes, y la paloma redonda
Hace sus nidos blancos frecuentemente en ti.
Hecha de ola en lingotes y tenazas blancas,
Tu salud de manzana furiosa se estira sin límite,
El tonel temblador en que escucha tu estómago,
Tus manos hijas de la harina y del cielo.


Qué parecida eres al más largo beso,
Su sacudida fija parece nutrirte,
Y su empuje de brasa, de bandera revuelta,
Va latiendo en tus dominios y subiendo temblando,
Y entonces tu cabeza se adelgaza en cabellos,
Y su forma guerrera, su círculo seco,
Se desploma de súbito en hilos lineales
Como filos de espadas o herencias de humo.




La bandera


Levántate conmigo.

Nadie quisiera
Como yo quedarse
Sobre la almohada en que tus párpados
Quieren cerrar el mundo para mí.
Allí también quisiera
Dejar dormir mi sangre
Rodeando tu dulzura.

Pero levántate,
Tú, levántate,
Pero conmigo levántate
Y salgamos reunidos
A luchar cuerpo a cuerpo
Contra las telarañas del malvado,
Contra el sistema que reparte el hambre,
Contra la organización de la miseria.

Vamos,
Y tú, mi estrella, junto a mí,
Recién nacida de mi propia arcilla,
Ya habrás hallado el manantial que ocultas
Y en medio del fuego estarás
Junto a mí,
Con tus ojos bravíos,
Alzando mi bandera.




La carta en el camino


Adiós, pero conmigo
Serás, irás adentro
De una gota de sangre que circule en mis venas
O fuera, beso que me abrasa el rostro
O cinturón de fuego en mi cintura.
Dulce mía, recibe
El gran amor que salió de mi vida
Y que en ti no encontraba territorio
Como el explorador perdido
En las islas del pan y de la miel.
Yo te encontré después
De la tormenta,
La lluvia lavó el aire
Y en el agua
Tus dulces pies brillaron como peces.

Adorada, me voy a mis combates.

Arañaré la tierra para hacerte
Una cueva y allí tu Capitán
Te esperará con flores en el lecho.
No pienses más, mi dulce,
En el tormento
Que pasó entre nosotros
Como un rayo de fósforo
Dejándonos tal vez su quemadura.
La paz llegó también porque regreso
A luchar a mi tierra,
Y como tengo el corazón completo
Con la parte de sangre que me diste
Para siempre,
Y como
Llevo
Las manos llenas de tu ser desnudo,
Mírame,
Mírame,
Mírame por el mar, que voy radiante,
Mírame por la noche que navego,
Y mar y noche son los ojos tuyos.
No he salido de ti cuando me alejo.
Ahora voy a contarte:
Mi tierra será tuya,
Yo voy a conquistarla,
No sólo para dártela,
Sino que para todos,
Para todo mi pueblo.
Saldrá el ladrón de su torre algún día.
Y el invasor será expulsado.
Todos los frutos de la vida
Crecerán en mis manos
Acostumbradas antes a la pólvora.
Y sabré acariciar las nuevas flores
Porque tú me enseñaste la ternura.
Dulce mía, adorada,
Vendrán conmigo a luchar cuerpo a cuerpo
Porque en mi corazón viven tus besos
Como banderas rojas,
Y si caigo, no sólo
Me cubrirá la tierra
Sino este gran amor que me trajiste
Y que vivió circulando en mi sangre.
Vendrás conmigo,
En esa hora te espero,
En esa hora y en todas las horas,
En todas las horas te espero.
Y cuando venga la tristeza que odio
A golpear a tu puerta,
Dile que yo te espero
Y cuando la soledad quiera que cambies
La sortija en que está mi nombre escrito,
Dile a la soledad que hable conmigo,
Que yo debí marcharme
Porque soy un soldado,
Y que allí donde estoy,
Bajo la lluvia o bajo
El fuego,
Amor mío, te espero,
Te espero en el desierto más duro
Y junto al limonero florecido:
En todas partes donde esté la vida,
Donde la primavera está naciendo,
Amor mío, te espero.
Cuando te digan "Ese hombre
No te quiere", recuerda
Que mis pies están solos en esa noche, y buscan
Los dulces y pequeños pies que adoro.
Amor, cuando te digan
Que te olvidé, y aun cuando
Sea yo quien lo dice,
Cuando yo te lo diga,
No me creas,
¿Quién y cómo podrían
Cortarte de mi pecho
Y quién recibiría
Mi sangre
Cuando hacia ti me fuera desangrando?
Pero tampoco puedo
Olvidar a mi pueblo.
Voy a luchar en cada calle,
Detrás de cada piedra.
Tu amor también me ayuda:
Es una flor cerrada
Que cada vez me llena con su aroma
Y que se abre de pronto
Dentro de mí como una gran estrella.

Amor mío, es de noche.

El agua negra, el mundo
Dormido, me rodean.
Vendrá luego la aurora,
Y yo mientras tanto te escribo
Para decirte: "Te amo".
Para decirte "Te amo", cuida,
Limpia, levanta,
Defiende
Nuestro amor, alma mía.
Yo te lo dejo como si dejara
Un puñado de tierra con semillas.
De nuestro amor nacerán vidas.
En nuestro amor beberán agua.
Tal vez llegará un día
En que un hombre
Y una mujer, iguales
A nosotros,
Tocarán este amor, y aún tendrá fuerza
Para quemar las manos que lo toquen.
¿Quiénes fuimos? ¿Qué importa?
Tocarán este fuego
Y el fuego, dulce mía, dirá tu simple nombre
Y el mío, el nombre
Que tú sola supiste porque tú sola
Sobre la tierra sabes
Quién soy, y porque nadie me conoció como una,
Como una sola de tus manos,
Porque nadie
Supo cómo, ni cuándo
Mi corazón estuvo ardiendo:
Tan sólo
Tus grandes ojos pardos lo supieron,
Tu ancha boca,
Tu piel, tus pechos,
Tu vientre, tus entrañas
Y el alma tuya que yo desperté
Para que se quedara
Cantando hasta el fin de la vida.

Amor, te espero.

Adiós, amor, te espero.

Amor, amor, te espero.

Y así esta carta se termina
Sin ninguna tristeza:
Están firmes mis pies sobre la tierra,
Mi mano escribe esta carta en el camino,
Y en medio de la vida estaré
Siempre
Junto al amigo, frente al enemigo,
Con tu nombre en la boca
Y un beso que jamás
Se apartó de la tuya.




La estudiante


Oh tú, más dulce, más interminable
Que la dulzura, carnal enamorada
Entre las sombras: de otros días
Surges llenando de pesado polen
Tu copa, en la delicia.
Desde la noche llena
De ultrajes, noche como el vino
Desbocado, noche de oxidada púrpura
A ti caí como una torre herida,
Y entre las pobres sábanas tu estrella
Palpitó contra mí quemando el cielo.
Oh redes del jazmín, oh fuego físico
Alimentado en esta nueva sombra,
Tinieblas que tocamos apretando
La cintura central, golpeando el tiempo
Con sanguinarias ráfagas de espigas.
Amor sin nada más, en el vacío
De una burbuja, amor con calles muertas,
Amor, cuando murió toda la vida
Y nos dejó encendiendo los rincones.
Mordí mujer, me hundí desvaneciéndome
Desde mi fuerza, atesoré racimos,
Y salí a caminar de beso en beso,
Atado a las caricias, amarrado
A esta gruta de fría cabellera,
A estas piernas por labios recorridas:
Hambriento entre los labios de la tierra,
Devorando con labios devorados.




La infinita


¿Ves estas manos? Han medido
La tierra, han separado
Los minerales y los cereales,
Han hecho la paz y la guerra,
Han derribado las distancias
De todos los mares y ríos,
Y sin embargo
Cuanto te recorren
A ti, pequeña,
Grano de trigo, alondra,
No alcanzan a abarcarte,
Se cansan alcanzando
Las palomas gemelas
Que reposan o vuelan en tu pecho,
Recorren las distancias de tus piernas,
Se enrollan en la luz de tu cintura.
Para mí eres tesoro más cargado
De inmensidad que el mar y su racimos
Y eres blanca y azul y extensa como
La tierra en la vendimia.
En ese territorio,
De tus pies a tu frente,
Andando, andando, andando,
Me pasaré la vida.




La jiribilla


América, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
Cuando aguanto en el alma la gotera,
Cuando por las ventanas
Un nuevo día tuyo me penetra,
Soy y estoy en la luz que me produce,
Vivo en la sombra que me determina,
Duermo y despierto en tu esencial aurora:
Dulce como las uvas, y terrible,
Conductor del azúcar y el castigo,
Empapado en esperma de tu especie,
Amamantado en sangre de tu herencia.




La noche en la isla


Toda la noche he dormido contigo
Junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
Entre el fuego y el agua.


Tal vez muy tarde
Nuestros sueños se unieron
En lo alto o en el fondo,
Arriba como ramas que un mismo viento mueve,
Abajo como rojas raíces que se tocan.


Tal vez tu sueño
Se separó del mío
Y por el mar oscuro
Me buscaba como antes
Cuando aún no existías,
Cuando sin divisarte
Navegué por tu lado,
Y tus ojos buscaban
Lo que ahora
-Pan, vino, amor y cólera-
Te doy a manos llenas
Porque tú eres la copa
Que esperaba los dones de mi vida.


He dormido contigo
Toda la noche mientras
La oscura tierra gira
Con vivos y con muertos,
Y al despertar de pronto
En medio de la sombra
Mi brazo rodeaba tu cintura.
Ni la noche, ni el sueño
Pudieron separarnos.


He dormido contigo
Y al despertar tu boca
Salida de tu sueño
Me dio el sabor de tierra,
De agua marina, de algas,
Del fondo de tu vida,
Y recibí tu beso
Mojado por la aurora
Como si me llegara
Del mar que nos rodea.




La pobreza


Ay no quieres,
Te asusta
La pobreza,

No quieres
Ir con zapatos rotos al mercado
Y volver con el viejo vestido.

Amor, no amamos,
Como quieren los ricos,
La miseria. Nosotros
La extirparemos como diente maligno
Que hasta ahora ha mordido el corazón del hombre.

Pero no quiero
Que la temas.
Si llega por mi culpa a tu morada,
Si la pobreza expulsa
Tus zapatos dorados,
Que no expulse tu risa que es el pan de mi vida.
Si no puedes pagar el alquiler
Sal al trabajo con paso orgulloso,
Y piensa, amor, que yo te estoy mirando
Y somos juntos la mayor riqueza
Que jamás se reunió sobre la tierra.




La poesía


Y fue a esa edad... Llegó la poesía a buscarme.
No sé, no sé de dónde salió,
De invierno o río.
No sé cómo ni cuándo,
No, no eran voces, no eran palabras, ni silencio,
Pero desde una calle me llamaba,
Desde las ramas de la noche,
De pronto entre los otros,
Entre fuegos violentos
O regresando solo,
Allí estaba sin rostro
Y me tocaba.


Yo no sabía qué decir, mi boca no sabía nombrar,
Mis ojos eran ciegos,
Y algo golpeaba en mi alma,
Fiebre o alas perdidas,
Y me fui haciendo solo,
Descifrando aquella quemadura,
Y escribí la primera línea vaga,
Vaga, sin cuerpo, pura tontería,
Pura sabiduría
Del que no sabe nada,
Y vi de pronto el cielo desgranado
Y abierto, planetas,
Plantaciones palpitantes,
La sombra perforada,
Acribillada por flechas, fuego y flores,
La noche arrolladora, el universo.


Y yo, mínimo ser,
Ebrio del gran vacío constelado,
A semejanza, a imagen del misterio,
Me sentí parte pura del abismo,
Rodé con las estrellas,
Mi corazón se desató en el viento.




La pregunta


Amor, una pregunta
Te ha destrozado.

Yo he regresado a ti
Desde la incertidumbre con espinas.

Te quiero recta como
La espada o el camino.

Pero te empeñas
En guardar un recodo
De sombra que no quiero.

Amor mío,
Compréndeme,
Te quiero toda,
De ojos a pies, a uñas,
Por dentro,
Toda la claridad, la que guardabas.

Soy yo, amor mío,
Quien golpea tu puerta.
No es el fantasma, no es
El que antes se detuvo
En tu ventana.
Yo echo la puerta abajo:
Yo entro en toda tu vida:
Vengo a vivir en tu alma:
Tú no puedes conmigo.

Tienes que abrir puerta a puerta,
Tienes que obedecerme,
Tienes que abrir los ojos
Para que busque en ellos,
Tienes que ver cómo ando
Con pasos pesados
Por todos los caminos
Que, ciegos, me esperaban.

No me temas,
Soy tuyo,
Pero
No soy el pasajero ni el mendigo,
Soy tu dueño,
El que tú esperabas,
Y ahora entro
En tu vida,
Para no salir más,
Amor, amor, amor,
Para quedarme.




La pródiga


Yo te escogí entre todas las mujeres
Para que repitieras
Sobre la tierra
Mi corazón que baila con espigas
O lucha sin cuartel cuando hace falta.

Yo te pregunto, ¿dónde está mi hijo?

No me esperaba en ti, reconociéndome,
Y diciéndome: "Llámame para salir sobre la tierra
A continuar tus luchas y tus cantos".

¡Devuélveme a mi hijo!

Lo has olvidado en las puertas
Del placer, oh pródiga
Enemiga,
¿Has olvidado que viniste a esta cita,
La más profunda, aquella
En que los dos, unidos, seguiremos hablando
Por tu boca, amor mío,
Ay todo aquello
Que no alcanzamos a decirnos?

Cuando yo te levanto en una ola
De fuego y sangre, y se duplica
La vida entre nosotros,
Acuérdate
Que alguien nos llama
Como nadie jamás nos ha llamado,
Y que no respondemos
Y nos quedamos solos y cobardes
Ante la vida que negamos.

Pródiga,
¡Abre las puertas,
Y que en tu corazón
El nudo ciego
Se desenlace y vuele
Con tu sangre y la mía
Por el mundo!




La rama robada


En la noche entraremos
A robar
Una rama florida.


Pasaremos el muro,
En las tinieblas del jardín ajeno,
Dos sombras en la sombra.


Aún no se fue el invierno,
Y el manzano aparece
Convertido de pronto
En cascada de estrellas olorosas.
En la noche entraremos
Hasta su tembloroso firmamento,
Y tus pequeñas manos y las mías
Robarán las estrellas.


Y sigilosamente,
A nuestra casa,
En la noche y en la sombra,
Entrará con tus pasos
El silencioso paso del perfume
Y con pies estrellados
El cuerpo claro de la primavera.




La reina


Yo te he nombrado reina.
Hay más altas que tú, más altas.
Hay más puras que tú, más puras.
Hay más bellas que tú, hay más bellas.
Pero tú eres la reina.
Cuando vas por las calles
Nadie te reconoce.
Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira
La alfombra de oro rojo
Que pisas donde pasas,
La alfombra que no existe.


Y cuando asomas
Suenan todos los ríos
En mi cuerpo, sacuden
El cielo las campanas,
Y un himno llena el mundo.


Sólo tú y yo,
Sólo tú y yo, amor mío,
Lo escuchamos.


La vulgar que pasó


No eras para mis sueños, ni eras para mi vida,
Ni para mis cansancios aromados de rosas,
Ni para la impotencia de mi rabia suicida,
No eras la bella y buena, la bella y dolorosa.


No eras para mis sueños, no eras para mis cantos,
No eras para el prestigio de mis amargos llantos,
No eras para mi vida ni para mi dolor,
No eras lo fugitivo de todos mis encantos.
No merecías nada. Ni mi agrio desencanto
Ni siquiera la lumbre que presintió el amor.


Bien hecho, muy bien hecho que hayas pasado en vano
Que no se haya engarfiado mi vida a tu mirar,
Que no se hayan juntado a los llantos ancianos
La amargura doliente de un estéril llorar.


Eras para un imbécil que te quisiera un poco.
¡Oh mis ensueños buenos1, ¡oh mis ensueños locos!
Eras para un imbécil, un cualquiera no más
Que no tuviera nada de mis ensueños, nada,
Pero que te daría tu dicha animalada
La corta y bruta crisis del espasmo final.


No eras para mis sueños, no eras para mi vida
Ni para mis quebrantos ni para mi dolor,
No eras para los llantos de mis duras heridas,
No eras para mis brazos, ni para mi canción.




Lamento lento


En la noche del corazón
La gota de tu nombre lento
En silencio circula y cae
Y rompe y desarrolla su agua.

Algo quiere su leve daño
Y su estima infinita y corta,
Como el paso de un ser perdido
De pronto oído.

De pronto, de pronto escuchado
Y repartido en el corazón
Con triste insistencia y aumento
Como un sueño frío de otoño.

La espesa rueda de la tierra
Su llanta húmeda de olvido
Hace rodar, cortando el tiempo
En mitades inaccesibles.

