Sonata para piano

Bajo el arco central de la sala
de un sutil palacete olvidado,
un anónimo piano de cola
se repite en el piso de mármol;
las cortinas que besan el suelo
tiñen toda la alcoba de blanco,
y un barroco balcón lo separa
de la ilustre Avenida de Mayo.

Un velaje de gris terciopelo
lo guarece del aire profano,
pareciera elevarse del suelo,
como un sueño a los hombres vedado.
Con bravura desnudo sus formas,
temblorosas palpitan las manos;
acaricio sus curvas agudas
como aristas de un sable afilado

El marfil de sus notas oscuras
por el blanco teclado se esparce
como un lobo corriendo en la nieve,
los colmillos lamiendo en sus fauces.
Yo quisiera tocarlo y pudiera
si no fuera un recinto privado,
pero hay algo en su negro contorno.
que despierta un ensueño apagado.

Doce guardias custodian ufanos
la mansión de otro siglo heredada,
mientras cierro por dentro las puertas
temerario me encierro en la sala;
por que un niño soñó tantas noches
que entre notas corcheas y escalas
se sentaba ante un piano prohibido
y tocaba esta vieja sonata.