Esa noche tuve el cielo
para mirarlo de cerca,
para unir constelaciones
con la punta de mis yemas.
Se dilataba el espacio
derramado en mis retinas;
palpitaban las estrellas
como letras encendidas.
Esa noche tuve su alma,
pude medirla y saberla,
contemplé el amanecer
sobre el mar de sus ideas,
me perdí entre los pasillos
de sus bífidas pasiones;
me asomé al pozo inaudito
donde enterró sus temores.
Esa noche fui celeste,
fui dorado y verde absenta,
tuve todo el universo
naufragando entre mis venas.
Por mitigar mi desdén
y sosegar la impaciencia;
resbalé en los laberintos
de la sorda indiferencia.