Sus copas duras cubren tu alma
Derramada en la tierra fría
Con sus pobres chispas azules
Volando en la voz de la lluvia.




Las furias y las penas


En 1934 fue escrito este poema. ¡Cuántas cosas han sobrevenido desde entonces! España, donde lo escribí, es una cintura de ruinas. Ay, si con sólo una gota de poesía o de amor pudiéramos aplacar la ira del mundo, pero eso sólo lo pueden la lucha y el corazón resuelto.

El mundo ha cambiado y mi poesía ha cambiado. Una gota de sangre caída en estas líneas quedará viviendo sobre ellas, indeleble como el amor.
Marzo de 1939

Hay en mi corazón furias y penas.
Quevedo

En el fondo del pecho estamos juntos,
En el cañaveral del pecho recorremos
Un verano de tigres,
Al acecho de un metro de piel fría,
Al acecho de un ramo de inaccesible cutis,
Con la boca olfateando sudor y venas verdes
Nos encontramos en la húmeda sombra que deja caer besos.

Tú mi enemiga de tanto sueño roto de la misma manera
Que erizadas plantas de vidrio, lo mismo que campanas
Deshechas de manera amenazante, tanto como disparos
De hiedra negra en medio del perfume,
Enemiga de grandes caderas que mi pelo han tocado
Con un ronco rocío, con una lengua de agua,
No obstante el mudo frío de los dientes y el odio de los ojos,
Y la batalla de agonizantes bestias que cuidan el olvido,
En algún sitio del verano estamos juntos
Acechando con labios que la sed ha invadido.
Si hay alguien que traspasa
Una pared con círculos de fósforo
Y hiere el centro de unos dulces miembros
Y muerde cada hoja de un bosque dando gritos,
Tengo también tus ojos de sangrienta luciérnaga
Capaces de impregnar y atravesar rodillas
Y gargantas rodeadas de seda general.

Cuando en las reuniones
El azar, la ceniza, las bebidas,
El aire interrumpido,
Pero ahí están tus ojos oliendo a cacería,
A rayo verde que agujerea pechos,
Tus dientes que abren manzanas de las que cae sangre,
Tus piernas que se adhieren al sol dando gemidos,
Y tus tetas de nácar y tus pies de amapola,
Como embudos llenos de dientes que buscan sombra,
Como rosas hechas de látigo y perfume, y aún,
Aún más, aún más,
Aún detrás de los párpados, aún detrás del cielo,
Aún detrás de los trajes y los viajes, en las calles donde la gente orina,
Adivinas los cuerpos,
En las agrias iglesias a medio destruir, en las cabinas que el mar lleva en las manos,
Acechas con tus labios sin embargo floridos,
Rompes a cuchilladas la madera y la plata,
Crecen tus grandes venas que asustan:
No hay cáscara, no hay distancia ni hierro,
Tocan manos tus manos,
Y caes haciendo crepitar las flores negras.

Adivinas los cuerpos
Como un insecto herido de mandatos,
Adivinas el centro de la sangre y vigilas
Los músculos que postergan la aurora, asaltas sacudidas,
Relámpagos, cabezas,
Y tocas largamente las piernas que te guían.

¡Oh conducida herida de flechas especiales!

¿Hueles lo húmedo en medio de la noche?

¿O un brusco vaso de rosales quemados?

¿Oyes caer la ropa, las llaves, las monedas
En las espesas casas donde llegas desnuda?

Mi odio es una sola mano que te indica
El callado camino, las sábanas en que alguien ha dormido
Con sobresalto: llegas
Y ruedas por el suelo manejada y mordida,
Y el viejo olor del semen como una enredadera
De cenicienta harina se desliza a tu boca.

Ay leves locas copas y pestañas,
Aire que inunda un entreabierto río
Como una sola paloma de colérico cauce,
Como atributo de agua sublevada,
Ay substancias, sabores, párpados de ala viva
Con un temblor, con una ciega flor temible,
Ay graves, serios pechos como rostros,
Ay grandes muslos llenos de miel verde,
Y talones y sombra de pies, y transcurridas
Respiraciones y superficies de pálida piedra,
Y duras olas que suben la piel hacia la muerte
Llenas de celestiales harinas empapadas.

Entonces, ¿este río
Va entre nosotros, y por una ribera
Vas tú mordiendo bocas?
Entonces, ¿es que estoy verdaderamente, verdaderamente lejos
Y un río de agua ardiendo pasa en lo oscuro?
Ay cuántas veces eres la que el odio no nombra,
Y de qué modo hundido en las tinieblas,
Y bajo qué lluvias de estiércol machacado
Tu estatua en mi corazón devora el trébol.

El odio es un martillo que golpea tu traje
Y tu frente escarlata,
Y los días del corazón caen en tus orejas
Como vagos búhos de sangre eliminada,
Y los collares que gota a gota se formaron con lágrimas
Rodean tu garganta quemándote la voz como con hielo.

Es para que nunca, nunca
Hables, es para que nunca, nunca
Salga una golondrina del nido de la lengua
Y para que las ortigas destruyan tu garganta
Y un viento de buque áspero te habite.

¿En dónde te desvistes?
¿En un ferrocarril, junto a un peruano rojo
O con un segador, entre terrones, a la violenta
Luz del trigo?
¿O corres con ciertos abogados de mirada terrible
Largamente desnuda, a la orilla del agua de la noche?

Miras: no ves la luna ni el jacinto
Ni la oscuridad goteada de humedades,
Ni el tren de cieno, ni el marfil partido:
Ves cinturas delgadas como oxígeno,
Pechos que aguardan acumulando peso
E idéntica al zafiro de lunar avaricia
Palpitas desde el dulce ombligo hasta las rosas.

¿Por qué sí? ¿Por qué no? Los días descubiertos
Aportan roja arena sin cesar destrozada
A las hélices puras que inauguran el día,
Y pasa un mes con corteza de tortuga,
Pasa un estéril día,
Pasa un buey, un difunto,
Una mujer llamada Rosalía,
Y no queda en la boca sino un sabor de pelo
Y de dorada lengua que con sed se alimenta.
Nada sino esa pulpa de los seres,
Nada sino esa copa de raíces.

Yo persigo como en un túnel roto, en otro extremo
Carne y besos que debo olvidar injustamente,
Y en las aguas de espaldas cuando ya los espejos
Avivan el abismo, cuando la fatiga, los sórdidos relojes
Golpean a la puerta de hoteles suburbanos, y cae
La flor de papel pintado, y el terciopelo cagado por las ratas y la cama
Cien veces ocupada por miserables parejas, cuando
Todo me dice que un día ha terminado, tú y yo
Hemos estado juntos derribando cuerpos,
Construyendo una casa que no dura ni muere,
Tú y yo hemos corrido juntos un mismo río
Con encadenadas bocas llenas de sal y sangre,
Tú y yo hemos hecho temblar otra vez las luces verdes
Y hemos solicitado de nuevo las grandes cenizas.

Recuerdo sólo un día
Que tal vez nunca me fue destinado,
Era un día incesante,
Sin orígenes, jueves.
Yo era un hombre transportado al acaso
Con una mujer hallada vagamente,
Nos desnudamos
Como para morir o nadar o envejecer
Y nos metimos uno dentro del otro,
Ella rodeándome como un agujero,
Yo quebrantándola como quien
Golpea una campana,
Pues ella era el sonido que me hería
Y la cúpula dura decidida a temblar.

Era una sorda ciencia con cabello y cavernas
Y machacando puntas de médula y dulzura
He rodado a las grandes coronas genitales
Entre piedras y asuntos sometidos.

Éste es un cuento de puertos a donde
Llega uno, al azar, y sube a las colinas,
Suceden tantas cosas.

Enemiga, enemiga,
¿Es posible que el amor haya caído al polvo
Y no haya sino carne y huesos velozmente adorados
Mientras el fuego se consume
Y los caballos vestidos de rojo galopan al infierno?

Yo quiero para mí la avena y el relámpago
A fondo de epidermis,
Y el devorante pétalo desarrollado en furia,
Y el corazón labial del cerezo de junio,
Y el reposo de lentas barrigas que arden sin dirección,
Pero me falta un suelo de cal con lágrimas
Y una ventana donde esperar espumas.

Así es la vida,
Corre tú entre las hojas, un otoño
Negro ha llegado,
Corre vestida con una falda de hojas y un cinturón de metal amarillo,
Mientras la neblina de la estación roe las piedras.

Corre con tus zapatos, con tus medias,
Con el gris repartido, con el hueco del pie, y con esas manos que el tabaco salvaje adoraría,
Golpea escaleras, derriba
El papel negro que protege las puertas,
Y entra en medio del sol y la ira de un día de puñales
A echarte como paloma de luto y nieve sobre un cuerpo.

Es una sola hora larga como una vena,
Y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado
Transcurrimos,
Apartando las sílabas del miedo y la ternura,
Interminablemente exterminados.




Las muchachas


Muchachas que buscabais
El gran amor, el gran amor terrible,
¿Qué ha pasado, muchachas?

¡Tal vez
El tiempo, el tiempo!

Porque ahora,
Aquí está, ¡ved cómo pasa
Arrastrando las piedras celestes,
Destrozando las flores y las hojas,
Con un ruido de espumas azotadas
Contra todas las piedras de tu mundo,
Con un olor de esperma y de jazmines,
Junto a la luna sangrienta!

¡Y ahora
Tocas el agua con tus pies pequeños,
Con tu pequeño corazón
Y no sabes qué hacer!

¡Son mejores
Ciertos viajes nocturnos,
Ciertos departamentos,
Ciertos divertidísimos paseos,
Ciertos bailes sin mayor consecuencia
Que continuar el viaje!

Muérete de miedo o de frío,
O de duda,
Que yo con mis grandes pasos
La encontraré,
Dentro de ti
O lejos de ti,
Y ella me encontrará,
La que no temblará frente al amor,
¡La que estará fundida
Conmigo
En la vida o la muerte!




Las vidas


Ay, ¡qué incómoda a veces
Te siento
Conmigo, vencedor entre los hombres!
Porque no sabes
Que conmigo vencieron
Miles de rostros que no puedes ver,
Miles de pies y pechos que marcharon conmigo,
Que no soy,
Que no existo,
Que sólo soy la frente de los que van conmigo,
Que soy más fuerte
Porque llevo en mí
No mi pequeña vida
Sino todas las vidas,
Y ando seguro hacia delante
Porque tengo mil ojos,
Golpeo con peso de piedra
Porque tengo mil manos
Y mi voz se oye en las orillas
De todas las tierras
Porque es la voz de todos
Los que no hablaron,
De los que no cantaron
Y cantan hoy con esta boca
Que a ti te besa.




Llénate de mí


Llénate de mí.
Ansíame, agótame, viérteme, sacrifícame.
Pídeme. Recógeme, contiéneme, ocúltame.
Quiero ser de alguien, quiero ser tuyo, es tu hora.
Soy el que pasó saltando sobre las cosas,
El fugante, el doliente.


Pero siento tu hora,
La hora de que mi vida gotee sobre tu alma,
La hora de las ternuras que no derramé nunca,
La hora de los silencios que no tienen palabras,
Tu hora, alba de sangre que me nutrió de angustias,
Tu hora, medianoche que me fue solitaria.


Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.
Yo soy esto que gime, esto que arde, esto que sufre.
Yo soy esto que ataca, esto que aúlla, esto que canta.
No, no quiero ser esto.
Ayúdame a romper estas puertas inmensas.
Con tus hombros de seda desentierra estas anclas.
Así crucificaron mi dolor una tarde.
Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.


Quiero no tener límites y alzarme hacia aquel astro.
Mi corazón no debe callar hoy o mañana.
Debe participar de lo que toca,
Debe ser de metales, de raíces, de alas.
No puedo ser la piedra que se alza y que no vuelve,
No puedo ser la sombra que se deshace y pasa.


No, no puede ser, no puede ser, no puede ser.
Entonces gritaría, lloraría, gemiría.
No puede ser, no puede ser.
¿Quién iba a romper esta vibración de mis alas?
¿Quién iba a exterminarme? ¿Qué designio, qué palabra?
No puede ser, no puede ser, no puede ser.
Libértame de mí. Quiero salir de mi alma.


Porque tú eres mi ruta. Te forjé en lucha viva.
De mi pelea oscura contra mí mismo fuiste.
Tienes de mí ese sello de avidez no saciada.
Desde que yo los miro tus ojos son más tristes.
Vamos juntos, rompamos este camino juntos.
Será la ruta tuya. Pasa. Déjame irme.
Ansíame, agótame, viérteme, sacrifícame.
Haz tambalear los cercos de mis últimos límites.


Y que yo pueda, al fin, correr en fuga loca,
Inundando las tierras como un río terrible,
Desatando estos nudos, ah Dios mío, estos nudos
Destrozando,
Quemando,
Arrasando
Como una lava loca lo que existe,
Correr fuera de mí mismo, perdidamente,
Libre de mí, furiosamente libre.
¡Irme,
Dios mío,
Irme!




Los jugadores


Juegan, juegan.
Agachados, arrugados, decrépitos.

Este hombre torvo
Junto a los mares de su patria, más lejana que el sol,
Cantó bellas canciones.

Canción de la belleza de la tierra,
Canción de la belleza de la amada,
Canción, canción
Que no precisa fin.

Este otro de la mano en la frente,
Pálido como la última hoja de un árbol,
Debe tener hijas rubias
De carne apretada,
Granada,
Rosada.

Juegan, juegan.

Los miro entre la vaga bruma del gas y el humo.
Y mirando estos hombres sé que la vida es triste.




Materia nupcial


De pie como un cerezo sin cáscara ni flores,
Especial, encendido, venas y saliva,
Y dedos y testículos,
Miro una niña de papel y luna,
Horizontal, temblando y respirando y blanca
Y sus pezones como dos cifras separadas,
Y la rosal reunión de sus piernas en donde
Su sexo de pestañas nocturnas parpadea.


Pálido, desbordante,
Siento hundirse palabras en mi boca,
Palabras como niños ahogados,
Y rumbo y rumbo y dientes crecen naves,
Y aguas y latitud como quemadas.


La pondré como una espada o un espejo,
Y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas,
Y morderé sus orejas y sus venas,
Y haré que retroceda con los ojos cerrados
En un espeso río de semen verde.


La inundaré de amapolas y relámpagos,
La envolveré en rodillas, en labios, en agujas,
La entraré con pulgadas de epidermis llorando
Y presiones de crimen y pelos empapados.


La haré huir escapándose por uñas y suspiros,
Hacia nunca, hacia nada,
Trepándose a la lenta médula y al oxígeno,
Agarrándose a recuerdos y razones
Como una sola mano, como un dedo partido
Agitando una uña de sal desamparada.


Debe correr durmiendo por caminos de piel
En un país de goma cenicienta y ceniza,
Luchando con cuchillos, y sábanas, y hormigas,
Y con ojos que caen en ella como muertos,
Y con gotas de negra materia resbalando
Como pescados ciegos o balas de agua gruesa.




Madrigal escrito en invierno


En el fondo del mar profundo,
En la noche de largas listas,
Como un caballo cruza corriendo
Tu callado callado nombre.

Alójame en tu espalda, ay refúgiame,
Aparéceme en tu espejo, de pronto,
Sobre la hoja solitaria, nocturna,
Brotando de lo oscuro, detrás de ti.

Flor de la dulce luz completa,
Acúdeme tu boca de besos,
Violenta de separaciones,
Determinada y fina boca.

Ahora bien, en lo largo y largo,
De olvido a olvido residen conmigo
Los rieles, el grito de la lluvia:
Lo que la oscura noche preserva.

Acógeme en la tarde de hilo
Cuando el anochecer trabaja
Su vestuario, y palpita en el cielo
Una estrella llena de viento.

Acércame tu ausencia hasta el fondo,
Pesadamente, tapándote los ojos,
Crúzame tu existencia, suponiendo
Que mi corazón está destruido.




Maestranzas de noche


Hierro negro que duerme, fierro negro que gime,
Por cada poro un grito de desconsolación.

Las cenizas ardidas sobre la tierra triste,
Los caldos en que el bronce derritió su dolor.

¿Aves de qué lejano país desventurado
Graznaron en la noche dolorosa y sin fin?

Y el grito se me crispa como un nervio enroscado
O como la cuerda rota de un violín.

Cada máquina tiene una pupila abierta
Para mirarme a mí.

En las paredes cuelgan las interrogaciones,
Florece en las bigornias el alma de los bronces
Y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos.

Y entre la noche negra —desesperadas— corren
Y sollozan las almas de los obreros muertos.




Martí (1890)


Cuba, flor espumosa, efervescente
Azucena escarlata, jazminero,
Cuesta encontrar bajo la red florida
Tu sombrío carbón martirizado,
La antigua arruga que dejó la muerte,
La cicatriz cubierta por la espuma.

Pero dentro de ti como una clara
Geometría de nieve germinada,
Donde se abren tus últimas cortezas,
Yace Martí como una almendra pura.

Está en el fondo circular del aire,
Está en el centro azul del territorio,
Y reluce como una gota de agua
Su dormida pureza de semilla.

Es de cristal la noche que lo cubre.
Llanto y dolor, de pronto, crueles gotas
Atraviesan la tierra hasta el recinto
De la infinita claridad dormida.
El pueblo a veces baja sus raíces
A través de la noche hasta tocar
El agua quieta en su escondido manto.
A veces cruza el rencor iracundo
Pisoteando sembradas superficies
Y un muerto cae en la copa del pueblo.

A veces vuelve el látigo enterrado
A silbar en el aire de la cúpula
Y una gota de sangre como un pétalo
Cae a la tierra y desciende al silencio.
Todo llega al fulgor inmaculado.
Los temblores minúsculos golpean
Las puertas de cristal del escondido.

Toda lágrima toca su corriente.

Todo fuego estremece, su estructura.
Y así de la yacente fortaleza,
Del escondido germen caudaloso
Salen los combatientes de la isla.

Vienen de un manantial determinado.

Nacen de una vertiente cristalina.




Monzón de mayo


El viento de la estación, el viento verde,
Cargado de espacio y agua, entendido en desdichas,
Arrolla su bandera de lúgubre cuero:
Y de una desvanecida substancia, como dinero de limosna,
Así, plateado, frío, se ha cobijado un día,
Frágil como la espada de cristal de un gigante
Entre tantas fuerzas que amparan su suspiro que teme,
Su lágrima al caer, su arena inútil,
Rodeado de poderes que cruzan y crujen,
Como un hombre desnudo en una batalla,
Levantando su ramo blanco, su certidumbre incierta,
Su gota de sal trémula entre lo invadido.

¿Qué reposo emprender, qué pobre esperanza amar,
Con tan débil llama y tan fugitivo fuego?
¿Contra qué levantar el hacha hambrienta?
¿De qué materia desposeer, huir de qué rayo?
Su luz apenas hecha de longitud y temblor
Arrastra como cola de traje de novia triste
Aderezada de sueño mortal y palidez.
Porque todo aquello que la sombra tocó y ambicionó el desorden,
Gravita líquido, suspendido, desprovisto de paz,
Indefenso entre espacios, vencido de muerte.

Ay, y es el destino de un día que fue esperado,
Hacia el que corrían cartas, embarcaciones, negocios,
Morir, sedentario y húmedo, sin su propio cielo.
¿Dónde está su toldo de olor, su profundo follaje,
Su rápido celaje de brasa, su respiración viva?
Inmóvil, vestido de un fulgor moribundo y una escama opaca,
Verá partir la lluvia sus mitades
Y al viento nutrido de aguas atacarlas.




Mujer, nada me has dado


Nada me has dado y, para ti, mi vida
Deshoja su rosal de desconsuelo,
Porque ves estas cosas que yo miro,
Las mismas tierras y los mismos cielos.


Porque la red de nervios y de venas
Que sostiene tu ser y tu belleza
Se debe estremecer al beso puro
Del sol, del mismo sol que a mí me besa.


Mujer, nada me has dado y, sin embargo,
A través de tu ser siento las cosas,
Estoy alegre de mirar la tierra
En que tu corazón tiembla y reposa.


Me limitan en vano mis sentidos,
Dulces flores que se abren en el viento,
Porque adivino el pájaro que pasa
Y que mojó de azul tu sentimiento.


Y sin embargo no me has dado nada,
No se florecen para mí tus años,
La cascada de cobre de tu risa
No apagará la sed de mis rebaños.


Hostia que no probó tu boca fina,
Amador del amado que te llame,
Saldré al camino con mi amor al brazo
Como un vaso de miel para el que ames.


Ya ves, noche estrellada, canto y copa
En que bebes el agua que yo bebo,
Vivo en tu vida, vives en mi vida,
Nada me has dado y todo te lo debo.




Naciendo en los bosques


Cuando el arroz retira de la tierra
Los granos de su harina,
Cuando el trigo endurece sus pequeñas caderas y levanta su rostro de mil manos,
A la enramada donde la mujer y el hombre se enlazan acudo,
Para tocar el mar innumerable
De lo que continúa.

Yo no soy hermano del utensilio llevado en la marea
Como en una cuna de nácar combatido:
No tiemblo en la comarca de los agonizantes despojos,
No despierto en el golpe de las tinieblas asustadas
Por el ronco pecíolo de la campana repentina,
No puede ser, no soy el pasajero
Bajo cuyos zapatos los últimos reductos del viento palpitan
Y rígidas retornan las olas del tiempo a morir.

Llevo en mi mano la paloma que duerme reclinada en la semilla
Y en su fermento espeso de cal y sangre
Vive agosto,
Vive el mes extraído de su copa profunda:
Con mi mano rodeo la nueva sombra del ala que crece:
La raíz y la pluma que mañana formarán la espesura.

Nunca declina, ni junto al balcón de manos de hierro
Ni en el invierno marítimo de los abandonados, ni en mi paso tardío,
El crecimiento inmenso de la gota, ni el párpado que quiere ser abierto:
Porque para nacer he nacido, para encerrar el paso
De cuanto se aproxima, de cuanto a mi pecho golpea como un nuevo corazón tembloroso.

Vidas recostadas junto a mi traje como palomas paralelas,
O contenidas en mi propia existencia y en mi desordenado sonido
Para volver a ser, para incautar el aire desnudo de la hoja
Y el nacimiento húmedo de la tierra en la guirnalda: ¿hasta cuándo
Debo volver y ser, hasta cuándo el olor
De las más enterradas flores, de las olas más trituradas
Sobre las altas piedras, guardan en mí su patria
Para volver a ser furia y perfume?

¿Hasta cuándo la mano del bosque en la lluvia
Me avecina con todas sus agujas
Para tejer los altos besos del follaje?
Otra vez
Escucho aproximarse como el fuego en el humo,
Nacer de la ceniza terrestre,
La luz llena de pétalos,
Y apartando la tierra
En un río de espigas llega el sol a mi boca
Como una vieja lágrima enterrada que vuelve a ser semilla.




No sólo el fuego


Ay sí, recuerdo,
Ay, tus ojos cerrados
Como llenos por dentro de luz negra,
Todo tu cuerpo como una mano abierta,
Como un racimo blanco de la luna,
Y el éxtasis,
Cuando nos mata un rayo,
Cuando un puñal nos hiere en las raíces
Y nos rompe una luz la cabellera,
Y cuando
Vamos de nuevo
Volviendo a la vida,
Como si del océano saliéramos,
Como si del naufragio
Volviéramos heridos
Entre las piedras y las algas rojas.

Pero
Hay otros recuerdos,
No sólo flores del incendio,
Sino pequeños brotes
Que aparecen de pronto
Cuando voy en los trenes
O en las calles.

Te veo
Lavando mis pañuelos,
Colgando en la ventana
Mis calcetines rotos,
Tu figura en que todo,
Todo el placer como una llamarada
Cayó sin destruirte,
De nuevo,
Mujercita
De cada día,
De nuevo ser humano,
Humildemente humano,
Soberbiamente pobre,
Cómo tienes que ser para que seas
No la rápida rosa
Que la ceniza del amor deshace,
Sino toda la vida,
Toda la vida con jabón y agujas,
Con el aroma que amo
De la cocina que tal vez no tendremos
Y en que tu mano entre las papas fritas
Y tu boca cantando en invierno
Mientras llega el asado
Serían para mí la permanencia
De la felicidad sobre la tierra.

Ay vida mía,
No sólo el fuego entre nosotros arde,
Sino toda la vida,
La simple historia,
El simple amor
De una mujer y un hombre
Parecidos a todos.




No tan alto


De cuando en cuando y a lo lejos
Hay que darse un baño de tumba.

Sin duda todo está muy bien
Y todo está muy mal, sin duda.

Van y vienen los pasajeros,
Crecen los niños y las calles,
Por fin compramos la guitarra
Que lloraba sola en la tienda.

Todo está bien, todo está mal.

Las copas se llenan y vuelven
Naturalmente a estar vacías
Y a veces en la madrugada,
Se mueren misteriosamente.

Las copas y los que bebieron.

Hemos crecido tanto que ahora
No saludamos al vecino
Y tantas mujeres nos aman
Que no sabemos cómo hacerlo.

¡Qué ropas hermosas llevamos!
¡Y qué importantes opiniones!

Conocí a un hombre amarillo
Que se creía anaranjado
Y a un negro vestido de rubio.

Se ven y se ven tantas cosas.

Vi festejados los ladrones
Por caballeros impecables
Y esto se pasaba en inglés.
Y vi a los honrados, hambrientos,
Buscando pan en la basura.

Yo sé que no me cree nadie.
Pero lo he visto con mis ojos.

Hay que darse un baño de tumba
Y desde la tierra cerrada
Mirar hacia arriba el orgullo.

Entonces se aprende a medir.
Se aprende a hablar, se aprende a ser.
Tal vez no seremos tan locos,
tal vez no seremos tan cuerdos.
Aprenderemos a morir.
A ser barro, a no tener ojos.
A ser apellido olvidado.

Hay unos poetas tan grandes
Que no caben en una puerta
Y unos negociantes veloces
Que no recuerdan la pobreza.
Hay mujeres que no entrarán
Por el ojo de una cebolla
Y hay tantas cosas, tantas cosas,
Y así son, y así no serán.

Si quieren no me crean nada.

Sólo quise enseñarles algo.

Yo soy profesor de la vida,
Vago estudiante de la muerte
Y si lo que sé no les sirve
No he dicho nada sino todo.




Oda a César Vallejo


A la piedra en tu rostro,
Vallejo,
A las arrugas
De las áridas sierras
Yo recuerdo en mi canto,
Tu frente
Gigantesca
Sobre tu cuerpo frágil,
El crepúsculo negro
En tus ojos
Recién desencerrados,
Días aquéllos,
Bruscos,
Desiguales,
Cada hora tenía
Ácidos diferentes
O ternuras
Remotas,
Las llaves
De la vida
Temblaban
En la luz polvorienta
De la calle,
Tú volvías
De un viaje
Lento, bajo la tierra,
Y en la altura
De las cicatrizadas cordilleras
Yo golpeaba la puertas,
Que se abrieran
Los muros,
Que se desenrollaran
Los caminos,
Recién llegado de Valparaíso
Me embarcaba en Marsella,
La tierra
Se cortaba
Como un limón fragante
En frescos hemisferios amarillos,
Te quedabas

Allí, sujeto
A nada,
Con tu vida
Y tu muerte,
Con tu arena
Cayendo,
Midiéndote
Y vaciándote,
En el aire,
En el humo,
En las callejas rotas
Del invierno.

Era en París, vivías
En los descalabrados
Hoteles de los pobres.
España
Se desangraba.
Acudíamos.
Y luego
Te quedaste
Otra vez en el humo
Y así cuando
Ya no fuiste, de pronto,
No fue la tierra
De las cicatrices,
No fue
La piedra andina
La que tuvo tus huesos,
Sino el humo,
La escarcha
De París en invierno.

Dos veces desterrado,
Hermano mío,
De la tierra y el aire,
De la vida y la muerte,
Desterrado
Del Perú, de tus ríos,
Ausente
De tu arcilla.
No me faltaste en vida,
Sino en muerte.
Te busco
Gota a gota,
Polvo a polvo,
En tu tierra,
Amarillo
Es tu rostro,
Escarpado
Es tu rostro,
Estás lleno
De viejas pedrerías,
De vasijas
Quebradas,
Subo
Las antiguas
Escalinatas,
Tal vez
Estés perdido,
Enredado
Entre los hilos de oro,
Cubierto
De turquesas,
Silencioso,
O tal vez
En tu pueblo,
En tu raza,
Grano
De maíz extendido,
Semilla
De bandera.
Tal vez, tal vez ahora
Transmigres
Y regreses,
Vienes
Al fin
De viaje,
De manera
Que un día
Te verás en el centro
De tu patria,
Insurrecto,
Viviente,
Cristal de tu cristal, fuego en tu fuego,
Rayo de piedra púrpura.




Oda a Jorge Manrique


Adelante, le dije,
Y entró el buen caballero
De la muerte.

Era de plata verde
Su armadura
Y sus ojos
Eran
Como el agua marina.
Sus manos y su rostro
Eran de trigo.

Habla, le dije, caballero
Jorge,
No puedo
Oponer sino el aire
A tus estrofas.
De hierro y sombra fueron,
De diamantes
Oscuros
Y cortadas
Quedaron
En el frío
De las torres
De España,
En la piedra, en el agua,
En el idioma.
Entonces, él me dijo:
"Es la hora
De la vida.
Ay
si pudiera
Morder una manzana,
Tocar la polvorosa
Suavidad de la harina.
Ay si de nuevo
El canto…
No a la muerte
Daría
Mi palabra…
Creo
Que el tiempo oscuro
Nos cegó
El corazón
Y sus raíces
Bajaron y bajaron
A las tumbas,
Comieron
Con la muerte.
Sentencia y oración fueron las rosas
De aquellas enterradas
Primaveras
Y, solitario trovador,
Anduve
Callado en las moradas
Transitorias:
Todos los pasos iban
A una solemne
Eternidad
Vacía.
Ahora
Me parece
Que no está solo el hombre.
En sus manos
Ha elaborado
Como si fuera un duro
Pan, la esperanza,
La terrestre
Esperanza".

Miré y el caballero
De piedra
Era de aire.

Ya no estaba en la silla.

Por la abierta ventana
Se extendían las tierras,
Los países,
La lucha, el trigo,
El viento.

Gracias, dije, don Jorge, caballero.

Y volví a mi deber de pueblo y canto.




Oda a Federico García Lorca


Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,
Si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
Lo haría por tu voz de naranjo enlutado
Y por tu poesía que sale dando gritos.

Porque por ti pintan de azul los hospitales
Y crecen las escuelas y los barrios marítimos,
Y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
Y se cubren de escamas los pescados nupciales,
Y van volando al cielo los erizos:
Por ti las sastrerías con sus negras membranas
Se llenan de cucharas y de sangre,
Y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
Y se visten de blanco.

Cuando vuelas vestido de durazno,
Cuando ríes con risa de arroz huracanado,
Cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,
La garganta y los dedos,
Me moriría por lo dulce que eres,
Me moriría por los lagos rojos
En donde en medio del otoño vives
Con un corcel caído y un dios ensangrentado,
Me moriría por los cementerios
Que como cenicientos ríos pasan
Con agua y tumbas,
De noche, entre campanas ahogadas:
Ríos espesos como dormitorios
De soldados enfermos, que de súbito crecen
Hacia la muerte en ríos con números de mármol
Y coronas podridas, y aceites funerales:
Me moriría por verte de noche
Mirar pasar las cruces anegadas,
De pie y llorando,
Porque ante el río de la muerte lloras
Abandonadamente, heridamente,
Lloras llorando, con los ojos llenos
De lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.

Si pudiera de noche, perdidamente solo,
Acumular olvido y sombra y humo
Sobre ferrocarriles y vapores,
Con un embudo negro,
Mordiendo las cenizas,
Lo haría por el árbol en que creces,
Por los nidos de aguas doradas que reúnes,
Y por la enredadera que te cubre los huesos
Comunicándote el secreto de la noche.

Ciudades con olor a cebolla mojada
Esperan que tú pases cantando roncamente,
Y silenciosos barcos de esperma te persiguen,
Y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo,
Y además caracoles y semanas,
Mástiles enrollados y cerezas
Definitivamente circulan cuando asoman
Tu pálida cabeza de quince ojos
Y tu boca de sangre sumergida.

Si pudiera llenar de hollín las alcaldías
Y, sollozando, derribar relojes,
Sería para ver cuándo a tu casa
Llega el verano con los labios rotos,
Llegan muchas personas de traje agonizante,
Llegan regiones de triste esplendor,
Llegan arados muertos y amapolas,
Llegan enterradores y jinetes,
Llegan planetas y mapas con sangre,
Llegan buzos cubiertos de ceniza,
Llegan enmascarados arrastrando doncellas
Atravesadas por grandes cuchillos,
Llegan raíces, venas, hospitales,
Manantiales, hormigas,
Llega la noche con la cama en donde
Muere entre las arañas un húsar solitario,
Llega una rosa de odio y alfileres,
Llega una embarcación amarillenta,
Llega un día de viento con un niño,
Llego yo con Oliverio, Norah,
Vicente Aleixandre, Delia,
Maruca, Malva Marina, María Luisa y Larco,
La Rubia, Rafael, Ugarte,
Cotapos, Rafael Alberti,
Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre,
Molinari,
Rosales, Concha Méndez,
Y otros que se me olvidan,

Ven a que te corone, joven de la salud
Y de la mariposa, joven puro
Como un negro relámpago perpetuamente libre,
Y conversando entre nosotros,
Ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,
Hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:
¿Para qué sirven los versos si no es para el rocío?

¿Para qué sirven los versos si no es para esa noche
En que un puñal amargo nos averigua, para ese día,
Para ese crepúsculo, para ese rincón roto
Donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir?

Sobre todo de noche,
De noche hay muchas estrellas,
Todas dentro de un río,
Como una cinta junto a las ventanas
De las casas llenas de pobres gentes.

Alguien se les ha muerto, tal vez
Han perdido sus colocaciones en las oficinas,
En los hospitales, en los ascensores,
En las minas,
Sufren los seres tercamente heridos
Y hay propósito y llanto en todas partes:
Mientras las estrellas corren dentro de un río interminable
Hay mucho llanto en las ventanas,
Los umbrales están gastados por el llanto,
Las alcobas están mojadas por el llanto
Que llega en forma de ola a morder las alfombras.

Federico,
Tú ves el mundo, las calles,
El vinagre,
Las despedidas en las estaciones
Cuando el humo levanta sus ruedas decisivas
Hacia donde no hay nada sino algunas
Separaciones, piedras, vías férreas.

Hay tantas gentes haciendo preguntas
Por todas partes.
Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el
Desanimado,
Y el miserable, el árbol de las uñas,
El bandolero con la envidia a cuestas.

Así es la vida, Federico, aquí tienes
Las cosas que te puede ofrecer mi amistad
De melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas,
Y otras irás sabiendo lentamente.




Oda a la bella desnuda


Con casto corazón, con ojos
Puros,
Te celebro, belleza,
Reteniendo la sangre
Para que surja y siga
La línea, tu contorno,
Para
Que te acuestes a mi oda
Como en tierra de bosques o de espuma,
En aroma terrestre
O en música marina.


Bella desnuda,
Igual
Tus pies arqueados
Por un antiguo golpe
De viento o del sonido
Que tus orejas,
Caracolas mínimas
Del espléndido mar americano.
Iguales son tus pechos
De paralela plenitud, colmados
Por la luz de la vida.
Iguales son
Volando
Tus párpados de trigo
Que descubren
O cierran
Dos países profundos en tus ojos.


La línea que tu espalda
Ha dividido
En pálidas regiones
Se pierde y surge
En dos tersas mitades
De manzana,
Y sigue separando tu hermosura
En dos columnas
De oro quemado, de alabastro fino,
A perderse en tus pies como en dos uvas,
Desde donde otra vez arde y se eleva
El árbol doble de tu simetría,
Fuego florido, candelabro abierto,
Turgente fruta erguida
Sobre el pacto del mar y de la tierra.


Tu cuerpo, ¿en qué materia,
Ágata, cuarzo, trigo,
Se plasmó, fue subiendo
Como el pan se levanta
De la temperatura
Y señaló colinas
Plateadas,
Valles de un solo pétalo, dulzuras
De profundo terciopelo,
Hasta quedar cuajada
La fina y firme forma femenina?


No sólo es luz que cae
Sobre el mundo
Lo que alarga en tu cuerpo
Su nieve sofocada,
Sino que se desprende
De ti la claridad como si fueras
Encendida por dentro.


Debajo de tu piel vive la luna.




Oda a la crítica


Yo escribí cinco versos:
Uno verde,
Otro era un pan redondo,
El tercero una casa levantándose,
El cuarto era un anillo,
El quinto verso era
Corto como un relámpago
Y al escribirlo
Me dejó en la razón su quemadura.

Y bien, los hombres,
Las mujeres,
Vinieron y tomaron
La sencilla materia,
Brizna, viento, fulgor, barro, madera
Y con tan poca cosa
Construyeron
Paredes, pisos, sueños.
En una línea de mi poesía
Secaron ropa al viento.
Comieron
Mis palabras,
Las guardaron
Junto a la cabecera,
Vivieron con un verso,
Con la luz que salió de mi costado.
Entonces,
Llegó un crítico mudo
Y otro lleno de lenguas,
Y otros, otros llegaron
Ciegos o llenos de ojos,
Elegantes algunos
Como claveles con zapatos rojos,
Otros estrictamente
Vestidos de cadáveres,
Algunos partidarios
Del rey y su elevada monarquía,
Otros se habían
Enredado en la frente
De Marx y pataleaban en su barba,
Otros eran ingleses,
Sencillamente ingleses,
Y entre todos
Se lanzaron
Con dientes y cuchillos,
Con diccionarios y otras armas negras,
Con citas respetables,
Se lanzaron
A disputar mi pobre poesía
A las sencillas gentes
Que la amaban:
Y la hicieron embudos,
La enrollaron,
La sujetaron con cien alfileres,
La cubrieron con polvo de esqueleto,
La llenaron de tinta,
La escupieron con suave
Benignidad de gatos,
La destinaron a envolver relojes,
La protegieron y la condenaron,
Le arrimaron petróleo,
Le dedicaron húmedos tratados,
La cocieron con leche,
Le agregaron pequeñas piedrecitas,
Fueron borrándole vocales,
Fueron matándole
Sílabas y suspiros,
La arrugaron e hicieron
Un pequeño paquete
Que destinaron cuidadosamente
A sus desvanes, a sus cementerios,
Luego
Se retiraron uno a uno
Enfurecidos hasta la locura
Porque no fui bastante
Popular para ellos
O impregnados de dulce menosprecio
Por mi ordinaria falta de tinieblas,
Se retiraron
Todos
Y entonces,
Otra vez,
Junto a mi poesía
Volvieron a vivir
Mujeres y hombres,
De nuevo
Hicieron fuego,
Construyeron casas,
Comieron pan,
Se repartieron la luz
Y en el amor unieron
Relámpago y anillo.
Y ahora,
Perdonadme, señores,
Que interrumpa este cuento
Que les estoy contando
Y me vaya a vivir
Para siempre
Con la gente sencilla.




Oda a la flor azul


Caminando hacia el mar
En la pradera
—Es hoy noviembre—,
Todo ha nacido ya,
Todo tiene estatura,
Ondulación, fragancia.
Hierba a hierba
Entenderé la tierra,
Paso a paso
Hasta la línea loca
Del océano.
De pronto una ola
De aire agita y ondula
La cebada salvaje:
Salta
El vuelo de un pájaro
Desde mis pies, el suelo
Lleno de hilos de oro,
De pétalos sin nombre,
Brilla de pronto como rosa verde,
Se enreda con ortigas que revelan
Su coral enemigo,
Esbeltos tallos, zarzas
Estrelladas,
Diferencia infinita
De cada vegetal que me saluda
A veces con un rápido
Centelleo de espinas
O con la pulsación de su perfume
Fresco, fino y amargo.
Andando a las espumas
Del Pacífico
Con torpe paso por la baja hierba
De la primavera escondida,
Parece
Que antes de que la tierra se termine
Cien metros antes del más grande océano
Todo se hizo delirio,
Germinación y canto.
Las minúsculas hierbas
Se coronaron de oro,
Las plantas de la arena
Dieron rayos morados
Y a cada pequeña hoja de olvido
Llegó una dirección de luna o fuego.
Cerca del mar, andando,
En el mes de noviembre,
Entre los matorrales que reciben
Luz, fuego y sal marinas
Hallé una flor azul
Nacida en la durísima pradera.
¿De dónde, de qué fondo
Tu rayo azul extraes?
Tu seda temblorosa
Debajo de la tierra,
¿Se comunica con el mar profundo?
La levanté en mis manos
Y la miré como si el mar viviera
En una sola gota,
Como si en el combate
De la tierra y las aguas
Una flor levantara
Un pequeño estandarte
De fuego azul, de paz irresistible,
De indómita pureza.




Oda a la guitarra


Delgada
Línea pura
De corazón sonoro,
Eres la claridad cortada al vuelo:
Cantando sobrevives:
Todo se irá menos tu forma.

No sé si el llanto ronco
Que de ti se desploma,
Tus toques de tambor, tu
Enjambre de alas,
Será de ti lo mío,
O si eres
En silencio
Más decididamente arrobadora,
Sistema de paloma
O de cadera,
Molde que de su espuma
Resucita
Y aparece, turgente, reclinada
Y resurrecta rosa.

Debajo de una higuera,
Cerca del ronco y raudo Bío Bío,
Guitarra,
Saliste de tu nido como un ave
Y a unas manos
Morenas
Entregaste
Las citas enterradas,
Los sollozos oscuros,
La cadena sin fin de los adioses.
De ti salía el canto,
El matrimonio
Que el hombre
Consumó con su guitarra,
Los olvidados besos,
La inolvidable ingrata,
Y así se transformó
La noche entera
En estrellada caja
De guitarra,
Temblando el firmamento
Con su copa sonora
Y el río
Sus infinitas cuerdas
Afinaba
Arrastrando hacia el mar
Una marea pura
De aromas y lamentos.

¡Oh soledad sabrosa
Con noche venidera,
Soledad como el pan terrestre,
Soledad con un río de guitarras!
El mundo se recoge
En una sola gota
De miel, en una estrella,
Todo es azul entre las hojas,
Toda la altura temblorosa
Canta.

Y la mujer que toca
La tierra y la guitarra
Lleva en su voz
El duelo
Y la alegría
De la profunda hora.
El tiempo y la distancia
Caen a la guitarra:
Somos un sueño,
Un canto
Entrecortado:
El corazón campestre
Se va por los caminos a caballo:
Sueña y sueña la noche y su silencio,
Canta y canta la tierra y su guitarra.




Oda a la jardinera


Sí, yo sabía que tus manos eran
El alhelí florido, la azucena
De plata;
Algo que ver tenías
Con el suelo,
Con el florecimiento de la tierra,
Pero
Cuando
Te vi cavar, cavar,
Apartar piedrecitas
Y manejar raíces
Supe de pronto,
Agricultora mía,
Que
No sólo
Tus manos,
Sino tu corazón
Eran de tierra,
Que allí
Estabas
Haciendo
Cosas tuyas,
Tocando
Puertas
Húmedas
Por donde
Circulan
Las
Semillas.


Así, pues,
De una a otra
Planta
Recién
Plantada,
Con el rostro
Manchado
Por un beso
Del barro,
Ibas
Y regresabas
Floreciendo,
Ibas
Y de tu mano
El tallo
De la astromelia
Elevó su elegancia solitaria,
El jazmín
Aderezó
La niebla de tu frente
Con estrellas de aroma y de rocío.
Todo
De ti crecía
Penetrando
En la tierra
Y haciéndose
Inmediata
Luz verde,
Follaje y poderío.
Tú le comunicabas
Tus semillas,
Amada mía,
Jardinera roja.
Tu mano
Se tuteaba
Con la tierra
Y era instantáneo
El claro crecimiento.


Amor, así también
Tu mano
De agua,
Tu corazón de tierra,
Dieron
Fertilidad
Y fuerza a mis canciones.


Tocas
Mi pecho
Mientras duermo
Y los árboles brotan
De mi sueño.
Despierto, abro los ojos,
Y has plantado
Dentro de mí
Asombradas estrellas
Que suben con mi canto.


Es así, jardinera:
Nuestro amor
Es
Terrestre:
Tu boca es planta de la luz, corola,
Mi corazón trabaja en las raíces.




Oda a la pobreza


Cuando nací,
Pobreza,
Me seguiste,
Me mirabas
A través
De las tablas podridas
Por el profundo invierno.
De pronto
Eran tus ojos
Los que miraban desde los agujeros.
Las goteras,
De noche, repetían
Tu nombre y tu apellido
O a veces
El salto quebrado, el traje roto,
Los zapatos abiertos,
Me advertían.
Allí estabas
Acechándome
Tus dientes de carcoma,
Tus ojos de pantano,
Tu lengua gris
Que corta
La ropa, la madera,
Los huesos y la sangre,
Allí estabas
Buscándome,
Siguiéndome,
Desde mi nacimiento
Por las calles.


Cuando alquilé una pieza
Pequeña, en los suburbios,
Sentada en una silla
Me esperabas,
O al descorrer las sábanas
En un hotel oscuro,
Adolescente,
No encontré la fragancia
De la rosa desnuda,
Sino el silbido frío
De tu boca.
Pobreza,
Me seguiste
Por los cuarteles y los hospitales,
Por la paz y la guerra.
Cuando enfermé tocaron
A la puerta:
No era el doctor, entraba
Otra vez la pobreza.


Te vi sacar mis muebles
A la calle:
Los hombres
Los dejaban caer como pedradas.
Tú, con amor horrible,
De un montón de abandono
En medio de la calle y de la lluvia
Ibas haciendo
Un trono desdentado
Y mirando a los pobres
Recogías
Mi último plato haciéndolo diadema.
Ahora,
Pobreza,
Yo te sigo.
Como fuiste implacable,
Soy implacable.
Junto
A cada pobre
Me encontrarás cantando,
Bajo
Cada sábana
De hospital imposible
Encontrarás mi canto.
Te sigo,
Pobreza,
Te vigilo,
Te acerco,
Te disparo,
Te aíslo,
Te cerceno las uñas,
Te rompo
Los dientes que te quedan.


Estoy
En todas partes:
En el océano con los pescadores,
En la mina
Los hombres
Al limpiarse la frente,
Secarse el sudor negro,
Encuentran
Mis poemas.
Yo salgo cada día
Con la obrera textil.
Tengo las manos blancas
De dar pan en las panaderías.
Donde vayas,
Pobreza,
Mi canto
Está cantando,
Mi vida
Está viviendo,
Mi sangre
Está luchando.
Derrotaré
Tus pálidas banderas
En donde se levanten.


Otros poetas
Antaño te llamaron
Santa,
Veneraron tu capa,
Se alimentaron de humo
Y desaparecieron.
Yo te desafío,
Con duros versos te golpeo el rostro,
Te embarco y te destierro.
Yo con otros,
Con otros, muchos otros,
Te vamos expulsando
De la tierra a la luna
Para que allí te quedes
Fría y encarcelada
Mirando con un ojo
El pan y los racimos
Que cubrirá la tierra
De mañana.




Oda a la tristeza


Tristeza, escarabajo
De siete patas rotas,
Huevo de telaraña,
Rata descalabrada,
Esqueleto de perra:
Aquí no entras.
No pasas.
Ándate.
Vuelve
Al sur con tu paraguas,
Vuelve
Al norte con tus dientes de culebra.
Aquí vive un poeta.
La tristeza no puede
Entrar por estas puertas.
Por las ventanas
Entra el aire del mundo,
Las rojas rosas nuevas,
Las banderas bordadas
Del pueblo y sus victorias.
No puedes.
Aquí no entras.
Sacude
Tus alas de murciélago,
Yo pisaré las plumas
Que caen de tu manto,
Yo barreré los trozos
De tu cadáver hacia
Las cuatro puntas del viento,
Yo te torceré el cuello,
Te coseré los ojos,
Cortaré tu mortaja
Y enterraré tus huesos roedores
Bajo la primavera de un manzano.




Oda a las cosas rotas


Se van rompiendo cosas
En la casa
Como empujadas por un invisible
Quebrador voluntario:
No son las manos mías,
Ni las tuyas,
No fueron las muchachas
De uña dura
Y pasos de planeta:
No fue nada y nadie,
No fue el viento,
No fue el anaranjado mediodía
Ni la noche terrestre,
No fue ni la nariz ni el codo,
La creciente cadera,
El tobillo,
Ni el aire:
Se quebró el plato, se cayó la lámpara,
Se derrumbaron todos los floreros
Uno por uno, aquél
En pleno octubre
Colmado de escarlata,
Fatigado por todas las violetas,
Y otro vacío
Rodó, rodó, rodó
Por el invierno
Hasta ser sólo harina
De florero,
Recuerdo roto, polvo luminoso.
Y aquel reloj
Cuyo sonido
Era
La voz de nuestras vidas,
El secreto
Hilo
De las semanas,
Que una a una
Ataba tantas horas
A la miel, al silencio,
A tantos nacimientos y trabajos,
Aquel reloj también
Cayó y vibraron
Entre los vidrios rotos
Sus delicadas vísceras azules,
Su largo corazón
Desenrollado.

La vida va moliendo
Vidrios, gastando ropas,
Haciendo añicos,
Triturando
Formas,
Y lo que dura con el tiempo es como
Isla o nave en el mar,
Perecedero,
Rodeado por los frágiles peligros,
Por implacables aguas y amenazas.

Pongamos todo de una vez, relojes,
Platos, copas talladas por el frío,
En un saco y llevemos
Al mar nuestros tesoros:
Que se derrumben nuestras posesiones
En un solo alarmante quebradero,
Que suene como un río
Lo que se quiebra
Y que el mar reconstruya
Con su largo trabajo de mareas
Tantas cosas inútiles
Que nadie rompe
Pero se rompieron.




Oda a los números


¡Qué sed
De saber cuánto!
¡Qué hambre
De saber
Cuántas
Estrellas tiene el cielo!


Nos pasamos
La infancia
Contando piedras, plantas,
Dedos, arenas, dientes,
La juventud contando
Pétalos, cabelleras.
Contamos
Los colores, los años,
Las vidas y los besos,
En el campo
Los bueyes, en el mar
Las olas. Los navíos
Se hicieron cifras que se fecundaban.
Los números parían.
Las ciudades
Eran miles, millones,
El trigo centenares
De unidades que adentro
Tenían otros números pequeños,
Más pequeños que un grano.
El tiempo se hizo número.
La luz fue numerada
Y por más que corrió con el sonido
Fue su velocidad un 37.
Nos rodearon los números.
Cerrábamos la puerta,
De noche, fatigados,
Llegaba un 800,
Por debajo,
Hasta entrar con nosotros en la cama,
Y en el sueño
Los 4000 y los 77
Picándonos la frente
Con sus martillos o sus alicates.
Los 5
Agregándose
Hasta entrar en el mar o en el delirio,
Hasta que el sol saluda con su cero
Y nos vamos corriendo
A la oficina,
Al taller,
A la fábrica,
A comenzar de nuevo el infinito
Número 1 de cada día.


Tuvimos, hombre, tiempo
Para que nuestra sed
Fuera saciándose,
El ancestral deseo
De enumerar las cosas
Y sumarlas,
De reducirlas hasta
Hacerlas polvo,
Arenales de números.
Fuimos
Empapelando el mundo
Con números y nombres,
Pero
Las cosas existían,
Se fugaban
Del número,
Enloquecían en sus cantidades,
Se evaporaban
Dejando
Su olor o su recuerdo
Y se quedaban los números vacíos.


Por eso,
Para ti
Quiero las cosas.
Los números
Que se vayan a la cárcel,
Que se muevan
En columnas cerradas
Procreando
Hasta darnos la suma
De la totalidad de infinito.
Para ti sólo quiero
Que aquellos
Números del camino
Te defiendan
Y que tú los defiendas.
La cifra semanal de tu salario
Se desarrolle hasta cubrir tu pecho.
Y del número 2 en que se enlazan
Tu cuerpo y el de la mujer amada
Salgan los ojos pares de tus hijos
A contar otra vez
Las antiguas estrellas
Y las innumerables
Espigas
Que llenarán la tierra transformada.




Oda a un millonario muerto


Conocí a un millonario.
Era estanciero, rey
De llanuras grises
En donde se perdían
Los caballos.

Paseábamos su casa,
Sus jardines,
La piscina con una torre blanca
Y aguas
Como para bañar a una ciudad.
Se sacó los zapatos,
Metió los pies
Con cierta
Severidad sombría
En la piscina verde.

No sé por qué
Una a una
Fue descartando
Todas sus mujeres.
Ellas
Bailaban en Europa
O atravesaban rápidas la nieve
En trineo, en Alaska.

S. me contó cómo
Cuando niño
Vendía diarios
Y robaba panes.
Ahora sus periódicos
Asaltaban las calles temblorosas,
Golpeaban a la gente con noticias
Y decían con énfasis
Sólo sus opiniones.

Tenía bancos, naves,
Pecados y tristezas.

A veces con papel,
Pluma, memoria,
Se hundía en su dinero,
Contaba,
Sumando, dividiendo,
Multiplicando cosas,
Hasta que se dormía.

Me parece
Que el hombre nunca
Pudo salir de su riqueza
-Lo impregnaba,
Le daba
Aire, color abstracto-,
Y él se veía
Adentro
Como un molusco ciego
Rodeado
De un muro impenetrable.

A veces, en sus ojos,
Vi un fuego
Frío, lejos,
Algo desesperado que moría.

Nunca supe si fuimos enemigos.

Murió una noche
Cerca de Tucumán.
En la catástrofe
Ardió su poderoso Rolls
Como cerca del río
El catafalco
De una
Religión oscura.

Yo sé
Que todos
Los muertos son iguales,
Pero no sé, no sé,
Pienso
Que aquel
Hombre, a su modo, con la muerte
Dejó de ser un pobre prisionero.




Oda a una estrella


Asomando a la noche
En la terraza
De un rascacielos altísimo y amargo
Pude tocar la bóveda nocturna
Y en un acto de amor extraordinario
Me apoderé de una celeste estrella.


Negra estaba la noche
Y yo me deslizaba
Por la calle
Con la estrella robada en el bolsillo.
De cristal tembloroso
Parecía
Y era
De pronto
Como si llevara
Un paquete de hielo
O una espada de arcángel en el cinto.


La guardé
Temeroso
Debajo de la cama
Para que no la descubriera nadie,
Pero su luz
Atravesó
Primero
La lana del colchón,
Luego
Las tejas,
El techo de mi casa.


Incómodos
Se hicieron
Para mí
Los más privados menesteres.


Siempre con esa luz
De astral acetileno
Que palpitaba como si quisiera
Regresar a la noche,
Yo no podía
Preocuparme de todos
Mis deberes
Y así fue que olvidé pagar mis cuentas
Y me quedé sin pan ni provisiones.


Mientras tanto, en la calle,
Se amotinaban
Transeúntes, mundanos
Vendedores
Atraídos sin duda
Por el fulgor insólito
Que veían salir de mi ventana.


Entonces
Recogí
Otra vez mi estrella,
Con cuidado
La envolví en mi pañuelo
Y enmascarado entre la muchedumbre
Pude pasar sin ser reconocido.
Me dirigí al oeste,
Al río Verde,
Que allí bajo los sauces
Es sereno.


Tomé la estrella de la noche fría
Y suavemente
La eché sobre las aguas.


Y no me sorprendió
Que se alejara
Como un pez insoluble
Moviendo
En la noche del río
Su cuerpo de diamante.




Oda al amor secreto


Tú sabes
Que adivinan
El misterio:
Me ven,
Nos ven,
Y nada
Se ha dicho,
Ni tus ojos,
Ni tu voz, ni tu pelo,
Ni tu amor han hablado,
Y lo saben
De pronto,
Sin saberlo
Lo saben:
Me despido y camino
Hacia otro lado
Y saben
Que me esperas.


Alegre
Vivo
Y canto
Y sueño,
Seguro
De mí mismo,
Y conocen,
De algún modo,
Que tú eres mi alegría.
Ven
A través del pantalón oscuro
Las llaves
De tu puerta,
Las llaves
Del papel, de la luna
En los jazmines,
El canto en la cascada.


Tú, sin abrir la boca,
Desbocada,
Tú, cerrando los ojos,
Cristalina,
Tú, custodiando
Entre las hojas negras
Una paloma roja,
El vuelo
De un escondido corazón,
Y entonces
Una sílaba,
Una gota
Del cielo,
Un sonido
Suave de sombra y polen
En la oreja,
Y todos
Lo saben,
Amor mío,
Circula entre los hombres,
En las librerías,
Junto a las mujeres,
Cerca
Del mercado
Rueda
El anillo
De nuestro
Secreto
Amor
Secreto.


Déjalo
Que se vaya
Rodando
Por las calles,
Que asuste
A los retratos,
A los muros,
Que vaya y vuelva
Y salga
Con las nuevas
Legumbres del mercado,
Tiene
Tierra,
Raíces,
Y arriba
Una amapola,
Tu boca:
Una amapola.


Todo
Nuestro secreto,
Nuestra clave,
Palabra
Oculta,
Sombra,
Murmullo,
Eso
Que alguien
Dijo
Cuando no estábamos presentes,
Es sólo una amapola,
Una amapola.


Amor,
Amor,
Amor,
¡Oh flor secreta,
Llama
Invisible,
Clara
Quemadura!




Oda al gato


Los animales fueron
Imperfectos,
Largos de cola, tristes
De cabeza.
Poco a poco se fueron
Componiendo,
Haciéndose paisaje,
Adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
Sólo el gato
Apareció completo
Y orgulloso:
Nació completamente terminado,
Camina solo y sabe lo que quiere.

El hombre quiere ser pescado y pájaro,
La serpiente quisiera tener alas,
El perro es un león desorientado,
El ingeniero quiere ser poeta,
La mosca estudia para golondrina,
El poeta trata de imitar la mosca,
Pero el gato
Quiere ser sólo gato
Y todo gato es gato
Desde bigote a cola,
Desde presentimiento a rata viva,
Desde la noche hasta sus ojos de oro.

No hay unidad
Como él,
No tienen
La luna ni la flor
Tal contextura:
Es una sola cosa
Como el sol o el topacio,
Y la elástica línea en su contorno
Firme y sutil es como
La línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
Dejaron una sola
Ranura
Para echar las monedas de la noche.

Oh pequeño
Emperador sin orbe,
Conquistador sin patria,
Mínimo tigre de salón, nupcial
Sultán del cielo
De las tejas eróticas,
El viento del amor
En la intemperie
Reclamas
Cuando pasas
Y posas
Cuatro pies delicados
En el suelo,
Oliendo,
Desconfiando
De todo lo terrestre,
Porque todo
Es inmundo
Para el inmaculado pie del gato.

Oh fiera independiente
De la casa, arrogante
Vestigio de la noche,
Perezoso, gimnástico
Y ajeno,
Profundísimo gato,
Policía secreta
De las habitaciones,
Insignia
De un
Desaparecido terciopelo,
Seguramente no hay
Enigma
En tu manera,
Tal vez no eres misterio,
Todo el mundo te sabe y perteneces
Al habitante menos misterioso,
Tal vez todos lo creen,
Todos se creen dueños,
Propietarios, tíos
De gatos, compañeros,
Colegas,
Discípulos o amigos
De su gato.

Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago
El mar y la ciudad incalculable,
La botánica,
El gineceo con sus extravíos,
El por y el menos de la matemática,
Los embudos volcánicos del mundo,
La cáscara irreal del cocodrilo,
La bondad ignorada del bombero,
El atavismo azul del sacerdote,
Pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
Sus ojos tienen números de oro.




Oda al hombre sencillo


Voy a contarte en secreto
Quién soy yo,
Así, en voz alta,
Me dirás quién eres,
Quiero saber quién eres,
Cuánto ganas,
En qué taller trabajas,
En qué mina,
En qué farmacia,
Tengo una obligación terrible
Y es saberlo,
Saberlo todo,
Día y noche saber
Cómo te llamas,
Ése es mi oficio,
Conocer una vida
No es bastante
Ni conocer todas las vidas
Es necesario,
Verás,
Hay que desentrañar,
Rascar a fondo
Y como en una tela
Las líneas ocultaron,
Con el color, la trama
Del tejido,
Yo borro los colores
Y busco hasta encontrar
El tejido profundo,
Así también encuentro
La unidad de los hombres,
Y en el pan
Busco
Más allá de la forma:
Me gusta el pan, lo muerdo,
Y entonces
Veo el trigo,
Los trigales tempranos,
La verde forma de la primavera
Las raíces, el agua,
Por eso
Más allá del pan,
Veo la tierra,
La unidad de la tierra,
El agua,
El hombre,
Y así todo lo pruebo
Buscándote
En todo,
Ando, nado, navego
Hasta encontrarte,
Y entonces te pregunto
Cómo te llamas,
Calle y número,
Para que tú recibas
Mis cartas,
Para que yo te diga
Quién soy y cuánto gano,
Dónde vivo,
Y cómo era mi padre.
Ves tú qué simple soy,
Qué simple eres,
No se trata
De nada complicado,
Yo trabajo contigo,
Tú vives, vas y vienes
De un lado a otro,
Es muy sencillo:
Eres la vida,
Eres tan transparente
Como el agua,
Y así soy yo,
Mi obligación es ésa:
Ser transparente,
Cada día
Me educo,
Cada día me peino
Pensando como piensas,
Y ando
Como tú andas,
Como como tú comes,
Tengo en mis brazos a mi amor
Como a tu novia tú,
Y entonces
Cuando esto está probado,
Cuando somos iguales
Escribo,
Escribo con tu vida y con la mía,
Con tu amor y los míos,
Con todos tus dolores
Y entonces
Ya somos diferentes
Porque, mi mano en tu hombro,
Como viejos amigos
Te digo en las orejas;
No sufras,
Ya llega el día,
Ven,
Ven conmigo,
Ven
Con todos
Los que a ti se parecen,
Los más sencillos,
Ven,
No sufras,
Ven conmigo,
Porque aunque no lo sepas,
Eso yo sí lo sé:
Yo sé hacia dónde vamos,
Y es ésta la palabra:
No sufras
Porque ganaremos,
Ganaremos nosotros,
Los más sencillos,
Ganaremos,
Aunque tú no lo creas,
Ganaremos.




Oda al primer día del año


Lo distinguimos
Como
Si fuera
Un caballito
Diferente de todos
Los caballos.
Adornamos
Su frente
Con una cinta,
Le ponemos
Al cuello cascabeles colorados,
Y a medianoche
Vamos a recibirlo
Como si fuera
Explorador que baja de una estrella.


Como el pan se parece
Al pan de ayer,
Como un anillo a todos los anillos:
Los días
Parpadean
Claros, tintineante, fugitivos,
Y se recuestan en la noche oscura.


Veo el último
Día
De este
Año
En un ferrocarril, hacia las lluvias
Del distante archipiélago morado,
Y el hombre
De la máquina,
Complicada como un reloj del cielo,
Agachando los ojos
A la infinita
Pauta de los rieles,
A las brillantes manivelas,
A los veloces vínculos del fuego.


Oh conductor de trenes
Desbocados
Hacia estaciones
Negras de la noche.
Este final
Del año
Sin mujer y sin hijos,
¿No es igual al de ayer, al de mañana?
Desde las vías
Y las maestranzas
El primer día, la primera aurora
De un año que comienza
El primer día, la primera aurora
De un año que comienza,
Tiene el mismo oxidado
Color de tren de hierro:
Y saludan
Los seres del camino,
Las vacas, las aldeas,
En el vapor del alba,
Sin saber
Que se trata
De la puerta del año,
De un día
Sacudido
Por campanas,
Adornado con plumas y claveles,


La tierra
No lo
Sabe:
Recibirá
Este día
Dorado, gris, celeste,
Lo extenderá en colinas,
Lo mojará con
Flechas
De
Transparente
Lluvia,
Y luego
Lo enrollará
En su tubo,
Lo guardará en la sombra.


Así es, pero
Pequeña
Puerta de la esperanza,
Nuevo día del año,
Aunque seas igual
Como los panes
A todo pan,
Te vamos a vivir de otra manera,
Te vamos a comer, a florecer,
A esperar.
Te pondremos
Como una torta
En nuestra vida,
Te encenderemos
Como candelabro,
Te beberemos
Como
Si fueras un topacio.


Día
Del año
Nuevo,
Día eléctrico, fresco,
Todas
Las hojas salen verdes
Del
Tronco de tu tiempo.


Corónanos
Con
Agua,
Con jazmines
Abiertos,
Con todos los aromas
Desplegados,
Sí,
Aunque
Sólo
Seas
Un día,
Un pobre
Día humano,
Tu aureola
Palpita
Sobre tantos
Cansados
Corazones,
¡Y eres,
Oh día
Nuevo,
Oh nube venidera,
Pan nunca visto,
Torre
Permanente!




Odas y germinaciones


El sabor de tu boca y el color de tu piel,
Piel, boca, fruta mía de estos días veloces,
Dímelo, ¿fueron sin cesar a tu lado
Por años y por viajes y por lunas y soles
Y tierra y llanto y lluvia y alegría
O sólo ahora, sólo
Salen de tus raíces
Como a la tierra seca el agua trae
Germinaciones que no conocía
O a los labios del cántaro olvidado
Sube en el agua el gusto de la tierra?

No sé, no me lo digas, no lo sabes.
Nadie sabe estas cosas.
Pero acercando todos mis sentidos
A la luz de tu piel, desapareces,
Te fundes como el ácido
Aroma de una fruta
Y el calor de un camino,
El olor del maíz que se desgrana,
La madreselva de la tarde pura,
Los nombres de la tierra polvorienta,
El perfume infinito de la patria:
Magnolia y matorral, sangre y harina,
Galope de caballos,
La luna polvorienta de la aldea,
El pan recién nacido:
Ay todo de tu piel vuelve a mi boca,
Vuelve a mi corazón, vuelve a mi cuerpo,
Y vuelvo a ser contigo
La tierra que tú eres:
Eres en mí profunda primavera:
Vuelvo a saber en ti cómo germino.




Oliverio Girondo


Pero debajo de la alfombra
Y más allá del pavimento
Entre dos inmóviles olas
Un hombre ha sido separado
Y debo bajar y mirar
Hasta saber de quién se trata.
Que no lo toque nadie aún:
Es una lámina, una línea:
Una flor guardada en un libro:
Una osamenta transparente.

El Oliverio intacto entonces
Se reconstituye en mis ojos
Con la certeza del cristal,
Pero cuanto adelante o calle,
Cuanto recoja del silencio,
Lo que me cunda en la memoria,
Lo que me regale la muerte,
Sólo será un pobre vestigio,
Una silueta de papel.

Porque el que canto y rememoro
Brillaba de vida insurrecta
Y compartí su fogonazo,
Su ir y venir y revolver,
La burla y la sabiduría,
Y codo a codo amanecimos
Rompiendo los vidrios del cielo,
Subiendo las escalinatas
De palacios desmoronados,
Tomando trenes que no existen,
Reverberando de salud
En el alba de los lecheros.

Yo era el navegante silvestre
(Y se me notaba en la ropa
La oscuridad del archipiélago)
Cuando pasó y sobrepasó
Las multitudes Oliverio,
Sobresaliendo en las aduanas,
Solícito en las travesías
(Con el plastrón desordenado
En la otoñal investidura),
O cerveceando en la humareda
O espectro de Valparaíso.

En mi telaraña infantil
Sucede Oliverio Girondo.

Yo era un mueble de las montañas.

Él, un caballero evidente.
Barbín, barbián, hermano claro,
Hermano oscuro, hermano frío,
Relampagueando en el ayer
Preparabas la luz intrépida,
La invención de los alhelíes,
Las sílabas fabulosas
De tu elegante laberinto
Y así tu locura de santo
Es ornato de la exigencia,
Como si hubieras dibujado
Con una tijera celeste
En la ventana tu retrato
Para que lo vean después
Con exactitud las gaviotas.

Yo, soy el cronista abrumado
Por lo que puede suceder
Y lo que debo predecir
(Sin contar lo que me pasó,
Ni lo que a mí me pasaron),
Y en este canto pasajero
A Oliverio Girondo canto,
A su insolencia matutina.

Se trata del inolvidable.

De su indeleble puntería:
Cuando borró la catedral
Y con su risa de corcel
Clausuró el turismo de Europa,
Reveló el pánico del queso
Frente a la francesa golosa
Y dirigió al Guadalquivir
El disparo que merecía—

¡Oh primordial desenfadado!
¡Hacía tanta falta aquí
Tu iconoclasta desenfreno!

Reinaba aún Sully Prud'homme
Con su redingote de lilas
Y su bonhomía espantosa.
Hacía falta un argentino
Que con las escuelas del tango
Rompiera todos los espejos
Incluyendo aquel abanico
Que fue trizado por un búcaro.

Porque yo, pariente futuro
De la itálica piedra clara
O de Quevedo permante
O del nacional Aragón,
Yo no quiero que espere nadie
La moneda falsa de Europa,
Nosotros los pobres américos,
Los dilatados en el viento,
Los de metales más profundos,
Los millonarios de guitarras,
No debemos poner el plato,
No mendiguemos la existencia.

Me gusta Oliverio por eso:
No se fue a vivir a otra parte
Y murió junto a su caballo.
Me gustó la razón intrínseca
De su delirio necesario
Y el matambre de la amistad
Que no termina todavía:
Amigo, vamos a encontrarnos
Tal vez debajo de la alfombra
O sobre las letras del río
O en el termómetro obelisco
(O en la dirección delicada
Del susurro y de la zozobra)
O en las raíces reunidas
Bajo la luna de Figari.

Oh energúmeno de la miel,
Patriota del espantapájaros,
Celebraré, celebré, celebro
Lo que cada día serás
Y lo Oliverio que serías
Compartiendo tu alma conmigo
Si la muerte hubiera olvidado
Subir una noche, ¿y por qué?
Buscando un número, ¿y por qué?
¿Por qué por la calle Suipacha?

De todos los muertos que amé
Eres el único viviente.

No me dedico a las cenizas,
¡Te sigo nombrando y creyendo
En tu razón extravagante!
Cerca de aquí, lejos de aquí,
Entre una esquina y una ola
Adentro de un día redondo,
En un planeta desangrado
O en el origen de una lágrima.




Pequeña América


Cuando miro la forma
De América en el mapa,
Amor, a ti te veo:
Las alturas del cobre en tu cabeza,
Tus pechos, trigo y nieve,
Tu cintura delgada,
Veloces ríos que palpitan, dulces
Colinas y praderas
Y en el frío del sur tus pies terminan
Su geografía de oro duplicado.

Amor, cuando te toco
No sólo han recorrido
Mis manos tu delicia,
Sino ramas y tierra, frutas y agua,
La primavera que amo,
La luna del desierto, el pecho
De la paloma salvaje,
La suavidad de las piedras gastadas
Por las aguas del mar o de los ríos
Y la espesura roja
Del matorral en donde
La sed y el hambre acechan.
Y así mi patria extensa me recibe,
Pequeña América, en tu cuerpo.

Aún más, cuando te veo recostada
Veo en tu piel, en tu color de avena,
La nacionalidad de mi cariño.
Porque desde tus hombros
El cortador de caña
De Cuba abrasadora
Me mira, lleno de sudor oscuro,
Y desde tu garganta
Pescadores que tiemblan
En las húmedas casas de la orilla
Me cantan su secreto.
Y así a lo largo de tu cuerpo,
Pequeña América adorada,
Las tierras y los pueblos
Interrumpen mis besos
Y tu belleza entonces
No sólo enciende el fuego
Que arde sin consumirse entre nosotros,
Sino que con tu amor me está llamando
Y a través de tu vida
Me está dando la vida que me falta
Y al sabor de tu amor se agrega el barro,
El beso de la tierra que me aguarda.




Pido silencio


Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.

Yo voy a cerrar los ojos.

Y sólo quiero cinco cosas,
Cinco raíces preferidas.

Una es el amor sin fin.

Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
Vuelen y vuelvan a la tierra.

Lo tercero es el grave invierno,
La lluvia que amé, la caricia
Del fuego en el frío silvestre.

En cuarto lugar el verano
Redondo como una sandía.

La quinta cosa son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
No quiero dormir sin tus ojos,
No quiero ser sin que me mires:
Yo cambio la primavera
Por que tú me sigas mirando.

Amigos, eso es cuanto quiero.
Es casi nada y casi todo.

Ahora si quieren se vayan.

He vivido tanto que un día
Tendrán que olvidarme por fuerza,
Borrándome de la pizarra:
Mi corazón fue interminable.

Pero porque pido silencio
No crean que voy a morirme:
Me pasa todo lo contrario:
Sucede que voy a vivirme.

Sucede que soy y que sigo.

No será, pues, sino que adentro
De mi crecerán cereales,
Primero los granos que rompen
La tierra para ver la luz,
Pero la madre tierra es oscura:
Y dentro de mí soy oscuro:
Soy como un pozo en cuyas aguas
La noche deja sus estrellas
Y sigue sola por el campo.

Se trata de que tanto he vivido que
Quiero vivir otro tanto.

Nunca me sentí tan sonoro,
Nunca he tenido tantos besos.

Ahora, como siempre, es temprano.
Vuela la luz con sus abejas.

Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer.




Piedras antárticas


Allí termina todo
Y no termina:
Allí comienza todo:
Se despiden los ríos en el hielo,
El aire se ha casado con la nieve,
No hay calles ni caballos
Y el único edificio
Lo construyó la piedra.
Nadie habita el castillo
Ni las almas perdidas
Que frío y viento frío
Amedrentaron:
Es sola allí la soledad del mundo,
Y por eso la piedra
Se hizo música,
Elevó sus delgadas estaturas,
Se levantó para gritar o cantar,
Pero se quedó muda.
Sólo el viento,
El látigo
Del Polo Sur que silba,
Sólo el vacío blanco
Y un sonido de pájaros de lluvia
Sobre el castillo de la soledad.




Piedras de Chile


Piedras locas de Chile, derramadas
Desde las cordilleras,
Roqueríos
Negros, ciegos, opacos,
Que anudan
A la tierra los caminos,
Que ponen punto y piedra
A la jornada,
Rocas blancas
Que interrumpen los ríos
Y suaves son
Besadas
Por una cinta
Sísmica
De espuma,
Granito
De la altura
Centelleante
Bajo
La nieve
Como un monasterio,
Espinazo
De la más
Dura
Patria
O nave
Inmóvil,
Proa
De la cierra terrible,
Piedra, piedra infinitamente pura,
Sellada
Como
Cósmica paloma,
Dura de sol, de viento, de energía,
De sueño mineral, de tiempo oscuro,
Piedras locas,
Estrellas
Y pabellón
Dormido,
Cumbres, rodados, rocas:
Siga el silencio
Sobre
Vuestro
Durísimo silencio,
Bajo la investidura
Antártica de Chile,
Bajo
Su claridad ferruginosa.




Plenos poderes


A puro sol escribo, a plena calle,
A pleno mar, en donde puedo canto,
Sólo la noche errante me detiene
Pero en su interrupción recojo espacio,
Recojo sombra para mucho tiempo.

El trigo negro de la noche crece
Mientras mis ojos miden la pradera
Y así de sol a sol hago la llaves:
Busco en la oscuridad las cerraduras
Y voy abriendo al mar las puertas rotas
Hasta llenar armarios con espuma.

Y no me canso de ir y de volver,
No me para la muerte con su piedra,
No me canso de ser y de no ser.

A veces me pregunto si de dónde,
Si de padre o de madre o cordillera
Heredé los deberes minerales,

Los hilos de un océano encendido
Y sé que sigo y sigo porque sigo
Y canto porque canto y porque canto.

No tiene explicación lo que acontece
Cuando cierro los ojos y circulo
Como entre dos canales submarinos,
Uno a morir me lleva en su ramaje
Y el otro canta para que yo cante.

Así pues de no ser estoy compuesto
Y como el mar asalta el arrecife
Con cápsulas saladas de blancura
Y retrata la piedra con la ola,
Así lo que en la muerte me rodea
Abre en mí la ventana de la vida
Y en pleno paroxismo estoy durmiendo.
A plena luz camino por la sombra.




Pobres muchachos


Cómo cuesta en este planeta
Amarnos con tranquilidad:
Todo el mundo mira las sábanas,
Todos molestan a tu amor.
Y se cuentan cosas terribles
De un hombre y de una mujer
Que después de muchos trajines
Y muchas consideraciones
Hacen algo insustituible,
Se acuestan en una sola cama.

Yo me pregunto si las ranas
Se vigilan y se estornudan,
Si se susurran en las charcas
Contra las ranas ilegales,
Contra el placer de los batracios.
Yo me pregunto si los pájaros
Tienen pájaros enemigos
Y si el toro escucha a los bueyes
Antes de verse con la vaca.

Ya los caminos tienen ojos,
Los parques tienen policía,
Son sigilosos los hoteles,
Las ventanas anotan nombres,
Se embarcan tropas y cañones
Decididos contra el amor,
Trabajan incesantemente
Las gargantas y las orejas,
Y un muchacho con su muchacha
Se obligaron a florecer
Volando en una bicicleta.




Puentes


Puentes: arcos de acero azul adonde vienen
A dar su despedida los que pasan
—Por arriba los trenes,
Por abajo las aguas—,
Enfermos de seguir un largo viaje
Que principia, que sigue y nunca acaba.
Cielos —arriba—, cielos,
Y pájaros que pasan
Sin detenerse, caminando como
Los trenes y las aguas.

Qué maldición cayó sobre vosotros?
Qué esperáis en la noche densa y larga
Con los brazos abiertos como un niño
Que muere a la llegada de su hermana?

Qué voz de maldición pasiva y negra
Sobre vosotros extendió sus alas,
Para hacer que siguieran
El viaje que no acaba
Los paisajes, la vida, el sol, la tierra,
Los trenes y las aguas,
Mientras la angustia inmóvil del acero
Se hunde más en la tierra y más la clava?




Regreso


Hostiles cordilleras,
Cielo duro,
Extranjeros, ésta es,
Ésta es mi patria,
Aquí nací y aquí viven mis sueños.

El barco se desliza
Por el azul, por todos los azules,
La costa es la más larga
Línea de soledad del universo,
Pasan y pasan las arenas blancas,
Suben y bajan los montes desnudos,
Y corre junto al mar la tierra sola,
Dormida o muerta en paz ferruginosa.

Cuando cayeron las vegetaciones
Y el dulce verde abandonó estas tierras
El sol las calcinó desde su altura,
La sal las abrasó desde sus piedras.

Desde entonces se desenterraron
Las antiguas estrellas minerales:
Allí yacen los huesos de la tierra,
Compacto como piedra es el silencio.

Perdonad, extranjeros,
Perdonad la medida desolada
De nuestra soledad,
Y lo que damos en la lejanía.

Sin embargo,
Aquí están las raíces de mi sueño,
Ésta es la dura luz que amamos,
Y de algún modo, con distante orgullo,
Como en los minerales de la noche,
Vive el honor en esta larga arena.




Ritual de mis piernas


Largamente he permanecido mirando mis largas piernas
Con ternura infinita y curiosa, con mi acostumbrada pasión,
Como si hubieran sido las piernas de una mujer divina
Profundamente sumida en el abismo de mi tórax:
Y es que, la verdad, cuando el tiempo, el tiempo pasa,
Sobre la tierra, sobre el techo, sobre mi impura cabeza,
Y pasa, el tiempo pasa, y en mi lecho no siento de noche que
Una mujer está respirando, durmiendo, desnuda y a mi lado,
Entonces, extrañas, oscuras cosas toman el lugar de la ausente,
Viciosos, melancólicos pensamientos
Siembran pesadas posibilidades en mi dormitorio,
Y así, pues, miro mis piernas como si pertenecieran a otro cuerpo,
Y fuerte y dulcemente estuvieran pegadas a mis entrañas.

Como tallos o femeninas, adorables cosas,
Desde las rodillas suben, cilíndricas y espesas,
Con turbado y compacto material de existencia:
Como brutales, gruesos brazos de diosa,
Como árboles monstruosamente vestidos de seres humanos,
Como fatales, inmensos labios sedientos y tranquilos,
Son allí la mejor parte de mi cuerpo:
Lo enteramente substancial, sin complicado contenido
De sentidos o tráqueas o intestinos o ganglios:
Nada, sino lo puro, lo dulce y espeso de mi propia vida,
Nada, sino la forma y el volumen existiendo,
Guardando la vida, sin embargo, de una manera completa.

Las gentes cruzan el mundo en la actualidad
Sin apenas recordar que poseen un. cuerpo y en él la vida,
Y hay miedo, hay miedo en el mundo de las palabras que designan el cuerpo,
Y se habla favorablemente de la ropa,
De pantalones es posible hablar, de trajes,
Y de ropa interior de mujer (de medias y ligas de "señora"),
Como si por las calles fueran las prendas y los trajes vacíos por completo
Y un oscuro y obsceno guardarropas ocupara el mundo.

Tienen existencia los trajes, color, forma, designio,
Y profundo lugar en nuestros mitos, demasiado lugar,
Demasiados muebles y demasiadas habitaciones hay en el mundo,
Y mi cuerpo vive entre y bajo tantas cosas abatido,
Con un pensamiento fijo de esclavitud y de cadenas.

Bueno, mis rodillas, como nudos,
Particulares, funcionarios, evidentes,
Separan las mitades de mis piernas en forma seca:
Y en realidad dos mundos diferentes, dos sexos diferentes
No son tan diferentes como las dos mitades de mis piernas.

Desde la rodilla hasta el pie una forma dura,
Mineral, fríamente útil aparece,
Una criatura de hueso y persistencia,
Y los tobillos no son ya sino el propósito desnudo,
La exactitud y lo necesario dispuestos en definitiva.

Sin sensualidad, cortas y duras, y masculinas,
Son allí mis piernas, y dotadas
De grupos musculares como animales complementarios,
Y allí también una vida, una sólida, sutil, aguda vida
Sin temblar permanece, aguardando y actuando.

En mis pies cosquillosos,
Y duros como el sol, y abiertos como flores,
Y perpetuos, magníficos soldados
En la guerra gris del espacio,
Todo termina, la vida termina definitivamente en mis pies,
Lo extranjero y lo hostil allí comienza,
Los nombres del mundo, lo fronterizo y lo remoto,
Lo sustantivo y lo adjetivo que no caben en mi corazón,
Con densa y fría constancia allí se originan.

Siempre,
Productos manufacturados, medias, zapatos,
O simplemente aire infinito,
Habrá entre mis pies y la tierra
Extremando lo aislado y lo solitario de mi ser,
Algo tenazmente supuesto entre mi vida y la tierra,
Algo abiertamente invencible y enemigo.




Plena mujer, manzana carnal


Plena mujer, manzana carnal, luna caliente,
Espeso aroma de algas, lodo y luz machacados,
¿Qué oscura claridad se abre entre tus columnas?
¿Qué antigua noche el hombre toca con sus sentidos?


Ay, amar es un viaje con agua y con estrellas,
Con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:
Amar es un combate de relámpagos
Y dos cuerpos por una sola miel derrotados.


Beso a beso recorro tu pequeño infinito,
Tus márgenes, tus ríos, tus pueblos diminutos,
Y el fuego genital transformado en delicia


Corre por los delgados caminos de la sangre
Hasta precipitarse como un clavel nocturno,
Hasta ser y no ser sino un rayo en la sombra.




Sabor


De falsas astrologías, de costumbres un tanto lúgubres,
Vertidas en lo inacabable y siempre llevadas al lado,
He conservado una tendencia, un sabor solitario.

De conversaciones gastadas como usadas maderas,
Con humildad de sillas, con palabras ocupadas
En servir como esclavos de voluntad secundaria,
Teniendo esa consistencia de la leche, de las semanas muertas,
Del aire encadenado sobre las ciudades.

Quién puede jactarse de paciencia más sólida?
La cordura me envuelve de piel compacta
De un color reunido como una culebra:
Mis criaturas nacen de un largo rechazo:
Ay, con un solo alcohol puedo despedir este día
Que he elegido, igual entre los días terrestres.

Vivo lleno de una sustancia de color común, silenciosa
Como una vieja madre, una paciencia fija
Como sombra de iglesia o reposo de huesos.
Voy lleno de esas aguas dispuestas profundamente,
Preparadas, durmiéndose en una atención triste.

En mi interior de guitarra hay un aire viejo,
Seco y sonoro, permanecido, inmóvil,
Como una nutrición fiel, como humo:
Un elemento en descanso, un aceite vivo:
Un pájaro de rigor cuida mi cabeza:
Un ángel invariable vive en mi espada.




Sed de ti


Sed de ti me acosa en las noches hambrientas.
Trémula mano roja que hasta su vida se alza.
Ebria de sed, loca sed, sed de selva en sequía.
Sed de metal ardiendo, sed de raíces ávidas...


Por eso eres la sed y lo que ha de saciarla.
Cómo poder no amarte si he de amarte por eso.
Si esa es la amarra cómo poder cortarla, cómo.
Cómo si hasta mis huesos tienen sed de tus huesos.
Sed de ti, guirnalda atroz y dulce.
Sed de ti que en las noches me muerde como un perro.
Los ojos tienen sed, para qué están tus ojos.


La boca tiene sed, para qué están tus besos.
El alma está incendiada de estas brasas que te aman.
El cuerpo incendio vivo que ha de quemar tu cuerpo.
De sed. Sed infinita. Sed que busca tu sed.
Y en ella se aniquila como el agua en el fuego.




Serenata


En tu frente descansa el color de las amapolas,
El luto de las viudas halla eco, oh apiadada:
Cuando corres detrás de los ferrocarriles, en los campos,
El delgado labrador te da la espalda,
De tus pisadas brotan temblando los dulces sapos.

El joven sin recuerdos te saluda, te pregunta por su olvidada voluntad,
Las manos de él se mueven en tu atmósfera como pájaros,
Y la humedad es grande a su alrededor:
Cruzando sus pensamientos incompletos,
Queriendo alcanzar algo, oh buscándote,
Le palpitan los ojos pálidos en tu red
Como instrumentos perdidos que brillan de súbito.

O recuerdo el día primero de la sed,
La sombra apretada contra los jazmines,
El cuerpo profundo en que te recogías
Como una gota temblando también.

Pero acallas los grandes árboles, y encima de la luna, sobrelejos,
Vigilas el mar como un ladrón.
Oh noche, mi alma sobrecogida te pregunta
Desesperadamente a ti por el metal que necesita.




Si tú me olvidas


Quiero que sepas
Una cosa.

Tú sabes cómo es esto:
Si miro
La luna de cristal, la rama roja
Del lento otoño en mi ventana,
Si toco
Junto al fuego
La impalpable ceniza
O el arrugado cuerpo de la leña,
Todo me lleva a ti,
Como si todo lo que existe,
Aromas, luz, metales,
Fueran pequeños barcos que navegan
Hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,
Si poco a poco dejas de quererme
Dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto
Me olvidas
No me busques,
Que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco
El viento de banderas
Que pasa por mi vida
Y te decides
A dejarme a la orilla
Del corazón en que tengo raíces,
Piensa
Que en ese día,
A esa hora
Levantaré los brazos
Y saldrán mis raíces
A buscar otra tierra.

Pero
Si cada día,
Cada hora
Sientes que a mí estás destinada
Con dulzura implacable.
Si cada día sube
Una flor a tus labios a buscarme,
Ay amor mío, ay mía,
En mí todo ese fuego se repite,
En mí nada se apaga ni se olvida,
Mi amor se nutre de tu amor, amada,
Y mientras vivas estará en tus brazos
Sin salir de los míos.




Siempre


Antes de mí
No tengo celos.


¡Ven con un hombre
A la espalda,
Ven con cien hombres en tu cabellera,
Ven con mil hombres entre tu pecho y tus pies,
Ven como un río lleno de ahogados
Que encuentra el mar furioso,
La espuma eterna, el tiempo!


¡Tráelos todos
Adonde yo te espero:
Siempre estaremos solos,
Siempre estaremos tú y yo
Solos sobre la tierra
Para comenzar la vida!




Siento tu ternura


Siento tu ternura allegarse a mi tierra,
Mirada de mis ojos, huir,
La veo interrumpirse para seguirme hasta la hora
De mi silencio absorto y de mi afán de ti.
Hela aquí tu ternura de ojos dulces que esperan.
Hela aquí, boca tuya, palabra nunca dicha.
Siento que se me suben los musgos de tu pena
Y me crecen a tientas en el alma infinita.


Era esto el abandono, y lo sabías,
Era la guerra oscura del corazón y todos,
Era la queja rota de angustias conmovidas,
Y la ebriedad, y el deseo, y el dejarse ir,
Y era eso mi vida,
Era eso que el agua de tus ojos llevaba,
Era eso que en el hueco de tus manos cabía.


¡Ah, mariposa mía y arrullo de paloma,
Ah vaso, ah estero, ah compañera mía!
Te llegó mi reclamo, dímelo, te llegaba,
En las abiertas noches de estrellas frías
Ahora, en el otoño, en el baile amarillo
De los vientos hambrientos y las hojas caídas.


Dímelo, ¿te llegaba
Aullando o cómo o sollozando
En la hora de la sangre fermentada
Cuando la tierra crece y se cimbra latiendo
Bajo el sol que la raya con sus colas de ámbar?


Dímelo, ¿me sentiste
Trepar hasta tu forma por todos los silencios,
Y todas las palabras?


Yo me sentí crecer. Nunca supe hacia dónde.
Es más allá de ti. ¿Lo comprendes, hermana?
Es que se aleja el fruto cuando llegan mis manos
Y ruedan las estrellas antes de mi mirada.


Siento que soy la aguja de una infinita flecha,
Y va a clavarse lejos, no va a clavarse nunca,
Tren de dolores húmedos en fuga hacia lo eterno,
Goteando en cada tierra sollozos y preguntas.


Pero hela aquí, tu forma familiar, lo que es mío,
Lo tuyo, lo que es mío, lo que es tuyo y me inunda,
Hela aquí que me llena los miembros de abandono,
Hela aquí, tu ternura,
Amarrándose a las mismas raíces,
Madurando en la misma caravana de frutas,
Y saliendo de tu alma rota bajo mis dedos
Como el licor del vino del centro de la uva.




Significa sombras


Qué esperanza considerar, qué presagio puro,
Qué definitivo beso enterrar en el corazón,
Someter en los orígenes del desamparo y la inteligencia,
Suave y seguro sobre las aguas eternamente turbadas?

Qué vitales, rápidas alas de un nuevo ángel de sueños
Instalar en mis hombros desnudos para seguridad perpetua,
De tal manera que el camino entre las estrellas de la muerte
Sea un violento vuelo comenzado desde hace muchos días y meses y siglos?

Tal vez la debilidad natural de los seres recelosos y ansiosos
Busca de súbito permanencia en el tiempo y límites en la tierra,
Tal vez las fatigas y las edades acumuladas implacablemente
Se extienden como la ola lunar de un océano recién creado
Sobre litorales y tierras angustiosamente desiertas.

Ay, que lo que yo soy siga existiendo y cesando de existir,
Y que mi obediencia se ordene con tales condiciones de hierro
Que el temblor de las muertes y de los nacimientos no conmueva
El profundo sitio que quiero reservar para mí eternamente.

Sea, pues, lo que soy, en alguna parte y en todo tiempo,
Establecido y asegurado y ardiente testigo,
Cuidadosamente destruyéndose y preservándose incesantemente,
Evidentemente empeñado en su deber original.




Sin embargo me muevo


De cuando en cuando soy feliz!
Opiné delante de un sabio
Que me examinó sin pasión
Y me demostró mis errores.

Tal vez no había salvación
Para mis dientes averiados,
Uno por uno se extraviaron
Los pelos de mi cabellera:
Mejor era no discutir
Sobre mi tráquea cavernosa:
En cuanto al cauce coronario
Estaba lleno de advertencias
Como el hígado tenebroso
Que no me servía de escudo
O este riñón conspirativo.
Y con mi próstata melancólica
Y los caprichos de mi uretra
Me conducían sin apuro
A un analítico final.

Mirando frente a frente al sabio
Sin decidirme a sucumbir
Le mostré que podía ver,
Palpar, oír y padecer
En otra ocasión favorable.
Y que me dejara el placer
De ser amado y de querer:
Me buscaría algún amor
Por un mes o por una semana
O por un penúltimo día.

El hombre sabio y desdeñoso
Me miró con la indiferencia
De los camellos por la luna
Y decidió orgullosamente
Olvidarse de mi organismo.

Desde entonces no estoy seguro
De si yo debo obedecer
A su decreto de morirme
O si debo sentirme bien
Como mi cuerpo me aconseja.

Y en esta duda yo no sé
Si dedicarme a meditar
O alimentarme de claveles.




Sistema sombrío


De cada uno de estos días negros como viejos hierros,
Y abiertos por el sol como grandes bueyes rojos,
Y apenas sostenidos por el aire y por los sueños,
Y desaparecidos irremediablemente y de pronto,
Nada ha substituido mis perturbados orígenes,
Y las desiguales medidas que circulan en mi corazón
Allí se fraguan de día y de noche, solitariamente,
Y abarcan desordenadas y tristes cantidades.

Así, pues, como un vigía tornado insensible y ciego,
Incrédulo y condenado a un doloroso acecho,
Frente a la pared en que cada día del tiempo se une,
Mis rostros diferentes se arriman y encadenan
Como grandes flores pálidas y pesadas
Tenazmente substituidas y difuntas.




Sólo la muerte


Hay cementerios solos,
Tumbas llenas de huesos sin sonido,
El corazón pasando un túnel
Oscuro, oscuro, oscuro,
Como un naufragio hacia adentro nos morimos,
Como ahogarnos en el corazón,
Como irnos cayendo desde la piel al alma.

Hay cadáveres,
Hay pies de pegajosa losa fría,
Hay la muerte en los huesos,
Como un sonido puro,
Como un ladrido sin perro,
Saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
Creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
Ataúdes a vela
Zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas.
Con panaderos blancos como ángeles,
Con niñas pensativas casadas con notarios,
Ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
El río morado,
Hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
Hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
Como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
Llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
Llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan
Y su vestido suena, callado, como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
Pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
De violetas acostumbradas a la tierra,
Porque la cara de la muerte es verde,
Y la mirada de la muerte es verde,
Con la aguda humedad de ma hoja de violeta
Y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
Lame el suelo buscando difuntos,
La muerte está en la escoba,
Es la lengua de la muerte buscando muertos,
Es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:
En los colchones lentos, en las frazadas negras
Vive tendida, y de repente sopla:
Sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
Y hay camas navegando a un puerto
En donde está esperando, vestida de almirante.




Sonata y destrucciones


Después de mucho, después de vagas leguas,
Confuso de dominios, incierto de territorios,
Acompañado de pobres esperanzas,
Y compañías infieles, y desconfiados sueños,
Amo lo tenaz que aún sobrevive en mis ojos,
Oigo en mi corazón mis pasos de jinete,
Muerdo el fuego dormido y la sal arruinada,
Y de noche, de atmósfera obscura y luto prófugo,
Aquel que vela a la orilla de los campamentos,
El viajero armado de estériles resistencias,
Detenido entre sombras que crecen y alas que tiemblan,
Me siento ser, y mi brazo de piedra me defiende.

Hay entre ciencias de llanto un altar confuso,
Y en mi sesión de atardeceres sin perfume,
En mis abandonados dormitorios donde habita la luna,
Y arañas de mi propiedad, y destrucciones que me son queridas,
Adoro mi propio ser perdido, mi substancia imperfecta,
Mi golpe de plata y mi pérdida eterna.
Ardió la uva húmeda, y su agua funeral
Aún vacila, aún reside,
Y el patrimonio estéril, y el domicilio traidor.

Quién hizo ceremonia de cenizas?
Quién amó lo perdido, quién protegió lo último?
El hueso del padre, la madera del buque muerto,
Y su propio final, su misma huida,
Su fuerza triste, su dios miserable?
Acecho, pues, lo inanimado y lo doliente,
Y el testimonio extraño que sostengo
Con eficiencia cruel y escrito en cenizas,
Es la forma de olvido que prefiero,
El nombre que doy a la tierra, el valor de mis sueños,
La cantidad interminable que divido
Con mis ojos de invierno, durante cada día de este mundo.




Sueño de gatos


Qué bonito duerme un gato,
Duerme con patas y peso,
Duerme con sus crueles uñas,
Y con su sangre sanguinaria,
Duerme con todos los anillos
Que como círculos quemados
Construyeron la geología
De una cola color de arena.

Quisiera dormir como un gato
Con todos los pelos del tiempo,
Con la lengua del pedernal,
Con el sexo seco del fuego
Y después de no hablar con nadie,
Tenderme sobre todo el mundo,
Sobre las tejas y la tierra
Intensamente dirigido
A cazar las ratas del sueño.

He visto cómo ondulaba,
Durmiendo, el gato: corría
La noche en él como agua oscura,
Y a veces se iba a caer,
Se iba tal vez a despeñar
En los desnudos ventisqueros,
Tal vez creció tanto durmiendo
Como un bisabuelo de tigre
Y saltaría en las tinieblas
Tejados, nubes y volcanes.
Duerme, duerme, gato nocturno
Con tus ceremonias de obispo,
Y tu bigote de piedra:
Ordena todos nuestros sueños,
Dirige la oscuridad
De nuestras dormidas proezas
Con tu corazón sanguinario
Y el largo cuello de tu cola.




Tango del viudo


Oh maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia,
Y habrás insultado el recuerdo de mi madre
Llamándola perra podrida y madre de perros,
Ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer
Mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre
Y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos,
Mis comidas,
Sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún
Quejándome del trópico de los coolíes corringhis,
De las venenosas fiebres que me hicieron tanto daño
Y de los espantosos ingleses que odio todavía.


¡Maligna, la verdad, qué noche tan grande, qué tierra tan sola!
He llegado otra vez a los dormitorios solitarios,
A almorzar en los restaurantes comida fría, y otra vez
Tiro al suelo los pantalones y las camisas,
No hay perchas en mi habitación, ni retratos de nadie en las paredes.
Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte,
Y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses,
Y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene.


Enterrado junto al cocotero hallarás más tarde
El cuchillo que escondí allí por temor de que me mataras,
Y ahora repentinamente quisiera oler su acero de cocina
Acostumbrado al peso de tu mano y al brillo de tu pie:
Bajo la humedad de la tierra, entre las sordas raíces,
De los lenguajes humanos el pobre sólo sabría tu nombre,
Y la espesa tierra no comprende tu nombre
Hecho de impenetrables substancias divinas.


Así como me aflige pensar en el claro día de tus piernas
Recostadas como detenidas y duras aguas solares,
Y la golondrina que durmiendo y volando vive en tus ojos,
Y el perro de furia que asilas en el corazón,
Así también veo las muertes que están entre nosotros desde ahora,
Y respiro en el aire la ceniza y lo destruido,
El largo, solitario espacio que me rodea para siempre.


Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración
Oída en largas noches sin mezcla de olvido,
Uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo.
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,
Como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada,
Cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo,
Y el ruido de espadas inútiles que se oye en mi alma,
Y la paloma de sangre que está solitaria en mi frente
Llamando cosas desaparecidas, seres desaparecidos,
Substancias extrañamente inseparables y perdidas.




Tengo miedo


Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
Del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
Olvidada en el fondo de un palacio desierto.

Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño
Que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha .de caber un sueño
Así como en el cielo no ha cabido una estrella).

Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
Y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
Abandonada en medio de la tierra infinita!

Se muere el universo de una calma agonía
Sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde.
Agoniza Saturno como una pena mía,
La tierra es una fruta negra que el cielo muerde.

Y por la vastedad del vacío van ciegas
Las nubes de la tarde, como barcas perdidas
Que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.

Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.




Testamento de otoño


Matilde Urrutia, aquí te dejo
Lo que tuve y lo que no tuve,
Lo que soy y lo que no soy.
Mi amor es un niño que llora:
No quiere salir de tus brazos,
Yo te lo dejo para siempre:
Eres para mí la más bella.


Eres para mí la más bella,
La más tatuada por el viento
Como un arbolito del sur,
Como un avellano en agosto.
Eres para mí suculenta
Como una panadería,
Es de tierra tu corazón,
Pero tus manos son celestes.


Eres roja y eres picante,
Eres blanca y eres salada
Como escabeche de cebolla.
Eres un piano que ríe
Con todas las notas del alma
Y sobre mí cae la música
De tus pestañas y tu pelo.
Me baño en tu sombra de oro
Y me deleitan tus orejas
Como si las hubiera visto
En las mareas de coral:
Por tus uñas luché en las olas
Contra pescados pavorosos.


De sur a sur se abren tus ojos
Y de este a oeste tu sonrisa,
No se te pueden ver los pies
Y el sol se entretiene estrellando
El amanecer en tu pelo.
Tu cuerpo y tu rostro llegaron,
Como yo, de regiones duras,
De ceremonias lluviosas,
De antiguas tierras y martirios.


Sigue cantando el Bío-Bío
En nuestra arcilla ensangrentada,
Pero tú trajiste del bosque
Todos los secretos perfumes
Y esa manera de lucir
Un perfil de flecha perdida,
Una medalla de guerrero.


Tú fuiste mi vencedora
Por el amor y por la tierra,
Porque tu boca me traía
Antepasados manantiales,
Citas en bosques de otra edad,
Oscuros tambores mojados:
De pronto oí que me llamaban,
Era de lejos y de cuando
Me acerqué al antiguo follaje
Y besé mi sangre en tu boca,
Corazón mío, mi araucana.


¿Qué puedo dejarte si tienes,
Matilde Urrutia, en tu costado
Ese aroma de hojas quemadas,
Esa fragancia de frutillas
Y entre tus dos pechos marinos
El crepúsculo de Cauquenes
Y el olor de peumo de Chile?


En el alto otoño del mar
Lleno de niebla y cavidades,
La tierra se extiende y respira,
Se le caen al mes las hojas.
Y tú inclinada en mi trabajo
Con tu pasión y tu paciencia
Deletreando las patas verdes,
Las telarañas, los insectos
De mi mortal caligrafía.
Oh leona de pies pequeñitos,
¿Qué haría sin tus manos breves,
Dónde andaría caminando
Sin corazón y sin objeto,
En qué lejanos autobuses,
Enfermo de fuego o de nieve?


Te debo el otoño marino
Con la humedad de las raíces
Y la niebla como una uva
Y el sol silvestre y elegante:
Te debo este cajón callado
En que se pierden los dolores
Y sólo suben a la frente
Las corolas de la alegría.


Todo te lo debo a ti,
Tórtola desencadenada,
Mi codorniza copetona,
Mi jilguero de las montañas,
Mi campesina de Coihueco.


Alguna vez si ya no somos,
Si ya no vamos ni venimos
Bajo siete capas de polvo
Y los pies secos de la muerte,
Estaremos juntos, amor ,
Extrañamente confundidos.
Nuestras espinas diferentes,
Nuestros ojos maleducados,
Nuestros pies que no se encontraban
Y nuestros besos indelebles,
Todo estará por fin reunido,
Pero, ¿de qué nos servirá
La unidad de un cementerio?


¡Que no nos separe la vida
Y se vaya al diablo la muerte!




Tiranía


Oh dama sin corazón, hija del cielo,
Auxíliame en esta solitaria hora,
Con tu directa indiferencia de arma
Y tu frío sentido del olvido.

Un tiempo total como un océano,
Una herida confusa como un nuevo ser,
Abarcan la tenaz raíz de mi alma
Mordiendo el centro de mi seguridad.

Qué espeso latido se cimbra en mi corazón
Como una ola hecha de todas las olas,
Y mi desesperada cabeza se levanta
En un esfuerzo de salto y de muerte.

Hay algo enemigo temblando en mi certidumbre,
Creciendo en el mismo origen de las lágrimas,
Como una planta desgarradora y dura
Hecha de encadenadas hojas amargas.




Trabajo frío


Dime, del tiempo resonando
En tu esfera parcial y dulce,
¿No oyes acaso el sordo gemido?

¿No sientes de lenta manera,
En trabajo trémulo y ávido,
La insistente noche que vuelve?

Secas sales y sangres aéreas,
Atropellado correr ríos,
Temblando el testigo constata.

Aumento oscuro de paredes,
Crecimiento brusco de puertas,
Delirante población de estímulos,
Circulaciones implacables.

Alrededor, de infinito modo,
En propaganda interminable,
De hocico armado y definido
El espacio hierve y se puebla.

¿No oyes la constante victoria
En la carrera de los seres
Del tiempo, lento como el fuego,
Seguro y espeso y hercúleo,
Acumulando su volumen
Y añadiendo su triste hebra?

Como una planta perpetua aumenta
Su delgado y pálido hilo
Mojado de gotas que caen
Sin sonido en la soledad.




Tu risa


Quítame el pan si quieres
Quítame el aire, pero
No me quites tu risa.


No me quites la rosa,
La lanza que desgranas,
El agua que de pronto
Estalla en tu alegría,
La repentina ola
De planta que te nace.


Mi lucha es dura y vuelo
Con los ojos cansados
A veces de haber visto
La tierra que no cambia,
Pero al entrar tu risa
Sube al cielo buscándome
Y abren para mí todas
Las puertas de la vida.


Amor mío, en la hora
Más oscura desgrana
Tu risa, y si de pronto
Ves que mi sangre mancha
Las piedras de la calle,
Ríe, porque tu risa
Será para mis manos
Como una espada fresca.


Junto al mar en otoño,
Tu risa debe alzar
Su cascada de espuma,
Y en primavera, amor,
Quiero tu risa como
La flor que yo esperaba,
La flor azul, la rosa
De mi patria sonora.


Ríe de la noche
Del día, de la luna,
Ríete de las calles
Torcidas de la isla,
Ríete del torpe
Muchacho que te quiere,
Pero cuando yo abro
Los ojos y los cierro,
Cuando mis pasos van,
Cuando vuelven mis pasos,
Niégame el pan, el aire,
La luz, la primavera,
Pero tu risa nunca
Porque me moriría.




Tú venías


No me has hecho sufrir
Sino esperar.
Aquellas horas
Enmarañadas,
Llenas
De serpientes,
Cuando
Se me caía el alma y me ahogaba,
Tú venías andando,
Tú venías desnuda y arañada,
Tú llegabas hambrienta hasta mi lecho,
Novia mía,
Y entonces
Toda la noche caminamos
Durmiendo
Y cuando despertamos
Eras intacta y nueva,
Como si el grave viento de los sueños
De nuevo hubiera dado
Fuego a tu cabellera
Y en trigo y plata hubiera sumergido
Tu cuerpo hasta dejarlo deslumbrante.
Yo no sufrí, amor mío,
Yo sólo te esperaba.


Tenías que cambiar de corazón
Y de mirada
Después de haber tocado la profunda
Zona de mar que te entregó mi pecho.
Tenías que salir del agua
Pura como una gota levantada
Por una ola nocturna.


Novia mía, tuviste
Que morir y nacer, yo te esperaba.
Yo no sufrí buscándote,
Sabía que vendrías,
Una nueva mujer con lo que adoro
De la que no adoraba,
Con tus ojos, tus manos y tu boca
Pero con otro corazón
Que amaneció a mi lado
Como si siempre hubiera estado allí
Para seguir conmigo para siempre.




Tus manos


Cuando tus manos salen,
Amor, hacia las mías,
¿Qué me traen volando?
¿Por qué se detuvieron
En mi boca, de pronto,
Por qué las reconozco
Como si entonces, antes,
Las hubiera tocado,
Como si antes de ser
Hubieran recorrido
Mi frente, mi cintura?


Su suavidad venía
Volando sobre el tiempo,
Sobre el mar, sobre el humo,
Sobre la primavera,
Y cuando tú pusiste
Tus manos en mi pecho,
Reconocí estas alas de paloma dorada,
Reconocí esa greda
Y ese color de trigo.


Los años de mi vida
Yo caminé buscándolas,
Subí las escaleras,
Crucé los arrecifes,
Me llevaron los trenes
Las aguas me trajeron,
Y en la piel de las uvas
Me pareció tocarte.
La madera de pronto
Me trajo tu contacto,
La almendra me anunciaba
Tu suavidad secreta,
Hasta que se cerraron
Tus manos en mi pecho
Y allí como dos olas
Terminaron su viaje.




Tus pies


Cuando no puedo mirar tu cara
Miro tus pies.
Tus pies de hueso arqueado,
Tus pequeños pies duros.
Yo sé que te sostienen,
Y que tu dulce peso
Sobre ellos se levanta.
Tu cintura y tus pechos,
La duplicada púrpura
De tus pezones,
La caja de tus ojos
Que recién han volado,
Tu ancha boca de fruta,
Tu cabellera roja,
Pequeña torre mía.
Pero no amo tus pies
Sino porque anduvieron
Sobre la tierra y sobre
El viento y sobre el agua,
Hasta que me encontraron.




Un perro ha muerto


Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín
Junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
Ni más arriba,
Se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
Su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
En el celeste cielo prometido
Para ningún humano,
Para este perro o para todo perro
Creo en el cielo, sí, creo en un cielo
Donde yo no entraré, pero él me espera
Ondulando su cola de abanico
Para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
De no tenerlo más por compañero,
Que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
Que conservaba su soberanía,
La amistad de una estrella independiente
Sin más intimidad que la precisa,
Sin exageraciones:
No se trepaba sobre mi vestuario
Llenándome de pelos o de sarna,
No se frotaba contra mi rodilla
Como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
Dándome la atención que necesito,
La atención necesaria
Para hacer comprender a un vanidoso
Que siendo perro él,
Con esos ojos, más puros que los míos,
Perdía el tiempo, pero me miraba
Con la mirada que me reservó
Toda su dulce, su peluda vida,
Su silenciosa vida,
Cerca de mí, sin molestarme nunca,
Y sin pedirme nada.

Ay, cuántas veces quise tener cola
Andando junto a él por las orillas
Del mar, en el invierno de Isla Negra,
En la gran soledad: arriba el aire
Traspasado de pájaros glaciales,
Y mi perro brincando, hirsuto, lleno
De voltaje marino en movimiento:
Mi perro vagabundo y olfatorio
Enarbolando su cola dorada
Frente a frente al océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre
Como los perros saben ser felices,
Sin nada más, con el absolutismo
De la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.




Unidad


Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
Repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
En su fina materia hay olor a edad,
Y el agua que trae el mar, de sal y sueño.

Me rodea una misma cosa, un solo movimiento:
El peso del mineral, la luz de la piel,
Se pegan al sonido de la palabra noche:
La tinta del trigo, del marfil, del llanto,
Las cosas de cuero, de madera, de lana,
Envejecidas, desteñidas, uniformes,
Se unen en torno a mí como paredes.

Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,
Como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Pienso, aislado en lo extenso de las estaciones,
Central, rodeado de geografía silenciosa:
Una temperatura parcial cae del cielo,
Un extremo imperio de confusas unidades
Se reúne rodeándome.




Walking around


Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
Marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
Sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
Ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
Y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
Asustar a un notario con un lirio cortado
O dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
Ir por las calles con un cuchillo verde
Y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
Vacilante, extendido, tiritando de sueño,
Hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
Absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
De subterráneo solo, de bodega con muertos,
Aterido, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
Cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
Y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
Y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
A hospitales donde los huesos salen por la ventana,
A ciertas zapaterías con olor a vinagre,
A calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
Colgando de las puertas de las casas que odio,
Hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
Hay espejos
Que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
Hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
Con furia, con olvido,
Paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
Y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
Calzoncillos, toallas y camisas que lloran
Lentas lágrimas sucias.




¿Y cuánto vive?


¿Cuánto vive el hombre, por fin?
¿Vive mil días o uno solo?
¿Una semana o varios siglos?
¿Por cuánto tiempo muere el hombre?
¿Qué quiere decir "Para Siempre"?

Preocupado por este asunto
Me dediqué a aclarar las cosas.

Busqué a los sabios sacerdotes,
Los esperé después del rito,
Los aceché cuando salían
A visitar a Dios y al diablo.

Se aburrieron con mis preguntas.
Ellos tampoco sabían mucho,
Eran sólo administradores.

Los médicos me recibieron,
Entre una consulta y otra,
Con un bisturí en cada mano,
Saturados de aureomicina,
Más ocupados cada día.
Según supe por lo que hablaban
El problema era como sigue:
Nunca murió tanto microbio,
Toneladas de ellos caían,
Pero los pocos que quedaron
Se manifestaban perversos.

Me dejaron tan asustado
Que busqué a los enterradores.
Me fui a los ríos donde queman
Grandes cadáveres pintados,
Pequeños muertos huesudos,
Emperadores recubiertos
Por escamas aterradoras,
Mujeres aplastadas de pronto
Por una ráfaga de cólera.
Eran riberas de difuntos
Y especialistas cenicientos.

Cuando llegó mi oportunidad
Les largué unas cuantas preguntas,
Ellos me ofrecieren quemarme:
Era todo lo que sabían.

En mi país los enterradores
Me contestaron, entre copas:
—"Búscate una moza robusta,
Y déjate de tonterías".

Nunca vi gentes tan alegres.

Cantaban levantando el vino
Por la salud y por la muerte.
Eran grandes fornicadores.

Regresé a mi casa más viejo
Después de recorrer el mundo.
No le pregunto a nadie nada.
Pero sé cada día menos.

Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer.




Ya te perdí, mujer


Ya te perdí, mujer. En el camino
Me prendiste una lámpara fragante,
Entonces se aromaron y se hicieron divinos
Todos estos cansancios humildes y constantes
No sé si apenas eras una leyenda o eras
Un río que afluía para todo dolor
Pero si fue leyenda para mí
Enfloreciste aromas dentro de mi canción.


Hiciste un semillero de ilusiones
Que vivió ingenuamente en mi tristeza.
Lentamente. Fue el jugo de rencores
Echados sobre el jugo de rencores
Sobre el manto de la ilusión ingenua.


En mi torre de odios tuviste una ventana
(Un vidrio ilusionado, transparente y gentil).


Ya se quebró. Es inútil que te llame mi amada
Porque, mujer, en una negrura te perdí.




Yo aquí me despido


Yo aquí me despido, vuelvo
A mi casa, en mis sueños,
Vuelvo a la Patagonia en donde
El viento golpea los establos
Y salpica hielo el océano.
Soy nada más que un poeta: os amo a todos,
Ando errante por el mundo que amo:
En mi patria encarcelan mineros
Y los soldados mandan a los jueces.
Pero yo amo hasta las raíces
De mi pequeño país frío.
Si tuviera que morir mil veces
Allí quiero morir:
Si tuviera que nacer mil veces,
Allí quiero nacer,
Cerca de la araucaria salvaje
Del vendaval del viento sur,
De las campanas recién compradas.
Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
Golpeando con amor en la mesa.
No quiero que vuelva la sangre
A empapar el pan, los frijoles,
La música: quiero que venga
Conmigo el minero, la niña,
El abogado, el marinero,
El fabricante de muñecas,
Que entremos al cine y salgamos
A beber el vino más rojo.


Yo no vengo a resolver nada.


Yo vine aquí para cantar
Y para que cantes conmigo.




Yo te soñé una tarde


Mujer, hecha de todas mis ficciones reunidas
Has vibrado en mis nervios como una realeza
Llorando en los senderos de la ilusión perdida
Siempre he sentido el roce de tu ignota belleza.


Marchitando mis sueños y mis buenas quimeras
Te he forjado a pedazos celestes y carnales
Como un resurgimiento, como una primavera
En la selva de tantos estúpidos ideales.


He soñado tu carne divina y perfumada
En medio de un morboso torturar de mi ser,
Y aunque eres imprecisa, sé como eres, amada,
Ficción hecha realeza en carne de mujer.


Yo te miro en los ojos de todas las mujeres,
Te miro pero nunca te he podido encontrar
Y hay en el desencanto el encanto de que eres,
O que serás más bella que una mujer vulgar...


Te sentirán mis sueños eternamente mía
Brotando de la bruma de todas mis tristezas
Como germinadora de raras alegrías
Que avivarán la llama de tu ignota belleza.